miércoles, 29 de agosto de 2012

Identidad política #5: caídas y (de)cadencias



) ) )    meditaciones sobre la positividad de una autoinmolación colectiva    ( ( (

 


pasivo, va.
(Del lat. passīvus).
1. adj. Se dice del sujeto que recibe la acción del agente, sin cooperar con ella.
2. adj. Dicho de una persona: Que deja obrar a los demás, sin hacer por sí cosa alguna.
3. adj. Se dice del haber o de la pensión que disfrutan algunas personas en virtud de servicios que prestaron o del derecho ganado con ellos y que les fue transmitido.
4. adj. Gram. Que implica acción padecida o recibida por alguien o algo.
5. m. Econ. Valor monetario total de las deudas y compromisos que gravan a una empresa, institución o individuo, y que se reflejan en su contabilidad.
6. f. Gram. voz pasiva.
~ refleja.
1. f. Gram. Construcción oracional de significado pasivo, cuyo verbo, en tercera persona, aparece en forma activa precedido de se y generalmente sin complemento agente; p. ej., esos museos se inauguraron hace cincuenta años.



System: reset

Una de las claves de la situación de estancamiento y desánimo que recorre nuestra civilización es el hecho de que por primera vez en varias generaciones, el futuro se vislumbra más tétrico que el pasado: hemos renunciado a la idea optimista de “progreso” (que, por otra parte, era la base de todo nuestro sistema ideológico) y por tanto cualquier plan revolucionario se encuentra en la paradójica situación de medirse con un pasado reciente de vacas gordas que, en el fondo, la mayoría de la ciudadanía querría recuperar. Si el activismo clásico era fundamentalmente progresista (pues aspiraba a instituir una calidad de vida superior  a la del presente y a la del pasado), el de hoy se ve obligado a aceptar la merma de su fuerza ilusionante precisamente porque da por hecho que el confort alcanzado por las sociedades occidentales en el pasado reciente es irrecuperable. Alguien dijo que antaño la izquierda sentía que su rol era el de locomotora de la historia, la que impulsase su aceleración, mientras que hoy en día la “resistencia” consiste más bien en apretar el freno y paralizar unos acontecimientos cuya trayectoria parecen conducirnos al desastre. Esta nueva “izquierda conservadora” supone un cambio de paradigma de complejo trenzado , pues afecta a dominios y variables muy diversas: quizás lo económico (como campo de las transacciones) esté inexorablemente decreciendo a nivel cuantitativo, pero cultura, educación o conocimiento científico han de seguir caminando hacia delante, pues es condición fundamental a su naturaleza, , progresando: la crisis nos ha enseñado que la economía consume recursos, mientras que lo que produce el conocimiento es un agregado acumulativo, que sí puede crecer hasta el infinito.
