martes, 29 de enero de 2013

Polirritmo, polifonía #4: Autechre y la anti-intuición

ª u t € c R
 parte 1





No entiendo en toda su profundidad el concepto de deconstrucción, ni he llegado a leer con detenimiento a Derrida, pese a sentir una ambigua fascinación por el singular aura de personaje pop casi caricaturesco en que se ha convertido su espectro. Cada vez que intento tomarle en serio choco con la insoportable retórica con la que escribía o con el cansino narcisismo de sus apariciones públicas. Pese a todo, es un icono pop con puntazos muy coñeros (el ochenterismo extremo de sus atuendos, el pelo SSS, su glamour para con el artisteo moderno, las fotos en que exhibe su mirada mágnum, su fandom de feminazis…) y probablemente termine por encontrarle algún día: me identifico con su forma de pestañear y mirar al suelo, varios de sus conceptos claves me interpelan (sobre todo, presencia y escritura) y pese a que su nombre es moneda de cambio entre lo más frívolo y hortera de la Academia Gafapasta, hay algo en él que me inspira confianza.
Hubo una deconstrucción en arquitectura, uno de cuyos más representativos (y onerosos) proyectos está por cierto en Santiago de Compostela. Fue una efímera corriente semi-intelectualoide todavía en boga cuando yo estudiaba, pero que terminó tristemente por resultar un bluff tanto en su voluntad de instituirse en moda identitaria de una época, como de su ansiada estocada final a un Movimiento Moderno que ha sobrevivido a contendientes más letales. Lo que empezó como gestualidad insolente y radical propia de kamikazes que leen manifiestos, apenas dio para un par de starchitects de los que se apuntan a todas las salsas y un saludable toque de despendole estético en un contexto tan asfixiante como el del puritano moralismo formal de los arquitectos: quizás el “deconstructivismo” hubiese desarrollado mayor pegada de haberse dado en cualquier década que no fuesen los ochenta, que (y esto está más que contrastado) afean todo lo que tocan. No sé si Miralles (otra de mis asignaturas pendientes) leía a Derrida, pero de darse el caso apreciaría a ambos con ojos incluso más curiosos.

sábado, 26 de enero de 2013

polirritmo, polifonía #3: Adorno monotones, Hegel politronics

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El arte obtiene su sustancia (los asuntos sobre los que indaga) de las especificidades de la cultura correspondiente a cada época, pues como siempre recordamos el propósito de la función artística es la adecuación de los sistemas cognitivos de los espectadores a los fenómenos que han de resolver en su vida cotidiana. Últimamente estoy fascinado con el hegelianismo, y creo que aquello del zeitgeist hay que leerlo de un modo mucho más mundanal y material de cómo se suelen hacer sus exegetas más pomposos: el “geist” no es una figura idealizante ni totalitarizadora de un “espíritu” omni-presente, sino algo así como la panorámica de un tiempo a resultas de las condiciones culturales inmanentes que le son propias. Los artistas trabajan sobre problemas, errores o faltas, y supongo que la pertinencia (y conveniencia) de la “belleza” como parámetro primero sólo merece la pena cuando ésta viene a ser la armonía nueva de disparidades viejas. La única belleza respetable es la que criba el ruido hasta que aflore la melodía que le subyacía, en un proceso perfectamente remisible a ese fabuloso método de producir realidad que es la síntesis dialéctica.

miércoles, 23 de enero de 2013

f l o t a c i ó n



( ( (
texto post dos
imágenes denis darzacq
) ) )




Curiosamente, el final de la cultura -tal y como la entendemos- coincide con el principio reptiliano: algo metafóricamente unicelular.

Las nuevas instituciones a-sociales para la sociedad ya no son para las masas sino personalizadas.

Mecanismos automáticos -o maquínicos- para reterritorializar el territorio a gusto del consumidor cultural -osease, nosotros-. Esa modernizada -aunque primitiva- máquina para fabricar sentido existencial e identidad -osease, arte-.

Nuevas fabricaciones automáticas de los nuevos humanos singulares en busca de su existencia social perdida, es decir, de su sentido perdido -o de su sentido, sin más-.

Fabricación a la carta y a medida de las aptitudes y actitudes de cada cual. Fabricación de su destino, pero todavía sin Historia.

