domingo, 14 de octubre de 2012

~ breves reseñas ~




 (Hélène Cattet, Bruno Forzani, 2009)

 “Amer” es un homenaje posmoderno al giallo que consigue, sin renunciar a una meticulosa mimesis estilística (casi tan puntillosa como la de “House of the Devil”) transformar el cine de terror italiano de los 70 en una coreografía de sensaciones hápticas en la que la sinopsis argumental no es más que una excusa irrelevante desde la que desplegar lo que a muchos les parecerán fuegos de artificio (y a otros, sofisticados arabescos de perceptos y afectos). Como en casi todo el cine que reseño, aquí el medio es el mensaje y el atrezzo el actor principal. De escuetísimos y puntuales diálogos, de un tempo parsimonioso y contemplativo que centra el foco en pequeños detalles corporales, su fuerza radica en la exposición de pieles que se tocan, ojos golpeados por visiones aberrantes, objetos solemnemente amenazantes, sonidos que irradian ambiguas reminiscencias. Como un ballet de imágenes sinestésicas, todo el film transcurre de sensación en sensación, apostando por una narración abstracta que resbala en algunos momentos al sucumbir a cierta atmósfera de publicidad luxury o videoclip semierótico. No obstante, lo sedoso y sensual de muchos de sus pasajes tiene su contrapunto en las consabidas explosiones de violencia, en un juego entre identidad, sensualidad y muerte sobre el que afortunadamente no se cargan demasiado las tintas. Esto no es (ni falta que hace) un Bergman ni un Tarkovsky, y deslumbra más por su brumosa atmósfera de ensoñación y somnolencia que por innecesarias discursividades intelectualizantes. El feeling es el de un sueño cuya lógica no lográsemos desmenuzar, hecho de imágenes fuertemente simbólicas pero sin un significado claramente acotable: lo onírico no como apertura a la interpretación, sino como trascendencia del sentido.

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Cine posmoderno y espectral en el que la noción de homenaje es utilizada como oportunidad para reconstruir el género deconstruyendo sus componentes lingüísticos mínimos y recomponiéndolos hasta que resulten en algo diferente. Inteligente, “bonita” y ambiciosa, su extremo esteticismo irritará a los que aprecien los relatos moralizantes con “significados”, “metáforas” y “contenido”, pero hace las delicias de los que disfrutamos del cine como topografía sensorial de teleología mínima. Si en lugar de su textura bucólica y de rostros hermosos se hubiese optado por otra más áspera y desconcertante, estaríamos probablemente hablando de una obra maestra: según mi sentido del gusto le sobra azúcar a esta gominola que, sin llegar a cortar la digestión como hubiese podido, sí sorprende al paladar con efervescente pica-pica. 


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(Zal Batmanglij, 2011) 

Tras muchos meses esperando a que estuviese disponible en thepiratebay, por fin circula en dvdrip la sugerente “Sound of my voice”, cuya brillante cartelería e imagen corporativa nos hacía aguardar algo bastante más radical y cavernícola de lo que nos hemos encontrado. Para ser sinceros, en cuanto empieza la película y aparece el careto de la ninfa que protagonizaba la cursilísima “Another Earth” uno advierte que lo que tiene delante es cine indie de formulario, en el que todo está rutinariamente dispuesto para satisfacer al “sensible e inteligente” público gafapasta al que se dirige, a la crítica marymoderna y a los jurados de los festivales de cine progre. No obstante, esa desesperada y desesperante obsesión porque todo en la peli resulte cool no anula por completo un film estimable como humilde y bien facturado cuentecito moral para habitantes de repúblicas independientes de sus casas.
No me negarán que la historia prometía: un par de periodistas gafapasta deciden hacer un documental sobre una secta, y en pos de una mayor verosimilitud se atreven a introducirse en ella como insiders camuflados para así captar los detalles desde dentro. Muy previsiblemente, a medida que la narración avanza los periodistas comienzan a dudar hasta qué punto la doctrina de la secta es solamente un engaño o si, verdaderamente, la realidad en la que habitan sus miembros es real: se trata, entonces, de una metáfora de la esquizofrenia, reálisis y contradicción contemporáneas en la estela de “Shutter Island” o incluso “Matrix”: dialéctica de realidades paralelas, cuya realidad real es indecidible, y que en este caso puede relacionarse vagamente con la magnífica “La semilla del diablo” (al igual que en el film de Polanski, la narración transcurre casi íntegramente en el mismo espacio, y la relación entre la familia y su afuera es similar).
Desgraciadamente, lo que hubiese podido ser una penetrante reflexión sobre el poder revelador de la palabra se queda en rutinario ejercicio de caligrafía posmoderna. Con lo cual, pese a lo enjundioso del planteamiento no esperen grandes sorpresas ni poesía de especial lucidez, pues el conjunto se ve lastrado por formalidades indies que a estas alturas producen tanto tedio como bochorno. En determinados momentos juega infructuosamente a ser una película “dura” y “salvaje” (la escenita de los vómitos, tan inofensiva para estómagos curtidos en hardgore como los nuestros), pero funciona mejor como modesto pulp contemporáneo ideal para que los oficinistas modernitos pasen una tarde de domingo sin sobresaltos. Apuesto a que a más de uno dirá de esta película que “le ha hecho pensar”: a mí me ha hecho saborear un gigantesco bol de palomitas. Semi-spoil: el final es exactamente el que se empieza a intuir desde el minuto 1, más o menos. 




