Konrad Lorenz
“Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros”
Jacques Ranciere
“El maestro ignorante”
Quien sienta curiosidad
por la etología pero se vea intimidado por la potencial opacidad de
un campo científico tan poco difundido, puede darle una oportunidad
a este “Hablaba con las Bestias, los Peces y los Pájaros”
de Konrad Lorenz, el más celebrado maestro en el estudio del
comportamiento animal. Lo poco que conozco de su obra académica
exuda una atmósfera decididamente más sobria y sistemática,
mientras que este entrañable anecdotario de la intrahistoria de sus
estudios zoológicos se disfruta como una divertidísima comedia
de enredo doméstico entre personas y bichos:
Lorenz relata en tono afable las rocambolescas situaciones habituales
en su convivencia con otros animales, en las que queda
(auto)retratado como un personaje de lo más tierno y pintoresco, un
amante de la vida antes que un estudioso aséptico, para sorpresa de
los que esperen de él la seriedad que sugeriría su condición de
Premio Nobel de Medicina.
El libro es muy explícito
en sus salves al reino animal y la virtuosa honestidad de su
comportamiento, y encantará a todo aquel que haya disfrutado alguna
vez de la hermosísima experiencia afectiva de con-vivir con una
mascota: Lorenz habla del mundo zoológico con el respeto, veneración
y pasión que le confieren las innumerables horas que pasó
experimentando con (y, fundamentalmente, observando a)
bichos de todo tipo, y el horizonte del texto no puede ser otro que
convencer al lector de que la distancia que separa la inteligencia
sintiente del homo sapiens de la del resto de
especies es mínima, recalcando en todo momento que la dignidad,
hondura y sentimentalidad del reino animal es equivalente a la que
nos suponemos a nosotros mismos en calidad de “humanos”.
Y, aunque pueda sonar un poco nazi por mi parte, ahí radica la mayor
crítica que se le puede hacer a un ensayo tan irreprochable como
éste: el trabajo de Lorenz queda prematuramente envejecido por su
insistencia en humanizar a los animales antes
que en animalizar a los humanos.
Desconozco el ideario
sociopolítico de este autor, pero el subtexto de sus valoraciones
hace intuir que este científico era un hombre escorado hacia lo
conservador, e intuitivamente defensor de principios morales
decididamente añejos. Así, insiste en asombrarnos con la admirable
fidelidad sentimental de las parejas de casi cualquier especie (que
describe, muy simpáticamente, en cachondas coreografías de galanteo
y ligoteo), en la honradez y sinceridad de las expresiones afectivas
de los cánidos, en el respeto a las jerarquías de grupo, y otros
pequeños detalles “psicologistas” que nos dejan claro de
qué pie cojea este autor. En ese sentido, además de previsible, la
zoo-moral que describe Lorenz viene a prefigurar una especie
de paradójica utopía ecológica, como si el “ser humano”
debiese aprender de sus hermanos animales todos aquellos valores que
un día tuvo y tristemente perdió: en su silenciosa carencia
(parcial) del habla, el animal es para Lorenz en muchos sentidos “más
humano que lo humano”. Por más que en algún pasaje refute
esta hipótesis, esa es al menos la sensación que me ha provocado,
pues todo el libro está recorrido por la compasión hacia la
inocencia propia de unos seres demasiado “naturales”
como para dejarse corromper por la mentira, el egoísmo o la
crueldad. Como los niños, los animales son en cierto ideario
moderno los seres “libres de culpa” por
antonomasia.