La fabricación del ser humano se dio por concluida cuando fabricó el hacha. El resto, hasta la fabricación de la bomba atómica, fue su Historia.

martes, 22 de enero de 2013

polirritmo, polifonía #2: el arte, inflacionario





El arte abstracto intenta cancelar la significación de los fenómenos mediante una doble huída de la figuración, dirigiéndola por un lado hacia la generalidad pura (las condiciones lógicas de construcción e identificación de formas) y por otro hacia lo radicalmente particular (la intensidad afectiva del fenómeno ya no referenciado a un código objetual sino a su presencia radicalmente concreta y local), cuya mayor proeza ha sido demostrar la correspondencia y simetría entre lo ideal y lo sensual en el dominio autónomo del sentido.  La abstracción estética es entonces un “escapismo” que transporta al pensamiento a un universo impersonal y autoreferencial que sólo puede alcanzarse mediante la anulación de la narratividad y el reconocimiento. Un cuadro abstracto sólo es verdaderamente abstracto la primera vez que es contemplado: cuando un espectador mira un objeto artístico ya conocido (ya interiorizado), éste ha sido figurado, codificado, identificado, y así privado de su inicial condición abstracta. Su valía es directamente proporcional a su capacidad de comprometer los aparatos intelectuales de reconocimiento, de violentar las expectativas del ojo en su encuentro con las presencias del mundo.

jueves, 17 de enero de 2013

Estética política #4: El Anillo Único


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Dinero & Poder

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1.
Esbozo de una Lógica del poder

El campo del poder en general es el dominio de las potencias de un sujeto en relación al mundo. Considerado como condición o cualidad propia del individuo al que se le atribuya, “Poder” es la capacidad de realizar o no realizar una acción que repercute en el mundo. Sólo hay ejercicio de poder cuando cabe la posibilidad de su no ejercicio.

El poder es un dominio inmanente y en acto. No requiere de la conciencia, y su ejercicio se realiza por lo general inconscientemente y como síntesis pasiva y objetiva. Dicha síntesis necesita unos límites para poder tener lugar, siendo esos límites los que habilitan, especifican y producen cada poder. La dinámica de tales límites es paralela a un código de poder como instancia representativa, compartible en cuanto normalizada. Los poderes se vuelven conscientes únicamente con la percepción de alguna resistencia que se le oponga: el poder sin resistencia es invisible, imperceptible, y por tanto incuestionable e inalterable. Algunos pensadores (por ejemplo Hegel) radicalizan esta idea y proponen una noción dialéctica del poder determinándolo por el tipo, grado y modo de las resistencias que se le opongan, volviéndolo presente: en la medida en que las potencias humanas más importantes dependen de las decisiones y por tanto de la conciencia, el poder dialéctico sería una construcción o representación ideal que fenomenológicamente se realiza trascendentalmente, sin presencia autónoma pero sí embebido en lo noético y lo noemático, en lo objetivo y lo objetual, en lo general y lo particular, atrayendo al sujeto fuera de sí. En la tradición spinozista que lleva hasta los actuales modelos constructivistas de la cognición, el poder se da como trazado distributivo de lo real, y se confirma en su inflexión sobre los acontecimientos. En el orden de lo actual, el poder acontece como alteración del estado de cosas, pero en cuanto virtualidad funciona también contribuyendo a la perpetuación de un estado, siendo por tanto hábil y capaz incluso como estricta latencia o “amenaza” verosímil.

lunes, 14 de enero de 2013

Kitsch políticamente correcto

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Magic Mike (Steven Soderbergh, 2012)
En su esforzada y calamitosa carrera en pos del reconocimiento crítico, la filmografía de Steven Soderbergh ha ido tomando una trayectoria cada vez más en caída libre, siendo el enésimo abducido por ese agujero negro que es la “estética de los Oscar”: películas muy bien filmadas y de fuerte poso moralizante, personalistas y de sentimentalidad explosiva y ejemplarizante, aparentemente arriesgadas pero en realidad milimétricamente fieles al ideario del público al que van dirigidas (gafapastas de nivel medio-bajo, el target al que se dirige el New York Times). Nadie hubiese sospechado, cuando filmó su exquisito y envenenado debut “Sexo, mentiras y cintas de video”, que aquella joven promesa que irradiaba carisma de auteur terminaría por encarnar los valores intelectuales más abyectos de la aristocracia cinematográfica yanky, resultando a la postre una versión low-cost de los Spielbergs, Allens, Eastwood y demás portavoces del “sentido común” de al academia imperial. Para mayor escarnio, pese a sus afectadísimos manierismos Oscar-oriented, Soderbergh jamás trascenderá el status de voluntarioso segundón, pues sus films carecen tanto de la pegada formal de los directores con los que compite, como de la capacidad de la convicción moral que lo capacite para meterse a la clase media progre en el bolsillo. Si, como creía Susan Sontag, el kitsch es “seriedad fallida” (el grotesco resultante de aspirar a un cátedra con material de vertedero), mucho me temo que la obra de este director puede valorarse como el kitsch propio del Dorothy Chandler Pavillion.

sábado, 12 de enero de 2013

Estética política #3: Etología del animal político



¿Cómo es posible que tantos hombres, ciudades y naciones soporten a veces cualquier cosa de un tirano, que no tiene más que el poder que se le da, que no tiene el poder de perjudicar más que cuando se le quiere prolongar y que no podría hacer ningún daño, a no ser que se prefiera sufrirlo antes de contradecirlo? ¡Cosa verdaderamente sorprendente (y, sin embargo, tan común que es preferible llorar que extrañarse)!; ver a millones de millones de hombres miserablemente esclavizados, sometidos, con la cabeza baja, a un yugo deplorable, y no porque estén obligados por una fuerza mayor, sino porque están fascinados y, por así decirlo, hechizados por el nombre de uno solo, al que no debieran temer porque está solo, ni amar, pues es inhumano y cruel con ellos.

