Cloud Atlas (Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski, 2012)
Pese a su generosidad en
triquiñuelas digitales y efectos de
posproducción, la gramática cinematográfica de l@s herman@s Wachowski se cuenta
entre las más clasicistas de los directores de su linaje. Mientras otros
investigadores de las posibilidades de un cine genuinamente digital se
esfuerzan por retorcer las estructuras narrativas, deconstruir la composición
argumental o rehabilitar los arquetipos psicológicos heredados del lenguaje
clásico, los Wachowski parecen conformarse con hechuras escasamente sorprendentes,
tanto por la perezosa formulación de la perspectiva moral (nunca ambigua,
siempre delimitando muy claramente quienes son “los buenos” y quienes “los
malos”) como por la formalización de sus relatos, indisimuladamente
convencional. La mediocre ingeniería de sus narraciones gana en pegada gracias
a su habilidad para la caligrafía de los efectos visuales, pero no hay que
buscar por ahí la explicación al descomunal impacto generacional de cada una de
sus películas: su punto fuerte es sin duda la naturalidad con la que logran
visibilizar las inquietudes políticas de la “generación perdida” y su tenebroso
laberinto identitario. Partiendo siempre de figuras típicas del imaginario
clásico (el héroe, el clan rebelde, Goliat, la pasión emancipatoria…), los Wachowski
tienen un don para travestir historias en realidad mil veces contadas para que
resulten inauditas al imaginario afectivo del espectador al que se dirigen, que
intuitivamente empatiza con los trasuntos sociopolíticos que subyacen al
atrezzo estético. Los feligreses de Althusser o Gramsci se deben rasgar las
vestiduras al constatar la enorme facilidad con la que estos cineastas se meten
al espectador en el bolsillo, convirtiendo propaganda política (moderadamente)
subversiva en espectáculo multisalas y dándole así una difusión jamás alcanzada
por la izquierda ilustrada. Si Naomi Klein o Tiqqun aportan el andamiaje
intelectual al cluster de movimientos #occupy, gente como los Wachowski le
aportan la imprescindible seducción icónica a través de sus ya clásicas
metáforas de las pastillas roja y azul o la máscara de Anonymous, un estupendo
argot simbólico universalizable y perfectamente amoldado a los microactivismos
en la era de la resistencia individual a la conspiración informativa. En ese
sentido, nadie puede poner en duda la honorabilidad y talento de Godard, pero
dudo que algo tan autoindulgente como “Film Socialisme” pueda ejercer la más
mínima influencia sobre el indignado de la generación Playstation,
Pero… ¡ey! Por lo escrito hasta
ahora pareciese que estuviésemos hablando de dos militantes de Baader-Meinhof
infiltrados en Hollywood, o del típico artista enajenado que antepone la
fidelidad a un credo político sagrado a cualquier otra consideración
compositiva. Ni mucho menos: algunos vemos en su cine veneno ideológico
ingeniosamente diluido en gaseosa, pero probablemente la mayor parte de los
fans de Matrix se hayan quedado únicamente con las balas en ralentí, el corsé
de Trinity y los discursetes de Neo: es verdad que los Wachowski sujetan con una
mano un cocktail molotov, pero igual de cierto es que con la otra le dan a la
manivela de la caja registradora. Sus films son blockbusters que mueven mucho
papel, y el cumplimiento de dicho requisito es condición indispensable de todo
lo que filman, con lo cual el desafío de esta nueva y esperadísima “Cloud
atlas” era el de satisfacer tanto a sus seguidores más revoltosos y politizados
como al público white trash que los colecciona los digipacks de “Matrix” en el
mismo estante que las mayores bobadas de Steven Seagal. Los presagios del
trailer no eran muy alentadores, pues parecían anunciar un film sentimentaloide
a la Spielberg
(¡¡¡y con el petardo de Tom Hanks entre sus protagonistas!!!) figurado además
bajo un nuevo patrón estético que parecía renunciar a las características
ambientaciones tenebristas de sus anteriores películas. Algo de eso hay, y
efectivamente es con diferencia su trabajo más colorista y luminoso, aunque
contra pronóstico no sea eso lo que de verdad sorprende del film: el inesperado
empleo de la estructura narrativa “trans-crónica” a lo Perdidos, o lo que es lo
mismo, las “Vidas Cruzadas” de Robert Altman elevadas al cubo en universos
ucrónicos, atópicos y transpersonales. La jugada (que intenta ser, como digo,
“Matrix” narrada conforme a la estructura de “Lost”) funciona sin sobresaltos
ni estridencias, con eficacia y naturalidad, sin tensar demasiado la cuerda de
la compresibilidad pero manteniendo en el espectador una efervescente sensación
de curiosidad por lo que está pasando que se resuelve con mucha fortuna: en mi
opinión el film funciona estupendamente como cuento de aventuras exuberante en
“sense of wonder”, y satisfará sin rodeos a aquel que busque un deleite capaz
de complacer un rato a las pupilas.