El desafío de pensar el mundo futuro, por tanto, incumbe a varios niveles de lo social: el primer paso es derrocar la nostalgia por los años triunfantes del capitalismo; el segundo, articular una nueva utopía capaz de re-generar el imaginario de ilusiones colectivas; y el tercero, formalizar y escalar instituciones. Personalmente creo que la constelación de movimientos 15m y alrededores dista mucho de tomarse en serio en la magnitud del reto, pues su discurso a menudo se detiene en la nostalgia del etéreo “estado del bienestar”  (facción socialdemócrata) o en la defensa pastoral y bucólica de asociacionismos de low-life (facción decrecimiento – anarcoliberal – perrofláutica). En cualquier caso el micro-activismo contemporáneo, ese que formula reivindicaciones puntuales orientadas a problemáticas concretas (la ecología por un lado y la falta te trabajo por otro, la inmigración en unas asambleas y la situación de los jóvenes en otras…) se me antoja insuficiente como movimiento de contención de un enemigo demasiado grande como para sentirse amenazado por micro-acciones tan dispersas: todas esas tentativas caen en saco roto, o se conforman con cirugías muy delimitadas, porque no se atreven a atacar con artillería pesada el que IMHO es el gran obstáculo que impide la resolución de nuestros mayores problemas: el dinero fiat.
No me extenderé en las cuestiones técnicas desde las que llego a esta conclusión, pero no me cabe duda de que la situación actual es directamente subsidiaria de la naturaleza virtual que ha ido adquiriendo el dinero desde la abolición del patrón oro y el consiguiente desligamiento entre masa monetaria y capital “real”, en el contexto de un mundo penosamente polarizado entre zonas capacitadas para la sobreproducción (el occidente desarrollado) y otras que apenas alcanzan a cubrir los mínimos de subsistencia (el tercer mundo). Tanto liberales como keynesianos, comunistas o anarquistas, asienten en que el experimento llevado a cabo en su día por Nixon ha terminado por convertirse en una pesadilla de magnitudes colosales, y es esa desmaterialización del dinero el gran nudo gordiano que hay que deshacer antes de nada: sea cual sea la solución a “la crisis global”, ésta pasa por re-estructurar la mecánica de producción y gestión de liquidez, y somos muchos los que pensamos que entre los requisitos indispensables está la abolición del monopolio de la producción de moneda por parte de los bancos centrales. Insisto que estos razonamientos son quizás demasiado técnicos, pero en cualquier caso distan mucho de poder ser resueltos con el tipo de acciones micropolíticas del activismo de acampada.
El problema, IMHO, es demasiado profundo como para que la sociedad se atreva a abordarlo conscientemente: el miedo al mad-max tras una caída del sistema imposibilita la aparición de un discurso totalizante que plantee abiertamente y sin rodeos un reseteo del sistema. Ni siquiera los activistas se atreven a ello, y se conforman como digo con plantear cosméticas puntuales… y sin embargo, el sistema se derrumba, incluso cuando no hay un discurso que lo corrompa “desde fuera”: son las masas las que están acabando con el sistema, las que reman a favor de la crisis, y las únicas que tienen la solución al entuerto. Quizás el desafío no sea ya el de encontrar un discurso, porque las cosas se resolverán desde la pura práctica, como consecuencia de un extraño e irremediable proceso del inconsciente colectivo. Veamos cómo se puede explicar esta hipótesis…
 