Etienne La Boètie, “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”, 1548

martes, 8 de enero de 2013

lunes, 7 de enero de 2013

Estructuras solidarias para héroes solitarios


Cloud Atlas (Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski, 2012)





Pese a su generosidad en triquiñuelas digitales y  efectos de posproducción, la gramática cinematográfica de l@s herman@s Wachowski se cuenta entre las más clasicistas de los directores de su linaje. Mientras otros investigadores de las posibilidades de un cine genuinamente digital se esfuerzan por retorcer las estructuras narrativas, deconstruir la composición argumental o rehabilitar los arquetipos psicológicos heredados del lenguaje clásico, los Wachowski parecen conformarse con hechuras escasamente sorprendentes, tanto por la perezosa formulación de la perspectiva moral (nunca ambigua, siempre delimitando muy claramente quienes son “los buenos” y quienes “los malos”) como por la formalización de sus relatos, indisimuladamente convencional. La mediocre ingeniería de sus narraciones gana en pegada gracias a su habilidad para la caligrafía de los efectos visuales, pero no hay que buscar por ahí la explicación al descomunal impacto generacional de cada una de sus películas: su punto fuerte es sin duda la naturalidad con la que logran visibilizar las inquietudes políticas de la “generación perdida” y su tenebroso laberinto identitario. Partiendo siempre de figuras típicas del imaginario clásico (el héroe, el clan rebelde, Goliat, la pasión emancipatoria…), los Wachowski tienen un don para travestir historias en realidad mil veces contadas para que resulten inauditas al imaginario afectivo del espectador al que se dirigen, que intuitivamente empatiza con los trasuntos sociopolíticos que subyacen al atrezzo estético. Los feligreses de Althusser o Gramsci se deben rasgar las vestiduras al constatar la enorme facilidad con la que estos cineastas se meten al espectador en el bolsillo, convirtiendo propaganda política (moderadamente) subversiva en espectáculo multisalas y dándole así una difusión jamás alcanzada por la izquierda ilustrada. Si Naomi Klein o Tiqqun aportan el andamiaje intelectual al cluster de movimientos #occupy, gente como los Wachowski le aportan la imprescindible seducción icónica a través de sus ya clásicas metáforas de las pastillas roja y azul o la máscara de Anonymous, un estupendo argot simbólico universalizable y perfectamente amoldado a los microactivismos en la era de la resistencia individual a la conspiración informativa. En ese sentido, nadie puede poner en duda la honorabilidad y talento de Godard, pero dudo que algo tan autoindulgente como “Film Socialisme” pueda ejercer la más mínima influencia sobre el indignado de la generación Playstation,


martes, 1 de enero de 2013

Punto impropio

Tristemente, el colosal cambio de rumbo en la concepción, producción y habitación de las ciudades desde 2007 ha dejado a las grandes estrellonas de la arquitectura completamente descolocadas. No soy ni mucho menos un experto en lo que dicen o hacen las vedettes de El Croquis, pero sí me gusta saber a qué anda Rem Koolhaas, en qué piensa, hacia dónde apunta el dedo, porque durante un par de lustros su perspectiva garantizaba, cuando menos, una problematización de las cosas sorprendente, inquietante y desinhibida.

Para un arquitecto español en el 2012, en cambio, el discurso de este antiguo semidións ha perdido casi toda su vitalidad. Sus esfuerzos por mantenerse en la cresta de la ola resultan más esforzados que eficientes, y mucho me temo que probablemente su era ha terminado: el suyo fue un discurso demasiado embebido en la "Tercera vía", en la gestión del suelo durante los años del crédito gratis, el interés real negativo y la globalización planificada desde Davos. La postura cínica en la que logró instalarse y que, a la postre, era la que le convertía en un ideólogo tan seductor (enfangado hasta el culo en los conciliábulos de los grandes poderes, pero desde una aparente distancia crítica exculpadora) se convirtió en un callejón sin salida del que no ha sabido salir. Traigo esta charla de diciembre, y su discurso suena cansino, retórico, carente de carisma, rutinario, y lo que es peor, anclado en un utillaje intelectual que ya no sirve para los desvelos del mundo de hoy.


Introducing 0 o O




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