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(Jack Clayton, 1961)

 Si de lo que se trata es de poetizar la indecidibilidad de lo real, el paradigma no puede ser otro que el clasiquísimo “Otra vuelta de tuerca” de Henry James, cuya versión cinematográfica es esta poderosa “The innocents”, pequeño clásico que hubiese merecido más fama de la que ha gozado, pues se trata de un film que ya en 1961 trabajaba con la poética de la esquizofrenia luego tan fértil en la narrativa contemporánea. El hecho de venir firmada por un director de la categoría de Jack Clayton es certificado de calidad garantizada, pues todas y cada una de las obras de ese genial cineasta desbordan elegancia, tensión, clasicismo y belleza, por más que lo contenido y artesanal de su lenguaje (parco en manierismos) le hayan privado de un reconocimiento autorial más amplio. Las mejores cualidades de su cine desbordan esta magnífica película, que satisfará tanto a los aficionados al horror inglés de la Hammer como a los del thriller detectivesco de factura clásica: si queréis que vuestras madres se atrevan con una peli de miedo bien hechita, que sea esta. 

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Si algo hace de Clayton un creador tan especial es su sobrecogedora capacidad para construir atmósferas hermosas y a la vez tensas, de un romanticismo preciosista pero a la vez opresivo. Prima hermana de la inconmensurable “A las nueve cada noche” (también protagonizada por niños no-tan-infantiles, traumas y enigmas), “The innocents” está realizada con una fotografía de trabajadísima precisión, copiosa en juegos compositivos de plano-contraplano tremendamente expresivos, que elevan exponencialmente su potencia gracias al endiablado talento de Clayton para la gestión de las atmósferas. Talento que le permite traducir a imágenes el intimista y espectral relato de James sin estridencias, y con una inapelable fidelidad al desconcierto cognitivo que trasmitía el libro. Una película que satisfará a los adictos a la estética Clayton: escenografías cerradas y claustrofóbicas, interiores de mansión aristocrática de la campiña inglesa, iluminación tenebrista profusa en claroscuros, corporalidades rígidas y coreografiadas, discreta gestión de la banda sonora, y aversión absoluta por las estridencias estilísticas. Cine de terror más clásico y elegante no se puede: esta es una de las películas de angustia psicológica más eficaces que existen, remisible tanto a “Qué fue de Baby Jane” como al teatro de la BBC de los años sesenta o muy especialmente las versiones Hammer menos histriónicas de los relatos de Alan Poe. Imprescindible. 


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(Mervyn Leroy, 1956)

Recién descubro una joyita perdida tan encantadora como esta “The bad seed”, incunable del horror moralista que, como siempre en las historias de niños asesinos, sorprende por la virulencia con la que se atreve a gestionar un asunto tan tabú como las perversiones de la infancia. Moralista hasta lo indigesto, el punto fuerte de la peli es su icónica protagonista, una niña que produce grima por lo adulto de su rostro y lo hiper-dulzón de sus atuendos: sin duda la nínfula en cuestión produce muy mal rollo, y la fuerza de la historia se construye sobre tan desconcertante (e involuntariamente hilarante) apariencia. Imaginen una sitcom de familias felices del tipo Lucille Ball o “Los problemas crecen” en la que los sempiternos niños entrañables cortocircuitasen su moral bondadosa y se transformasen no sólo en asesinos, sino además en diestros manipuladores psicológicos, mentirosos, conspiradores, crueles y sádicos: es decir, que se transformsen en auténticos niños indomados. Ese es el leit motiv de esta muy yeyé “The bad seed”, que probablemente fuese considerada en su día una película “pavorosa” y “radical” pero que hoy en día se disfruta mayormente por su encanto kitsch: a estas alturas ya nadie se asusta con una niña de aspecto tan delirante como la de esta historia, máxime cuando en su estela han florecido otros niños psicópatas tan tétricos como los de “Quién puede matar a un niño”, “El pueblo de los malditos”, “El buen hijo” o la reciente (y divertidísima) “The children”: precursor de todas ellas, este film sorprenderá a más de uno por lo reaccionario de su moraleja, que viene a remitir la esencia del mal a una genealogía familiar necesariamente determinante. Lo que viene a decir es que el que nace de un psicópata, es psicópata, y psicópata se mantendrá toda la vida, como cualquier otro pecado original.