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 Matrix, o El mito de la dominación
La izquierda ingenua sigue confiando en que el devenir revolucionario será un fenómeno generalizado una vez consigan arrancar a “la masa” de la ensoñación alienante que la tendría maniatada: el militante marxista confía en que la causa de la pasividad generalizada es el imperio del fútbol y la telebasura, que conforme a un plan conspirado por “las élites” mantienen al ciudadano anestesiado contra La Verdad. Esta presuposición puede resultarnos muy ingenua y anacrónica, pero sigue siendo el punto de vista generalizado incluso entre los contestatarios más jóvenes, que han hecho de la poética de “Matrix” la metáfora perfecta de su cosmovisión política. Esa película no es más que la actualización más o menos ingeniosa de viejas ideas marxistas (el proletario absorto en engaños promovidos por el poder para distraerles de su explotación), que sorprendentemente sigue vigente como excusa desde la que argumentar la inacción colectiva: el problema, según esta lectura, es que el ciudadano medio no tiene acceso a la verdad (pues tanto los espectáculos de masas como la prensa mayoritaria se confabularían en la imposición de imaginarios alienantes y adulterados) y “la revolución” estallará cuando se consiga despertar a la masa facilitando su acceso al Discurso Revolucionario: es decir, el primer requisito para desactivar Matrix sería visibilizar su condición de trampantojo, desvelando “lo real” que hay debajo. Es un proceso similar al del primer psicoanálisis, que presuponía que haciendo consciente lo inconscinte, los traumas ocultos quedarían desnudos y anulados.
Algo de eso puede que haya, pero no creo que sea ni muchísimo menos el problema más acuciante: aunque suene políticamente incorrecto lo que voy a decir, creo que quien ha optado por la pastilla azul y sigue dentro de “Matrix” es porque quiere, y a resultas de una decisión plenamente voluntaria (dentro de las posibilidades de una categoría tan elástica como es “la voluntad”). Esos ciudadanos conocen los discursos revolucionarios, pero los rechazan: no les resultan apetecibles, y como no me canso de decir, no puede esperarse nada de una revolución argumentada desde su justicia moral absoluta, pero poco seductora a nivel vivencial, experimental.
Desde hace un tiempo mi mayor obsesión intelectual es la capacidad de proliferación de cada discurso, en el seno de una sociedad hiper-informada en la que cada individuo ha de seleccionar la visión de los hechos que más se le ajuste de entre la infinita barra libre de ideologías con las que es bombardeado cada día.  Y si he llegado a una conclusión, es que el éxito o el fracaso de una determinada narrativa política no dependen de su Justicia, Verdad o Belleza, sino simplemente de su capacidad de seducción, de lo apetecible que resulte. Me ha sorprendido mucho que incluso Spinoza plantease ya esta cuestión, en sus especulaciones sobre una idea de Verdad que para él ya no era capaz por sí sola de auto legitimarse por el propio peso de su valencia, sino que sólo se impondría si consigue seducir al sujeto en su dimensión más visceral, egoísta, hedonista incluso. Los discursos, y por supuesto incluyo los políticos, son una instancia más de la industria del placer. No son construcciones intelectivas, sino de sentido (según la acepción de Frege) o noemáticas (siguiendo a Husserl), y por tanto subsidiarios no sólo de la razón sino también y primordialmente de la afección estética.
En realidad el paradigma “Matrix” ya fue desactivado en su día por Baudrillard o Ranciere (filósofos suficientemente sagaces como para no subestimar el imperio y sabiduría de la masa), aunque la perspectiva de ambos se me antoja demasiado pesimista: como agente único de la historia, la masa ha sido capaz no sólo de los peores atropellos sino también de las mayores audacias… por más que los discursos que han imperado en cada período histórico parezcan haber sido poco más que papel mojado a la hora de organizar el devenir de los acontecimientos. Como muestra un botón: una cosmogonía en principio tan humanista y piadosa como el catolicismo (una mística, no lo olvidemos, fundada en el amor universal) sirvió de excusa para las mayores atrocidades sobre los cuerpos de la mano de la Inquisición, como inquisitivas fueron las maneras de un stalinismo que recurría al principio marxista de la solidaridad de clase para llevar a cabo las barbaries que todos conocemos. La historia parece enseñarnos que lo que una cultura dice dista mucho de lo que esa misma cultura hace, con lo cual el papel de los discursos parece reducirse apenas a la exculpación victimista de sátrapas que traicionaban su aparato moral teórico con el mayor descaro.
He utilizado la expresión “verdad” para referirme al tipo de revelación necesaria para despertar a las masas durmientes, en una epifanía que desencadene un sobresalto de las conciencias de tal magnitud que consiga movilizar los cuerpos. Y esa verdad ha de venir dispuesta en la forma de un discurso que por lo general suele basarse en el mito de la dominación, que se sitúa como fundamento antropológico desde el que se naturaliza la necesidad de una sublevación contra el status quo. Ese Mito de la Dominación se ha venido formalizando de múltiples maneras a lo largo de la historia, pero acostumbra a presentar ciertos axiomas recurrentes: la sociedad humana sería injusta y discriminatoria porque existe una jerarquía asimétrica en la que unas élites poderosas subyugan a la masa dócil e ingenua. Esas supuestas élites omnipotentes y maquiavélicas serían los únicos responsables de dicha estructura comunitaria, siendo los únicos promotores de estas formas de dominación que el trabajador aceptaría como un “pacto social” del que sólo es víctima. Este discurso es, a nivel antropológico, un tanto incongruente: las élites serían un agregado de lobos hobbesianos carentes de toda ética, mientras el hombre normal vendría a ser la evolución lógica del buen salvaje de Rousseau, cuya bondad y mansedumbre naturales le condenan a una situación de menoscabo en el seno de una sociedad en la que primaría la ley del más fuerte. El discurso revolucionario, entonces, exigiría el desvelamiento de la injusticia propia de ese orden social, revelando al ciudadano la posibilidad de salir de Matrix y vivir en un mundo finalmente libre. El problema es que las masas no quieren abandonar Matrix.