Pero en caso de los carismáticos
hermanos, eso es lo de menos: ni filman como Bela Tarr ni eso importa lo más
mínimo, porque vuelvo a incidir en que el núcleo ideológico de su trabajo es lo
que propicia su robustez. Si sus películas son recibidas con tanta fascinación
es por la puesta en imagen de un espectro político que tiene en ellos a sus más
eficaces visionarios. “Cloud Atlas” continúa el planteamiento narrativo de todo
su trabajo anterior: héroes singulares y de naturaleza anónima, “hombres
unidimensionales” sobre cuyos hombros pesa de repente la salvación del mundo, y
que atraviesan una particular Ilíada entre el escepticismo, la incredulidad y
el desconcierto de un mundo donde todos parecen conspirar con el enemigo, pero
en el que de repente afloran inesperados aliados. Una trama cuya estructura
puede leerse en el fondo como un desanudado del tejido de la solidaridad.
El concepto de “solidaridad” es
uno de los más damnificados por la instrumentalización que de él hace la neolengua
massmediática, que apela vagamente al “espíritu solidario” de una manera más
perversa de lo que en principio podríamos intuir. Ante un desastre humanitario
o un caso clamoroso de catástrofe social los políticos y sus vedettes / celebrities
organizan todo tipo de farándulas “solidarias” en las que se apela al
co-padecimiento humano para que ayudemos a “los que más lo necesitan”: Es una
idea tremendamente pérfida, pues parte de un principio tan zalamero como inocular
al ciudadano solidario la idea de que es un privilegiado: sólo es solidario
aquel que se lo puede permitir, con lo que la instancia a ese tipo de
solidaridad insufla en el que la ejerce la sensación magnánima de situarse por
encima del que la recibe. Para que ese tipo de solidaridad pueda tener lugar,
es requisito imprescindible una situación de poder asimétrico: la relación
entre el afiliado de una ONG y el beneficiario de sus donaciones se construye
sobre la diferencia de nivel de vida de ambos, por lo que “lo solidario” es un
comportamiento que sólo puede darse en situaciones de desigualdad… una
estrategia que permite desactivar cualquier intento de solidaridad entre pares,
que es la verdadera solidaridad.
En cálculo de estructuras, se
habla de “elementos estructurales solidarios” cuando los esfuerzos de unos se
reparten y transmiten entre los demás componentes de la estructura, de tal modo
que el equilibrio del conjunto depende de la colaboración entre sus partes: el
nudo rígido de hormigón que lleva la carga desde la viga hasta el pilar es el
eslabón fundamental de esa solidaridad, en la que la estabilidad viene
garantizada por la correcta disposición de pesos, contrapesos y elementos
resistentes. La solidaridad no tiene por qué ser, como en el caso de las ONG,
un gesto filantrópico que se realiza como un don, sino un pacto entre cooperantes
que deciden instituir un quid pro quo: es por tanto la condición fundamental de
que puedan lugar las hoy recurrentes “sinergias”, o dinámicas en las que la
suma cooperativa de potencias dispares da lugar a una potencia colectiva de
orden superior que no tiene nada de “filantropía”; sino de mutualidad. Y en ese
campo de reflexión es donde se podría encuadrar el fundamento de esta ingeniosa
“Cloud Atlas”, cuyo acercamiento a esta problemática queda resumida en esta
imagen:
Hace unos días la colgué en mi facebook
y despertó la tibia simpatía que esperaba: el meme “el océano es la suma de
gotas de agua” es un lugar común del inconsciente colectivo de una época en la
que cualquier planteamiento de “lo común” ha de fundamentarse en el individuo
como constituyente irrenunciable de la comunidad. Las mismas “redes sociales”
siguen este mismo principio, al articularse como agregado de agregados (del
perfil unipersonal a la plataforma multipágina) cuya unidad mínima indivisible
es el muro como espacio unipersonal y personalista. La multitud de Negri, o
cualquier otro modelo de sociabilidad concebida como marasmo de actores
escindidos entre sí, acostumbra a apelar todavía a una concepción demasiado
moralista y sentimentaloide de la “solidaridad”; como deudora todavía de un
heroico “espíritu de clase” irrelevante en una civilización edificada sobre la
épica del Yo.
