miércoles, 8 de mayo de 2013

Nick Land: Aceleracionismo e Hiperstición


Thanatocracia de los zombies radioactivos



The story goes like this: Earth is captured by a technocapital singularity as renaissance
rationalitization and oceanic navigation lock into commoditization take-off. Logistically accelerating techno-economic interactivity crumbles social order in auto-sophisticating machine runaway. As markets learn to manufacture intelligence, politics modernizes, upgrades paranoia, and tries to get a grip.
Nick Land, aquí

¿Quién comanda a los Jinetes del Apocalipsis?

Hoy en día resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Esta sentencia, cuyo autor original es al parecer Fedric Jameson pese ha haber sido popularizada con más éxito por Slavoj Zizek, enuncia un estado de ánimo colectivo que, recreándose en las gozosas fatalidades posmodernas, ha hecho de la resignación el subterfugio perfecto de nuestra renuncia al debate político a cara descubierta. El mortecino ambiente general de falsa desesperación instrumentaliza esa perversa glorificación del “Sistema Capitalista” como una instancia Única, Omnipotente e Inevitable de la que emanarían todos nuestros males, de acuerdo una lógica estéril desde su mismísimo punto de partida: de nada sirve plantear los problemas del mundo mediante categorías antagónicas absolutas, reduciendo el debate a la hiperbólica disyunción entre “todo o nada” (el capitalismo o su inexistente afuera) que desfigura lo que podrían (deberían) ser discusiones mucho más resolutivas.


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Esta situación de asfixia epistémica se debe probablemente al error de haber sustantivado a ese Sistema Capitalista como un agente, un actuante que dispusiese los acontecimientos a su antojo, y con el que no hay interlocución posible. ¿De quién es la culpa de cada problema? Del capitalismo. Respuesta infalible y comodín que sirve para desistir de resolver la concreción de cada problema. Al unificar en una misma agencia a la multiflicidad infinita de voces, procesos, sujetos y recursos que componene el crisol capitalista, nos hemos rendido a su inevitabildad: por ser Único, es caprichosamente omnipotente. E insisto, no se le puede hablar, pues no tiene una voz habilitada para la interlocución. Como un Dios, ese gran Capitalismo fantasmático que centra los discursos subversivos ha paralizado toda tentativa de cambio: como si un espectro diabólico hubiese poseído nuestro cuerpo social, el doloroso exorcismo que buscamos habrá de cobrarse el sacrificio de nuestra forma de vida en su conjunto.

Las teorías políticas contemporáneas se cuentan por fracasos, y las viejas categorías de progresismo, conservadurismo, liberalismo o centrismo han difuminado su identidad hasta perder el significado que pudiesen haber tenido: paradójicamente, hoy la izquierda es retrógrada, y la derecha afianza su monopolio sobre las alternativas de futuro. El mismo Zizek propone que la presente “crisis” es ante todo el hundimiento de la noción que hemos heredado del “Socialismo” (espectro que abarca desde el marxismo más radical hasta los centrismos socialdemócratas), razonamiento que yo llevaría un paso más allá: la crisis se debe al desvelamiento de la inexistencia del campo autoconsistente de lo social. Tal vez en algún momento del pasado la expresión “lo social” tuviese algún significado, pero definitivamente hemos constatado que, en la era contemporánea, dicha instancia ya no es agente. Casos como el griego o el español demuestran que las mayorías ya no son silenciosas: hablan, se quejan, expresan sus fustigaciones... pero no actúan. Lo social como cuerpo consistente de solidaridades ya no se efectúa en acto, sino en el balbuceo del requiem por un “pueblo” cadáver cuya muerte no habíamos advertido, situándonos en un duelo ideológico que exorciza su pena mediante el via crucis económico. Cada vez más, la categoría de “lo social” se invoca como mero artificio simbólico, simulacro estético: la arquitectura social, la obra social de la Caixa. En el futuro, algún antropólogo debería estudiar las morbosas y autocomplacientes letanías sadomasoquistas y autoinculpatorias con las que la “multitud” ha incorporado la crisis a su imaginario colectivo.
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Aceleracionismo

