) ) ) meditaciones sobre la positividad de una autoinmolación colectiva ( ( (
pasivo, va.
3. adj.
Se dice del haber o de la pensión que disfrutan algunas personas en
virtud de servicios que prestaron o del derecho ganado con ellos y que
les fue transmitido.
5. m. Econ.
Valor monetario total de las deudas y compromisos que gravan a una
empresa, institución o individuo, y que se reflejan en su contabilidad.
1. f. Gram. Construcción oracional de significado pasivo, cuyo verbo, en tercera persona, aparece en forma activa precedido de se y generalmente sin complemento agente; p. ej., esos museos se inauguraron hace cincuenta años.
System: reset
Una de
las claves de la situación de estancamiento y desánimo que recorre nuestra
civilización es el hecho de que por primera vez en varias generaciones, el
futuro se vislumbra más tétrico que
el pasado: hemos renunciado a la idea optimista de “progreso” (que, por otra parte, era la base de todo nuestro sistema
ideológico) y por tanto cualquier plan revolucionario se encuentra en la
paradójica situación de medirse con un pasado reciente de vacas gordas que, en el fondo, la mayoría de la ciudadanía querría
recuperar. Si el activismo clásico era fundamentalmente progresista (pues
aspiraba a instituir una calidad de vida superior a la del presente y a la del pasado), el de
hoy se ve obligado a aceptar la merma de su fuerza ilusionante precisamente
porque da por hecho que el confort alcanzado por las sociedades occidentales en
el pasado reciente es irrecuperable. Alguien dijo que antaño la izquierda sentía
que su rol era el de locomotora de la historia, la que impulsase su
aceleración, mientras que hoy en día la “resistencia” consiste más bien en
apretar el freno y paralizar unos acontecimientos cuya trayectoria parecen
conducirnos al desastre. Esta nueva “izquierda conservadora” supone un cambio
de paradigma de complejo trenzado , pues afecta a dominios y variables muy
diversas: quizás lo económico (como campo de las transacciones) esté
inexorablemente decreciendo a nivel cuantitativo, pero cultura, educación o
conocimiento científico han de seguir caminando hacia delante, pues es condición fundamental a su naturaleza, , progresando:
la crisis nos ha enseñado que la economía consume recursos, mientras que lo
que produce el conocimiento es un agregado acumulativo, que sí puede crecer
hasta el infinito.
El
desafío de pensar el mundo futuro, por tanto, incumbe a varios niveles de lo
social: el primer paso es derrocar la nostalgia por los años triunfantes del
capitalismo; el segundo, articular una nueva utopía capaz de re-generar el
imaginario de ilusiones colectivas; y el tercero, formalizar y escalar
instituciones. Personalmente creo que la constelación de movimientos 15m y
alrededores dista mucho de tomarse en serio en la magnitud del reto, pues su
discurso a menudo se detiene en la nostalgia del etéreo “estado del bienestar” (facción socialdemócrata) o en la defensa
pastoral y bucólica de asociacionismos de low-life (facción decrecimiento – anarcoliberal –
perrofláutica). En cualquier caso el micro-activismo contemporáneo, ese que
formula reivindicaciones puntuales orientadas a problemáticas concretas (la
ecología por un lado y la falta te trabajo por otro, la inmigración en unas
asambleas y la situación de los jóvenes en otras…) se me antoja insuficiente
como movimiento de contención de un enemigo demasiado grande como para sentirse
amenazado por micro-acciones tan dispersas: todas esas tentativas caen en saco
roto, o se conforman con cirugías muy delimitadas, porque no se atreven a
atacar con artillería pesada el que IMHO es el gran obstáculo que impide la
resolución de nuestros mayores problemas: el
dinero fiat.
