martes, 2 de octubre de 2012

El placer de la industria, y 3


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10. 


Surgeon – Dynamic Tension
(Ideal Trax, 1995)
 
Poco se puede decir de un disco tan extraordinario como este, referente máximo de un tipo de techno cañero y sofisticado que en los 90 triunfaba en agro-raves y discotecones periféricos como las entrañables Zeus o Florida 35 gracias al poder devatador de un músic energética y enfebrecida como ninguna otra, y de sorprendente calado en una juventud con ánimo de nuevas sensaciones. “Action” es el canon insuperable de lo que el techno siempre ha sido: el hermanamiento jubiloso del hombre y la máquina, el gesto esencial a lo humano consistente en convertir todo utensilio en una herramienta de sociabilidad, pasión e invención de formas de belleza. Cuatro clásicos como hay pocos para un maxisingle legendario e imitado infructuosamente por cientos de productores incapaces de capturar el duende de un músico tan especial como Anthony Child, sumo sacerdote de un género que él inventó y cuya cátedra no tiene aspirantes a la altura. Su fundamento (poner a la gente a bailar histéricamente) no es más que la excusa para desplegar un venenoso arsenal de ruidos, filtros y acoples para sonorizar con radical ánimo festivo la verbena que se soñaba para el siglo XXI. Sencillamente imprescindible, el doce pulgadas que todo aficionado a la música de baile debería tener en su discoteca.


9.

Maurizio - Maurizio
(Maurizio, 1997)
 
Sin perder el irrenunciable hieratismo teutón, Mark Ernestus y Moritz Von Oswald marcaron un antes y un después en la historia del género al recuperar su casi olvidada deuda con el dub jamaicano, parangón del espiritualismo de macumba y hechicería que siempre ha reptado en el subsuelo del techno oscuro. Una idea que hoy puede parecernos más vista que el tebeo, pero que en su día dejó a todo el mundo con la boca abierta: de improviso la órbita Hardwax perfumaba sus maquinales haikus sintéticos con aroma a porrazo de hoja pura, haciendo de Berlín una embajada de Kingstown y olvidando el éxtasis como la droga característica de este tipo de música: esto se escucha cannabis en mano. Sus trabajadísimas producciones apenas utilizaban más que tímidas bases de timbre perfectamente esculpidos, y sobre ellas ecos que retumbaban sugiriendo un frío maridaje entre voodoo afrolatino y ascetismo germano, con una elegancia insuperada y sacándose de la chistera un nuevo universo (suave, aparentemente sedoso, trotón, estricto pero orgánico) para el techno que veía así legitimado su lenguaje a ojos de los culturetas. Arty y bailongo a partes iguales, sus temas no escatiman en momentos sobrecogedores que, en las pieza más inspiradas, llegan a poner la piel de gallina. Quizás en una primera escucha puede sonar demasiado sedoso, pero en segundas lecturas se aprecian esos detalles fríos y espectrales que hicieron de Maurizio algo tan grande.


8.

Mike Parker -  Thermo
(Semantica, 2011)

Mike Parker me parece el músico más brillante de la actualidad, así de simple: su prolífico y asombroso trabajo a lo largo del 2011 y 2012 le han visto adelantar a todos los “clásicos” por la derecha con un lenguaje de una solidez extrema y que nos ha pillado desprevenidos a los que desconocíamos su trayectoria anterior. Muchos acabamos de descubrir a un productor que lleva más de diez años elaborando un programa estético anticipadísimo a su tiempo y que, de hecho, saca los colores a cualquier otra estrellita de su palo. Me cuesta escoger una única referencia de entre su descomunal trabajo, pues todas y cada una de sus producciones o remixes alcanzan de sobra la matrícula de honor. Sé que no soy imparcial con alguien como él: mi identificación con su lenguaje es absoluta, y veo en su trabajo la traducción exacta a la música del tipo de ideario que manejo en este blog. “Thermo" es un maxi que grabó para el sello español Semántica y que contiene la que quizás sea su pieza más hermosa y escalofriante, ese tema inicial de 8 minutos y medio que pone la piel de gallina (y un nudo en la garganta) mediante la sensibilidad extrema de su gestión del sonido, rudo y embriagador a partes iguales. Parker es profesor de arte y la huella de su formación artística supura por los surcos de cada una de sus grabaciones, que en mi opinión le sitúan de tú a tú con glorias como O´Connor, Vainio o Mills, a los que no tiene nada que envidiar. Busquen además otras absolutas obras maestras como “Subterranean Liquid” o “Melencolia”. No lo sabíamos, pero desde sus catacumbas este hombre es el inventor del techno contemporáneo. Y su sello Geophone, el más escalofriante de hoy en día. Un poeta.


