jueves, 7 de marzo de 2013

Bipolares #2: Baudrillard, Foucault

     
This compulsion toward liquidity, flow, and an accelerated circulation of what is psychic, sexual, or pertaining to the body is the exact replica of the force which rules market value: capital must circulate; gravity and any fixed point must disappear; the chain of investments and reinvestments must never stop; value must radiate endlessly in every direction
Baudrillard, sobre Foucault

Cultura vs. Contracultura
Baudrillard vs. Foucault
Benjamin Noys vs. Maurizio Lazzarato

Ilustrado por
Ben Campbell vs. Thomas Müller


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Brazos caídos de las máquinas deseantes

Hace unos meses denunciábamos cómo los más sibilinos “dispositivos de subjetivación” (por decirlo en lenguaje neoacadémico), al unísono con la simple y más vulgar “propaganda mercantil” nos exhortan indisimuladamente a actuar siempre en férrea fidelidad a nuestro Yo, convirtiendo en enseña porqueyolovalguista ese “Be Yourself” que lo mismo sirve para afirmar el supuesto inconformismo del joven nerd fanático del death-metal, que para animar al lisensiado de turno a redactarse un curriculum vitae conforme a las últimas tendencias del personal branding: “Be Yourself” es, como decíamos, la paradójica instancia de la que se sirve el sistema para instrumentalizar nuestra personalidad, a sabiendas de que dicha “personalidad” no supone ninguna amenaza para la continuidad de las cosas tal y como están. Somos secretamente sumisos al reparto de lo sensible oficiada por el sistema y por tanto nuestra potencial “salida” es una carretera co(a)rtada, nuestros deseos están secuestrados, y cuanto más seamos “nosotros mismos”, más musculoso será nuestro remar a favor de los flujos del capital La “huelga humana  invocada por Tiqqun (¿los brazos caídos de las máquinas deseantes?) exige por tanto la búsqueda de cierta barbarie, pues la única fuga posible para el Bloom está en el afuera de la cultura. También hemos especulado en el blog cómo quizás no pueda ser eficaz una “liberación de los deseos” del animal humano, pues no existiría tal “animal” incondicionado e inmediato tras la epidermis de lo simbólico: renunciar a la posibilidad de un deseo libre nos instala en la única posibilidad de nuestra vegetarización, cancelando los deseos en lugar de pretender vanamente exorcizarlos.

El “be yourself” evidencia la ingeniosa estratagema del sistema consistente en imposibilitar las revoluciones mediante la incitación a que seamos revolucionarios (pues, de nuevo, nuestras dinámicas potenciales de sublevación están perfectamente construidas, moduladas y acotadas por la distribución natural de lo sensible): quizás el modo más efectivo de precaución contra la sedicente aura heroica del revolucionario, consista en convencer al ciudadano gris y mediocre de que es dueño de su destino, que la hoja de ruta que se ha propuesto es de por sí revolucionaria. La estética del cowboy indomable y libertario se perpetúa en versión WASP en, por ejemplo, esos anuncios de Audi que flirtean con la huida a la naturaleza, retratando a ejecutivos que a los mandos de su A8 ganan algo de indómito, de inteligente y salvaje. El consumismo vende envasado al vacío y a todas las escalas el glamour del revolucionario que protagoniza el acto rebelde implícito en la autodeterminación de su existencia conforme a su voluntad, en un recurso estético que no sólo funciona con los compradores del El Corte Inglés, sino a círculos aparentemente más inmunes a ese tipo de trampas de seducción, como pueda ser el mundo académico y cultural. No hay más que ver la gala de los Goya para asistir al esperpento de los que realmente creen estar comprometidos, que “la cultura rema contra el sistema” y que, de algún modo, el Ministerio de la Cultura hace (o podría llegar a hacer) el papel de ese fetiche mitológico que en el fondo ha sido siempre la “contracultura”. Y es que el mito glamouroso de lo “contracultural” es equivalente en autenticidad al libertarismo del anuncio de Audi, con la particularidad de estar dirigido a los convencidos de lo fácil que resulta hacer de lo cultural una instancia emancipadora. Es un tema muy complejo debatir si puede existir de ninguna de las maneras algo como “contracultura” como ejercicio propio de un animal cultural.