La genealogía moral más
sensata para la poética de Lorenz seguramente sea la del “buen
salvaje” roussoniano, o la nostalgia por la
inocencia perdida como única existencia auténtica. Uno de los
grandes topicazos progres es que algo se perdió en el paso de
la Natura a la Nurtura, y uno de los recursos más socorridos
para demonizar la sociedad actual es compararla con hipotéticas
Arcadias del pasado remoto, en las que hombre viviría en armonía
con el Prójimo y el Cosmos, no tenía miedo a la muerte, guerreaba
con nobleza, respetaba a los Muertos, aceptaba sabiamente su
dependencia y sumisión a la Madre Tierra, reverenciaba sus
alimentos, etc: nostalgia que como he dicho alcanza incluso a Deleuze
con aquellos pasajes elegíacos sobre los “clanes” pre
estatales, e incluso quizás a alguien tan rocoso como Baudrillard en
su añoranza por cierta reversibilidad simbólica en los años del
catapún. El origen de dicha Nostalgia por la pre-historia (lo
pre-antrópico) como Paraíso se debe para algunos analistas
al mismísimo libro del Génesis. Varias lecturas de la Biblia
consideran que la manzana de Adán y Eva es metáfora de la
entrada en el reino de lo simbólico, condenando a nuestra
especie a su actual estado de errática decadencia, desprecio por sí
mismo y la naturaleza, y situándonos sin vuelta atrás en la senda
de un Apocalipsis moral siempre inminente. Según estas
lecturas, la Gran Cagada de la humanidad fue el desapego y
minusvaloración del Orden Universal del que proviene, y que
sustituiría por un mundo pecador construido sobre especificidades
humanas tales como la crueldad, la seducción y la mentira, que en
principio no existirían entre los animales. Evidentemente eso
no es así, y el reino zoológico es prolijo en muestras de suprema
crueldad y complacencia en el dolor de la víctima, engaños de todo
tipo, luchas de clases, juegos de seducción e intrigas palaciegas
tan complejas como las que Lorenz describe al respecto de ciertas
especies de pájaros, que no escatiman en infidelidades de pareja,
contubernios políticos contra el jefe del clan, belicosidad
permanente y sublevaciones revolucionarias de todo tipo.
El comportamiento de
los animales también opera bajo una “cultura”
simbólica, e incluso históricamente construida: la soberanía
que una manada reconoce en un Lobo, por ejemplo, no se debe a una
supremacía física contrastada, sino a procesos dialécticos en los
que su fuerza haya sido de-mostrada de manera ceremonial (y, si me
apuran, incluso teatrera). El macho alfa lo es en
muchos caos en virtud a heroicidades bien pasadas, y su gobernanza
sobre la manada no es comprensible más que en el marco de un “pacto
político” con todas sus implicaciones simbólicas. Incluso las
hormigas, en su conformidad con el orden jerárquico de cada comuna,
y pese a lo limitado de sus minúsculos cerebros, son bichos
fuertemente culturales, con su correspondiente repertorio de hábitos
rituales, obligaciones, estigmas, etc. La potencia filosófica de la
etología reside imho en su capacidad para desestabilizar el
consenso que delimita lo instintivo de lo cultural, no ya
diluyendo lo humano en lo animal, sino sintetizando
ambos dominios en una lógica común que desactive la supuesta
especificidad respectiva de lo natural, lo artificial y
lo cultural.
El problema de la
cultura, al menos desde un punto de vista materialista que acepte que
antes que seres pensantes somos trozos de carne animada,
es comprender cómo llegamos a participar de ella: hay quien
describe ese proceso como una “entrada”
en lo cultural, y quien más bien habla de una
“adquisición”
de la cultura. Una
diferencia que puede parecer anecdótica, pero que de hecho implica
dos concepciones antitéticas cuál es la consistencia de lo
cultural: en el primer caso se trata de un conjunto de
comportamientos, y en el
segundo de un conjunto de conocimientos.
En cualquier caso, se supone que la cultura no es innata, pues
llegamos al mundo como “receptáculos” vacíos a la expectativa
de ser determinados mediante un proceso que nunca es aprendizaje
autónomo, sino mediante la comparecencia de la comunidad
mediante una actividad social tan peliaguda como es la
educación.
El libro de Ranciere
sobre el “método Jacotot” es en el fondo nostálgicamente
humanista, pues todavía se confía en la capacidad
emancipatoria del aprendizaje como camino a la plenitud
incondicionada de las potencias propias. Partiendo de una muy
democrática y ecuánime consideración de la igualdad de las
inteligencias, Jacotot proponía que enseñar no consiste en
“instruir”,
es decir, proveer un cuerpo de conocimientos ya constituidos por
parte de un “profesor” sapiente a un “estudiante” ignorante
relacionados verticalmente, sino en un “acompañamiento”
del maestro al alumno en el que el camino hacia el conocimiento es
constituido en el desarrollo de las facultades activas
de éste, y no meramente en su receptividad pasiva.