7.

Portion Reform – The supreme negative
(Downwards, 1998)

Ya hemos dicho aquí todo lo que creemos que hay que decir sobre tan excepcional clásico.


6.

Monolake – Interstate
(Imbalance, 1999)

Robert Henke empezó su carrera como niño prodigio del colectivo Chain Reaction para, con los años, madurar una estética propia que se cuenta entre las más refinadas y sabrosas del circuito: todos sus temas acarician al oído por lo cuidado de sus timbres y, muy especialmente, por un uso del reverb que deja al oyente con la boca abierta. Ninguna de sus magistrales ediciones baja del notable, pero son su debut “Hong Kong” y muy especialmente este descomunal “Interstate” las referencias de mayor impacto en una escena que desde entonces ha convertido a este productor en uno de los hombres fuertes. En las entrevistas acostumbra a reconocer su deuda con la música concreta y los sonidos encontrados, referentes que incorpora a un universo digital, silíceo y robótico humanizándolo con cánticos de pájaros, sonidos de gotas de aguas filtradas, extraños ecos marinos y golpeteos de ambiente forestal. Un idioma por tanto que conjuga bellamente la máquina con la naturaleza, de un aura vitalista y distante que se recrea en su prodigioso dominio de la alquimia digital. La trabajadísima segunda parte de “Tangent” ofrece uno de los más impresionantes manejos del delay y el reverb de todos los tiempos, como parte de un disco donde las piezas se concatenan hasta formar una elegante sinfonía panteísta tan bella como sorprendente. Sedoso y abisal.
 


5.

Aphex Twin - Didjeridoo
(R&S, 1992)

Cuesta hacerse a la idea de que un tema con una estructura como la de "Didjeridoo" haya sido producido en 1992, pero el dato confirma el genio de un Richard D.James que además de siempre imprevisible, resplandece como genio prematuro y dos peldaños por delante de los demás. En este hipnótico y visionario maxi estaban ya pactadas las líneas de trabajo que permitirían que la electrónica encontra en la pista de baile el aliado perfecto para ganarse al gran público sin renunciar a sus fundamentos epeculativos: ritmos severos, loops marciales que evolucionan modulados por los filtros, tensión del tiempo, función ritual, subidón, feísmo, arte marcial. Cuatro temas de una precocidad difícil de creer, pues de su trazo beberían las docenas y docenas de artistas que intentaron (con desiguales resultados) continuar el lenguaje que aquí nacía. El viejo acid house se endurecía y apagaba las luces para, tal y como cuenta Simon Reynolds, sumergir a la generación rave en un extraño ensimismamiento oscurantista y vagamente naive, con temas de una crudeza indescriptible construídos sobre reminisencias de nuestra infancia. Las lecturas más superficiales de "Didjeridoo" optarían por la senda del hard-trance, pero el fulgor de sus inspiradores surcos iluminaría el camino de los grandes maestros del techno más puro. Aphex Twin no es un productor de techno porque cualquier corsé termina por quedársele pequeño, pero cada vez que vuelve al cuatro por cuatro revienta expectativas y establece una nueva página en blanco. El disco por excelencia de la música de baile dura de los 90, y puerta de entrada exquisita al inabarcable, emocionante, sorprendente y esquivo universo de un autor que excede toda categoría crítica.