La cosmogonía de esta película
toma como punto de partida el tipo de conectividad universal y omnímoda propia
de la univocidad que subyace a la “teoría del caos”: mariposas que desatan
huracanes al otro lado del planeta porque la realidad está formada por una única
red vertebrada de conexiones y composibilidades que todo lo abarcan. Las
metafísicas de la univocidad dan pie por tanto a una idea de lo real como
“estructura solidaria” desde su misma esencia, una solidaridad que por tanto no
depende ya de la voluntad ni de la libertad: uno no es solidario con el mundo
porque así lo decida, sino porque la misma génesis del yo se inscribe
completamente en un tejido de relaciones que le exceden y predeterminan. En la
era de la globalización, hemos descubierto que el mundo es estructuralmente
solidario por su naturaleza misma… pero esa solidaridad (como bien advertía
“Capitalismo y esquizofrenia”) está secuestrada por el capital. Un ciudadano de
Shangai y otro de Tijuana trabajan sin ser conscientes en un proyecto común,
sometidos a esfuerzos que repercuten en todos los puntos del sistema, de tal
modo que el precio de los alimentos, el salario por su trabajo o la accesibilidad
a los recursos que pueda tener cada uno están delimitadas (y comodificadas) por
el comportamiento del otro. La perversa
eficacia del capitalismo estriba en haber sido capaz lo que por naturaleza era
una estructura solidaria (el mundo globalizado como dominio único al que
convergen todas las posibles transacciones y comunicaciones) en un campo de
batalla en el que la solidaridad queda eclipsada por la competitividad: la
renuncia a un reparto simétrico de los recursos, y su sustitución por un
sistema caníbal de suma cero en el que el beneficio no se obtiene con los demás
sino a expensas de los demás. Lo que trata de disponer “Cloud Atltas” viene a
ser una poética de la conectividad revolucionaria entre esos “pares” que forman
una estructura solidaria, pero que en el mundo contemporáneo están separadas
por abismos espaciotemporales. Una de las claves de los manifiestos políticos
de los Wachowski es su apuesta por una revolución edificada sobre la
recuperación de la conectividad como potencia emancipatoria, y en ese sentido
la película funciona magníficamente como nuevo dispositivo iconográfico que
conjunta una épica, una estética y un (epidérmico pero resolutivo) orden
metafísico para la generación que requiere desesperadamente la hilación de las
subjetividades solitarias en estructuras de resistencia solidarias
Pitch Perfect, dando la nota (Jason Moore, 2012)
En un registro completamente
distinto, he disfrutado muchísimo “Pitch Perfect”, encantadora follie para el
adolescente de la era mp3 que sale airosa de su inento por edificar una epopeya
digna a partir de un material en principio tan poco apetecible como son los
concursos de cantantes: la peli está pensada para encandilar al nutrido fandom
de los concursos del tipo Operación Triunfo, La Voz, Dacing with the Stars y similares, género
que personalmente detesto pero que en este caso da lugar a una comedia
adolescente muy apañada y que sabe gestionar muy bien su evidente sobredosis de
sacarosa. Las competiciones musicales televisivas son probablemente el registro trash por
excelencia del pop contemporáneo, y la estrategia de los creadores del film
para investirlo de glamour para adolescentes gafapasta es caballo ganador desde
el primer momento: situarlo en la estela de John Hughes, no sólo mediante
descaradísimas y eficaces citas y homenajes, sino en el planteamiento mismo de
las relaciones interpersonales de los protagonistas.
Nunca he visto Glee ni Gossip
Girl, con lo cual no puedo certificar la originalidad de un producto como
“Pitch Perfect”, pero lo que está claro es que es una nueva muestra de salud del
reciente cine de instituto, un género por lo general pendular entre la
autoindulgencia marysabidilla de los indies (caso de la penosa Submarine) y la
zafiedad chusca para paladares demasiado hormonales. Y dentro de ese amplio
espectro temático, “Pitch Perfect” encuentra su espacio particular con un pie
en la tradición de la comedia cruel a lo “Chicas Malas” o “Escuela de Jóvenes
Asesinos”, y otro en la festividad dulzona y optimista de las trapalladas
Disney.