No me
extenderé en las cuestiones técnicas desde las que llego a esta conclusión,
pero no me cabe duda de que la situación actual es directamente subsidiaria de
la naturaleza virtual que ha ido adquiriendo el dinero desde la abolición del
patrón oro y el consiguiente desligamiento
entre masa monetaria y capital “real”, en el contexto de un mundo
penosamente polarizado entre zonas capacitadas para la sobreproducción (el
occidente desarrollado) y otras que apenas alcanzan a cubrir los mínimos de
subsistencia (el tercer mundo). Tanto liberales como keynesianos, comunistas o
anarquistas, asienten en que el experimento llevado a cabo en su día por Nixon
ha terminado por convertirse en una pesadilla de magnitudes colosales, y es esa
desmaterialización del dinero el gran nudo gordiano que hay que deshacer antes
de nada: sea cual sea la solución a “la crisis global”, ésta pasa por
re-estructurar la mecánica de producción y gestión de liquidez, y somos muchos
los que pensamos que entre los requisitos indispensables está la abolición del
monopolio de la producción de moneda por parte de los bancos centrales. Insisto
que estos razonamientos son quizás demasiado técnicos, pero en cualquier caso
distan mucho de poder ser resueltos con el tipo de acciones micropolíticas del
activismo de acampada.
El
problema, IMHO, es demasiado profundo como para que la sociedad se atreva a
abordarlo conscientemente: el miedo al mad-max tras una caída del sistema
imposibilita la aparición de un discurso totalizante que plantee abiertamente y
sin rodeos un reseteo del sistema.
Ni siquiera los activistas se atreven a ello, y se conforman como digo con plantear
cosméticas puntuales… y sin embargo, el sistema se derrumba, incluso cuando no
hay un discurso que lo corrompa “desde
fuera”: son las masas las que están acabando con el sistema, las que reman
a favor de la crisis, y las únicas que tienen la solución al entuerto. Quizás
el desafío no sea ya el de encontrar un discurso, porque las cosas se
resolverán desde la pura práctica, como consecuencia de un extraño e
irremediable proceso del inconsciente colectivo. Veamos cómo se puede explicar
esta hipótesis…
Matrix, o El mito de la dominación
Algo de eso puede que haya, pero
no creo que sea ni muchísimo menos el problema más acuciante: aunque suene
políticamente incorrecto lo que voy a decir, creo que quien ha optado por la pastilla azul y sigue dentro de “Matrix” es
porque quiere, y a resultas de una decisión plenamente voluntaria (dentro
de las posibilidades de una categoría tan elástica como es “la voluntad”). Esos
ciudadanos conocen los discursos revolucionarios, pero los rechazan: no les
resultan apetecibles, y como no me
canso de decir, no puede esperarse nada de una revolución argumentada desde su
justicia moral absoluta, pero poco seductora a nivel vivencial, experimental.
Desde hace un tiempo mi mayor
obsesión intelectual es la capacidad de proliferación de cada discurso, en el
seno de una sociedad hiper-informada en la que cada individuo ha de seleccionar la visión de los hechos que más se le
ajuste de entre la infinita barra libre de ideologías con las que es
bombardeado cada día. Y si he
llegado a una conclusión, es que el éxito o el fracaso de una determinada
narrativa política no dependen de su Justicia, Verdad o Belleza, sino
simplemente de su capacidad de seducción, de lo apetecible que resulte. Me ha
sorprendido mucho que incluso Spinoza plantease ya esta cuestión, en sus
especulaciones sobre una idea de Verdad que para él ya no era capaz por sí sola
de auto legitimarse por el propio peso de su valencia, sino que sólo se
impondría si consigue seducir al sujeto en su dimensión más visceral, egoísta,
hedonista incluso. Los discursos, y por
supuesto incluyo los políticos, son una instancia más de la industria del
placer. No son construcciones intelectivas, sino de sentido (según la
acepción de Frege) o noemáticas (siguiendo a Husserl), y por tanto subsidiarios
no sólo de la razón sino también y primordialmente de la afección estética.