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Cultura no es ContraContraCultura

Se da la hilarante circunstancia de que hoy en día probablemente un alto porcentaje de los productores de discurso (artístico, filosófico, arquitectónico, económico o de cualquier otro ámbito) se consideran a sí mismos “contraculturales” más que “culturales”. Apuesto a que incluso brontosaurios de la cultura oficialista a lo Javier Marías o Rosa Montero se catalogarían a sí mismos como “contracultura”, pues saben que renunciar a la épica de lo contracorriente resta legitimidad a personajes como los suyos, que viven de su aureola de integridad intelectual. Entre otras cosas, porque siguiendo a Bordieu la condición fundamental de la profesionalización de la cultura es la crítica de la cultura no profesionalizada, un monopolio de la “cultura legítima” que, en los tiempos del be yourself neoliberal, ha sido vampirizada por el simulacro de “la contracultura”.
Radicalizando el escepticismo misántropo que nos mantiene a salvo de la idiocia del AACCH, uno termina por sospechar que la épica comúnmente atribuida a la heroicidad de lo “contracultural” es, en muchos sentidos, un contrasentido: no lo digo porque el nicho de lo contracultural esté usurpado por falsos profetas, sino que ese nicho es una producción del estado, una producción simbólica, cultural.  Siempre me ha llamado mucho la atención la existencia de exposiciones museísticas sobre grupúsculos tan opuestos a la industria del arte como los Situacionistas, lo que redunda en que ideas como las de Debord que buscaban aniquilar la fosilizada escenificación estética del High Art, terminan por funcionar a la postre como el mejor alimento posible para las mismas estructuras e instituciones a las que atacaban.
Siguiendo nuestra estrategia dialéctica de sintetizar cultura y contracultura mediante la negación de la suma de ambas (la incultura), la negación de esta negación tal vez sea algo parecido a la “instrucción”. Cultura y contracultura no son términos antitéticos, ni siquiera los estadios límites de un mismo vector de acontecimientos, sino que su única diferencia es la posición que sus practicantes creen ocupar respecto a la cadena de producción y transmisión cultural. El concepto, entonces no es más que un localizador por identificación, pero ni un “afuera” zoológicamente imposible ni siquiera un margen verdaderamente comprometedor. La contracultura es, en esencia, la superficie resultante expansión de la cultura, y quizás por ello quizás uno de sus más eficaces armas de conquista de lo inexplorado.
En realidad, este razonamiento lleva a la intuición de que probablemente no exista ni pueda existir algo llamado “contracultura”, pues el gesto mismo de “producción” la subsume a la lógica general de lo cultural instituyente. ¿Cómo romper este círculo vicioso? ¿Apostar por el barbarismo, la incultura, el espontaneismo? ¿Cómo hacer verdaderamente contracultura?
No sabría argumentar muy bien mi postura a este respecto, pero vagamente creo que la única solución posible tiene mucho que ver con la actitud general de Baudrillard: aceptar que no hay salida de la “cultura” como recibo, asentir el simulacro implícito en la falsa antinomia de un underground esencialmente imposible, para así neutralizarlo. Las únicas expectativas de emancipación han de florecer en el silencio, en la espera de una catástrofe: el acto contracultural más adecuado en este instante es dejar de creer en la ensoñación tranquilizadora y sedante de una “contracultura”.

 
It is a spiral of power, of desire, and of the molecule which is now bringing us openly toward the final peripeteia of absolute control. Beware of the molecular! 
Baudrillard, sobre la utopía en red

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Contracorriente es la corriente