Me da un poco de vergüenza
reconocer mi gran afición por este tipo de películas, incompatibles con las
canas que luzco de no ser porque al hablar de ellas en un blog pareciese que
las consumo como gesto cultureta… Juro que no soy pederasta (los que me conocen
saben que peco más bien de radical gerontofilia) pero si hay un género capaz de
insuflar alegría de vivir, optimismo respecto a la condición humana y
tolerancia hacia los impulsos más despreocupadamente horteras, es el de la
comedia teen, que afortunadamente cada día es más sutil en los discursos
psicologistas que lo subyacen (Pitch Perfect quiere ser El Club de los Cinco
elevado al cubo) sin por ello perder la magia, el salero y la insolencia.
Ideala de la muerte para una tarde de domingo en la que no os apetezcan las
risitas flojas del Facebook.
De todas las etiologías de la crisis que
circulan por ahí, una de las (sorprendentemente) menos populares es la que
proponen gente como Ricardo Vergés o Richard Koo, demasiado economicistas como
para ser tenidas en cuenta por el 15M. Según Vergés, del que ya hemos hablado,
los países periféricos de la zona euro cayeron en una trampa urdida por la gran
banca alemana, que a finales de los 90 tenía en sus manos una peligrosa
sobredosis de liquidez que amenazaba con explotar en forma de inflación desbocada,
y que fue despachada hacia los PIIGS en
la forma de crédito fácil. La tesis tiene mucho sentido.
Recientemente he encontrado a J.
Jacks, un columnista de Cotizalia que amplía esa hipótesis al encontrar el
origen de la burbuja alemana de papel, que no sería otro que un movimiento de
(por supuesto) los americanos para mantener en pie el castillo de naipes del
dólar a través de un demoníaco círculo vicioso de tipos de interés bajos, deuda
pública a precio de saldo, y la impresora de dólares a pleno rendimiento. Su
deslumbrante teoría queda muy bien explicada en este fabuloso y sencillito texto, cuya lectura puede complementarse con todas estas otras columnas del
mismo analista.
Pero lo más interesante que le he
leído a Jacks es esta interesantísima entrevista en la que va desmenuzando el
papel que según él juegan los bancos centrales, la industria de la deuda, el
dinero fiat o los grandes banqueros en el circo financiero en que se ha
transformado el mundo. Por lo visto sus conceptos son muy comunes en el monetarismo
contemporáneo (que desconozco completamente), y su lectura produce la sensación
de estar viviendo en un mundo completamente ficticio y desnaturalizado que
orbita en torno al Dios Dinero… un dios que en realidad no es tal porque la
moneda fiat, desde la abolición del patrón oro, obtiene su valor de una suerte
de ilusión colectiva. Si el meme anticapitalista por excelencia es eso de “debt
is Money, and Money is debt”, lo que afirma Jacks es que más bien Money is
nothing, en lo que on un poco de imaginación puede leerse como trasunto
económico del existencialismo: del mismo modo en que el Ser y la Nada son la misma cosa, el
dinero es una máscara vacía cuya sustancia aparente (el valor) es en realida
inexistente. Como anécdota, señalar que el autocorrector del word me cambia la
inicial de Money a mayúsculas… o como se dice en inglés, a letras capital.
Y ya que estamos de craisis,
nadie mejor que el bueno de Adam Curtis para desentrañar los tejemanejes que se
urden en la sala de calderas del poder. Este legendario documentalista
británico es la mente detrás de los ya clásicos “The Trap”, “The Century of the
Self” y especialmente de la monumental serie “All watched over by machines of
loving grace”, y en la producción que traigo hoy ("Everyday is like sunday") cuenta las andanzas de las
diabluras conspirativas de Cecil King, emperador de la prensa británica cuya
ascensión y caída es un recorrido por las cañerías más apestosas de los medios
de comunicación masiva. Narrado en el característico tono épico de Curtis y
plagado de referencias pop (el título, descarado homenaje a Morrissey) el
documental ya no sorprende por lo previsible del enfoque del director (cuyas
filiaciones socialdemócratas cada vez resultan más evidentes y aburridas) pero
tiene suficiente punch como para sacar los colores al documentalismo rutinario
a lo “Informe Semanal”. Divertido lo es a rabiar, y convierte a King en un
nuevo icono de la contracultura post-pop a situar en el animalario de
gobernantes en la sombra que poco a poco vamos esbozando entre todos y en el que
por cada político elegido democráticamente subyacen un par de banqueros, algún
que otro empresario y, por supuesto, un batallón de manipuladores ideológicos.
