La cultura contradice
cualquier capital genético.
Es el hechizo, el
resplandor que contradice a la biología, la herencia, etc., y resume toda una
dinastía en una generación.
Lo que no se obtiene en
una sola generación es la soltura y el valor.
Los mutantes son
cobardes.
”
Jean Baudrillard
post dos presenta :
Textos
extraídos
de
“
La
filosofía
tachada
”
de
Fernando
Savater
”
Leer es una tarea misteriosa, secreta, inexplicable: un juego fantasmal que en vano tratamos de describir neutralmente, como si fuese una actividad entre otras. Próxima por su condición ferozmente antinatural a la perversión, la lectura gusta rodearse de los gestos de lo prohibido: silencio, soledad, abandono, manías exclusivas y obsesivas por determinadas repeticiones -autores, temas que vuelven sin que sepamos confesarnos por qué.
Leer es una tarea misteriosa, secreta, inexplicable: un juego fantasmal que en vano tratamos de describir neutralmente, como si fuese una actividad entre otras. Próxima por su condición ferozmente antinatural a la perversión, la lectura gusta rodearse de los gestos de lo prohibido: silencio, soledad, abandono, manías exclusivas y obsesivas por determinadas repeticiones -autores, temas que vuelven sin que sepamos confesarnos por qué.
Leer nos compromete y nos amenaza; sabemos que nos promete a
la muerte, que de hecho es ya ver el mundo después de muertos; la figura
inmóvil, silenciosa, inapetente, desconocedora de lo que la rodea, atenta a los
sucedidos impalpables de otro mundo, es imagen exacta de nuestro cadáver,
adoptada voluntariamente en una escalofriante y premonitoria pantomima.
Leer, hacerse el muerto, estarlo, tanto da: lo que perdura,
en todo caso, es la vocación de sacrificar la vida en aras del misterioso
tráfago de símbolos y símbolos de símbolos.
El sueño es múltiple y, como el otro, guarda con nosotros
una relación que sabemos significativa, pero cuyo fundamento ignoramos y apenas
nos atrevemos a imaginar; libros de viajes, de aventuras, relatos de antiguas
hazañas, doctrina religiosa o técnica..., obras que enseñan o que narran... y,
de vez en cuando, un libro de filosofía. Este se nos escapa, sobre todo, no
sabemos qué hacer con él: no sabemos, sobre todo, cómo leerlo.
El libro de filosofía burla todas nuestras aproximaciones,
defrauda cualquier expectativa: nada relata, a no ser esa aventura
inmencionable ocurrida en la “otra escena”, como dicen los psicoanalistas;
finge enseñar, pero afirma sin base científica, sin rigor suficiente; quisiera
adoctrinar, pero carece de Autoridades Supremas a las que referirse en busca de
respaldo. Fracaso como narración, como lectura instructiva o moral, el texto
filosófico se plantea al defraudado lector, pura y simplemente, como un fraude.
[...]
El filósofo, gremio en el que el academicismo suele dar sus
frutos más patéticos, se avergonzará de la irresponsabilidad de su escritura,
que, como la proverbial receta del médico, quizá sea ilegible de puro garabato
huero, y tratará de asegurar a sus posibles clientes-lectores un algo
archivable que salvar de la vaciedad y que compense el sueldo del uno y el
trabajoso empeño de los otros.
De este modo, se fingen cientifismos más o menos abruptos,
se poetiza con mejor o peor fortuna y, sobre todo, se estructuran
recomendaciones morales, exhortos al compromiso político o a la “vida digna de
ser vivida”.
Así se expresa el malentendido entre la frustrada
impaciencia del lector y el culpable azoro del autor, con el libro entre ambos
como inevitable campo de enfrentamiento; libro vacío que finge
ininterrumpidamente su discurso, libro que se revela vacío y se rebela en el
vacío, punto cero del saber que se pretende punto omega, nada ilustrada y
parlante, cuya nadería amenaza con su contagio la plenitud de los otros libros,
al sacudir la verosimilitud misma la tarea de leer.
¿Cómo es posible que tal cosa como un libro de filosofía
exista y funcione, al menos en la modesta medida en que indudablemente lo hace ?
¿Cómo puede darse un texto frente al que el lector no halle acomodo alguno, por
más que se desplace de un lado para otro, por toda la gama de posiciones
imaginables que el Kama-sutra de la lectura recomienda ?