Yo soy el tirano
Mi defensa de una revolución placentera parte de la necesidad de convencer al ciudadano de que la vida fuera de Matrix es más conveniente que los placebos hiper-reales que ofrece el software ideológico actual, y dicho desafío se está mostrando tremendamente complicado: la indignación e ira de la clase media nace más de una nostalgia de ese Matrix que ya no funciona como debería, que de la esperanza por una existencia más auténtica. Y es que, finalmente, ese “mito de la dominación” no inquieta tanto al hombre de a pie como suponen los activistas: insisto en que todos prefieren una vida cómoda dentro de Matrix a una revolución moralmente necesaria pero vivencialmente dolorosa. Todos aceptamos la vida dentro de una jerarquía de dominación siempre y cuando dicho organigrama nos permita disfrutar una cotidianeidad confortable, pues esa “masa” cómplice con los tiranos sólo mantendrá la paz social mientras la tiranía redunde en calidad de vida. En ese sentido los discursos que se apoyan en el Mito de la Dominación son tremendamente ingenuos, pues descartan el sabio cinismo propio de “La masa”, que parece afirmar silenciosamente “os permitimos dominarnos, porque nos permitís utilizar vuestra figura como icono en el que encarnar la abyección de lo social”. Un líder, un tirano, quizás sea una construcción colectiva, que la sociedad utiliza para autoexculparse, al achacar a un grupo delimitado de personas (esas pérfidas élites reptiliano-masónicas) las responsabilidades que en realidad nos corresponden a todos. Hasta la más depravada tiranía necesita una complicidad, incluso un impulso, por parte de “La masa”: el franquismo no se erigía únicamente sobre el poder de un sátrapa y sus pistoleros, sino sobre los millones de españoles que lo reconocían como líder.
El paradigma “Matrix” fallaba en un detalle fundamental: todos construimos Matrix, nos enchufamos voluntariamente cada día a su manantial de imaginarios colectivos, memes comunes, ideologías tranquilizadoras, espectáculos sedantes. No hay una mano negra en la sombra, apretando los botones de nuestro autoengaño, pues somos todos y cada uno de nosotros los programadores del software colectivo en el que hemos decidido vivir. Nuestro sueño secreto no es aniquilar Matrix, sino resucitarlo: sólo hemos empezado a recelar de “la casta” (políticos y banqueros) cuando ésta empezó a fallarnos, tras haber sido siempre cómplices de sus acciones mientras éstas parecían redundar en nuestra prosperidad. Radicalizando la imparcialidad del análisis materialista, resulta muy poco coherente culpar a nadie concreto de procesos de los que, consciente o inconscientemente, todos hemos tomado parte, y de los que sólo empezamos a informarnos voluntariamente cuando hemos visto nuestro bienestar en peligro (¿quién era activista anticapiltalista en 2005?).
Las masas (todos nosotros) son sabias, pero muy desafectas para la justicia. La sociedad nunca cuestiona problemas que no sean inmediatamente aparentes a la conciencia, y lo aparente emerge de la implicación afectiva: pensar es pensar egoístamente, y no hay ideología que pueda cambiar esto porque los afectos se mueven en un plano anterior a lo ideal intelectivo. Y esta característica del nuestro comportamiento no es ni buena ni mala, sino sencillamente humana.


