(documental de Andrew Rossi, 2011)
La prensa es una de tantas
instituciones que a día de hoy atraviesa una debacle que presenta todos los
síntomas de una patología que terminará fatalmente, y seguramente sea de las que ha sentido con mayor
virulencia los latigazos de la “crisis”: los problemas económicos de las grandes
cabeceras periodísticas han explotado en simultaneidad al hundimiento
generalizado de toda financiación empresarial de cualséase el sector económico, pero en realidad la problemática
específica a la que se enfrenta este campo es de mucho más largo alcance que el de otras industrias también renqueantes, pues presenta especificidades que agravan su complicada situación. El actual
colapso de la industria periodística viene codeterminado por hechos que poco o
nada tienen que ver con los bancos. Sencillamente, su modelo industrial ha sido
superado por nuevas forma de producción y difusión de información, y el desafío
al que se enfrentan los grandes lobbys del sector es el de reformular sus
estructuras (industriales, financieras, culturales, metodológicas,
informacionales….) desde los cimientos. Es un sector que atraviesa una
penitencia gravísima, y que tiene ante sí un horizonte francamente sombrío. Empatizo
mucho con los problemas de los periodistas porque su situación guarda ciertos
paralelismos con la de los arquitectos (ambas son disciplinas en creciente
precarización, sumidas en la desesperanza e inseguras de su legitimidad) pero
también porque, como bloguero, estoy “en el ajo” como agente activo en esta
impredecible transposición de los procesos de difusión de discursos.
La importancia de “las noticias”
en nuestras vidas es inabarcable, nuestras consideraciones más íntimas sobre la
realidad están co-formadas por nuestra participación en el ecosistema global de
“las noticias” (verdadero constructor en última instancia de nuestra
cosmogonía, de nuestro conocimiento de lo real), y por tanto el debate en torno
a la evolución de las estructuras periodísticas nos competen a todos: es
nuestra subjetividad, y por tanto nuestra libertad, la que está en juego. Por
ello recomiendo a todo el mundo el visionado de “Page One. Inside the Wall
Street Journal”, curioso y ambicioso documental que glosa los últimos años de vida de la
mayor cabecera periodística del mundo, mostrando desde el epicentro de la
crisis toda la red de problemas a los que se enfrenta este sector. Reconozco
que no había caído en la cuenta de la complejísima situación en la que se
encuentra dicha industria, y esta película enumera con concisión y seriedad las tenebrosas dificultades que revolotean sobre una disciplina cultural
cuya tradición alcanza ya varios siglos, y que en estos momentos parece abocada
indefectiblemente a la desaparición: en el futuro seguirá habiendo “noticias”
(pues forman ya parte de nuestro alimento, de nuestra sustancia vital), pero
las condiciones de su producción y difusión se están alterando de tal manera
que pronto no quedará más que el recuerdo del periodismo tal y como lo hemos venido
concibiendo durante toda la tardomodernidad. Y por supuesto los primeros en
pagar los platos rotos son los trabajadores de base, la guerrilla de
periodistas de a pie que se enfrentan a unas tasas de paro y falta de perspectivas
profesionales aterradoras y casi sin parangón en otras industrias.
“A perro enfermo todo son
pulgas”, y toda una constelación de patologías parecen haberse conjurado en la
misión de desestabilizar hasta el colapso la solidez del antaño musculoso
aparataje sociocultural de los periódicos. Proliferación desmesurada de
cabeceras, burbuja de titulados en un contexto de intrusismo profesional brutal,
crisis publicitaria, encarecimiento de los mecanismo clásicos de inscripción
(fundamentalmente el papel), obsolescencia del timing que manejan (un periódico
al día parece insuficiente en un planeta gobernado por el real-time de
minutero), endeudamiento, cambio de escala en la dimensión de lo real (ahora
todo se mueve entre lo global y lo hiperlocal, y la prensa tiende a polarizarse
hacia esos dos polos), incluso mutación en las condiciones formales del
discurso (pues la extensión de un artículo de prensa ha perdido potencia ante
la inmediatez de la micro-información de un tweet)… Pero sin duda el gran
super-problemón que atenaza al periodismo, y de cuya gestión depende
absolutamente su supervivencia, es la explosión de Internet como el nuevo
ecosistema primordial de lo informativo. La aparición de la red y su velocísima
institución como descomunal intercambiador global de datos supone un ultimatum
de tal dimensión para la vieja industria periodística que la batalla se antoja
perdida desde antes de su comienzo.