Curiosamente, es en ambientes anglosajones (donde la crisis ha pegado con mucha menos virulencia que en el sur latino) donde proliferan con más seriedad los discursos que incorporan los fúnebres augurios del Apocalipsis a las ecuaciones prospectivas, en un juego intelectual macabro ante el que conviene mantenerse siempre escéptico y suspicaz dado el orden económico que los produce: las escatologías del doomsday, el fin de hombre y el hundimiento de la civilización florecen en universidades privadas y circuitos culturales de clase media, y desde luego no en los países más hundidos ni en las marginalidades periféricas del imperio: no esperen encontrar filosofías de tanatofilia procedentes de las favelas o los slums de la India, sino más bien en los más confortables claustros de instituciones de la industria cultural británica y norteamericana. Semejante frivolización de la catástrofe hace que el discurso de alguien como Nick Land no pueda despegarse nunca del aura de boutade histriónica que le rodea, al ser él un profesor de vida tranquila que apenas intuye la severidad de los dramas con los que tan frívolamente especula, y que en su caso sirven para articular un discurso resueltamente encarrilado a la promoción catártica del fin absoluto del mundo. Antaño militante de anarquismos de ultraizquierda, Land parece asentir con Jameson o Lyotard en la inevitabilidad e indestructibilidad de la máquina capitalista, y por tanto propone con firmeza que la única solución posible para terminar con ella es abalanzarla al abismo, conforme a una especie de ética kamikaze vagamente estoica que sacrifica a la humanidad como ofrenda necesaria para derribar el imperio omnipotente del capital esquizo: como en el final de “The Cabin in the Woods”, Land propone una ética de la autoinmolación, como el enfermo que se suicida cuando confirma la intratable metástasis de su cáncer.

Este magnífico paper de Ray Brassier sobre el programa del Aceleracionismo explica críticamente la fomulación de la que se sirve Land para deducir tan funesto destino (los perezosos pueden optar por este video de Brassier explicando su paper, pero dado lo ineresante del contenido recomiendo que le dediquéis un rato a la versión escrita). Su lógica es muy sencilla: ya que, conforme al deleuzianismo bergsoniano en el que milita sin matices, todo gesto ha de renunciar tanto a la representación como a la negatividad, la gestión de la máquina capitalista no ha lugar para idealismos utópicos, salidas “socialmente comprometidas”, reformismos apaciguantes ni cobardes apelaciones a la cordura. La plena realización del cuerpo sin órganos, la consumación de la afirmación vitalista según la ética esquizoanalítica, exigiría acelerar sin miedo la disolución de la historia humana y abalanzarla inmediatamente a la única síntesis posible, que es la muerte.
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El estupendo texto de Brassier desguaza minuciosamente los presupuestos metafísicos que lleva a Land a proponer una ética tan aparentemente siniestra: ya que el pensamiento no es más que un epifenómeno o propiedad emergente de la materia (desde una aproximación casi pan-psiquista según la cual el único actor real de la historia es el inconsciente molecular, la soberanía misteriosa de la Materia que se sirve de nosotros para llevar a cabo su destino), no hay lugar para ningún tipo de “reflexión” negativizante, conceptualizante o de ánimo racional (una de sus mejores frases: “If reason is so secure, why all the guns?”), sólo cabe optar por una especie de “materialización” de la crítica kantiana que radicaliza la desterritorialización absoluta de lo real vía “Mil Mesetas”, en lo que Brassier describe como la sustitución del vitalismo bergsoniano por un inconsciente material thanatrópico. De su complejo entramado conceptual deducirá así una suerte de inevitabilidad de la esquizofrenia cósmica, en tanto en cuanto nuestras ideas y acciones no son más que la mascarada de la que se sirve la materia para alcanzar su escatón suicida. En el landianismo, el ser humano no es auténticamente un agente, no es más que un esclavo de la voluntad mundana y su irrefrenable proceso esquizofrénico, “it’s happening anyway and there is nothing you can do about it.” Es decir: somos autómatas, peleles o zombies, encarnaciones pasivas de los caprichos libidinales del cosmos, siempre tendentes a la esquizofrenia. La experiencia, en cuanto subsidiaria de un Sujeto, no tiene ninguna importancia en este proceso de intensificación del proceso primario de autoproducción material, y el imperativo de afirmar lo inevitable ha de cobrarse por fuerza el oneroso diezmo de lo Humano: el horizonte es la muerte, que en el sistema de Land ocupa un lugar equivalente al de la negatividad en Hegel como matriz fundamental de la producción, del acontecimiento. ¿Consecuencia? Transformando la teleología en escatología, Land interpreta el neoliberalismo como el momento en el que el cosmos alcanza el paroxismo de su esquizofrenia, y por tanto nos insta a llevar su lógica todo lo lejos que seamos capaces. La eliminación de lo humano y su disolución en un “cuerpo sin órganos” (papilla indiferenciable de máquinas de silíceo, bacterias, rayos cósmicos y materia no-muerta) es inevitable en el devenir del deseo maquínico. En realidad, su postulación parte de cierta lógica supuestamente ultra-materialista según la cual la conciencia humana no es más que un fragmento minúsculo en el proceso de muerte continua que es la historia del universo, y tras la cancelación del sujeto llegará la destrucción de lo impersonal, lo colectivo, lo social, lo humano, y el Mundo como experiencia. Insisto: el proceso es, según Land, inevitable.
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A algunos sorprenderá que su delirante radicalización del proyecto deleuzoguattariano (en realidad, casi todas sus ideas estaban ya implícitamente previstas en Anti Edipo) termine en una especie de aceptación cínica del neoliberalismo, que resulta secretamente magnificado por su naturaleza suicida: el capitalismo extremo es lo mejor nos puede pasar, pues es el sistema más adecuado para consumar ese destino inevitable que es la obsolescencia de lo humano. Land instrumentaliza el neoliberalismo en lo que Brassier llama “alianza táctica” para defenestrar la historia… siguiendo indirectamente nuestra intuición de que el sistema que mejor se adapta al deleuzianismo es el neoliberal, aunque por motivos decididamente opuestos a los que propone Land.

