Kill Your Idols
(pero a Mulero, ni tocarlo)
1. Mónadas
y Paquirrines
Sin un temperamento
paranoide es imposible hacer filosofía, pues el pensador más
profundo es siempre aquel que desconfía no sólo de su propia
sombra, sino también de fenómenos aparentemente “normales” y
carentes a priori de cualquier de misterio o doblez, de todo aquello
que parece estar ahí “porque sí”, de modo natural y
autoevidente, sin que urja una explicación o justificación. La
seminal pregunta metafísica “¿por qué hay algo, y no más
bien nada?”, en su aparente misticismo abstracto y pedantón,
en realidad nos interpela a preguntarnos por el origen de cada
pequeña presencia cotidiana: por qué hay canciones, o árboles, o
chicles de fresa, o perroflautas o sobres lacrados. Todo, incluso lo
más evidente, merece un ejercicio de inquisición intelectual, y
dicha práctica detectivesca (que viene a ser el impulso detrás del
filosofar) puede ser muy saludable para defendernos de un mundo que
en demasiadas ocasiones se aprovecha de nuestra ingenuidad e inopia
para hacernos desagradables regalitos por detrás. Incluso
Paquirrín es un problemático desafío filosófico: ¿por
qué existen paquirrines,
por qué gustan a la gente, por qué son famosos? Por desgracia, ni
la Monadología, ni la Crítica de la razón práctica
ni la Fenomenología del espíritu tenían un mísero
capitulito dedicado a las celebrities,
y es una exigencia muy de nuestro tiempo el encontrar el motivo de la
existencia e insistencia de los famosos.
Quizás usted no se haya
preguntado nunca por qué hay famosos.
Acostumbrados a su omnipresencia desde que tenemos uso de razón, la
existencia de las celebrities y el interés que a ellas les dedicamos
nos puede parecer tan de Perogrullo como el hambre o el ciclo solar:
los famosos son famosos, no hay que darle más vueltas.
Inquietarse por el sentido de la prensa rosa, el glamour de papel
cuché y el gossipeo de colorín parece no merecer la pena por
cuanto, según se nos dice, son evidencias del componente
“irracional” del ser humano, pura follie jubilosa,
“ocio” y mera diversión;
exentos entonces de merecer una segunda lectura, pues lo
irracional sería aquello que se da
sin un motor lógico o causa necesaria. Paquirrín y su circo
parecen más afines a absurdos figurantes de un libro de Lewis
Carroll o Kafka que a la retórica de mónadas,
conatus y dassains habituales en los papers de
estudios culturales, pero si nos tomamos en serio los misterios que
esconde su oronda figura nos damos cuenta de que ese tipo de
personajes –las celebrities- son instancias sociopolíticas que
representan y efectúan fenómenos de máxima importancia: todo
marxista verdaderamente revolucionario debería hacer acopio del
QMD, la Cuore y el Lecturas
como pruebas fehacientes de los desmanes ideológicos capitalistas,
que se sirve perversamente de las celebrities como “caballos
de Troya” con los que nos son inoculados todo tipo de
memes, valores, deseos y juicios morales disfrazados de “ocio”
inane.
Un racionalista radical
como yo no cree que haya ningún fenómeno “irracional”(al menos,
no como complementario a otros fenómenos sí “racionales”), y
mucho menos creo en esa idea vaga, absurda y sin fundamento que es el
“ocio”: el ocio no existe,
es uno de los conceptos más estúpidos de entre los muchos conceptos
estúpidos que salpimentan la estúpida ideología de clase media, y
una presuposición tan delirante e ilógica (la existencia de algo
llamado “ociosidad” entre los siempre funcionales hábitos
humanos) no puede ser aceptada de ninguna de las maneras. No me
extenderé en argumentar esta deducción pues ustedes, que son tan
listos, ya habrán advertido que admitir algo así como “ociosidad”
implica una excepcionalidad ontológica de ciertos comportamientos
respecto a otros (los que “sirven para algo” frente a los
que “no sirven para nada” y por lo tanto terminan
en sí mismos) que exigiría una verdadera fractura de la
realidad: ¿alguien ha visto alguna vez un electrón ocioso? ¿un
átomo de helio descansando y “no haciendo nada”? ¿un
planeta “tomándose un kit kat” entre ciclo orbital y
ciclo orbital? Pues de la misma manera, nosotros estamos
continuamente funcionando, cumpliendo nuestro deber natural,
haciendo algo importante, incluso cuando leemos la “Cuore” o
nos juntamos para echarnos unos vicios con el FIFA. Todo
lo que hacemos es por algo,
y las repercusiones y resonancias de nuestros jolgorios son siempre
endiabladas. Desde el materialismo rogelio, el “ocio” tiene
fundamentalmente dos funciones:
una, la de instarnos a consumir (acto imprescindible para dar salida
a la hiper-producción capitalista) y la otra, por decirlo
claramente, sorbernos el cerebro. Las celebrities son brain
eaters como los de las
pelis de zombies, pero vestidos de Versace.
