martes, 12 de marzo de 2013

Bipolares #3: Lugar, No Lugar

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El topos de lo común
según 
Los no lugares: Espacios de anonimato. Una antropología de la sobremodernidad.
Marc Augè.
1992
) ) ) un post Ilustrado por Frank Van Der Salm vs. Cartier Bresson ( ( (

El tipo de debates que acostumbramos a mantener por aquí puede parecer frívolo, autoindulgente o fruto de la ociosidad, pero los asuntos que planteamos son a menudo graves, pues en nuestra manos está el convertir esas ideas en actos, mediante nuestros gestos. Una gravedad especialmente comprometedora en el caso de los urbanistas y arquitectos, que se encuentran (¿nos encontramos?) atrapados en la incómoda situación de recibir únicamente discursos que hablan de incertidumbre, decadencia y ataraxia, y pese a ello tener que seguir diseñando el mundo, dando cobijo a una sociedad que concibe toda certeza como una coacción inaceptable. La relación entre la articulación de las comunidades y la forma territorial en la que tiene lugar es un diálogo de ida y vuelta, pues el animal urbano es no sólo efecto de un medio, sino también productor del mismo. En libertad.





Las determinaciones de lo común son impensables sin el papel del topos físico en el que se realizan: la forma de la habitación es un fenomenal dispositivo de reparto de lo público y lo privado, lo histórico y lo extemporáneo, lo local y lo global, lo latente y lo presente: los filósofos a menudo hablan de la realidad como si ésta fuese resultado de una suerte de maldición cósmica, pero los urbanistas sabemos que el Bloom es resultado, entre otras cosas, del régimen de coacciones derivado de las ciudades que habita: una manera eficaz de mediar en la subjetividad del Bloom consiste por tanto en el diseño de las ciudades, una competencia que en los tiempos que corren supone un desafío extenuante. Mientras nosotros hablamos, otros están diseñando ciudades, y cada adoquín, caya escaparate, ventana o cubierta, tienen más impacto sobre la evolución de la sociedad que todos los discursos que podamos desplegar. Y al hilo de los asuntos sobre los que estamos especulando últimamente, traigo a colación el problema del diseño del topos de lo común como función de las expectativas que podamos plantear a ese respecto, y en particular sobre el concepto más recurrente al hablar del hábitat del hombre masa contemporáneo: el no lugar.

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Social, asocial
 
Una de las prácticas más recurrentes en la floresta de discursos mediáticos de las dos últimas décadas consistía en la invención de conceptos que pretendían capturar e identificar determinados fenómenos emergentes que excedían las categorías existentes siendo merecedores de una palabra propia. Ejemplos de aquella fiebre por llevar al diccionario los pintoresquismos sociales fueron términos tan celebrados como “mileurismo”, “metrosexualidad”, “conspiranoia”, “telebasura”, “choni”, “ni-ni” o “geek”: estos ejemplos pertenecen al rango de las palabras propuestas desde la autocombustible prensa filo-trendy (siempre necesitada de exotismos de temporada), pero más perversos y pícaros resultan los conceptos construidos colectivamente en los foros de internet, del tipo “powerpointista”, “nuncafollismo”, “owned”, “porqueyolovalguismo”, “feminazi”, o“pepitos y visilleras” (y su efectuación empepitamiento), encantadores por su confirmación de que la vitalidad e ingenio del habla popular siguen intactas y deslenguadas en la era del silíceo.
También durante estos años hemos asistido al auge académico de la Sociología como humanidad cool por excelencia, gracias a la habilidad de las grandes estrellas de esta disciplina para seducir al personal mediante el neonato arquetipo del sociólogo babyboomer pero todavía en la onda, que analiza en neolengua la sociedad multimedial, viaja por todo el mundo, es “multidisciplinar” y, en fin, se ha instituido como el único y legítimo antropólogo que sienta cátedra en la era de la globalización. Un éxito que se debe entre otras cosas a la eficiencia con la que también ellos inventan sus nuevas palabras, fascinantes y eufónicas creaciones semánticas que suenan a moderno, tecnológico y metropolitano. “Telepolis”, “glocal”, “transmedial” o “gentrificación” son algunas de las palabras de mayor pegada en la farándula de la sociología académica y sus nutridos alrededores.
Sin embargo, IMHO el término más característico de la literatura del ramo de los últimos años opera de un modo más silencioso y discreto, pues se trata de una palabra que no es nueva en su significante pero sí en su significado: “social”, cuyo uso es suficientemente errático, ambiguo y tramposo como para que le dediquemos un post próximamente, asombrados ante el uso tecnocrático de un término que lo mismo sirve para designar la “obra Social de la Caixa” que movimientos por una “democracia Social” que la dotan de un sentido a menudo indigno de la historia de la sociología. Un uso muy mezquino que habrá que estudiar en otra ocasión, pero nos quedamos por ahora con el hecho de que los arquitectos han caído de nuevo en una trampa de los sociólogos, proliferando cada vez con más fuerza ese meme IMHO muy problemático que es la “arquitectura social” como un nicho dentro de lo urbano (lo cual es gravísimo pese a lo bienintencionado de sus abanderados, que deberían buscar otra palabra para referenciar su deontología y no tratar lo social como un parte extra partes que no es). Pero en este post quiero comentar otro palabro reciente que alcanzó gran repercusión en la academia arquitectónica, a la que llegó desde su Ama la sociología pese a haber sido concebido por un etnólogo: aquello del “no lugar”, un concepto cuya definición requiere, como veremos, una exquisita concreción del significado contemporáneo de “lo social” como efecto de identidad.