El método en cuestión es generalmente invocado por los que
confían en que “educar” es un gesto fundamentalmente liberador,
aunque nunca se haya realizado plenamente en ningún sistema
educativo porque supondría una amenaza a la verticalidad
inherente a los aparatos de instrucción: siguiendo la lógica de
Jacotot desaparecerían las Academias, los premios Nobel, las “vacas
sagradas” de la cultura y las potestades de cátedra… y todos
ellos son fenómenos demasiado esenciales a la episteme capitalista
como para cargárnoslas de un plumazo. Los marxistas radicales de los
años 60 afirmaban que los “sistemas educativos” eran
absolutamente necesarios para el correcto funcionamiento de la
máquina estatal, pues lo que se “aprende” en un aula no son
conocimientos ni comportamientos, sino ante todo la noción de
“autoridad”: el alumno debe asumir su
obligación de estar 8 horas al día con el culo pegado ante el
pupitre, y aceptar las órdenes de un señor que decide qué se puede
hacer y qué no. Aprende así el funcionamiento del mandato,
que a fin de cuentas es lo característico de la cultura como
narración de la realidad convivida.
Así que olvidemos a
Jacotot y sus utópicas ensoñaciones de una educación liberadora:
el modelo imperante y socialmente aceptado de en qué consiste
“educar” es el que ilustran esos interesantísimos programas de
“coaching” del tipo “Hermano
Mayor”, “Supernanny”
o “El encantador de perros”,
que pese a estar protagonizados por sujetos supuestamente diferentes
(el púber descarriado, el
infante asilvestrado, la mascota
indomesticada), en el fondo
son tratados mediante una estrategia común. Ante todo, se trata de
instruir disciplina, para lo cual no se recurren a
innecesarios discursos moralizantes o sentimentales (aunque éstos
son utilizados como maquillaje del proceso, para que a ojos del
espectador el show resulte “humano”) sino que el problema
se resuelve pragmáticamente mediante un acondicionamiento
pavloviano tan efectivo como poco sutil. Sea en el caso de los
chuchos, los mocosos o
los niñatos, la domesticación
se propicia mediante la transmisión de un principio irrefutable: lo
más inteligente para ti es aceptar la autoridad. Si
lloras no hay postre, así que no llores; si
te emborrachas no hay paga, así que no te emborraches; si
ladras a los desconocidos no hay paseo, así que no ladres. La
mecánica del show es muy perversa, pues el sujeto indomesticado
siempre es presentado como un “chantajista”
al orden establecido, y su “entrada en la cultura”
pasa, como digo, por su connivencia con el reglamento que la legisla.
No soy tan romántico
como para demonizar esa dinámica por su oposición a cierta idea
ácrata de la “libertad”, pero las veces que he visto esos
programas siempre me ha dado la sensación de que las únicas
víctimas son precisamente los indomesticados, cuyo vandalismo
nunca es casual sino resultante de las problemáticas de los hogares
que habitan. Evidentemente, todos esas chonis
afurciadas, canis endrogallados, chuchos
esquizofrénicos y enanos despóticos se
comportan como tal a consecuencia de la torpeza de sus
tutores, que proyectan en ellos todo tipo de fantasmagorías
inconscientes que malamente pueden soportar los maleducados. Muy
tramposamente, el show pretende ser “imparcial” en el
arbitraje de los problemas al introducir en el hogar a un educador
neutral que observa la problemática “objetivamente”, “desde
fuera”, y que siempre es una figura carismática que porta en
sí el espíritu de la Autoridad: la MILF que
ejerce de supernanny, el peripatético
malote reinsertado que proponen como “hermano mayor”, y
ese señor con el cutis raro (¿se da botox?)
que domestica a los canes. Primero se expone lo infernal de la
convivencia doméstica, se valora el déficit de autoridad (el
problema siempre es la incapacidad de los tutores para “meter en
cintura” al sujeto que quieren educar) y luego se despliega
todo el arsenal de instrumentos conductistas capaces de imponer los
hábitos “educados” necesarios para la convivencia armónica.
Reconozco que sólo suelo
ver los primeros minutos de esos programas: encuentro que lo
verdaderamente interesante y divertido es el momento inicial en el
que el indomesticado monta el belén en su hogar. En cuanto
aparece en escena el Educador de turno con su magnanimidad imperial
el interés decae gravemente, porque uno ya sabe lo que va a
pasar, y cómo va a pasar. Me resulta muy frustrante ese
pragmatismo pavloviano tan perverso, que como digo se basa en el
principio de que aceptar la autoridad es lo más inteligente, en el
utilitarismo del conocimiento implícito en la premisa “si
sigues así no vas a conseguir nada”, que es la que con más
insistencia se transmite al objeto de instrucción. Subliminalmente
se afirma que lo que el indomesticado espera y necesita es autoridad,
que hay en él una disponibilidad natural a “aceptar la norma”,
y que si no lo ha hecho ya es por impotencia. Pero no tengo una
alternativa a este modo de educar: el mismo Lorenz reconocía la
importancia ordenadora de las jerarquías para garantizar la
continuidad de las comunidades animales, por lo general muy poco
igualitarias.