Como especulación materialista, la lógica de Land es aplastante e incluso quizás la única posible teniendo en cuenta los presupuestos metafísicos que maneja, pero la utilidad que pueda tener como narrativa política es muy dudosa: su maniobra más contundente consiste en afirmar que no existe y nunca ha existido algo así como un “agente humano”, por lo que más que la subversión desde la resistencia, oferta la celebración gozosa y decidida de unos acontecimientos que se hubiesen consumado de cualquier manera.¿El único triunfo posible es la rendición? Antes de que las huestes baudrillardianas lo recordéis, efectivamente esta postura es prima hermana de las espúeras Estrategias Fatales esbozadas por JB, aunque en el landianismo el argumento de fondo sea una especie de fetichización panteísta de los extraños caprichos de la materia no-muerta. No obstante, creo que el error de su razonamiento es el típico de los materialismos más zafios: al considerar que las Ideas no son más subterfugios o simulacros de realidades más profundas y siempre materiales, olvida que lo ideal también tiene una función inmanente que cumplir, que el campo trascendental consuma sus propias determinaciones con la misma operatividad que el campo electromagnético o el gravitacional.
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Hiperstición

Incluso si son un espejismo, las Ideas revierten en los estados de cosas, dado que siguiendo su criterio respecto al inconsciente molecular, la potencia transformadora de las ideas sobre lo real e inmanente queda perfectamente descrita en otro concepto de Land como es el de hiperstición”, o lo que es lo mismo, la reformulación de la superstición desde la ontología plana. Este concepto equivale a lo que aquí hemos llamado “profecía autocumplida”: narrativas que proponen un determinado futuro como inevitable y, si son aceptadas como verdaderas por el cuerpo social al que van dirigidas, terminan por hacerse realidad. El ejemplo más explícito del comportamiento hipersticioso es la bolsa de valores, pues en cuando prolifera el rumor del tipo “mañana bajará la bolsa de Madrid”, dicha predicción termina por confirmarse una vez que los inversores aceptan que el augurio es más que probable. “Hiperstición” es el fenómeno por el que la fe mueve montañas, o por el que lo verosímil se convierte en verificable previa naturalización de su veracidad. Por más que se le quiera dar un fundamento materialista, este concepto (ontológicamente emparentable con el “efecto de realidad” de Rancière) certifica el poder creativo inmanente de los discursos, y por tanto desactiva las sórdidas escatologías cyclonopédicas. Es incluso planteable que la instancia hipersticiosa más poderosa sea el dinero, cuya “realidad” se consuma únicamente por nuestra aceptación tácita de su valor, meramente ideal, supersticioso (como hemos dicho mil veces, el dinero no se come).

La mística apocalíptica de Land y su correlato ético aceleracionista es tan hipersticioso como cualquier otro gran programa escatológico: los procesos que describe son inevitables únicamente en cuanto aceptamos su inevitabilidad y remamos a favor de su efectuación. Basta con desconfiar del vitalismo para que su lógica operativa se desvanezca, pues como cualquier otra filosofía sólo es rigurosamente Verdadera cuando olvidamos la naturaleza siempre supersticiosa de la veracidad. Y es que el debate de fondo al respecto del post humanismo no consiste en dilucidar si el fin del hombre es evitable o no, sino en la conveniencia o inconveniencia de dicha desaparición. Frente al aceleracionismo de Land y su rendición ante las fuerzas subterráneas y meta-humanas que según él dirigen el capitalismo, tenemos la posibilidad de inventarnos una fe que lo desactive con el poder de la palabra. Hay una curiosa convergencia de los más modernos nihilismos (cada vez más místicos y sepulcrales) con los planteamientos filosóficos ancestrales de las religiones más antiguas, cuya profundidad y sabiduría pragmática sólo ahora empezamos a poder evaluar. Y es que “hiperstición” es la puesta al día de aquel aformismo del evangelio de San Juan que identificaba a Dios como una narrativa en acto, “El verbo hecho hombre”, o la arquitectura de la realidad como resultante de un discurso performativo que se autorrealiza, frente al modelo representativo que presentaba al hombre como “imagen y semejanza” de la esencia divina.
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Ideas radioactivas