En ese sentido, “Page one”
resulta muy ilustrativa, pues se nos cuenta el día a día en los headquarters
del Times atravesando las dimensiones vivenciales, empresariales, industriales
y sentimentales que se implican en el proceso. Y queda meridianamente claro que
la industria de la noticia está lidiando una batalla desesperada y a contrareloj en pos de mecanismos con los que garantizarse una cuota de mercado cuya
mengua respecto a su status anterior ya está asumida, pero que se resiste a la
desaparición como gato panza arriba. El recorrido por la redacción del Times
que muestra la peli da cuenta de la batalla titánica (y de proporciones casi
épicas, azuzadas por un impulso deontológico aparentemente romántico) por mantener a
flote un barco para el que todo son malos augurios, como intentando detener la
caída de una piedra que ya ha echado a rodar en los flancos de un precipicio:
el ambiente entre los periodistas es funerario, como aquel que se ha visto
superado por el devenir de la civilización y necesita urgentemente nuevas
alianzas e ideas para esquivar su obituario. Desde esa perspectiva, resulta
mucho más comprensible la desesperada invocación del Ipad como “el futuro del periodismo”, como si el aparatito de marras fuese la última bala en la recámara
de una disciplina exhausta en su sanguinaria contienda contra twitter. Y en el
documental también queda claro el papel de Wikileaks en esta epopeya, pues el
proyecto de Assange fue instrumentalizado desesperadamente por varios grandes
periódicos (entre ellos el Times, y El País) en pos de recuperar una
“importancia” a nivel social que estaban perdiendo a marchas forzadas. El
proceso de mudanza del papel al portal online está siendo problemático para las
grandes franquicias periodísticas, pero tal y como queda claro en la película no conviene
vender la piel del oso antes de cazarlo: a su manera, siguen resultando
imprescindibles (por un problema fundamentalmente infraestructural pero también
simbólico, de referente que marca hitos singularizantes en el ecosistema
indiferenciado y magmático de “las noticias”) aunque probablemente su papel en
los procesos informativos del futuro sea radicalmente diferente al que concebimos ahora.
Pero si algo queda claro en el
documental, es que la aparente obsolescencia del viejo periodismo no se debe
tanto a que en Internet “todo el mundo puede ser periodista” sino al
hundimiento de la credibilidad de la prensa mayoritaria. Y sólo ellos tienen la
responsabilidad de ese descrédito: sus abundantes meteduras de pata (¿alguien
recuerda ahora aquel despropósito informativo de la “gripe aviar”?), graves disfuncionalidades
profesionales (escándalos de periodistas que directamente se inventaban lasnoticias) y sobre todo las connivencias de la prensa con los políticos y los
lobbies capitalistas de los que se financian, han derivado en una situación en
la que el ciudadano medio es perfectamente consciente de que lo que digan los
grandes periódicos tiene un “coeficiente de veracidad” paupérrimo: hoy en día,
cualquier noticia que nos interese mínimamente ha de ser estudiada mediante su
lectura en diferentes fuentes, contrastada en cabeceras ideológicamente
opuestas, comentada en foros, y puesta en entredicho incluso cuando su
veracidad parece más irrefutable. Una actitud generalizada de recelo que no es caprichosa, sino consecuencia de la desastrosa evolución de la prensa durante la globalización: en asuntos como la guerra de Irak o los grandes conflictos internacionales, nos hemos sentido traicionados por una prensa demasiada servil con el político de turno.
No obstante, IMHO la descomunal
crisis de la prensa plantea un problema mucho más profundo y que, por fín, da
cuenta del potencial radicalmente revolucionario de Internet. Y digo
revolucionario no en lo que tenga de difusión libre de ideas, sino en la puesta
en cuestión de la viabilidad de la profesionalización de ciertos sectores. En
ese sentido, el navajazo por la espalda que internet ha inflingido a la prensa
es similar al que hace años le correspondió a la industria audiovisual: hoy en
día casi nadie está dispuesto a pagar por escuchar música grabada o ver cine en
casa, y del mismo modo casi nadie acepta ya tener que pagar por acceder a la
información, pues esta viene ahora difundida gratuita y filantrópicamente desde
agentes que ya no son profesionales (en la medida en que no viven de ello). Y si
nadie está dispuesto a pagar por la información ¿cómo puede nadie pretender vivir
de la información, si es un campo desmonetarizado? Hablando en plata: ¿por
dónde puede entrar el dinero para garantizar la sostenibilidad del periodismo
como profesión? La hipótesis más intuitiva sería apostar por la publicidad,
pero este modelo se ha mostrado inoperante pues las injerencias publicitarias
terminan por “meter mano” en la linea editorial de cada medio, con lo cual esta
juega en contra de la necesaria recuperación de la credibilidad e independencia
que urge al periodismo.