El problema de la
educación es fundamentalmente el problema de la autoridad: cómo
puede el educador “hacer fuerte” al alumno sin imponer dogmas
cuyo sentido el estudiante todavía no está preparado para
comprender. Volviendo a Lorenz y sus estudios sobre las jerarquías
animales, está claro que en el reino zoológico la cuestión se
resuelve sin miramientos mediante la fuerza bruta, así que no sé
hasta qué punto los materialismos del “animal humano”
pueden servirnos de inspiración para un nuevo paradigma educativo
menos tramposo (y menos hortera) que los del coaching
televisivo. Algunos compañeros que son “profes” (como espero
serlo yo mismo más pronto que tarde) insisten en que los alumnos son
inmanejables sin el recurso a mecanismos casi despóticos por parte
del profesor, como si el infante comprendiese instintivamente el
respeto al déspota se deduce de la superioridad física… pero
quiero creer que ello es un fenómeno circunstancial propio de
la civilización que promueve el modelo educativo que todos
conocemos, y que como digo se basa en la disciplina (la
aceptación de la tortura de 8 horas con el culo pegado ante el
pupitre). No tengo una solución clara para este problema, pero
intuyo, con Jacotot, que la solución pasa por la instauración de
una relación de amistad entre maestro y alumno… aunque,
paso previo necesario, antes debamos plantear el problema irresuelto
de aclarar en qué consiste la sabiduría.
Buen artículo, complace coincidir en muchos puntos, ya se sabe. No obstante, te dejo dos observaciones y una reflexión loca.
ResponderEliminar1. El concepto de "carne animada" referido al animal lejos de encajar con ningún materialismo encajaría con una suerte de idealismo pop ciego a lo manifiesto. No olvidemos que Platón no deja de ser un gran materialista. Pensemos en la materialidad radical de la Idea... no es tan simple como una forma independiente, la Idea es consistencia material heterogénea en cierto modo... ¿o no? Al final las oposiciones tajantes entre sistemas de pensamiento son bastante superfluas si se profundiza lo suficiente, se llega sencillamente a momentos de decisión críticos que sí pueden ser incompatibles y luego al desarrollo de ciertos aspectos que normalmente se complementan y son compatibles con los de otros sistemas.
2. Sobre las alternativas al condicionamiento clásico, tienes el condicionamiento operante, más dado al refuerzo positivo. Pienso que el objetivo ideal de una educación, vamos a decir constructiva, debería ser la apertura a la bildung. Otra cosa bien distinta sería la bildung, pero tal proyecto sólo puede surgir de un voluntad genuina que toma sobre sí el cuidado y cultivo de una singularidad histórica que se ejerce en el dar de sí. No podemos exigir al niño que trascienda su egoísmo fundamental, ni que sueñe con mayor intensidad que el adulto. Es una lástima que el sueño ilustrado y las condiciones de producción y de consumo imperantes, me temo que el pan-gimnastikon tampoco fue mejor, producen subjetividades muy primarias que viven en una suerte de ensueño irracional. Nada más irracional que la racionalidad ilustrada. Luego está el problema del ideal que anima ese construirse de por vida, la imagen del pensamiento de fondo, porque tampoco está exenta de desarrollos absurdos como puede ser el héroe carlyniano, el hombre de acero o la modelo de pasarela; sin embargo, creo que se entiende que nos referimos a una bildung auténtica en sentido heideggeriano.
Reflexión poética.
Si la intensidad no está del lado de lo múltiple sino de la extensión, siendo que la intensidad "produce" una profundidad sui generis, igual que la típica ilustración del embudo de un agujero negro, así pasa con el campo de presencia y su singularidad, un ego que sería el precursor oscuro que va trenzando las series...
Encantado de leerte!
Error: En lugar de "Si la intensidad no está del lado de lo múltiple sino de la extensión" sería "Si la intensidad no está del lado de lo múltiple, sino que lo múltiple está del lado de la extensión,..." una construcción un poco enrevesada pero creo que sirve para expresar el sentido de la reflexión.
