¿Cómo es posible que tantos hombres,
ciudades y naciones soporten a veces cualquier cosa de un tirano, que
no tiene más que el poder que se le da, que no tiene el poder de
perjudicar más que cuando se le quiere prolongar y que no podría
hacer ningún daño, a no ser que se prefiera sufrirlo antes de
contradecirlo? ¡Cosa verdaderamente sorprendente (y, sin embargo,
tan común que es preferible llorar que extrañarse)!; ver a millones
de millones de hombres miserablemente esclavizados, sometidos, con la
cabeza baja, a un yugo deplorable, y no porque estén obligados por
una fuerza mayor, sino porque están fascinados y, por así decirlo,
hechizados por el nombre de uno solo, al que no debieran temer porque
está solo, ni amar, pues es inhumano y cruel con ellos.

La forma más elemental al mismo tiempo
que la razón más general de la creencia religiosa no es otra que la
deuda del sentido: lo que durante milenios los hombres han reconocido
deber a los dioses…
Comprender por qué los hombres han
querido ser universalmente deudores, por qué las sociedades han
pensado también obstinadamente que sus razones dependían de otra
cosa que de ellas mismas, es comprender por qué hay un estado
posible en un momento del desarrollo humano-social.

Profundamente racional, profundamente
conforme con el sistema, profundamente reformista, el crítico
permanece en la esfera de lo criticado, le pertenece, no supera más
que un término de posición, no la posición de los términos. Y
profundamente jerárquico: ¿de dónde le viene al crítico la fuerza
sobre el criticado? ¿sabe más? ¿es el profesor, el educador? ¿es,
por tanto, la universalidad, la unidad, el estado, la ciudad
inclinándose sobre la infancia, la naturaleza, la singularidad, lo
oscuro, para elevarse hacia sí?
(…)
Mirad a los proletarios ingleses, lo
que el capital, es decir, su trabajo ha hecho de sus cuerpos. Pero me
diréis: es eso o morir. ¿Quizás creéis realmente que hay una
alternativa entre eso o morir? ¿Y que si se hace eso, si se
convierte en un esclavo de su máquina, en la máquina de la máquina,
ocho horas diarias, doce horas hace un siglo, es porque se está
obligado, coaccionado, porque se quiere vivir? La muerte no es una
alternativa a eso; es una parte, atestigua lo que hay de placer en
ello, los “sin trabajo” ingleses no se han hecho trabajadores
para sobrevivir, han… gozado del agotamiento histérico,
masoquista, y yo qué sé qué más, de aguantar en las minas, en las
fundiciones, en los talleres, en el infierno, han gozado en y de la
loca destrucción de su cuerpo orgánico que les estaba ciertamente
impuesto, han gozado cuando se les imponía, han gozado de la
descomposición de su identidad personal.
Jean-François Lyotard, "Economía
libidinal"
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/32126/Felix_de_Azua
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