Lo que acabo de exponer
sonará a comedia o boutade, pero el discurso es absolutamente
honesto y serio: todo lo que hacemos se inscribe en la compleja red
de causas y consecuencias de la acción humana, y las repercusiones
de todas y cada una de nuestras costumbres y hábitos es de alcance
ilimitado, e incluso nuestros actos más
lúdicos, vanidosos o caprichosos van de la mano de profundas tramas
ideológicas y dinámicas sociales estructurantes. Por
ello considero tan importante preguntarnos por ejemplo por qué
existen celebrities, por qué siempre las ha habido, de dónde
obtienen su magnetismo una serie de personas elegidas de entre los
demás, y a qué dominios de nuestros aparatos de percepción y
cognición se aferran para resultar tan insistentes y, pese a su
aparente fruslería, tan importantes. Evidentemente, cuando
digo “celebrity” no me refiero sólo al rango de una Duquesa
de Alba o un Kobe Bryant: famosos lo son en la
misma medida Karl Marx, Marie Curie o Federico
García Lorca, y por mucho que nos engañemos no lo son tanto por
sus méritos “naturales” o “reales” como por su
mitificación,
que responde siempre a
potencias afectivas y efectivas muy profundas para la sociedad que
los proclama. Así que al menos tenemos algo ya claro: la celebrity
es la versión contemporánea de una figura detectable en cualquier
cultura como es el “mito”,
“ídolo”, “tótem”
o como quiera nombrarlo y matizarlo cada escuela de antropología. El
famoso ocupa un lugar privilegiado en el imaginario social
general, lo cual, poniéndonos rojeras y aplicando la noción de
superestructura, le sitúa más bien del lado de los poderosos, es
decir, de las clases dominantes, es decir, de los beneficiados por
las diferencias de rango social, es decir, de los
malos.
2. Fenómeno
fan y Lucha de clases
Si han visto “María
Antonieta” (aquella película de la Coppola que retrataba a
la última nínfula del absolutismo como precursora moral de Paris
Hilton o Naomi Campell, it girls de vida disoluta)
entenderán lo que quiero decir: el fenómeno “Fan”, en paralelo
al fenómeno “lucha de clases”, es tan antiguo como el mundo, y
es probable que los primeros homínidos de Atapuerca tuviesen ya muy
claro quién era el jock de la tribu, la groupie
cavernícola, el nerd neandertal, y demás estamentos
diferenciantes de valor social. Ahí habrá
empezado ya no sólo la “Lucha de
clases” (el troglodita más
forzudo sometiendo a los tirillas del clan) sino también el
“Fenómeno fan”
(el tirillas, a su vez, desarrollaría una extraña adoración por su
dominador como si se tratase de un Ser Superior idealizado hasta la
semi divinidad), una práctica social tan compleja que no
tengo muy claro qué dirían Freud o Marx al respecto, pero que en
cualquier caso sigue inevitablemente el mismo patrón: el
individuo de menor valor social idolatra y sacraliza al de mayor
valor. Monarquías, absolutismos, totalitarismos… siempre
funcionan igual: un sátrapa omnipotente
arriba, y por debajo millones de súbditos que se comportan como
fans. Obama y Elvis
no son iconos tan dispares como podría parecer.