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“La inacción consciente es una forma de acción inconsciente”
O lo que es lo mismo: el que no rema, es porque da por buena la dirección que ya sigue el barco. Analizando la realidad desde un sistema radicalmente inmanentista los conceptos negativos no tienen sentido más que como valoración moral, pues la realidad (insisto) sería única, plena, y su movimiento no respondería a ninguna falta: es afirmación pura. Por tanto, el concepto “inacción” no tiene ninguna validez lógica: absolutamente siempre estamos actuando, incluso en los momentos de mayor pasividad o estatismo aparentes, y nuestra participación en lo real implica necesariamente un posicionamiento respecto al estado de cosas. Ser es actuar, y lo real (también la crisis) es la expresión de dicho dinamismo. Sin embargo, es precisamente nuestro recurso a los conceptos negativos (inacción, falta, ausencia, carencia…) lo que nos impide apercibirnos de que incluso nuestro estatismo es no sólo postura, sino también gesto.
La presunción de que un discurso “verdadero” terminará por imponerse gracias a la fuerza incontestable de su solidez lógica, es muy anacrónica. Los discursos no son “aceptados” mediante la intelección, sino mediante el sentido, y ya todos los conginitivistas asienten en que el sistema ideológico de cada ciudadano es función de deseos y expectativas, o de valores propios, y la validez lógica o coherencia de un determinado relato no basta para su instauración como el relato dominante: cada ciudadano está sometido a una babilónica oferta de diferentes discursos sobre la realidad, cada uno de ellos perfectamente lógico y completo, y la decisión individual de seleccionar un discurso de entre todos los demás es, como ya he dicho mil veces en el blog, resultante de dinámicas de deseo y placer. El votante de derechas no lo es por vagancia, ignorancia o inercia histórica, sino por una serie de afinidades que hacen que ese sea el tipo de discurso que cree conveniente para sí: en esa decisión entran factores estéticos, emocionales, conceptuales, y sobre todo vivenciales. Incluso desde la óptica del marxismo, la construcción ideológica de cada uno es un relato muy egoísta y visceral: considero que las teorías  que apelan al “inconsciente colectivo”, la “represión informativa” o la “propaganda instrumental” yerran en su concepción de cómo es la relación entre individuo y discurso, porque creen que el ciudadano “conservador” lo es, de algún modo, contra su auténtica voluntad, a resultas de un engaño del que no se ha apercibido. Según el Mito de la dominación la sociedad sería injusta por culpa del desconocimiento general de cómo funciona el mundo, y el motor de cambio empezaría entonces “difundiendo La Verdad” vehiculándola en un discurso razonable. ¡Ojalá fuese tan sencillo!; el problema es entender la naturaleza de los discursos, qué hacen, qué fuerzas organizan, a qué instancias “subjetivas” movilizan, cuál es su poder para conformar la realidad en profundidad.
El discurso no es más que el límite superficial de una estructura colectiva de intelección del mundo que es de facto inconsciente: las causas y las soluciones de “la crisis”, como de cualquier otro fenómeno histórico, reptan con una autonomía de la que los relatos articulados nunca conseguirán dar plena cuenta, pero cuyas huellas pueden servir como pistas para el establecimiento de trayectorias históricas futuras: los discursos no pueden ser más que tentativas precarias que parten de ciertas asunciones sobre el pasado como instrumento de previsión de futuros posibles, pero es en su sombra inconsciente donde, en realidad, se efectúan en plenitud.
La crisis entonces quizás sea un proceso inconsciente llevado a cabo por unas masas hastiadas del capitalismo, pero demasiado cobardes para reconocerlo abiertamente y plantear una alternativa razonada. Como esos lemmings que se sacrifican por el bien colectivo, quién sabe si nuestra civilización se abalanza voluntariamente a su abismo para regenerarse, reconstruirse, purificarse, resolver desde sus cenizas los múltiples desafíos que ya no puede postergar más: la cuasi-obsolescencia del trabajo humano frente a la máquina, la insostenibilidad de la cadena productiva, el esquema ponzi de la seguridad social, los anacronismos metafísicos heredados de una modernidad ya superada, la extenuación del proceso histérico sobreproducción / hiperconsumo… Y por tanto, el “sistema” no estaría siendo demolido por un contrapoder, sino abandonado por sus propios ciudadanos, que utilizan el quejumbroso argumentario de “una crisis” como subterfugio desde el que esconder el hecho de que ya no les apetece volver al Matrix de siempre. Cabe especular con la posibilidad que el desánimo, los lamentos y la inacción culpabilizadora que todos parecemos sentir sea una forma de retraernos del sistema, aceptando su colapso sin ser capaces de admitirlo,  apropiándonos de la fuerza subversiva del “ni-ni” como verdadero agente revolucionario.



