Cynical Zeitgeist
(Deconstruyendo a Parménides)
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Leyes, libro I
Ateniense:... suponiendo que tengáis leyes bastante buenas, una de las mejores será la que prohíba a los jóvenes preguntar cuáles de ellas son justas y cuáles no; deben convenir en cambio al unísono en que todas son buenas, porque su origen es divino; y a cualquiera que diga lo contrario no hay que escucharlo. Pero un anciano que advierta algún defecto en vuestras leyes podrá comunicar su observación a un gobernante o a alguien que lo iguale en años, cuando no haya ningún joven presente.
Cleinas: Es exacto, extranjero; y aunque no hayas estado allí en esa época, me parece que, cual un adivino, has comprendido plenamente el propósito del legislador...

Al parecer Parménides, hace ya más de dos mil años, dijo
que
lo que es, es necesario que sea;
y lo que no es, es imposible que sea
.
Lo más curioso es que su discurso triunfó en Occidente
sobre el de Heráclito, que apostaba más bien por algo más simple, aunque
bastante más evidente:
nada es,
todo cambia
y todo fluye.
¿Pero alguien se ha parado a pensar el por qué de ese
triunfo?
Pues a mí me parece evidente -aunque la evidencia no sea
ningún tipo de demostración científica-, que el discurso del tal
Parménides es un magnífico ardid que justificaba -y justifica- el status quo
de lo que es, es decir, del poder.
Y todo ello porque al parecer la doxa -la opinión-, según
Parménides, no obligaba a nada a nadie. Hasta ahora, claro. Porque una vez que
la omnipotencia del poder ha llegado a ser capaz de alimentarse -o más bien
devorar- sus propias contradicciones, la doxa, simple y llanamente, para
nosotros vuelve a tener mucho más valor de veracidad que la indolente y
despiadada episteme -la “ciencia”-.
¿Pero cómo ha sido posible que la opinión haya sido
durante tantos años, simple y llanamente anulada?
Pues porque opinar en contra de algo, uno no lo hace a no
ser que le desagrade mucho. Mientras que opinar a favor de algo -como hizo
Parménides- es más sencillo, y basta que algo no le desagrade mucho a uno para
poder emitir una opinión positiva. Se trata pues de una cuestión simplemente visceral -o estomacal, que dirían otros-.
Pero esto es así porque emitir un juicio negativo siempre
puede traer el ataque defensivo consecuente de aquel a quien se ha ofendido, e
incluso de quienes solidariamente pueden acudir en su defensa. Mientras que
emitir un juicio positivo no posee ese carácter de ofensa sino al contrario,
posee un carácter obsecuente, constitutivo de algún tipo de agradecimiento...
del poder de turno, claro está.
Por ello a la sombra del tirano -de lo que es- siempre
crece la ironía, el sarcasmo y el teatro, porque es la única manera, en tales
circunstancias, de emitir un juicio negativo ante ese Gran Negador que es lo que es y punto. O por decirlo de una manera más positiva: la ironía es la
única manera, en esas circunstancias, de corregir el error de lo que es -como
así lo vio también hace más de dos mil años Diógenes “el cínico”-. Ya que de lo
contrario el poder, ya sea real o imaginariamente, le hace desaparecer.
El poder acepta la negación de
la ironía porque le ayuda a corregirse. Pero cuando la ironía amenaza al poder
con su desaparición, es decir cuando resulta demasiado evidente el error y el
desequilibrio, el poder también tiende a eliminarla. Bien sea transmutándola en ley, o por decirlo con un eufemismo más actualizado, en ciencia.
Esa es la forma en la que ahora cambian las leyes. Tal y
como hacen los diseñadores con los objetos, manteniendo lo viejo junto a lo
nuevo, para que lo que aparece -lo nuevo- no nos haga desaparecer a nosotros.
Por eso no queremos oír ni hablar de reevoluciones, porque
nos ha costado menos esfuerzo interpretar lo dado con toda nuestra primigenia
inconsciencia, que interpretar lo interpretado -algo que tanto tiempo y sacrificio nos lleva conseguir, pero algo que si conseguimos, no es a través
de la ciencia sino a través de la opinión, porque también la ciencia es una
interpretación-.
Sin embargo, también pudiera ser, que el poema de
Parménides no fuera tanto el inicio de una metafísica para uso y abuso de
cualquier tipo de tiranía, como una simple carta didáctica -que creo que
escribió a su sobrina antes de casarse o algo así-, aconsejándole que no se
opusiera a las apariencias porque “lo que es, es necesario que sea”.
¡Todo un guiño irónico! para decirle a su sobrina que si
quería cambiar algo, debía de hacerlo sin desafiar a las apariencias que todos vemos como necesarias. Y que debía de utilizar la evidencia -o la ironía-
ligada a la necesidad, pero no la ligada a la posibilidad. Porque
efectivamente, como añade Parménides: “lo que no es, es imposible que sea”. Lo
cual no impide tampoco decir con igual nivel de certeza que lo que es, es
imposible que siga siendo... al menos de la misma forma, claro.
¡Todo un liante! ese tal Parménides. Aunque muy irónico,
eso sí.
De modo que ante el cinismo del tirano, ante el gran
cinismo de lo que es, Parménides puede que nos esté aconsejando no alimentar
ni dar existencia al tirano -es decir a lo que es-, negándole y oponiéndonos
a él frontalmente, sino tratarle con el mismo cinismo e ironía que él nos trata
a nosotros, saboteándole de la misma manera que él sabotea nuestra existencia
negándola, más que con su oposición, con su indiferencia -ya no la de la ley,
sino la de la ciencia-. Un doble juego que bien puede ser que sea el que
juguemos todos, pero con menor conciencia.
ResponderEliminarMiau! Precioso punto de vista el de los artistas... gifts y edición :-)
Por cierto, quizá este vídeo pueda aportar más evidenciación... al cynical zeitgeist:
http://youtu.be/Uo3IRX44XSI