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Denotación, connotación

Acuñado por el francés Marc Augè en un libro del mismo nombre, la figura del “no lugar” buscaba definir un nuevo tipo de espacialidades urbanas (y más específicamente, metropolitanas) que, pese a estar ya latentes en lecturas anteriores de la ciudad (sobre todo en poéticas más o menos distópicas de realismo sucio), alcanzaba según este autor su paroxismo durante la globalización post-soviética y el auge de la megalópolis telemática y meta-local. Tal y como ha reconocido Augè con insistencia, no entraba en sus planes que su texto fuese leído con tanta atención como se le dedicó en su día (durante años, casi toda la literatura urbanística de vocación especulativa incluía el “No lugar” en su trama argumental: revisen al respecto cualquier número de Quaderns entre el 180 y el 210 más o menos) ni que la palabra en cuestión obtuviese tan inesperado éxito, pues él mismo es consciente de que se trata de un concepto metodológicamente muy discutible, que parte de una perspectiva epistemológica no ya sólo universalizante, sino también y más gravemente totalitaria, y sabedor de que la palabrita en cuestión no aguanta un análisis lógico de nivel medio bajo: casi disculpándose por haber hecho fortuna a costa de un concepto tan inconsistente (lo cual le honra, pues se trata de un gesto poco habitual entre otros trendsetters), Augè parece ignorar que una invención instrumental como el “no lugar” es en realidad un ejemplo de lo que la sociología y las antropologías del presente siempre han sido y siempre serán: el descubrimiento de hábitos y la construcción de normas como procesos simultáneos y codependientes, pues en su inmanencia se dan de un solo paso, en un único movimiento: inventar un Nombre es fabricar una identidad con su correspondiente atribución de valor, y de ahí que las hermenéuticas de la “Neolengua” sean tan necesarias como instrumentos de resistencia a esa gran máquina de cribado de lo real que es la sociología “científica”. Inventar un concepto es inventar una norma, siempre y necesariamente (designar es poner en valor), pero de manera mucho más estridente si cabe en el caso del escandaloso “No lugar”.
Vuelvo a las neopalabras del principio: metrosexual, ni-ni, telebasura… Todas ellas se articulan siguiendo una estrategia inconsciente pero muy astuta: la sustantivación de un conjunto de propiedades que concurren habitualmente juntas, y su “entificación” como un concepto identitario que excede la función connotativa hasta suplantar la denotativa. Esto que digo puedo parecer casi conspiranóico, pero no hay más que analizar su uso popular para atestiguar que “ni-ni” por ejemplo no se usa como adjetivo sino como sustantivo, y ni siquiera subsidariamente a una taxonomía sino como esencia plena y autónoma: un ni-ni es un ni-ni, y esa circunstancia deviene la esencia que determina las condiciones de su inscripción en lo social. La creación de conceptos es por ello especialmente delicada en sociología y urbanística: cegados ante el brillo y rápida proliferación de este tipo de palabras, los antropólogos olvidan la increíble potencia del gesto de la sustantivación, que como he dicho mil veces es la fuente de todos los males de la hiper-codificación “molar” (por decirlo en deleuziano) y la demarcación de una función definitoria y por tanto normativa del individuo en la colectividad, construida además casi siempre descaradamente en conformidad a una determinada postura moral: una categoría como “telebasura” no tiene ni pies ni cabeza para cualquiera mínimamente ilustrado en estudios culturales (pues no referencia parámetros cualitativos ni formales, sino únicamente valorativos y morales), y sin embargo no hay día que no aparezca en las consignas de los más respetados intelectuales orgánicos.
Esa peligrosísima mixtificación entre lo denotativo y lo connotativo (recordemos que Baudrillard despreciaba la denotación como concepto tan mítico como el de valor de uso) es especialmente delicada cuando hablamos de planificación urbana: si algo pueden aprender los filósofos de los arquitectos, es la gravedad con la que las palabras y las ideas se incorporan en la inmanencia, la potencia de los discursos cuando son efectuados (previa legitimación como ciencia) sobre dominios tan comprometidos como nuestras casas, nuestras calles. Intuyo que es imposible ser auténticamente materialista en arquitectura: el arquitecto, cuando fabrica realidad, trabaja no con virtualidades (como algunos quisieran) sino con ideas puras, aunque este es de nuevo un asunto a debatir en otro momento. La ideación del No Lugar, su individuación y especificación, responde en mi opinión a una cosmovisión recibida desde el humanismo más obsoleto y arcaico, que desde Heidegger (o más bien por las malas lecturas de su obra por parte de los existencialistas) se ha utilizado en arquitectura para naturalizar y autentificar la visión antropocéntrica del cosmos y leer el mundo desde un paradigma mecanicista y tecnocrático, ahora travestido en esa tendencia de los “ecosistemas urbanos” y su metafísica pragmática de base. La inquietud por el “no lugar”, en cuanto cruce de lo incondicionado, lo indeterminado y lo no humanizado, puede leerse como el pánico que los “pastores de hombres” sienten hacia lo salvaje, máxime cuando eso “salvaje” florece en creaciones antropogénicas. La trampa de Augè para argumentar su concepto es muy sencilla: en su ensayo, el no-lugar no refiere a espacios “No humanizados” sino “deshumanizados”, es decir espacios definidos por sus carencias humanísticas, por su déficit respecto a un determinado canon dogmático de cómo se organiza, materializa y simboliza “lo social”.