En realidad el paradigma “Matrix”
ya fue desactivado en su día por Baudrillard o Ranciere (filósofos
suficientemente sagaces como para no subestimar el imperio y sabiduría de la
masa), aunque la perspectiva de ambos se me antoja demasiado pesimista: como
agente único de la historia, la masa ha sido capaz no sólo de los peores
atropellos sino también de las mayores audacias… por más que los discursos que
han imperado en cada período histórico parezcan haber sido poco más que papel
mojado a la hora de organizar el devenir de los acontecimientos. Como muestra
un botón: una cosmogonía en principio tan humanista y piadosa como el
catolicismo (una mística, no lo olvidemos, fundada en el amor universal) sirvió
de excusa para las mayores atrocidades sobre los cuerpos de la mano de la Inquisición, como
inquisitivas fueron las maneras de un stalinismo que recurría al principio
marxista de la solidaridad de clase para llevar a cabo las barbaries que todos
conocemos. La historia parece enseñarnos
que lo que una cultura dice dista mucho de lo que esa misma cultura hace,
con lo cual el papel de los discursos parece reducirse apenas a la exculpación
victimista de sátrapas que traicionaban su aparato moral teórico con el mayor
descaro.
He utilizado la expresión “verdad”
para referirme al tipo de revelación necesaria para despertar a las masas
durmientes, en una epifanía que desencadene un sobresalto de las conciencias de
tal magnitud que consiga movilizar los cuerpos. Y esa verdad ha de venir
dispuesta en la forma de un discurso que por lo general suele basarse en el mito de la dominación, que se sitúa
como fundamento antropológico desde el que se naturaliza la necesidad de una
sublevación contra el status quo. Ese Mito de la Dominación se ha venido
formalizando de múltiples maneras a lo largo de la historia, pero acostumbra a
presentar ciertos axiomas recurrentes: la
sociedad humana sería injusta y discriminatoria porque existe una jerarquía asimétrica
en la que unas élites poderosas subyugan a la masa dócil e ingenua. Esas
supuestas élites omnipotentes y maquiavélicas serían los únicos responsables de
dicha estructura comunitaria, siendo los únicos promotores de estas formas de
dominación que el trabajador aceptaría como un “pacto social” del que sólo es víctima. Este discurso es, a nivel
antropológico, un tanto incongruente: las élites serían un agregado de lobos
hobbesianos carentes de toda ética, mientras el hombre normal vendría a ser la evolución lógica del buen salvaje de
Rousseau, cuya bondad y mansedumbre naturales le condenan a una situación de
menoscabo en el seno de una sociedad en la que primaría la ley del más fuerte.
El discurso revolucionario, entonces, exigiría el desvelamiento de la injusticia propia de ese orden social, revelando
al ciudadano la posibilidad de salir de
Matrix y vivir en un mundo finalmente libre. El problema es que las masas
no quieren abandonar Matrix.
Yo soy el tirano
Mi defensa de una revolución placentera parte de la
necesidad de convencer al ciudadano de que la vida fuera de Matrix es más
conveniente que los placebos hiper-reales que ofrece el software ideológico
actual, y dicho desafío se está mostrando tremendamente complicado: la
indignación e ira de la clase media nace más de una nostalgia de ese Matrix que
ya no funciona como debería, que de la esperanza por una existencia más auténtica. Y es que, finalmente, ese
“mito de la dominación” no inquieta tanto al hombre de a pie como suponen los
activistas: insisto en que todos prefieren una vida cómoda dentro de Matrix a
una revolución moralmente necesaria pero vivencialmente dolorosa. Todos
aceptamos la vida dentro de una jerarquía de dominación siempre y cuando dicho
organigrama nos permita disfrutar una cotidianeidad confortable, pues esa “masa” cómplice con los tiranos sólo mantendrá
la paz social mientras la tiranía redunde en calidad de vida. En ese
sentido los discursos que se apoyan en el Mito de la Dominación son
tremendamente ingenuos, pues descartan el sabio cinismo propio de “La masa”,
que parece afirmar silenciosamente “os
permitimos dominarnos, porque nos permitís utilizar vuestra figura como icono
en el que encarnar la abyección de lo social”. Un líder, un tirano, quizás
sea una construcción colectiva, que la sociedad utiliza para autoexculparse, al
achacar a un grupo delimitado de personas (esas pérfidas élites reptiliano-masónicas)
las responsabilidades que en realidad nos corresponden a todos. Hasta la más depravada tiranía necesita una
complicidad, incluso un impulso, por parte de “La masa”: el franquismo no se
erigía únicamente sobre el poder de un sátrapa y sus pistoleros, sino sobre los
millones de españoles que lo reconocían como líder.