No habiendo pisado nunca una facultad de filosofía, me puedo permitir el lujo de contemplar desde la distancia los hábitos protocolarios de un gremio cuyos miembros, por cuanto embebidos en él, seguramente estén inhabilitados para advertir. El de los filósofos es uno de los campos donde el espejismo de lo “contracultural” alcanza su paroxismo más estridente, puesto que como labor de vocación transformativa, se da por hecho que la sustancia última del pensar es “pensar en contra”, y más específicamente pensar contra los prejuicios del propio pensamiento, idea que da lugar a divertidas aporías, especialmente cuando pensadores contracorriente se convierten ellos mismos en una corriente. En ese sentido debo, de nuevo, pellizcar a los más grotescos iluminados del foucaultianismo (vean esto, por ejemplo): tal y como lo interpreto, su trabajo no buscaba tanto una crítica de las corrientes mayoritarias oponiéndoles una contra-corriente (lo cual sería una rendición hegeliana), sino la disolución del caudal mismo de toda corriente, incluyendo la suya propia. Quizás sea el trabajo de Foucault el más hábil para estudiar esta paradójica naturaleza de la filosofía, irremediablemente connivente con la lógica de la producción de discurso que presume contrarrestar.
Esta intuición seguramente se presta a una argumentación más pormenorizada, pero no deja de resultar absurdo que todavía haya quien presuponga que Nietzsche, Foucault, Deleuze y los demás siguen siendo contracultura filosófica: no hay más que observar la descomunal atención que reciben en Internet para asentir en que no son contracorriente sino que constituyen, en contradicción interna, una potentísima corriente. Ello probablemente se deba la inanidad de la mayor parte del pensamiento contemporáneo, incapaz de aceptar el abismo que supone seguir con coherencia las líneas maestras de pensadores tan nihilistas como aquellos: hay algo de grotesco en la cantidad de filósofos que pasan por alto el hecho de que la muerte de Dios, exigía también la muerte del Dios Nietzsche. La culpa de este malentendido no es tanto de Deleuze como de los deleuzianos numerarios: sus cansinamente recurrentes reflexiones sobre Blanchot, Kafka, Bataille, Artaud, Bretch, Benjamín y demás fetiches (siempre los mismos), ilustran lo escasamente “contracorriente” de un sistema cultural mucho más estratificado, normalizado y cohibido de lo que sus fieles suponen. El consenso sobre los mismos referentes hace que la aparente pluralidad de posturas imprescindibles para el ejercicio de la micropolítica, cayendo en un falso juego dialéctico que, en el seno de la filosofía como institución, es equivalente al que mantienen (o simulan) PP y PSOE en política: yo soy vitalista y tú eres dialéctico, yo pragmático y tú empirista, yo negrista y tú neomarxista, yo soy realista y tú positivista… Enmohecida en sus estériles juegos de namedropping y chácharas endogámicas en bucle, la filosofía (cuyos métodos, alcances y referentes están radicalmente vedados y acotados) al aceptar su “nicho” en la cultura general, no puede dinamitar el sistema aunque sí (y con muchos recelos) dinamizarlo… o al menos aspirar a ello. Dejo este asunto al aire, proponiendo que tras 5 años de crisis en los que la filosofía ha sido de facto incapaz de proponer “nada” (y que el sistema caerá por su propio peso, y no por las injerencias de ideas críticas eficaces), la cuestión central a los debates del ramo debería ser de nuevo hasta qué punto el filósofo puede (o quiere) transformar de hecho la realidad.  Mi postura no es tanto cínica como quizás desesperanzada: el pensamiento crítico, para salvaguardar su vigencia, debe huír con premura del conformismo de su seductora prestancia. No sé.

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Termino ya. He propuesto con frecuencia que la metafísica del río de Heráclito, las micropolíticas de la fluidez y los demás axiomas de la feligresía de Foucault y Deleuze son en muchos sentidos simétricos a la formulación de la existencia propia del liberalismo, y recurro ahora a Baudrillard como aliado de mi argumentación. En los años 70, JB desató una tibia polémica en el seno del posestructuralismo cuando publicó un ensayo con el provocador pero ilustrativo título de