Las explicaciones, antes apuntadas, de cargar el muerto
-nunca mejor dicho- a cuenta de la incompetencia exclusiva de los filósofos,
incapaces de pergreñar un buen trabajo científico o una novela convincente, o
incluso atribuirlo a estafa pura y simple, aunque no pueden ser refutadas
cómodamente, dan poco juego, resuelven el caso demasiado pronto; además queda
en pie el interrogante de por qué diversas personas alcanzan una satisfacción
inodora e incolora, pero quizá no totalmente insípida, frecuentando libros de
filosofía.
Podría pensarse, por otro lado, que los textos de filosofía
tuvieron su momento legible, llamámosle así, en otra época, momento oportuno
(kairós) que han perdido en la nuestra; en aquellos tiempos, el libro
filosófico gozaba de una situación que permitía su lectura, quizá por contener
una serie de elementos científicos o moralizantes, que con las décadas han
desaparecido de él, y que autorizaban su inclusión en algún otro género
estilístico más manejable.
En una palabra, según esta opinión, la filosofía habría
perdido su legibilidad histórica, lo mismo que para nosotros son opacos los
símbolos pétreos que ornan los capiteles de las catedrales del medievo y que
quizá en su momento fuesen cifra de un lenguaje común y accesible.
Pero de nuevo este punto vista menosprecia la indudable
existencia de gustadores de la filosofía, su potencial de lectores inexplicables
hoy día; algún tipo de lectura debe ser posible para estos textos filosóficos,
aún ahora, máxime cuando que quienes los frecuentan encuentran en ellos un tipo
de contento (o de placentera insatisfacción) que ninguna otra escritura les
proporciona, cercano en parte al descubrimiento religioso y en parte a la
revelación psicoanalítica.
En resumen, todas las posturas que obvian el tema
resolviendo que la lectura filosófica es imposible, por pertenecer al reino de
los fraudes o de los anacronismos, descuidan o pretenden reducir el hecho
indudable de la experiencia filosófica en nuestro presente; y, como en cada
caso en que se mutila la realidad o se ignoran los hechos, un motivo moral anda
por medio: en este caso, la norma universal y necesariamente válida (o
pretendidamente tal) que acota lo que puede ser una lectura buena, sana,
provechosa, enjuto patrón cortado siguiendo las directrices de la eficacia
productiva, llamada utilidad, y, a fin de cuentas, de la división del trabajo,
que exige la clasificación de las actividades intelectuales para poder
manipularlas y
presiente en la filosofía un enemigo irreductible de su
dominio.
Intentemos observar más de cerca las dificultades que
fundaron la perplejidad de nuestros primeros planteamientos. Habíamos descrito
al lector en la privilegiada y a no dudar -placentera condición del cadáver,
aunque “cadáver consciente del gusano que le roe”, como diría Blake. De aquí
partió la constatación de la dificultad de acomodar al lector de libros de
filosofía; es éste un muerto que se nos incorpora, un cadáver al que no podemos
retener en el sillón.
La virtud del lector de cualquier género literario es
dejarse llevar (lo cual no es una postura puramente pasiva, ni mucho menos, e
incluso tiene bastante de esfuerzo muscular de la imaginación); ahora bien, en
filosofía es imposible dejarse llevar: quien se entrega, renuncia, no filosofa,
ni siquiera lee filosofía, pues
no puede leerse filosofía sin filosofar.
Uno puede gozar de la magia novelística sin poner en juego
más que el fantasma de narrador que todos llevamos dentro (si no lo poseyésemos
seríamos incapaces de leer nada), o de la poesía desplegando la receptividad
poética tan sólo, o aprender del texto científico utilizando atención y
memoria, etc., pero sin ser en ninguno de los casos novelista, poeta o
científico más que en grado potencial.
Pero el texto filosófico, para ser leído, exige del lector
una plena actividad filosófica, una entrega de lleno a la experiencia de
filosofar. Ante el libro de filosofía es imposible dejarse llevar, porque no
lleva a ninguna parte: es puro perdedero, un tremendal; quien se entrega, se
hunde, debe sentirse defraudado necesariamente. No hay posición de quietud
receptiva válida ante el texto de filosofía:
frente a ese libro no cabe
hacerse el muerto.
Pero sucede que la escritura filosófica misma es ya una
lectura: su contenido, su mensaje, no es otro sino la expresión de la
experiencia misma de leer, la expresión del acto de interpretación.
La escritura filosófica anida sobre una lectura previa,
texto en torno a un texto que reproduce y conserva en su urdimbre la
inaquietable tensión de la interpretación que expresa, interpretación de los
grandes textos de la realidad, del discurso de los valores, de la religión, de
la ciencia, de la filosofía misma.