Insisto en que el
concepto “fan” tiene difícil explicación desde una analítica
estrictamente marxista, pues si desde la óptica de “El
manifiesto comunista” la relación entre las distintas clases
sociales es de dominación asimétrica, lo que no llega a explicar es
cómo es posible que el pánfilo proletario sea tan zote como
para, aún encima, convertir a su dominador en objeto de adoración
como si fuese una rock star. ¿Nunca habéis
conocido a viejos fans de Franco? Cuando uno observa la pasión de
los ingleses por la memorabilia de su casa real, la cantidad de tazas
y camisetas que ilustran con el careto de su príncipe o los
best-sellers que cantan las bondades de su cochambrosa Lady Di (el
concepto “princesa del pueblo”
merecería toda una enciclopedia de estudios marxistas para
comprenderlo) uno se cuestiona seriamente las teorías de izquierdas
según las cuales la jerarquía social se basa en la dominación de
los fuertes sobre los débiles, pues pareciese que son los propios
débiles los que se abalanzan desesperadamente a la búsqueda de un
sátrapa al que idolatrar. Los marxistas justifican el fenómeno
afirmando que el pueblo tiene “sorbido el coco” por la
propaganda capitalista que les induce a entrar en ese juego de
idolatrías, pero lo cierto es que observando la historia, el
proletariado siempre se ha inventado gustoso a ídolos omnipotentes a
los que admirar y ante los que arrodillarse jubilosos: no es
casual que los cuentos que se les cuentan a los niños estén
protagonizados por princesas o, en todo caso, por “sirvientas
convertidas en princesas”, pero nunca por sirvientas que se
quedan como tal.
Fenómeno
fan como némesis de la
lucha de clases, entonces... Al hilo de lo cual, retomo
mis recelos respecto al wishful thinking propio de los
seguidores del paradigma Matrix,
esos que creen que si “las masas” despertasen de su engaño
dejarían de comprar el “Hola!” para pasarse
al “Revista de Occidente”. Entiendo que
mi reflexión es muy frustrante y aparentemente pesimista a nivel
antropológico: tiene delito que un quiniestoseurista de
Vallecas no sólo no se rebele contra los que le subyugan, sino que
además tenga la santa valentía de decorar su habitación con
posters y camisetas con estrellas pertenecientes a las clases
sociales más pudientes, que para más inri viven del cuento y de
chuparle los cuartos a tan cateto fan. No obstante, esto que
estoy relatando no pretende ser un demérito al fenómeno fan: yo
mismo soy extremadamente idólatra, fan obsesivo y entregado, capaz
de auto inmolarme o entregar todas mis posesiones a una Causa si así
me lo pidiese Oscar Mulero, Robert Rodríguez o
cualquiera de mis Santos personales, cuya Voluntad es sacramental
para mí. Lo cual les puede parecer una coña, pero es la misma
actitud que tienen los comunistas respecto a la palabra de Marx, los
católicos con su Virgen starlette o cualquier otro culto
colectivo en torno a un tótem o unas sagradas escrituras.
Evidentemente, this
post has Nietzsche´s seal of approval. ¿Era
Joaquín Luqui un siervo de la casta Bielderberg?
3. Celebrities
Proletarias de Hispanistán
Insisto en que para mí
los famosos funcionan como iconos, son el producto de una máquina
de escritura iconográfica colectiva: como sociedad, nos
auto proveemos de “famosos” que representen determinados
arquetipos, deseos y valores, y que luego utilizamos como pivotes
desde los que enjuiciar determinadas casuísticas
morales. Es decir: la relación entre Bisbal y la
Tablada, por ejemplo, sirve para que las sociedad comparta
ideas sobre qué es el amor, cómo es una ruptura,
quién tiene la culpa cuando el amor se termina, quién se
queda con los niños y un largo etc.: al igual que las
“ficciones”, las celebrities son fundamentalmente instrumentos de
instrucción moral ejemplificante (incluso en modo negativo:
hay famosos que sirven para ejemplificar “lo que no hay que
hacer”, caso de malos oficiales del tipo Bin Laden). Una
celebrity es entonces un ensamblaje de valores, sean morales,
estéticos, políticos, etc. mimetizados y escondidos en nuestra red
de fetichismos generales.