El paradigma “Matrix” fallaba en
un detalle fundamental: todos construimos
Matrix, nos enchufamos
voluntariamente cada día a su manantial de imaginarios colectivos, memes
comunes, ideologías tranquilizadoras, espectáculos sedantes. No hay una mano negra en la sombra, apretando los
botones de nuestro autoengaño, pues somos todos y cada uno de nosotros los
programadores del software colectivo en el que hemos decidido vivir. Nuestro sueño secreto no es aniquilar
Matrix, sino resucitarlo: sólo hemos empezado a recelar de “la casta”
(políticos y banqueros) cuando ésta empezó a fallarnos, tras haber sido siempre
cómplices de sus acciones mientras éstas parecían redundar en nuestra
prosperidad. Radicalizando la imparcialidad del análisis materialista, resulta
muy poco coherente culpar a nadie concreto de procesos de los que, consciente o
inconscientemente, todos hemos tomado parte, y de los que sólo empezamos a
informarnos voluntariamente cuando hemos visto nuestro bienestar en peligro
(¿quién era activista anticapiltalista en 2005?).
Las masas (todos nosotros) son
sabias, pero muy desafectas para la justicia. La sociedad nunca cuestiona
problemas que no sean inmediatamente aparentes a la conciencia, y lo aparente emerge de la implicación
afectiva: pensar es pensar egoístamente, y no hay ideología que pueda
cambiar esto porque los afectos se mueven en un plano anterior a lo ideal
intelectivo. Y esta característica del nuestro comportamiento no es ni buena ni
mala, sino sencillamente humana.
“La inacción consciente es
una forma de acción inconsciente”
O lo que es lo mismo: el que no rema, es porque da por buena la
dirección que ya sigue el barco. Analizando la realidad desde un sistema
radicalmente inmanentista los conceptos negativos no tienen sentido más que
como valoración moral, pues la realidad (insisto) sería única, plena, y su
movimiento no respondería a ninguna falta: es afirmación pura. Por tanto, el
concepto “inacción” no tiene ninguna validez lógica: absolutamente siempre estamos
actuando, incluso en los momentos de mayor pasividad o estatismo aparentes, y
nuestra participación en lo real implica necesariamente un posicionamiento
respecto al estado de cosas. Ser es actuar, y lo real (también la crisis) es la
expresión de dicho dinamismo. Sin embargo, es precisamente nuestro recurso a
los conceptos negativos (inacción, falta, ausencia, carencia…) lo que nos
impide apercibirnos de que incluso nuestro estatismo es no sólo postura,
sino también gesto.
La presunción de que un discurso
“verdadero” terminará por imponerse gracias a la fuerza incontestable de su
solidez lógica, es muy anacrónica. Los
discursos no son “aceptados” mediante la intelección, sino mediante el sentido,
y ya todos los conginitivistas asienten en que el sistema ideológico de cada
ciudadano es función de deseos y expectativas, o de valores propios, y la
validez lógica o coherencia de un determinado relato no basta para su
instauración como el relato dominante: cada ciudadano está sometido a una babilónica
oferta de diferentes discursos sobre la realidad, cada uno de ellos
perfectamente lógico y completo, y la decisión individual de seleccionar un
discurso de entre todos los demás es, como ya he dicho mil veces en el blog,
resultante de dinámicas de deseo y placer. El votante de derechas no lo es por
vagancia, ignorancia o inercia histórica, sino por una serie de afinidades que
hacen que ese sea el tipo de discurso que cree conveniente para sí: en esa
decisión entran factores estéticos, emocionales, conceptuales, y sobre todo
vivenciales. Incluso desde la óptica del marxismo, la construcción ideológica
de cada uno es un relato muy egoísta y visceral: considero que las teorías que apelan al “inconsciente colectivo”, la
“represión informativa” o la “propaganda instrumental” yerran en su concepción
de cómo es la relación entre individuo y discurso, porque creen que el
ciudadano “conservador” lo es, de algún modo, contra su auténtica voluntad, a
resultas de un engaño del que no se ha apercibido. Según el Mito de la dominación
la sociedad sería injusta por culpa del desconocimiento general de cómo funciona
el mundo, y el motor de cambio empezaría entonces “difundiendo La Verdad” vehiculándola en un
discurso razonable. ¡Ojalá fuese tan sencillo!; el problema es entender la
naturaleza de los discursos, qué hacen, qué fuerzas organizan, a qué instancias
“subjetivas” movilizan, cuál es su poder para conformar la realidad en
profundidad.