Eliminar
ResponderEliminarBonito texto. Muy entretenido -como siempre que utilizas tu “estilo libre”-. Frases como que “la Gran Cagada de la humanidad fue el desapego y minusvaloración del Orden Universal del que proviene” me parecen muy sugerentes, pero yo cambiaría ese “Orden Universal” por el de un Desorden Universal al que intentamos “ordenar” -en ambos sentidos del término- para protegernos del caos o del azar -algo no sólo imposible sino sutilmente indeseable, creo-.
Sobre lo de la sabiduría... ya lo dijo Epicteto, un estóico que creo que se paso media vida de esclavo en la Roma del siglo I: “Concededme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría para establecer esta diferencia”.
Sobre este asunto leí algo también interesante de un tal Simón Royo que se titula “El prejuicio sociológico: ensayo sobre el resentimiento o de la pasión contra la razón”, en el que dice cosas como éstas:
“El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas al día está deprimido, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que el esclavo con grilletes esperaba mucho de la vida y que, por tanto, en el fondo su pesimismo proviene de su exagerado optimismo.
Ahora démosle la vuelta al acontecimiento y expliquémoslo, invertido, por la misma regla de tres: El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas diarias es muy feliz, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que no esperaba mucho de la vida y que, por tanto, no ha pecado de optimismo hasta el punto de que le llevase a la depresión.
De esta manera resulta que todo el que está deprimido es porque espera mucho de la vida, mientras que todo el que esté feliz será quien no espere mucho de la vida. Con lo cual nos vemos imposibilitados de realizar ninguna argumentación objetiva acerca de la calidad de vida de los individuos, ya que ésta dependerá del grado de esperanza que éstos sientan o dejen de sentir en su fuero interno.
Distinto sería plantear la medida de alimentación, ciertamente objetivable, que los cuerpos humanos (dependiendo de su complexión y otras variables) deben ingerir para que se los considere suficientemente nutridos y declarar que, aquellos que sobreviven por debajo del nivel nutricional mínimo tienen, en ese aspecto, una mala calidad de vida”.
http://www.plusformacion.com/Recursos/r/Educacion-mercado-filosofia-formacion-politica-ciudadania-3ra-Parte
ResponderEliminarSobre el comentario del anterior post -de Observer sobre JB y su “Por qué la ilusión no se opone a la realidad”-:
Para JB la fotografía no es sólo una imagen congelada. Y no es su dimensión estética ni cultural lo que le interesa, sino su dimensión social, y cómo precisamente la imagen -que es un desafío instantáneo de desciframiento- está acabando con toda comunicación de mensajes que requieren un tiempo de reflexión -procedente del “espejo” burgués, el narcisimo y esas cosas-, y una distancia capaz de producir ilusión con la imaginación.
La imagen transmitida en “tiempo real”, por el contrario, lo que produce -y reproduce- es la simulación, terminando así con toda ilusión pero creando una especie de fascinación (fascinación por la perfección del objeto, etc.)
Y todo esto tiene mucho que ver con la aceleración de Virilio y con “el medio es el mensaje” de McLuhan.
Para JB la realidad, no es que no exista, sí existe, pero hace tiempo que es producida por todo un sistema de medios de simulación de “lo real”, que operan -aparecen y desaparecen- en el lugar vacío de las pantallas. Lugar en el que quizá, IMHO es donde quede todavía algo de “ilusión”, debido a que la relación de fuerzas reales ha sido sustituida por la relación de fuerzas virtuales que producen ya una realidad muerta y desvitalizada, del mismo modo que producen unas vacas desvitalizadas a base de piensos y hormonas, o unos vegetales desvitalizados a base de mutaciones genéticas y herbicidas que repelen a sus viejos “enemigos” -y también a sus viejos amigos, claro- naturales, reales -o como se les quiera llamar- de ese pasado real. Porque como dice JB: “no vivimos ya un tiempo real, sino hiperreal”.
… pero yo supongo que es “gracias” a la ciencia por lo que vivimos en esta alucinada hiperrealidad... y por lo que seguimos para bingo, claro... o para otro big-bang, no sé:
http://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-de-ciencias/la-interacci%C3%B3n-cu%C3%A1ntica-es-10-000-veces-m%C3%A1s-183345109.html
offtopic total: tremendo temazo de stanislav tolkachev, este tío me deja KO con todo lo que hace, impresionante!!!
ResponderEliminarhttp://soundcloud.com/emergence-pohjola/bonus1-stanislav-tolkachev-4th