en el que desarrollará un pormenorizado desmontaje de la mística vitalista del poder que se puede resumir en una de sus conclusiones: la idea  microbiótica de Poder propuesta por Foucault empapa todo y por tanto equivale a la nada, desaparece. Un argumento que inteligentemente aplicará también al concepto deleuziano de deseo, al responder ambos (deseo y poder) a la voluntad de encontrar un solo factor que de cuenta del conjunto del devenir de lo real, y por tanto cayendo en la trampa del “mito” al que supuestamente plantaban cara.
No se trata de minusvalorar la trascendencia que el sistema de Foucault ha tenido en los idearios políticos recientes, pero sí aceptar que la ciencia del biopoder sólo puede ser (en el mejor de los casos) descriptiva, pero inhábil para lo transformativo. Pongo por ejemplo el trabajo de uno de los más brillantes seguidores de la escuela deleuziana, el efusivo italiano Mauricio Lazzarato, cuyos análisis del papel de la deuda en la crisis contemporánea son acertadísimos e irreprochables… pero inservibles como motores de transformación alguna. En comparencias tan interesantes como esta o esta otra prescribe una rigurosa genealogía del concepto deuda y su impacto en la organización político-económico-social del mundo contemporáneo, pero el discurso se termina justo en el momento en el que debería empezar a ser verdaderamente eficiente: en el trazado de estrategias que consigan propiciar prácticas capaces de revertir los fenómenos que denuncia. La única praxis eficiente que ha resultado del foucaltianismo son los juegos estéticos y escenográficos de militantes fanáticos de su profeta, mediante esas pomposas y estériles micro-políticas de minorías con (paradójicamente) un fuerte sentido de la identidad: sus acciones apenas logran arañar la barrera del gesto simbólico, resultando su estrategia en meros intelectualismos que (a los hechos me remito) no han logrado cambiar absolutamente nada.

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Baudrillard, en su apuesta por la catástrofe, propone una metodología seguramente más pesimista o incluso cobarde, pero coherente en su asunción de que “el sistema” es una bestia cuyos tentáculos disponen la posibilidad misma de las “contraculturas” que quieren (o dicen querer) finiquitarlo: si en algo triunfa el discurso de Baudrillard sobre el de Deleuze y Foucault es en su infinitamente más profunda formulación de las “masas silenciosas” y su imponente fuerza agitadora. Pero el que quiera investigar esta cuestión en la voz de alguien mucho más experto que yo, puede leerse este estupendo paper de Benjamín Noys, que recorre el diálogo de ideas entre Baudrillard y Foucault, desde una perspectiva mucho más abstracta (quizás también más dubitativa) que la del discurso que produce Lazzarato, y a mi entender menos monocroma. No es la primera vez que traigo a Noys al blog y recomiendo de nuevo sus exquisitas charlas, pero muy encarecidamente la lectura del paper que he enlazado. Ahí tienen una valiosísima confrontación de dos sistemas de pensamiento que quizás puedan conjugarse como los extremos bipolares de una síntesis aún por construir.



Heredar la ruptura es romper con el que rompió [...]

el único modo de leer a Foucault es seguir escribiendo
 

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9 comentarios:

  1. la última cita es aplicable a todos los autores que mencionas (D&G...)... por eso estoy contigo en la ineficacia de estudiarlos... entiendo, ya casi sin duda a estas alturas, que sólo hay que utilizarlos de la forma más banal y directa posible, como herramientas para pensar y hacer... articulón!

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    1. Gracias por el comentario, compañero. Efectivamente, hay que leer egoistamente, desde la necesidad propia y sin prejuicios. Un abrazoide!!

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  2. Supongo que es estas pretensiones de transformación son producto de una conjugación de idealismos y frustraciones: imponer una forma a lo real dominante. La forma ideal de alguna minoría (todo son minorías que tienden a un singular, las mayorías son un efecto estadístico), cualquier cosa, el squat, la orgía, el parlamento, la fábrica o la discoteca; no tiene importancia. La alegría de un individuo depende de su situación concreta y además remite a todas sus tristezas. ¿Cómo aceptar que el radio de acción mundana está limitado y condicionado a escala de cada cual? Y, aún peor, que estas condiciones, son las que permiten (pues lo posible es un juego de fuerzas) cualquier realización concreta. Veo dos ingenuidades, de una parte la nostalgia de lo infinito incodicionado, pero a escala antrópica! (el "nadie manda sobre mí" como fantasía del siervo soberano) y de otra los efectos de una falta de vínculo significativo (de religación, no en sentido privativamente religioso ni mucho menos) que expresa ese malestar en fantasías de cambio y de liberación (incluso de revolución para los más romántico); en el fondo se trata de ejercer una seducción que permita soportar la frustración, un mecanismo compensatorio, el embrutecimiento necesario para derribar cualquier verticalidad que nos ofenda. Dos procesos generales se neutralizan en un gran doble vínculo: prepotencia estructurante y subjetividad flotante.