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Seguramente se requiere una sensibilidad muy queer para disfrutar de una película que quiere resultar seria cuando en realidad es completamente loca y desmelenada., y a la que el paso de los años ha convertido en un incunable del horror WASP que se disfruta con divertida mirada pop. Digamos que el espíritu de la peli es más cercano a aquella canción tan coñera de Beat Happening que a la seriedad del grupo de Nick Cave…pero en cualquier caso, no deja de tener veneno el gesto terrorista de encarnar a un asesino psicópata en el cuerpo de una niña y ponerla a fluir en el seno de una familia republicana de la América profunda. Entrañable y absolutamente de culto.

3 comentarios:


  1. Hey! Buen salto homeostasiante!.. de la “trascendencia” de la identidad política a la “banalidad” catártica de la estética. Lo uno transparenta a lo otro, claro.

    También es interesante “descubrir” tu devenir artístico-creativo. Lo de los links laterales son muy refrescantes. Y el manejo de los gifts muy revelador -por mucho que te empeñes en que son “tan sólo” estéticos, que desde tu punto de vista seguro que “sólo” son eso (modo ironic :-) Yo le añadiría una música opcional para leer el post, pero eso tal vez sea más complicado, no sé. Le pega cualquier banda sonora de una de esas pelis.

    Lo de que “le sobra azúcar a esta gominola”, y lo del “ejercicio de caligrafía posmoderna” te ha quedado muy bonito -desde mi punto de vista, claro-.

    En cualquier caso yo tengo un metabolismo más lento, así que sigo con la trascendencia de la “identidad” política. Haber si llego al punto de saturación paroxística y puedo también dar algún salto homeostasiante :-)

    http://www.youtube.com/watch?v=wTUqQFrV9hI


    PD: Estoy empezando a cuestionar la frase de Paul Celan “herido de realidad y sin embargo, en busca de realidad”. ¿Realmente buscamos alguna realidad o más bien es al contrario, y de lo que se trata es de huir de ella de la forma que sea? Claro que siempre habrá que configurar otra realidad, supongo. Y hay muchas “formas”... pero aunque todas sean igualmente homeostasiantes, no todas son iguales ni parecidas. Ese es el quid de la cuestión trascendental, y al mismo tiempo -ironías del destino- el quiz del juego banal.

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  2. Respecto a tu PD: La crisis me ha enseñado que "la realidad" es un concepto de supervivencia, totalmente zoológico, etológico. Aquella literatura de Baudrillard tal vez era muy de una época en la que la gente tení la supervivencia garantizada y podía abandonarse a instancias de otro tipo... La realidad es como una biblioteca de datos fe-hacientes, un campo de representaciones que tiene como hilo conductor que todos sus componentes son fiables para la supervivencia. Algo así, por ahí van los tiros. Siempre me ha llamado la atención cómo el "deseo" en Deleuze solía ser para mí demasiado etéreo, cuando el deseo fundamental es el hambre, que es la cosa más animal y "real" del mundo. Quizás la "realidad" auténticamnte "real" sea la que miramos con el estómago y no con nuestro espíritu en plenitud, o algo así. No sé si me explico bien. Pero en cualquier caso, ese "para qué buscar la realidad, a nadie le interesa la reealidad" es cierto excepto en casos de verdadera necesidad, el auténtico "principio de realidad". Es verdad que todos preferimos realidades alternativas, pero conocer o perseguir "la realidad real" es más que nada un requisito de intendencia, estomacal.

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  3. Ok. En eso estoy completamente de acuerdo contigo. Pero la realidad no la fabricamos con el estómago sólo, la fabricamos sobre todo con la in-formación y con la comunicación -siguiendo las teorías de Luhmman, por cierto-. La fabricamos con las ideas y con los conceptos. Con palabras que nos indican qué se puede comer y qué no deberíamos de comer para mantener la supervivencia -y no me refiero sólo a recetas culinarias sino principalmente a recetas ideológicas :-)

    http://www.youtube.com/watch?v=Z0n28giuCRg

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