Motivación y Emotivación

Todo esto son especulaciones: pensar “la historia” bajo el gobierno de opacos designios inconscientes por parte de una colectividad hermética implica una axiomática teleológica que los modernos consideraréis inaceptable (por aquello de Nietzsche, el devenir como caos, el tiempo como deriva irreglada…) , pero lo que sí es importante de estos planteamientos que centran el foco en lo inconsciente, es el compromiso que ello supone a la valía de los discursos conscientes: si a fín de cuentas “la ideología” no es más que una construcción mítica plagada de trasferencias y represiones (conforme al credo freudomarxista), lo discursivo apenas serviría como coartada intelectual de procesos que, en realidad, seguirían un lógica que trasciende el orden de los relatos. Como ya he dicho en más de una ocasión, creo que lo urgente de la epistemología política contemporánea no es resolver la cuestión spinozista de “¿qué puede un cuerpo?”, sino la más heteróclita “¿qué puede un discurso?”.
El antiedipo”, con su consideración fabril del inconsciente, ya abordaba esta cuestión, pero o bien lo entendí  mal, o bien su fórmula seguía confiándose a un concepto todavía demasiado vaporoso del inconsciente: insisto en que mi interpretación seguramente sea muy torpe, pero tal y como entiendo el opus deleuziano ese “inconsciente” no sería una construcción humana más que subsidiariamente a un orden superior y de naturaleza casi panteista. Se me ocurre que radicalizando el materialismo trans-humano de D&G lo que está pasando no es consecuencia de un inconsciente colectivo harto del capitalismo, sino de una Naturaleza cercana al concepto Gaia que nos inocula la pulsión autodestructora para protegerse de nuestras agresiones (un poco como aquella película de Shyamalan, “El incidente”).
Más interesante resulta la lectura del inconsciente que plantea Sastre en un simpático librito que acabo de leer, “Esbozo de una teoría de las emociones”, que plantea una hipótesis fenomenológica de la actividad emotiva cuya crítica al concepto psicoanalítico de “inconsciente” resulta incuestionable (en resumen, lo anula al ser una entidad irreductible a la conciencia, y por tanto de sustancialidad estrictamente metafísica). Para Sastre, las emociones vendrían a ser un proceso que se desata cuando un sujeto no comprende o no se conforma con una determinada realidad, y que mediante la sublevación de su propio estado de ánimo busca alcanzar “una nueva mirada” sobre las cosas desde la cual éstas resulten cercanas, amigables, accesibles: emocionarse sería, ante todo, la antesala de una mutación autoinducida de los fenómenos, y por tanto de la realidad como tal. Así explicado puede parecer una tesis muy ñoña, pero los argumentos de Sartre son completamente fríos y científicos, en absoluto cercanos al romanticismo blando en el que suelen caer lo exegetas de la energía afectiva. Para él, la emoción es un umbral de cambio, o la condición de posibilidad necesaria para aprender a percibir el mundo con otros ojos… con lo cual llegamos, como en el caso de Schiller, Deleuze o Ranciere, al sustrato estético sobre el que necesariamente se han de cimentar los devenires revolucionarios. Llego por tanto a la misma cuestión de siempre: el discurso activista sólo actúa en posterioridad a la preexistencia de un temperamento dispuesto a aceptarlo, es estéril plantear “armas de combate discursivo” sin que haya un campo afectivamente preparado para aceptarlo, aprehenderlo, asumirlo y realizarlo en toda su dramática profundidad.
En cualquier caso, lo que un discurso pueda o no conseguir es siempre consecuencia y no causa, porque el motor último de las dinámicas sociales está fuera del lenguaje: en la infrastructura de Marx, el zeitgeist de Hegel, el deseo de Deleuze, el poder de Foucault, la seducción de Baudrillard, el inconsciente de Freud, la emoción de Sartre… y siendo optimistas quizás esta “crisis” sea consecuencia de nuestra inacción consciente, que es una acción inconsciente: tras cinco años observando atónitos el hundimiento del capitalismo, quizás hayamos asumido inconscientemente que lo mejor que podemos hacer, es no hacer absolutamente nada, más allá de recrearnos en la belleza de Roma consumida por las llamas.




5 comentarios:

  1. Quiero dejar claro que las críticas tan insistente que dedico al 15 M quieren ser constructivas, pues decididamente su constelación es lo único interesante del escenario político de este país.Por más que vea puntos flacos en el activismo asambleario, creo que hay una cosa que hacen muy bien y que encaja perfectamente con lo que propongo en este post: la mejor manera para acabar con el sistema es salirse de él, y para ello uno tiene que construírse una red de solidaridades que le ofrezca la intendencia necesaria para ello.
    Pero creo que deberían sin duda con-centrar su disparo en la abolición del dinero fiat, un problema muy pero que muy gordo con el que no se atreven a meterse en serio... primero porque eso resultaría demasiado temerario para la clase media a la que aspiran a seducir, y segundo porque la única manera de acabar con la estructura financiera es no participando de ella: en la medida en que monopolizan el dinero, nos tienen "agarrados por los coj*nes" y dicha institución ha de colapsar por su propio peso. El mundo siempre ha funcionado así: el pueblo tolera a los tiranos mientras éstos les garantizan un vida tranquila, pero cuando se exceden en sus atribuciones en demérito del ciudadano, éste termina por sublevarse aunque lo haga pasivamente, inconscientemente y a menudo en contra a sus valores ideológicos conscientes.

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  2. Osea que la inacción tu crees que es fruto del subsconsciente colectivo, eso explicaría que con la que está callendo no se este montando la de Sanquintin.
    Se supone que el salto era sin paracaidas?

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  3. sangran mis ojos

    CA Y ENDO

    -x-

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  4. jaja lo del paracaídas lo sabremos pronto. sálvese quien pueda!!!! :-))

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  5. Arriba los Hostiones gravitatorios!

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