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    1. Gracias también por tu interesante comentario"!!! tengo pendiente responder a los anteriores tuyos, suficientemente enjudiosos como para obligarme a releer textos y reflexionar. Hasta muy pronto y nos vemos por tu blog!!
      - observer

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    2. Estoy muy de acuerdo con lo que dices. Además lo dices de una manera tan sintética, que a mí es como me gustan las ideas, porque así puedo luego desplegarlas a mi manera, o más bien traducirlas a mi experiencia.

      Sin embargo no estoy nada de acuerdo con las conclusiones que sacas. La primera, sobre “el embrutecimiento necesario para derribar cualquier verticalidad que nos ofenda”... efectivamente, a mí personalmente me parece necesario, debido a que la verticalidad que nos ofende está mucho más embruttecida que la mía propia. Pero de ninguna manera estoy dispuesto a sacrificar los medios -es decir, a mí mismo- por el fin. Y esto es algo que creo que mucha más gente tiene cada vez más claro, porque es la única manera de que la bruttalidad no continúe reproduciéndose. Y esa es la única brutalidad que yo veo, que -como dijo Kant- “nos tomemos a nosotros mismos como medios en vez de como fines”.

      Y el segundo asunto que a mí no me cuadra es el de “los dos procesos generales que se neutralizan en un gran doble vínculo: la prepotencia estructurante y la subjetividad flotante”. Puede que se neutralicen -como tú bien dices-, pero IMHO los seres vivos -las subjetividades- no pueden ser incluidas analíticamente en un discurso que es dialéctico. Y viceversa claro. Además la prepotencia estructurante humana se ha convertido en flotante. Con lo que yo intuyo que a la subjetividad flotante no le queda otra que convertirse en estructurante, porque de lo contrario no le quedaría espacio en el que existir. Los objetos están pasando a tener subjetividad gracias a la mediación humana, eso está claro. Pero cuando un organismo está enfermo o en peligro de muerte, curiosamente lo primero que desactiva es el cerebro, cediendo toda decisión al estómago. Y esto no lo digo yo, lo dicen con toda su “ingenuidad” precisamente los científicos.

      “Se ha descubierto que el intestino contiene más de cien mil millones de neuronas, casi tantas como el cerebro ya conocido. […] Alberga más células inmunitarias que todo el resto del cuerpo y las neuronas están en permanente comunicación con ellas”.

      Fuente:

      http://haycomprension.blogspot.com.es/2010/10/nuestro-2-cerebro-sistema-nervioso.html


      La naturaleza puede ser contradictoria, incomprensible y hasta absurda, pero desde luego yo no creo que en sus miles de millones de años de “aguante”, pueda llegar a ser tan ingenua como para desaparecer de buenas a primeras debido a la aparición de una especie de mente.


      PD: Perdona mi vehemencia. No tengo nada en contra de ti, pero sí en contra de algunas cosas que dices. Y hay cosas que aunque mi cerebro procese, mi estómago no puede digerir :-)

      Con lo demás totalmente de acuerdo, insisto.

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    3. En cuanto a mí no te disculpes por defender tus convicciones, son bienvenidas. Discrepar es tan placentero como coincidir.

      No sé si he captado los puntos clave de tu respuesta. Creo que te opones a un cerebralismo que yo tampoco defiendo, pero lo haces en tanto que determinante nivelador de las diferencias esenciales (además cayendo en un supuesto grotesco como el de Francis Crick). En eso no estoy de acuerdo, pues no deja de ser lo mismo que la igualdad de cuna o que la igualdad de las necesidades fisiológicas, también la desigualdad que no hace diferencia: horizontal. Sin entrar en el bochornoso reduccionismo de materias inconmensurables en su acción mundana. Por otro lado, en esa cuestión del ser vivo como medio, supongo que podríamos pensarlo desde el concepto de teleonomía de Monod, como proyecto orientado a transmitir la invariante de especie; tampoco puedo estar de acuerdo, porque además de ser un efecto observable en los procesos de cristalización, supone una selección insensata de las exuberantes particularidades en las que se juega la existencia singular de la persona (socializada, civilizada, etc.) Imposible comprender el juego de formas y comportamientos de lo vivo atendiendo exclusivamente a las performances.