4.

Cyrus  - Inversion
(Basic Channel, 1994)
 
La quinta referencia de Basic Channel es tal vez la que mejor resume el ideario y modus operandi de una marca ahora instituida en sacrosanta: bombo estático, riffs venidos del más allá, ruido blanco de una belleza indescriptible y puntuales secuencias crepitantes que refiguran el ideario ambient de los años 70. Los casi veinte minutos de “Inversion  inauguran una mística solemne y muy alemana que glorifica el espartano idealismo teutón incorporándolo a un escenario en principio tan poco propicio como la pista de baile: el ánimo que inspira es más catedralicio que discotequero, añadiendo una nueva dimensión –la profundidad- al lenguaje rave que hasta entonces se conformaba con el sobresalto del aparato psicomotriz. Desde ahora en adelante, el techno se convertiría en un dominio hipercúbico con su propio sentido de la belleza, la tempestad y la trascendencia. “Presence” y sus neblinosas penumbras, tensas y cavernosas, sostenidas en 20 parsimoniosos minutos de éxtasis digital, funcionan como un penetrante mantra introspectivo que inspira imágenes de torbellinos, montañas y noches pastorales. Una indisimulada apelación a la idea romántica de lo sublime que, cifrada en lenguaje binario, dispone para el siglo XXI una mística perceptiva que en la década siguiente produciría piezas de mérito incuestionable, pero incapaces de alcanzar la refulgencia de una obra de arte tan delicada como esta.


3.

. Iesope DriftTuljähn
(Seico Corp, 1997)

Hasta aquí, los discos que hemos reseñado pueden clasificarse entre los duros y contundentes, por un lado, y los profundos y preciosistas por otro. Sin embargo esa taxonomía colapsa en el caso de Iesope Drift, inolvidable proyecto experimental cuyo legado puede interpretarse o bien como una salida paisajista a la virulencia del hardtechno, o bien como una alternativa áspera y ruda para el deep techno de voluntad esteticista: en cualquier caso, se trata de la colisión de lo contemplativo con la hosquedad industrial. Monotracks de una contención casi inhumana, repettivos hasta insuflar un estado de ánimo de pura narcolepsia, “Tuljahn” son tres fantasmagorías de azufre y petróleo que elevan el espíritu a la negación de la reflexividad mediante el vaciado de la conciencia. El escalofriante tema que abre la cara B sigue a día de hoy siendo la producción más espiritualista y espectral de la historia del techno, reorganizando sonidos más propios de una cadena de montaje hasta obtener una secuencia infinita de belleza indescriptible, secretamente romántica bajo la máscara del ruido indolente. Una aproximación al hecho poético –la atribución de reminiscencias afectivas a significantes neutros- que busca emocionar mediante el ruido urbano y sus misterios, sus compases cíclicos y sus apáticas cadencias. En realidad, se trata de lo que el hombre ha hecho desde las pinturas rupestres: apropiarse de lo que le rodea para transformarlo en belleza, comunicación, afecto. En este caso, el proyecto es dar presencia a la ciudad como un “hogar” no siempre apacible y en el que el monstruo en el armario es el golpeteo insistente de metal contra metal. Irrepetible y letal.