El discurso no es más que el
límite superficial de una estructura colectiva de intelección del mundo que es
de facto inconsciente: las causas y las soluciones de “la crisis”, como de
cualquier otro fenómeno histórico, reptan con una autonomía de la que los
relatos articulados nunca conseguirán dar plena cuenta, pero cuyas huellas
pueden servir como pistas para el establecimiento de trayectorias históricas
futuras: los discursos no pueden ser más que tentativas precarias que parten de
ciertas asunciones sobre el pasado como instrumento de previsión de futuros
posibles, pero es en su sombra inconsciente donde, en realidad, se efectúan en
plenitud.
La crisis entonces quizás sea un proceso inconsciente llevado a cabo
por unas masas hastiadas del capitalismo, pero demasiado cobardes para
reconocerlo abiertamente y plantear una alternativa razonada. Como esos
lemmings que se sacrifican por el bien colectivo, quién sabe si nuestra
civilización se abalanza voluntariamente a su abismo para regenerarse, reconstruirse,
purificarse, resolver desde sus cenizas los múltiples desafíos que ya no puede
postergar más: la cuasi-obsolescencia del trabajo humano frente a la máquina,
la insostenibilidad de la cadena productiva, el esquema ponzi de la seguridad
social, los anacronismos metafísicos heredados de una modernidad ya superada,
la extenuación del proceso histérico sobreproducción / hiperconsumo… Y por
tanto, el “sistema” no estaría siendo demolido por un contrapoder, sino
abandonado por sus propios ciudadanos, que utilizan el quejumbroso argumentario
de “una crisis” como subterfugio
desde el que esconder el hecho de que ya no les apetece volver al Matrix de
siempre. Cabe especular con la posibilidad que el desánimo, los lamentos y la
inacción culpabilizadora que todos parecemos sentir sea una forma de retraernos del sistema, aceptando su
colapso sin ser capaces de admitirlo,
apropiándonos de la fuerza subversiva del “ni-ni” como verdadero agente revolucionario.
Motivación y Emotivación
Todo esto son especulaciones:
pensar “la historia” bajo el gobierno de opacos designios inconscientes por
parte de una colectividad hermética implica una axiomática teleológica que los
modernos consideraréis inaceptable (por aquello de Nietzsche, el devenir como
caos, el tiempo como deriva irreglada…) , pero lo que sí es importante de estos
planteamientos que centran el foco en lo inconsciente, es el compromiso que
ello supone a la valía de los discursos conscientes: si a fín de cuentas “la
ideología” no es más que una construcción mítica plagada de trasferencias y
represiones (conforme al credo freudomarxista), lo discursivo apenas serviría
como coartada intelectual de procesos que, en realidad, seguirían un lógica que
trasciende el orden de los relatos. Como ya he dicho en más de una ocasión,
creo que lo urgente de la epistemología política contemporánea no es resolver
la cuestión spinozista de “¿qué puede un cuerpo?”, sino la más
heteróclita “¿qué puede un discurso?”.
“El antiedipo”, con su
consideración fabril del inconsciente, ya abordaba esta cuestión, pero o bien
lo entendí mal, o bien su fórmula seguía
confiándose a un concepto todavía demasiado vaporoso del inconsciente: insisto
en que mi interpretación seguramente sea muy torpe, pero tal y como entiendo el
opus deleuziano ese “inconsciente” no sería una construcción humana más que
subsidiariamente a un orden superior y de naturaleza casi panteista. Se me
ocurre que radicalizando el materialismo trans-humano de D&G lo que está
pasando no es consecuencia de un inconsciente colectivo harto del capitalismo,
sino de una Naturaleza cercana al concepto Gaia que nos inocula la pulsión
autodestructora para protegerse de nuestras agresiones (un poco como aquella
película de Shyamalan, “El incidente”).
