jueves, 16 de agosto de 2012

Música para una ciudad y seis bateristas

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Sound of Noise 
(film de  Ola Simonsson, Johannes Stjärne Nilsson, 2010)

En estos tiempos en los que el hispanistaní medio se avergüenza de las tropelías cometidas por (algunos de) sus compatriotas, y en que asistimos a un innegable revival de viejas ideas como el “España me duele”, “África empieza en los pirineos” o “me avergüenzo de ser español”, muchos miran con envidia a nuestros élficos vecinos de las naciones del norte, dando pie a ese divertidísimo meme forero que son los “seres de luz”: germanos y escandinavos siempre esbeltos y rubicundos, hermosísimas valkirias que hablan 6 idiomas con fluidez, sistemas políticos blindados contra la corrupción, economías prósperas y bien organizadas, civismo, arquitectura chulísima, buenos modales, becas de cinco cifras, campiñas donde tecno-campesinos leen a Kierkegaard en sus chabolos ultratecnológicos y ecosostenibles… Tendemos a pensar que España es el país donde el I+D son el Pocero y Belén Esteban, mientras en los pueblos nórdicos los preescolares viesen en inglés documentales sobre Alan Turing. El agravio comparativo alcanza tintes dramáticos ante noticias como esos niños pobres españoles apadrinados por familias noruegas... Nosotros podemos presumir de tener un mundial y dos eurocopas, el Saloufest y la mejor coca de Europa, pero para todo lo demás el español vuelve a sentirse como el sempiterno Alfredo Landa engorilado detrás de ultraterrenas suecas en topless.


 No habiendo estado nunca por aquellos élficos condominios, no puedo confirmar ni desmentir la veracidad de la leyenda escandinava. Hace unos años viví con un par de suecos, gente adorable cuya vida parecía un mashup de anuncios de Ikea, Nokia y Bang & Olufsen, pero la verdad es que bajo aquel encanto de Erasmus e Interraíl, en las distancias cortas irradiaban un cuntrapunto muy Ingmar Bergman, una seriedad muy honesta y una capacidad para el silencio compartido que al español medio le resulta muy desconcertante. A mí sus repentinos ataques de circunspección me encantaban, porque siempre he tenido bastante idealizados a los seres de luz y sus hábitos, de textura tan solemne y ascética. Lo que sí puedo confirmar es su desarrolladísimo instinto para la eficiencia.
Chismorreos al margen, lo cierto es que el aporte de la cultura escandinava (dando por buena la existencia de tal cosa) al imaginario global contemporáneo es más que notable dado lo escueto de su población: además de Nokia, H&M e Ikea, allí han proliferado escritores de gran éxito (desde el respetado August Strindberg al superventas Stieg Larsson), cineastas de culto (Dreyer, Bergman o Von Trier), pop para las masas (Abba, A-ha, Europe), dioses de la arquitectura (Aalto, Jacobsen, Asplund)… sin olvidar una próspera escena musical alternativa que abarca desde el black metal satánico al punk, pasando por supuesto por aquella maravillosa escena twee que nos cautivó a finales de los noventa. Las mimesis que producen los suecos y noruegos de la estética anglosajona  suelen ser perfectas en su exactitud caligráfica, pero envenenadas en lo profundo por ese temperamento suyo tan contemplativo, y por tanto distante. Lo que no me esperaba de los seres de luz es que, además, contraviniendo el temperamento avinagrado que les presuponemos, fuesen tan diestros en la producción de comedia cool.