En consecuencia, lo que buscaba ser un aplanamiento inmanentista de la superstición, termina por hundirla con tal fuerza en sus encarnaciones, que la supuesta autosuficiencia de la materia no es más que un lienzo muerto que sólo adquiere dinamismo a través del don vivificante de las narrativas. A nivel personal, he de decir que el modelo de Land me ha resultado increíblemente potente como aclaración de ciertas dudas metafísicas personales: su figuración de cómo advienen las Ideas (son irradiadas por la materia) es de una simplicidad y claridad apoteósicas… pese a que en mi caso conducen a un Idealismo radical opuesto a lo que en Land quiere ser desesperadamente materialismo. Del mismo modo que el rojo y el azul son habitantes del campo cromático, del mismo modo que los bosones son habitantes del campo de Higgs, y del mismo modo que los kilómetros son habitantes del campo del espacio, nosotros (en cuanto consciencia) somos habitantes del campo de las Ideas: lo ideal es nuestra forma de acceder a lo real, y no hay motivo que haya algo más subyaciendo a esa realidad ideal. La materia no muerta de Land, el cuerpo sin órganos deleuziano y el alain vital de Bergson son únicamente ideas, esa es la plenitud de su sustancia infundable. El apocalipsis es reversible, tan reversible como cualquier otra hiperstición: basta con dislocarlo desde la potencia omnipotente de una nuevas fes que lo inhabiliten.
La metástasis ideal del Capitalismo es siempre tratable mediante la terapia radioactiva de las Ideas, capaces de disolver su aura. Nick Land desmontaba lo humano apelando a la sustancia no-muerta en la que se encarnan, a la libidinalidad como proceso primario que legisla en la sombra nuestras decisiones… Pero si en esa dinámica de carnes no podemos ser más que zombies sin voluntad, Land olvida que además estamos dotados de un potentísimo sistema inmunológico y de depredación: somos zombies, pero zombies radioactivos. Irradiando ideas nos desparasitamos de la sanguijuela capitalista que Land quería aniquilar por sobrealimentación (pronunciar la borrachera del capital hasta su coma etílico), y quizás incluso podamos hacernos un hogar en ese Chernobyl devastado que es hoy día “lo social”. Thanatocracia.
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3 comentarios:

  1. No es fácil pillarte entonando el "sí se puede" (tenemos poder), yo he disfrutado mucho con tu post de hoy, un poco foucaultiano por cierto.

    Hay muchas cosas destacables en tu crítica, como la persistencia en esa lógica dual entre categorías antagónicas absolutas, obviando cuestiones paramétricas, la omnipresencia del Dios Capital, y, sobre todo, esa idea de que la hiperstición es una hiperstición, como cualquier otra "idea" que se nos ocurra.

    Es fácil pensar que si cuantificamos, es decir, si no hablamos en absolutos, podemos decir que sí podemos operar, a cierta escala me refiero, pues está claro que ante un estallido de la Naturaleza, un volcán, no lo contaremos si nos pilla cerca. Pero lo interesante es que hay escalas en las que operar en lo social-político, eso es lo que le interesa a la gente, ¿no?. Yo me pregunto la aplicación práctica de estas filosofías para el hombre de a pie (es decir, yo que no soy filó-fofo): supongamos que me creo estas distopías, entonces me voy corriendo a acelerar el proceso de autoinmolación capitalista. Cómo?, social o individualmente. Venga, soy taxi driver. Pienso que tengo que contribuir a disolver lo social (más de lo que está), le doy unas hostias a mi padre y pongo una bomba en un marathón, después me voy a Ikea y consumo como un cerdo, y luego, voy a un bosque a cargarme robles. Pienso que colectivamente sería más potente, entonces montaré una empresa explotadora y que consuma la mayor cantidad de energía posible. Por la noche explotaré sexualmente a unas cuantas mujeres.

    En mi opinión, hay una contradicción evidente en este pensamiento: no tenemos poder para revertir el proceso pero sí para acelerarlo, ¿como es esto?. Lo jodido es que, como ya se ha dicho por aquí, el sufrimiento existencial del hombre no se agota en el capitalismo. El sufrimiento no es el capitalismo, sino la idea misma de la destrucción. El apocalipsis no está en nuestras manos, otra contradicción de su teoría. Y la última: incluso para convencernos de nuestra propia auto-inmolación hace falta un consenso colectivo y no se como podemos llevar acabo sin operar en sentido positivo sobre lo social. Ni idea. Perdón por la intromisión. H

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  2. Buen post, si además nos tradujeras los textos que enlazas ya sería lo más. Mierda de máquinas traductoras.

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  3. Thanatoestética diríamos.

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