La condición de metadiscurso de la filosofía es su ir y
venir, a modo de lanzadera, por el tejido de discursos que constituye la
realidad; pero se trata de una lanzadera que teje y desteje juntamente, que
pretende desgarrar tanto como unir: atenta siempre a la apertura que la permita
escapar de cualquier sistema cerrado y excluyente, de cualquier pegajosa tela
de araña, de sutil y bello tejido, sin duda, pero en la que permaneciendo preso
se halla la muerte.
La interpretación se expresa como distancia, como ligereza y
agilidad respecto a la trama leída, nunca como ese apego y pesantez que pasa
por rigor a los ojos cientifistas.
La distancia la recoge la constante voluntad expresiva que
pretende incesantemente diferenciar en grado máximo la fuerza que habla en el texto,
su peculiaridad irreductible, inasimilable a la fijeza e indiferenciación
formal del sujeto del discurso;
a esta voluntad expresiva llamamos: estilo.
El lector toma el libro filosófico en el estremecimiento
mismo de esa distancia estilística, que no enseña ni adoctrina, sino que expresa.
Sólo la expresión misma, realizada giro y recorrido del
texto que se afronta, permitirá tal cosa como leer filosofía: permiso
conquistado por la audacia de la voluntad expresiva del lector, pues si éste
espera a recibirlo en la dócil posición del cadáver, la experiencia de la
lectura filosófica ha fracasado, como él miso, en una honradez que no tenemos
en principio por qué negarle, no tardará en advertir; en tal caso, sólo queda
tirar el libro o volver a empezar.
Esa voluntad expresiva que hemos llamado, en el orden de la
escritura filosófica, estilo,
la cual representa en el lector el mismo distanciamiento interpretativo diferencial que el estilo es para el escritor.
en el orden de la lectura la llamaremos ironía,
la cual representa en el lector el mismo distanciamiento interpretativo diferencial que el estilo es para el escritor.
La lectura filosófica es, pues, irónica: de aquí la
dificultad de asimilarla a las pautas establecidas para la ordenada operación
de leer, pues tales normas tienen un fundamento moral, como dijimos, y la
ironía, lo mismo que por su parte el estilo, no pueden ser sino formas de
resistencia a la moral, creación, pues, de valores diferentes, fungibles y
móviles en lugar de eternos e inmutables.
La ironía y el estilo, por su propia condición,
relativamente simétrica (es decir, dentro de una simetría deformada,
excéntrica, que guardan entre sí la lectura y la escritura), son recurrentes,
tienden a convertirse uno en otro, a aparecer uno en otro; así, el estilo abre
espacio para que advenga la lectura del lector, ironía que busca
irreprimiblemente su expresión máxima, prolongando en texto la interpretación
leída, donde surge de nuevo el estilo; por eso podíamos decir que es preciso
filosofaral leer filosofía, incluso podemos afirmar que la lectura filosófica
exige prolongarse en escritura;
a tal vaivén o danza del estilo y la ironía
llamamos: diálogo.
Hemos utilizado la expresión “llamamos” para introducir los
tres términos fundamentales de la experiencia filosófica (estilo, ironía,
diálogo) a fin de subrayar la voluntariedad estilística de tal experiencia
y suscitar de inmediato en el lector el deseo de autoafirmarse irónicamente
renovando o reexpresando lo ya dicho, aunque sea con las mismas palabras, tanto
da.
La filosofía se propaga por el quebrado camino que lleva del
escritor al lector, quien de inmediato se transforma a su vez en escritor,
unidos por la misma voluntad expresiva que se opone a ser constreñida y
limitada por los discursos vigentes, buscando lo total, lo pleno, tras la división
laboral impuesta (división del trabajo en su acepción más amplia, incluyendo
todo lo que somete al hombre a la consecución de un fin superior a él mismo,
todo lo que pone una meta, política, religiosa, artística, etc...).
El texto filosófico aparece así como un campo de fuerzas, un
núcleo energético en el que los distintos discursos de la realidad se
entrecruzan, se cuestionan y se desmienten.
La voluntad expresiva que busca el momento más alto y no se
compadece con ninguna parcialidad es quien produce el texto y sólo ella, del
mismo modo, puede interpretarlo. Leer un texto de filosofía es liberar las
fuerzas que contiene, desarrollarlas hasta su punto máximo, empujarlas hasta el
punto mismo en que el sentido de las palabras explota en un movimiento
liberador de ironía demoledora, que barre la maleza de sistematismos clausos y
moralizantes y abre el espacio en blanco donde la voluntad puede afirmarse de
nuevo como estilo.