      La subjetividad flotante es el Bloom, claro. De qué manera puede desviarse de su inercia? De estar sujeto a las fuerzas exteriores como un tronco a la deriva. Cómo recupera el Bloom una forma de vínculo que le permita aprenderse en tanto que proyecto interno y propio? Es el problema de la profundidad. Sencillamente, eso sólo ocurre como anomalía, el Bloom necesita de una instancia exterior que lo conforme en su sentido impropio. Necesita una constante expropiación de sí mismo. Por eso son tan cómodos y comunes los planteamientos de la invariante filogenética, el paquete de neuronas, las moléculas, las singularidades nómadas, el vacío cuántico o el espíritu santo, por citar algunos.

      Saludos

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    4. Vaya!.. Vaya por delante mi gratitud porque te agrade mi vehemencia. Eso me permite responderte más sinceramente :-)

      Primero me gustaría decirte que tu forma de expresión, tu lenguaje o tu discurso me “dis-loca”. Y lo digo en el buen sentido. Para mí es inaprensible. Tanto como el lenguaje de Deleuze, al que leí porque intuía que decía algo con sentido, con mucho sentido, pero que no sabía por donde “coger”. Por ello me dediqué a copiarle poco a poco, a ver si le captaba algo, pero nada, sólo conseguía disfrutar -una tras otra- de sus impecables “coherencias”. No sé si saqué algo en claro. Lo único que puedo decir es que disfrutaba copiándole... y “corrigiéndole” a mi manera. Eso es todo.

      Lo bonito de tu forma de expresión -para mí- no es lo que dices, y menos aún -para mí, insisto- cómo lo dices, sino que de la misma manera que me pasó con Deleuze, intuyo que tienes bastante razón -no toda... pero eso también me pasó con Deleuze :-)

      Aunque ya sé que como se suele decir: “la razón es lo mejor repartido del mundo puesto que todos pensamos que tenemos suficiente”.

      Pero me resulta interesante cómo zarandeas las ideas, desarticulas los posibles consensos dialécticos y lanzas sugerencias -no sé si intencionadas o aleatorias- para precisamente “expropiar de sí mismo” -como bien dices tú- a cualquier subjetividad que se pretenda tal en sí misma. Ya que coincido contigo en que “el Bloom necesita de una instancia exterior que lo conforme en su sentido impropio”.

      De modo que a la pregunta tuya sobre ¿cómo recupera el Bloom una forma de vínculo que le permita aprenderse en tanto que proyecto interno y propio? La respuesta la tiene tu mismo discurso, es decir con la desarticulación de la dialéctica en primer lugar, y en segundo con la aleatoriedad de las sugerencias... bien sea a los ojos del receptor, que sólo va a ver lo que quiere o necesita ver en ese momento... o bien sea a los ojos del emisor, que sólo va a emitir lo que quiere o necesita emitir aleatoriamente (en una simulación de primer, segundo o tercer orden -en términos baudrillarianos- y sin necesidad alguna de caer en el psicologismo; basta simplemente con pertenecer a nuestra actual cultura del Bloom, que como tú bien dices: “sólo ocurre como anomalía”, pero que yo dudo mucho que tenga ninguna intención ni pre-tensión de durar, precisamente debido a su alta e insoportable in-tensidad).

      Pero ya lo dejó escrito Dalí hace más de setenta años en “Camuflaje total para una guerra total”: “Nuestra época mecanizada en exceso subestima los fermentos de fantasía irracional, aparentemente no prácticos, que en definitiva son la base de todos los descubrimientos”.

