The Cabin in the Woods
film de Drew Goddard, 2011
El desprestigio cultural ofrece una
potencia colateral de la que muchos han sabido sacar petróleo: cuando alguien
se expresa en un medio o un lenguaje de nulo respeto institucional, puede
permitirse el lujo de cometer las mayores tropelías estéticas sin herir
sensibilidades académicas, o lo que viene a ser lo mismo, experimentar sin la
cortapisa de un requerimiento de distinción. El pop lowbrow, la guerrilla de
los proscritos en la academia y prescritos en las catacumbas microculturales,
es prolijo en su oferta de obras resbaladizas y hasta delirantes, pero el
espeleólogo de ojo clínico podrá encontrar auténticas joyas creativas en los
contextos más inesperados si sabe cribar el grano de entre la paja.
Uno de los géneros más
sorprendentemente descarados y temerarios en la reformulación de sus propios
clichés (y por ende, de toda narrativa en general) es el slasher, cuyos
tipismos han sido retorcidos con especial imprudencia y descaro, hasta el punto que uno
no sabe si lo exótico y trasversal de muchos de sus clásicos es fruto de una estudiadísima estrategia intelectual, o si son aciertos meramente accidentales. Da
igual: una película tan redonda como la primera “Scream”, con sus juegos auto
referenciales y meta narrativos a costa de la complicidad del espectador, no
necesita un manifiesto cultureta que la legitime porque resulta deliciosa de
cualquier manera. O aquella magnífica “The Blair witch project” rodada con
cuatro duros y sin densidad intelectual alguna, llevaba la pompa
intelectualoide del glamouroso “Manifiesto Dogma 95” a las multisalas de los
centros comerciales para deleite de canis y jenis de todo el planeta. Films que
no ganan oscars y que no obstante alcanzan un culto bien longevo gracias a la
fidelidad de los fans, hasta que a la crítica cinematográfica del futuro le de
por descubrir que en realidad el genio de 2010 no era Michael Haneke, sino por
ejemplo Rob Zombie.
La última película en unirse al
altar del cine pop-experimental-despendolado es la esperadísima “The cabin in the
woods”, que por fin tenemos perfectamente ripeada en DVD tras tantos meses
esperando como agua de mayo la que se anunciaba como uno de los acontecimientos
frikis del año: la campaña viral de ansiedad con la que se promocionó en los
blogs más cavernícolas del mundillo gore hablaba de una película llamada a
marcar un punto y aparte en la historia del slasher de formulario, y aunque el
resultado dista mucho de alcanzar semejante status, lo cierto es que el film es
un apañadísimo divertimento cultural, con detalles francamente ingeniosos y con
la suficiente desvergüenza dionisíaca para que sus indisimuladas petulancias
autoriales no rechinen ni le resten festividad a la fórmula.
Posmoderna y metalingüística
hasta el tuétano, su planteamiento es meridianamente claro: algo así como una
versión slasher de “El show de Truman” de ambientación american gothic y en
homenaje a H.P. Lovecraft, protagonizada por supuesto por un elenco de
rubicundos beefcakes y monísimas starlettes de amplio muslamen. El tipo de
película que satisfará al que haya crecido con la saga "Viernes 13" y tenga un
doctorado en literatura comparada. ¿Algo así es posible? Todo es posible en
America, y una película tan loca como esta se ganará tantos detractores (los
que no empaticen con su humor autoparódico) como admiradores rendidos (los que
sobresignifiquen los manierismos de cultural studies). Allá cada cual, pero yo
no la recomendaría más que a verdaderos enfermos del cine sangriento para
teenagers.
Si la comento aquí es por lo
incorrectísimo de su escena final, uno de los más inmorales del cine de palomitas, así
que dejen de leer el post los que quieran evitar el spoiler. El caso es que
tras una delirante secuencia protagonizada por bichos digitales (y que, no sé
si involuntariamente, resulta tan chirriante como aquellos monstruitos de Ray Harryhausen) los dos únicos supervivientes del protocolario festín de asesinatos que componen el film, se ven obligados a tomar una
decisión de responsabilidad moral en principio poco inquietante: han de decidir
si sacrifican sus vidas para así salvar al conjunto de la humanidad, o bien
negarse y desencadenar el fin del mundo (con lo cual ellos morirían
igualmente). En la típica peli yanky de bollicaos descuartizados la respuesta
hubiese sido inmediata, y el héroe jock de turno no hubiese pestañeado antes de
quitarse la vida para así salvar a sus conciudadanos… Pues bien, mucho ha
cambiado el cuento porque ahora los protagonistas consideran que esa disyuntiva
es inaceptable y que, conforme al viejo refrán, o follamos todos o tiramos la
puta al río. La película termina así en un inesperado Fín del Mundo que sabe a punk, en la medida en que los protagonistas
rechazan la épica de convertirse en héroes contra su voluntad, por el mero hecho de sentir que es una responsabilidad discriminatoria. Un plantón a la patria de los que hacen historia.
La metáfora envenenada de la “generación
perdida” de la que hablaban las autoridades europeas no hace tanto es inmediata: al joven de hoy se le exige una retahíla de penitencias y
sacrificios por el bien de “la viabilidad del
sistema”, orientadas a salvar los papeles de la casta (“minucias” como emigrar o sacrificar sus
honorarios por honrar la “productividad”) y la respuesta que ofrecen los
jovenzuelos de este desmelenadísimo film es un sonoro “fuck you” más cargado de
ética de lo que pueda parecer: o nos jodemos todos, o no se jode nadie. Así de
simple.
Estimable película que sólo tiene
una pega mayúscula: ¿¿qué triquiñuela argumental se sacarán de la manga para
poder rodar una segunda parte?? Apuesto a que optarán por el modelo Paranormal
Activity: precuela tras precuela hasta que la platea se aburra del
franquiciado.Mientras tanto, a disfrutar palomitas en mano.
"Un plantón a la patria de los que hacen historia" que frase más grande Observer.
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