De hecho, los grandes
totalitarismos siempre han funcionado convirtiendo a los sátrapas en
auténticas superestrellas pop idolatradas, como ya he dicho, por sus
millones de fans, sea en el caso de Stalin, Hitler o
Kennedy: mitos legendarios humanizados, que seducen no
tanto por su ideario político oficial como por su carisma personal y
los detalles de sus peripecias vitales, convertidas en leyenda. Sin
embargo, las democracias contemporáneas occidentales (al menos las
europeas: el caso yanky merecería un post aparte) ya no juegan tanto
a convertir a los políticos en celebrities de ese tipo, pues los
ciudadanos ya no entran en el juego con tanta facilidad. ¿Alguien
puede ser fan de Rajoy o Rubalcaba? ¡Imposible! En
todo caso, el carácter de celebrity pop de los políticos es
cada vez más tendente a lo grotesco, a presentarlos como seres
mediocres, zafios, un poco oscuros y en el mejor de los casos,
humorísticos. La política representativa ha perdido esa capacidad
de producir iconos con los que se identifique la sociedad, y ahora
los verdaderos proveedores de valores morales colectivos son las
estrellas del deporte, la canción o el cine, lo cual supone un
triunfo para el programa liberal: la educación sentimental del
ciudadano utiliza cada vez subterfugios más sofisticados, quizás
porque el propio ciudadano secretamente así lo prefiere.
Y en ese sentido, el caso
español es verdaderamente ilustrativo de cuáles son los valores de
nuestra cultura, porque la especificidad de nuestro famoseo da cuenta
de espeluznantes idiosincrasias atávicas escondidas en nuestro
inconsciente colectivo más profundo. Hay un tipo de celebrity
típicamente hispanistaní que es el “chico de barrio”
que triunfa a base de esfuerzo y humildad, arquetipo repugnante y
farisaico como pocos, pero que en nuestro país sigue siendo el
patrón moral más admirado. ¿Ejemplos? La engañabobos Belén
Esteban (que pretende seguir vendiéndose como una “chica de
la calle” cuando es una multimillonaria con su chaletón, su
Cayenne y su sórdida dermoestética), Estopa (que cada vez
fuerzan más su falso carisma callejero), “Aída”,
el follonero, Alejandro Sanz (indignante titular suyo
la semana pasada: “Sólo soy un chico de barrio que ha viajado”;
¡¡pero qué cara más dura tiene este multimillonario!!), Rosa y
todos los demás OT, Melendi, El Canto del Loco, el
propio Paquirrín… Todos ellos son celebrities que utilizan
como herramienta publicitaria sus orígenes supuestamente humildes,
el hecho de “conservar a los amigos
de toda la vida”, el salir de
cañas y jugar al futbolín, el haber salido de la nada y haberlo
conseguido todo a base de esfuerzo, humildad y compañerismo, y por
supuesto una vez en la cima haberse mantenido fríos, conservar su
esencia de “chicos de barrio”.
Es verdaderamente insultante semejante estrategia de autopromoción,
máxime cuando no es más que una versión castiza del sueño
americano. Y por supuesto, lo más tétrico son los valores que
representan y encarnan, pues todos ellos comparten características
como su descarado sexismo (los roles de hombre y mujer que
siguen proponiendo son pleistocénicos), el orgullo de no ser
demasiado inteligentes (en España gusta mucho el famoso un poco
lerdo, sin cultura pero simpaticote), el declarase apolíticos
(su postura al respecto es un recurrente “yo de eso no
entiendo”) y el pretender ser fundamentalmente normales.
Y así, normalizar a sus seguidores.
Pero el caso más
hardcore de este culto ibérico al gañán
venido a más es el de las
estrellas del fútbol, auténtico veneno ideológico que confirma
punto por punto lo dicho hasta ahora. Los casos más flagrantes y
ofensivos de esta falsa constelación de “chicos de barrio”
son la Santísima Trinidad de Ídolos
Gañanes formada por
Casillas, Iniesta y Del Bosque. En las docenas
de campañas publicitarias que protagonizan cada uno de ellos se
presentan en situaciones muy similares a las que pueda vivir un
chaval de Carabanchel o Sabadell, vestidos con sudaderas y birra en
mano, riendo con sus amigos con naturalidad, como si fuesen “uno
más” y mostrando siempre sus valores de humildad, compañerismo y
solidaridad, y por tanto tratando al espectador de subnormal
profundo, pues evidentemente son multimillonarios horteras que visten
D&G (y no, no leen D&G), conducen espantosos deportivos
italianos, se amanceban con pilinguis esculturales y mononeuronales,
no les falta absolutamente de nada y viven en casoplones diseñadas
por Joaquín Torres. Ya dije en su día por qué soy tan fan
de Cristiano Ronaldo como icono pop: él va con la verdad por
delante, es una estrella, guapo y millonario, no
es como tú ni como yo ni pretende ejercer como tal, y lo
delirante de su caso es que ¡¡¡la gente le culpa por ser demasiado
“estrella”!!! ¿Qué clase de esquizofrenia sufre una
sociedad que pide falsa “humildad” teatralizada a personajes que
ella misma convierte en ídolos y semidivinidades?