 
Queda claro que lo que pueda decir de esta magnética “Sound of noise” vendrá mediado por lo prejuicioso de los clichés sobre los seres de luz que acabo de exponer. Se trata de una película muy sueca, pero su minucioso manejo de las formalidades del “cine cool” la convierten en película de culto instantáneo: aprieta las teclas justas para conmover al enteradillo europeo medio, comparte público con Guy Ritchie y DannyBoyle, y viene con el inevitable glamour inteligente de la comedia antisistema que día de hoy le confiere un aura irresistible.  El punto de partida argumental se antoja muy sabroso: una pandilla de outcasts que malviven entre el tedio laboral y el desprecio en general a todos sus conciudadanos, deciden organizarse en una banda de terroristas musicales como resistencia al aletargamiento social que los rodea. Su plan consiste en llevar a cabo una serie de performances rítmicas realizadas en distintos puntos de la ciudad utilizando como instrumentos objetos cotidianos, sin más objetivo que hacer ruído y así acallar la música clásica a la que culpan de la atmósfera de anestesia generalizada. Algo así como si Stomp o Mayumana se convirtiesen en camorristas antisistema y utilizasen su festiva concepción de la música concreta como sublevación romántica nihilista. Los integrantes del grupo en cuestión carecen de un ideario político coherente, son meros ciudadanos grises soliviantados por la mediocridad de su vida cotidiana cuyo novelesco impulso artístico tiene más de delirante que de reflexivo.
El encargado de contener las diabluras que estos terroristas dada despliegan en la ciudad (como parte de un proyecto sinfónico llamado “Música para una ciudad y seis bateristas”) será un mustio policía de segunda categoría que casualmente carece de todo oído musical.  En realidad es él el protagonista afectivo de la historia, pues mientras los “terroristas” tienen muy claro en todo momento cuál es su objetivo, el policía irá abandonando su reticencia inicial para dejarse seducir progresivamente por la chapucera rebelión de los seis bateristas, en un devenir revolucionario arquetípico que, no podía ser menos, va en paralelo a la progresión de su afinidad afectiva con la hembra del grupo. Y hasta aquí puedo leer: como siempre en estos casos el análisis “moral” de la sinopsis queda cojo sin referirse al final, pero prefiero no spoilear una peli que merece la pena ser vista con ojos expectantes.

Lo que sí puedo decir es que el  componente metafórico, simbólico o poético de esta simpática historia tiene mucho que ver (como a mí me gusta) con fenómenos de percepción: el devenir revolucionario del policía protagonista irá acentuándose a medida que su sentido del oído, de manera despreocupadamente surrealista, vaya mostrándole el camino de su verdad. No cuento más: recomendar sin más esta simpatiquísima comedia negra escandinava que como digo puede ser disfrutada por los seguidores del cool noire de Ritchie y Boyle, y que tiene todas las papeletas para convertirse en una excéntrica joya de culto periférico, seguramente inofensiva pero óptima como divertimento para cínicos a la última, y diriga a todo aquel que esté aburrido de dilemas absurdos de la globalización como “¿Samsung Galaxy o Apple Iphone?”. El malestar en la cooltura.

4 comentarios:

  1. Sólo un apunte sobre los seres de luz:

    http://estocolmo.se/noticias/?id=1444


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  2. Jeje descarado que sí, en muchos sentidos son seres de contraluz (como todos). los suecos con los que viví siempre decían que su país había sido durante siglos la última mierda de europa, un trozo de hielo paupérrimo, pero al parecer hicieron fortuna en la segunda guerra mundial haciendo negocios indistintamente con unos y con otros. Esa frialdad suya tan seductora en el fondo da pie a veces a formas de barbarie que ellos viven con total naturalidad. No sé... supongo que en el fondo aquí somos españoles hasta el tuétano.
    Por cierto al respecto de lo que comentabas de las pieles y membranas, se me ocurre un concepto que quizás te sirva: exoesqueleto.

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  3. http://www.peliculas4.com/ver-sound-of-noise-2010-online-18-5238.html

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  4. Lo del exoesqueleto es interesante porque parece imprescindible para cualquier metamorfosis que se precie -o más bien que se "aprecie", no sé-.

    Sobre lo del lamento ya te he enviado a cdf lo que se me ha ocurrido... aunque me he sentido un poquito "coaccionado", pero no es una queja, es tan sólo una "observación" :-)






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