[...]
Quien lee filosofía, se arriesga a filosofar; no recibe
enseñanza, pero se le invita a una experiencia, de la que saldrá más vacío, más
ligero... o en la que se perderá: es lo mismo, pues, a fin de cuentas y como en
el amor, el espanto o la risa, quien se entrega a la filosofía es porque ya no
puede hacer otra cosa.
Filosofar es quemar las naves, perderse, lanzarse a la
búsqueda del silencio por medio de las palabras, fundarse en la nada,
entregarse al azar: es elegir el texto sin pretexto, la escritura injustificable,
que no admite retraso en la incorporación del lector al texto, como letra entre
las letras.
Leer filosofía es elegir el riesgo de renunciar a hacerse el
muerto. Pues el texto filosófico es: pie de partida; en él sólo puede leerse la
orden de marcha, irónica voz de milagro:
”
“
levántate
levántate
- nadie lo hará por ti -
y
anda.
"
"
”
Qué interesante texto!!! y además el matiz que le das con el título le da una nueva dimensión... gracias por todo Post Dos, ignoraba que Savater escribiese tan bien, estos párrafos están maravillosa y envidiablemente redactados. Más info sobre el "Savater bueno" es bienvenida. Felices phiestas para usté también!!!
ResponderEliminarGuau! Si al texto de Savater le añadimos mi título y tu impecable edición artística con esos alucinantes gifts... pues sí, ya tenemos una auténtica requeteobra de requetearte XDD
ResponderEliminarSobre el texto de Savater... también dicen que Hegel ha escrito los párrafos más anonadantes de la filosofía, pero que para encontrar alguno de ellos tienes que leerte unos cuantos cientos de párrafos auténticamente infumables. Todo está lleno de paradojas, supongo.
Sobre la mutación también encontré otras cosas interesantes, pero no las tengo claras. Por ejemplo esto que dice Franco Berardi actualizando un poco el asunto:
“La patología que predominará en los tiempos que vienen no nacerá de la represión sino de la pulsión de expresar, de la obligación expresiva generalizada.
El régimen infocrático del semiocapital funda su poder en la sobrecarga, en la aceleración de los flujos semióticos, y hace proliferar las fuentes de información hasta alcanzar el rumor blanco de lo indistinguible, de lo irrelevante y de lo indescifrable.
La hiperstimulación de la atención reduce la capacidad de interpretación secuencial crítica y el tiempo disponible para la elaboración emocional del otro, del cuerpo y del discurso del otro, que trata de ser comprendido sin lograrlo.
Pero las tecnologías de la mente no son propiedad común de todos los seres humanos, sino propiedad privada de unos pocos grupos económicos mundiales extremadamente poderosos, y habría que desligar dominio y mutación. El dominio debe ser erosionado y eludido, mientras que la mutación debe ser recibida y elaborada.
Sin embargo el aspecto más misterioso e inquietante es la mutación que afecta a la esfera de la emoción. La emoción y la palabra tienden a escindirse en esa situación.
El deseo crece en una esfera cada vez más separada de la verbalización y de la elaboración consciente y comunicable.
Las emociones sin palabra alimentan la psicopatía y la violencia. No se comunica, no se dice, no se pone bajo una mirada compartida. Se arremete, se estalla.
Las palabras sin emoción alimentan una sociabilidad cada vez más pobre, reducida a la lógica del dar y el tener”.
PD: yo también querría dejar mi top ten musical :-) pero como queda poco sitio pues aporto mi top one, que aunque sea del año pasado... el tal Zeed creo que ha conseguido traspasar la tendencia mutante hight techno al mainstream musical. Todo un ejemplo de mutación, supongo. ¡flzñnvo!
http://youtu.be/3VH_TqowyXY
En esa línea, David Saavedra (perdiendomiejem.blogspot.com) ha elegido como EP del año el de Azelaia Banks que va mucho por tu terreno.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=i3Jv9fNPjgk
hay sitio para un top 10 y hasta para un top 100
Siempre es interesante conocer las tendencias, pero mi oído se resiste a las canciones con letra. Al menos a letras que no acaben en loops cacofónicos o algo así. Creo que son demasiado reivindicativas, existencialistas y esas cosas... aunque tal vez sigan siendo necesarias, no sé.
ResponderEliminarSobre lo del top 10 gracias por la oferta, pero no creo tener el nivel de conocimientos musicales que se manejan en el blog como para no "desafinar".
PD: a lo mejor me animo a un top 10 de autores futorólogos o de tendencias políticas a cien años vista... que también me interesa bastante :-)