Los completistas de Curtis pueden
continuar con este “It felt like a kiss” que empezaré a ver en cuanto termine
de editar el post.
Hacía ya bastante tiempo que no
tenía la templanza y tranquilidad que requiere la lectura de filosofía pura, y
estas navidades he estado metiéndole un mordisco a una recopilación de textos
de Heidegger editada por Alianza bajo el título de “Caminos de bosque”. El
ensayo que más me interesa es su monumental ensayo sobre el concepto deexperiencia en Hegel, una cuestión interesantísima que alcanza aquí el mayor
nivel de profundidad analítica y rigor conceptual que he encontrado nunca al
respecto. Es un texto complejísimo de leer para los que no estamos
familiarizados con el botiquín de conceptos hegelianos, máxime cuando la
densidad de éstos de eleva exponencialmente cuando Heidegger los somete a la
opacidad de su sistema existenciario.
De lo que están hablando ambos es
de la hondura de la verdad, de los posibles arraigos de la certeza en la
experiencia y la realidad. Independientemente de las críticas a las que haya
sido sometida después, lo cierto es que la dialéctica hegeliana es un sistema
monumental, cuya arquitectura fue desarrollada por Hegel hasta el más mínimo
detalle. Leyendo este análisis por parte de Heidegger uno se queda con la boca
abierta ante la impresionante exactitud y minuciosidad del sistema dialéctico,
que aquí es estudiado desde la preponderancia del escepticismo como momento
central de la conciencia, y confrontado con un maravilloso concepto de raíces
decididamente místicas como es el de “parusía”.
Last but not least, dejo estabreve charla de David Foster Wallace de sorprendentes resonancias
heideggerianas. Me interesa muchísimo el trabajo de DFW y quiero leer de una
santa vez sus conversaciones, pues encuentro en él una forma de sabiduría muy
poco habitual en la literatura contemporánea, y por la curiosidad que me
despierta su suicidio. Lo que no me cuadra de ninguna de las maneras es la coda
final de esta charla, en la que esboza tímidamente unos principios conforme a
los cuales llevar una “existencia auténtica” que no se la cree ni él. Culpar a
las colas del supermercado y a los anuncios de televenta de la angustia del
ciudadano contemporáneo es correcto, pero no lo es tanto el presuponer que
apagando la tele y deviniendo hippy uno alcanzará la honestidad del Ser. Porque
esa autenticidad no existe,no hay ninguna hondura en los dolores estériles de
la vida, nada tiene ni puede tener sentido, y todos vamos a morir sin que nada
de lo que hayamos deseado, hecho, sufrido, poseído o compartido haya servido
para dotar de sustancia a una existencia de naturaleza hueca, estéril y
dolorosa, por toda la eternidad. ¡Feliz 2013!
Brillante, pero permíteme un pero: no creo que haya nada de estéril en la vida, creo que realmente hay una posibilidad de la vida auténtica. Quizás no sea tan fácil como volverse hippie, como evitar lo que no haga la vida inauténtica, pero existe un cierto momento de verdad del ser que puede descubrirse. Aunque éste no sea universal, y ni siquiera el que valga para uno valga igualmente para otro.
ResponderEliminarSobre Heidegger prefiero comentarte unas cuantas cosas con más calma en otra ocasión. Me gusta ver que le estás sacando partido :)
Gracias por el comentario Alv, de Heidegger me interesa todo excepto eso de la "existenci auténtica", que sólo conozco explicado por terceros (es decir, he leído sobre el tema pero no al propio Heidi hablando de ello)... me sorprende bastante que llegue a esa conclusión, pues cuando escribe es siempre tan sistemático y frío, con esa forma de explicarse circular y meditativa, buscando siempre el matiz del matiz... en cambio lo de la "existencia auténtica" me da la sensación de que es como un consuelo que se saca de la manga para no dejar al lector con la sensación de que la vida es una Scheiße . En fín, con el tiempo espero llegar a comprender esa parte de su pensamiento.
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