1.(ex aequo)

Regis - Divine Ritual
(Downwards, 1999)

Various Artists - 1-7
(Chain Reaction,  1995)

 Los discos que han aparecido en esta lista podrían haber sido ordenados de otra manera, o haber quedado fuera algunos para que pudiesen entrar otros igualmente meritorios. Cada vez confío menos en que este tipo de rankings tengan ninguna valía como "juicio": de lo que se trataba no es de decidir qué música es "mejor" y cuál es "peor", pues hacer crítica no tiene nada que ver con sentarse en un tribunal y administrar normativamente unos valores. La crítica musical y artística se han convertido en lecturas muy poco apetecibles por su tendencia a operar como jueces o fiscales inquisidores, como si la utilidad de su trabajo fuese similar a la de un juzgado. No se trata de eso: cada oyente tiene su propio sistema de juicio tan respetable como el de otro cualquiera. La lista, por tanto, tiene la voluntad celebrativa de poner en común discos no tan conocidos que me han proporcionado algunas de las experiencias culturales de más impacto de mi vida.
Los dos discos que he situado en la cima están aquí por motivos estrictamente personales, y no creo que ninguna otra lista de este tipo los hubiese elegido como los mejores. Pero ambas son obras de arte que significan mucho para mí. A mucha gente le sorprenderá que para algunos un disco de Regis pueda desencadenar las mismas emociones que a otra gente le inspira Leonard Cohen, Nick Drake o Bob Dylan, pero así es: son dos discos muy emocionantes para mí, con los que mantengo una relación muy afectuosa y que en mi biografía van asociados a vivencias sentimentales de gran calado.A fín de cuentas esa posición real en nuestras vidas es lo que hace de una obra de arte algo a valorar con tanto cariño: Karl O´Connor y Torsten Profrock despiertan en mí el tipo de sensaciones que otros encontrarán en Joy Division, Camarón o García Lorca. Me abstengo por tanto de buscar una legitimación "intelectual".
"Divine Ritual" y su indisimulado juego sarcástico con lo religioso (en los títulos y en la estrategia compositiva) supuso para algunos de nosotros la toma de conciencia de la seriedad y profundidad que podía alcanzar un disco de techno como obra de arte adulta. Aquellos loops densos y obsesivos,las frías voces subsaharianas entonando extraños cánticos rituales carentes de sentido, el desgarro de un tipo de música que parecía buscar una incómoda purificación introspectiva, la radical renuncia a cualquier detalle que "humanizase" o hiciese confortable la escucha, supuso un momento clave en la historia del género a oídos de los que somos por genética mulerianos. En cuanto lo escuchamos, todos supimos que aquello era por fín el canon tan largamente esperado. Muchos chavales que lo descubren hoy en día siguen quedándose atónitos ante la intensa ferocidad de un maxi cuya épica no está ni mucho menos agotada.
Como tampoco está agotado el emocionantísimo caudal de ideas que puebla el soberbio primer maxi de Various Artists para Chain Reaction. Lo descubrí gracias a Silvania a finales de los 90 y ya en la primera escucha decidí que aquel era el territorio que quería habitar el resto de mi vida. La magistral temperatura de su atmósfera hacen de este disco una experiencia mística: el espacio acustico sólo ve roto su silencio a través de esos bellísimos espasmos digitales que serpentean, oscilan y se modulan sobre unas bases mínimas, de rigor eclesiástico, como un paisaje intuído en duermevela desde la ventana de un tren nocturno que atravesase la Europa de Wim Wenders. Invernal y de belleza melancólica, sus siete misteriosas "canciones" de textura sedosa y palpitante inauguraron un modo de comprender la experiencia musical del pop en la que la atención se dirigía únicamente al sonido en su pura sonoridad, y al orden en su estricta función ordenadora. Música hecha con ordenadores, como todos los discos de esta retrospectiva, nacida de la voluntad de difundir un género cuyo calado es el que cada cual quiera ver en el, pero que al menos merece el mismo respeto que cualquier otro campo expresivo. Cuerpo y alma, ruido maquinal y cifrado en binario, ritual pagano y fiesta para los sentidos.
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2 comentarios:

  1. Acabo de leer el comentario al número 1 de tu lista. Umm apetece besarte.
    Astrolog

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  2. gordisimo el chain reaction y del 96¡¡¡¡

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