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  3. Qué bueno!! Eso del “namedropping” no lo conocía. Bueno, en realidad y para ser más precisos, no tengo ni idea de nada, y lo más paradójico es que cada vez estoy más orgulloso de ello :-) Pero alguna referencia habrá que dar. Digo yo que no es lo mismo hablar del azul del cielo que del azul del mar, creo.

    Por cierto, el asunto ese de la “rendición hegeliana a la crítica de las corrientes mayoritarias”, yo no lo veo tanto una rendición como una redención, en el sentido de que a algo tiene que aferrarse uno para motivarse -en el sentido más físico del término “motivarse”-.

    Respecto a Foucault, Deleuze, Guattari o Baudrillard... pienso que como dicen los pintores “cada uno pinta, no una historia, sino la luz que ve, puesta sobre un papel”, es decir que cada uno de nosotros nos acercamos a lo que tiene más sentido para nosotros. A nuestra forma de ver histórica, cultural, cognitiva, o yo qué se. Y no creo que por mucho más análisis del asunto se pueda llegar a otra conclusión.

    Por otro lado, no creo que llegue a existir ningún tipo de bipolaridad al margen de las que uno mismo tenga dentro de sí, puesto que de la misma manera que “homo sapiens” y “homo antecesor”, o “cromagnon” o lo la especie “homo” que sea, coexistieron e incluso se mezclaron, no pude haber bipolaridad en modos diferentes de pensar sino en confrontaciones resueltas por las circunstancias. Circunstancias que no son traducibles por “la realidad”, sino que son tan sólo eso, circunstanciales.

    Grillo en Italia, por ejemplo, es la viva imagen de un revolución que estaba cantada. Pero es como si de tan previsto que estuviera, ya no tuviera ninguna relevancia. Como si los acontecimientos no nos afectasen nada: el mismo valor tiene que se rompa una uña Belén Esteban, que privaticen la sanidad o que el Estado se vea forzado a dar una renta básica a la ciudadanía para que no se desintegre totalmente el “status quo”, es decir, el funcionamiento de la especie. Que no es otro que el del capital. Aunque yo no creo que sea el capital la finalidad de esa circulación constante de la que habla Baudrillard, sino la ciencia. Y que no es el capital el que se sirve de la ciencia sino que es la ciencia la que se sirve y se alimenta del capital (pero ese es otro tema más peliagudo que ya llegará, supongo).

    La revolución la está creando y promoviendo el mismo sistema. Ok. Pero además nos está haciendo indolentes a ello. Aceptamos sus “tempos” de cambios o metamorfosis -según lo queramos ver- porque la complejidad es de una enormidad tal, que volvemos a la resignación de la superstición primitiva como único método para alcanzar nuestros deseos, que por otro lado ya no tenemos ni idea de cuáles son exactamente, puesto que en nuestras circunstancias históricas, nada es seguro, estable ni duradero. IMHO somos una nueva especie sin pasado -o con un pasado embalsamado o museificado-, es decir sin un futuro claro, y por lo tanto tan sólo con el presente, como cualquier otro animalillo.

    Si no llueve, habrá quien saque a pasear a un Santo para que llueva, otros llamarán a unos aviones para fumigarnos con residuos químicos de plata y llueva. Y habrá otros, que incluso siendo ateos, “rezarán” para no coger ninguna extraña enfermedad que provenga del ioduro de plata o de lo que sea que echen. Seguimos cantando la danza de la lluvia como hace veintemil años... sólo que ahora lo hacemos tanto al cielo como al infierno, puesto que no nos fiamos ni de unos ni de otros. Incertidumbre radical que acaba con el lenguaje como representación y sólo da pie a la acción del antiguo sistema de afectos y desafectos, el choque, la repulsión o la unión, por mucho o por poco tiempo, como cualquier otra partícula carente de singularidad en un medio ambiente en el que todo es canjeable, cosificable y carente de subjetividad. Esta es la auténtica new age IMHO.


    PD: Muy bonita la segunda figura, la de la pelota de colores que se convierte en huso horario enmadejado... “madeja”, que palabra tan rara ¿será árabe?


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  4. Gracias a todos por vuestras respuestazas!!! me las grabo en el usb para estudiarlas en casa detenidamente, pues así a vuelapluma poco puedo decir. Cracks, más que cracks!!!

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