Ahora bien, como he dicho
considero que este tipo de famosos no son creaciones propias del
poder para dominar a los proletarios, sino al contrario: son
los propios proletarios los que se proyectan a sí mismos en las
estrellas y, así, inconscientemente
(pero no sé si involuntariamente,
y he ahí la clave), mantienen viva la lógica estructural que
propicia los desequilibrios sociales y económicos. Porque
esos Iniestas y Del Bosques evidentemente no están del bando de los
sometidos, sino que cumplen un papel que favorece a los poderosos,
pues son ellos los que efectúan y naturalizan las diferencias de
clases propias de una sociedad competente. Es un tema muy complejo
que merece muchas reflexiones, y que IMHO fue tratado con especial
perspicacia por Guy Debord, cuyo “La sociedad del
espectáculo” tengo que releer un día de estos. Como él mismo
detectó, estos fenómenos se pueden resumir en que
“
the
representation of the working class radically opposes itself to the
working class
”
Por fortuna, ninguno de
mis ídolos (Mulero, O´Connor, Pavese, Bergman, Warhol, Betke,
Highsmith, Vainio, Deleuze, Schiele, Breton, el propio Debord o
cualquier otro) ha dicho nunca una sandez del tipo “soy un
chico de barrio, una persona normal”. Es más, ninguno de
ellos ha sido nunca real: las celebrities son
personajes, ficciones con un mínimo de inmanencia,
receptáculos sobre los que proyectar nuestra sombra, y obtener el
reflejo deformante (idealizado) de nuestra propia identidad. Una
construcción mutua y dialéctica, de la que conviene no olvidar
nunca la escisión radical entre nuestro
sueño y su realidad. Elegir a
nuestros ídolos es una de las tareas más comprometedoras y
vinculantes: ellos dotan de invisible consistencia a ideogramas que,
vuelvo a decirlo, operan como caballos de Troya. Y es que para saber
cuál es la identidad política
de alguien, lo más sencillo es fijarse en los famosos a los
que admira: y es que si alguien dice Me gusta Alfonso Ussia porque
soy de derechas, simultánea e inconscientemente está
reconociendo Soy derechas porque me gusta Alfonso Ussia.
ResponderEliminarUn post fluído que efectivamente sirve para darle vueltas “al coco” -en sus dos sentidos para no variar :-) Pero el tal Baudrillard ya dijo que en estos momentos la pregunta filosófica por excelencia ha cambiado, y ahora es ¿por qué no hay nada en lugar de algo? Y también dijo que puede que esa sea la culminación de la cuestión filosófica; que no es la nada, el otro de lo real, el otro de lo racional lo que crea el problema es lo real mismo.
Bueno, cambiando de tema... he encontrado varias noticias “revolucionarias” en la última semana, así que aquí las dejo para aquellos que hayan estado okupados :-)
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/09/18/actualidad/1347988454_958477.html
http://www.39ymas.com/temas/francisco-martinez-soria-y-la-editorial-ariel/
http://www.youtube.com/watch?v=hm465yTtPsI
No se preocupe, no se le molestará nunca más. Tampoco se moleste en contestar, sus palabras caerán en saco vacío al igual que las mías.
ResponderEliminarContestar no es molestia, los bipolares tenemos la virtud de no necesitar “al otro” demasiado, ya que nos dirigimos a nosotros mismos como “al otro” y viceversa claro. Además para su información -quiero decir, para la mía-, pertenezco a una generación más hou-hou-hou-house que el astronauta del que se habla en el primer post de este blog. Por cierto, muy sugerente su comentario posterior.
Eliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=47tdnwlH-4I
http://youtu.be/O7-DlOaCsjU
ResponderEliminarsé que te gustan estas cosas
-x-
hola compañeiros, no respondo porque en estos momentos mi acceso a internet se reduce a cinco minutos al día. Mi precariedad de medios limita mucho mis posibilidades. Esta semana iré a verín y les responderé en condiciones. no sean conspiranoicos!!!
ResponderEliminar- observer -