La cuestión parece sencilla, pero
es complejísima porque, sencillamente, las cosas tal y como están hoy en día
son insostenibles: antes o después la información deberá dejar de ser gratuíta,
porque los que la producen tienen derecho a comer. Hacen un trabajo que merece una retribución de la misma manera que la merce el que produce manzanas o pegamentos industriales. ¿Y
cómo empezar a “cobrar”? Todos nos hemos preguntado alguna vez de dónde sacan
dinero en facebook… pues de la misma manera pregúntense cómo se financia el que
lanza doscientos tweets al día o un bloguero que actualiza su bitácora tres
veces por semana: evidentemente, ha de hacerlo “románticamente”, guiado por una
vocación que hoy en día consideramos incompatible con las pretensiones
económicas, pero que de seguir así terminará por una degeneración brutal en el
nivel de la información que se produce. Porque tenemos la costumbre de comer
tres veces al día.
Personalmente, creo que la lógica
industrial de Internet, la estructura en la que organiza su producción de contenidos, sería mucho más eficaz en un sistema comunista. El único organigrama económico en el que Internet podría ser
creativamente fértil y al mismo tiempo económicamente sostenible es en un
sistema de capitalización pública, de tal modo que lo que ahora se legisla como vulgar "pirateo" pase a considerarse honorable intercambio de cultura. De otro modo, al perderse la
profesionalización se perderá también la profesionalidad, y eso sería trágico
en un mundo en el que el manejo de la información ha de ser más riguroso,
trabajado y profesional que nunca. Es nuestro conocimiento, percepción y comprensión de lo real lo que está en juego.
Recomiendo vivamente el
documental, no ya por su calidad cinematográfica (apuesta por una pomposa estética a lo
watergate, como si de una redacción de periódico de dibujos animados se tratase, y obvia los
innegables detalles oscuros propios de estas megacorporaciones) sino por el
alcance de los temas que se plantean y en los que, insisto, todos estamos
implicados: ahora no ya sólo como espectadores, sino también en calidad de coproductores
no sólo de información, sino de realidad política.
no sé si el docu ha sido distribuido en ejpaña, en estos casos torrent es tu hamijo
ResponderEliminarEl documental me parece un cortaypega mareante. Yo tengo la sensación de que están tan perdidos que no saben qué decir. Es como el balbuceo de un bebé o de un sonámbulo, no sé.
ResponderEliminarPero Mcluhan ya advirtió este problema hace décadas: “Cuando a la tecnología alfabética le sucede la electrónica, y en consecuencia, a lo secuencial le sucede lo simultáneo, las formas de comunicación discursiva dejan paso a formas de comunicación configuracional y el pensamiento mítico tiende a prevalecer sobre el pensamiento lógico-crítico (…) El diálogo ya no es eficaz y la democracia se convierte en un mito y se ejerce como rito”.
Por cierto, el vídeo subtitulado lo he visto aquí:
http://www.teledocumentales.com/pagina-uno-un-ano-dentro-del-new-york-times-subtitulado/
Aunque yo diría que los tiros van por otro lado, es decir, ya que estamos obligados al decrecimiento, al parecer los nuevos “periodistas” se están acostumbrando a vivir con bastante menos dinero que los grandes “formadores de opinión pública”.
http://www.youtube.com/watch?v=lT01mQmplS0
Cambiando de tema; sobre el asunto de “el mal” del post anterior, Baudrillard dice que “el mal es más una forma que un valor […] Antes de ser una inmoralidad, el mal es fundamentalmente un principio antagónico”.
… y claro que Baudrillard es un quejica, pero para eso están los teóricos; yo creo que ese es su “trabajo” y su “terapia”: problematizarlo todo. También Deleuze decía que el cerebro se ha creado para “resolver problemas”... pero los problemas nunca se resuelven, tan sólo se disuelven en otros problemas... que a su vez sirven para olvidar los problemas anteriores, claro :-)
PD: Tu manejo de los gifts cada vez es más “im-pre-zionante”.
Te dejo este torrent fresquito, frikito:
ResponderEliminarhttp://thepiratebay.se/torrent/7505584/Ariel_Pink_s_Haunted_Graffiti_-_Mature_Themes_(2012).320k.anon1m
Vic
Gracias a ambos!!! esta semana volveré a escribir algo, espero que se pase esta tarde de crisis de fe.
ResponderEliminarThe more I worked [with chromosomes], the bigger and bigger [they] got, and when I was really working with them I wasn't outside, I was down there. I was part of the system ... As you look at these things, they become part of you. And you forget yourself. The main thing is that you forget yourself.
-- Desmond Morris
--- Observer ---
ResponderEliminarTe envío otro texto a cdf.
No me extiendo más que luego termino diciendo cosas "raras" que raramente se entienden, o más bien, que raramente se extienden, no sé.