Más interesante resulta la
lectura del inconsciente que plantea Sastre
en un simpático librito que acabo de leer, “Esbozo
de una teoría de las emociones”, que plantea una hipótesis fenomenológica
de la actividad emotiva cuya crítica al concepto psicoanalítico de
“inconsciente” resulta incuestionable (en resumen, lo anula al ser una entidad
irreductible a la conciencia, y por tanto de sustancialidad estrictamente metafísica).
Para Sastre, las emociones vendrían a ser un proceso que se desata cuando un
sujeto no comprende o no se conforma con una determinada realidad, y que
mediante la sublevación de su propio estado de ánimo busca alcanzar “una nueva
mirada” sobre las cosas desde la cual éstas resulten cercanas, amigables,
accesibles: emocionarse sería, ante todo, la antesala de una mutación autoinducida
de los fenómenos, y por tanto de la realidad como tal. Así explicado puede
parecer una tesis muy ñoña, pero los argumentos de Sartre son completamente
fríos y científicos, en absoluto cercanos al romanticismo blando en el que
suelen caer lo exegetas de la energía afectiva. Para él, la emoción es un
umbral de cambio, o la condición de posibilidad necesaria para aprender a
percibir el mundo con otros ojos… con lo cual llegamos, como en el caso de
Schiller, Deleuze o Ranciere, al
sustrato estético sobre el que necesariamente se han de cimentar los devenires
revolucionarios. Llego por tanto a la misma cuestión de siempre: el
discurso activista sólo actúa en posterioridad a la preexistencia de un
temperamento dispuesto a aceptarlo, es estéril plantear “armas de combate discursivo” sin que haya un campo afectivamente
preparado para aceptarlo, aprehenderlo, asumirlo y realizarlo en toda su
dramática profundidad.
En cualquier caso, lo que un
discurso pueda o no conseguir es siempre consecuencia y no causa, porque el
motor último de las dinámicas sociales está fuera del lenguaje: en la infrastructura de Marx, el zeitgeist de Hegel, el deseo de Deleuze, el poder de Foucault, la seducción de Baudrillard, el inconsciente de Freud, la emoción de Sartre… y siendo optimistas quizás
esta “crisis” sea consecuencia de nuestra inacción consciente, que es una acción
inconsciente: tras cinco años observando atónitos el hundimiento del
capitalismo, quizás hayamos asumido inconscientemente que lo mejor que podemos
hacer, es no hacer absolutamente nada, más allá de recrearnos en la belleza de Roma consumida por las llamas.
Quiero dejar claro que las críticas tan insistente que dedico al 15 M quieren ser constructivas, pues decididamente su constelación es lo único interesante del escenario político de este país.Por más que vea puntos flacos en el activismo asambleario, creo que hay una cosa que hacen muy bien y que encaja perfectamente con lo que propongo en este post: la mejor manera para acabar con el sistema es salirse de él, y para ello uno tiene que construírse una red de solidaridades que le ofrezca la intendencia necesaria para ello.
ResponderEliminarPero creo que deberían sin duda con-centrar su disparo en la abolición del dinero fiat, un problema muy pero que muy gordo con el que no se atreven a meterse en serio... primero porque eso resultaría demasiado temerario para la clase media a la que aspiran a seducir, y segundo porque la única manera de acabar con la estructura financiera es no participando de ella: en la medida en que monopolizan el dinero, nos tienen "agarrados por los coj*nes" y dicha institución ha de colapsar por su propio peso. El mundo siempre ha funcionado así: el pueblo tolera a los tiranos mientras éstos les garantizan un vida tranquila, pero cuando se exceden en sus atribuciones en demérito del ciudadano, éste termina por sublevarse aunque lo haga pasivamente, inconscientemente y a menudo en contra a sus valores ideológicos conscientes.
Osea que la inacción tu crees que es fruto del subsconsciente colectivo, eso explicaría que con la que está callendo no se este montando la de Sanquintin.
ResponderEliminarSe supone que el salto era sin paracaidas?
sangran mis ojos
ResponderEliminarCA Y ENDO
-x-
jaja lo del paracaídas lo sabremos pronto. sálvese quien pueda!!!! :-))
ResponderEliminarArriba los Hostiones gravitatorios!
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