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Naturaleza, historia
 
No lugares serían según este autor contextos urbanos definidos por la transitoriedad e indiferenciación de sus ocupantes, la “no localidad” (que en su interpretación no equivale a universalidad, sino a una especie de limbo espaciotemporal donde prima el presente continuo y la no contextualidad de los signos físicos), y las relaciones interpersonales reducidas al consumo : los ejemplos más recurrentes serían aeropuertos, estadios, centros comerciales, estaciones de metro, urbanizaciones basura, monumentos arquitectónicos vacíos de historia... los Templos posmodernos en los que el hombre-masa maximiza su neutralidad de hábitos y afectos, olvida los símbolos vinculantes de su pasado, y decae en una suerte de letargo nihilista. ¿Ecos de Baudrillard? En mi opinión, todo lo contrario: la nihilización del tiempo y la rendición al simulacro son aquí concebidas desde la dialéctica oposicional con el verdadero “lugar” del Hombre antiguo, la polis apolínea donde los Monumentos son celebraciones de las gestas de lo colectivo, el abrazo omnipresente de la “historia” da seguridad a ciudadanos así libres y no desamparados, y el capitalismo no desborda los valores de la modernidad: lo opuesto al no-lugar como flux invertebrado que maximiza lo transitivo y lo transitorio. El orden semiótico que este autor considera como catalizador de lo relacional es pasmosamente simple, como si la sociedad vertebrase su identidad en torno a la monumentalización de sus hitos físicos conforme a una concepción del “intercambio simbólico” muchísimo más prejuiciosa que la propuesta por Baudrillard. Sin ser aparentemente un texto nostálgico, sí que lo es por el fondo de la dialéctica que describe (el tránsito desde la socialización en el lugar a la del no lugar). Cabe preguntarse por ejemplo hasta qué punto la globalización (etiología fundamental en su discurso y eje argumental principal, pues la vocación del concepto es radicalmente epocal) es imprescindible para la aparición de fenómenos como este o si, como veremos, el no-lugar puede ser una instancia urbana no exclusiva a la ciudad contemporánea. O, incluso, una espacialidad no estrictamente urbana: un invernadero, una mina o un atolón pueden ser no-lugares, y si Augè no lo considera así es seguramente porque la condición de “naturaleza” de estos espacios les otorga su identidad, mientras que en el espacio antropogénico dicha identidad sólo puede acaecer con la mediación de la Historia.
Para la determinación del concepto se sirve de tres parámetros de referencia, lo identitario, lo histórico y lo social (entendido como intercambio afectivo y simbólico), de cuyo trenzado pretende naturalizar las características del “auténtico lugar” y que, en su falta, propician la consideración de la antítesis “no lugar”, que como digo vendría a ser el depositorio de las grandes plagas bíblicas de la posmodernidad: el déficit de identificación entre el sujeto y su hábitat, la implosión del tiempo teleológico de la historia y su sustitución no por el “eterno retorno” sino un “presente constante” sin acontecimientos y la aceptación de un nuevo “pacto social” silencioso basado única y exclusivamente en el consumo anónimo. Creo que se entiende el tipo de figuras que pueden quedar comprendidas como “no lugares” y la poética nostálgica a la que cree dar lugar: ciudadanos cosmopolitas perdidos en catedrales de cemento idénticas en todas las ciudades, donde nadie conoce a nadie y nadie se preocupa de nadie, y donde la única actividad posible es la consumición: algo así como un primo hermano de las heterotopías de Foucault pero privadas del potencial creativo de aquellas, pues en el “No lugar” se supone que no va a pasar nada interesante. El concepto ha sido refigurado con mayor o menor ingenio desde todo tipo de perspectivas, confundiéndose en ocasiones su significado con otras palabras de moda en la neolengua urbanística como “espacio basura” o “terrain vague”, que servirán de argumento tanto a furibundas encíclicas contra los males de la globalización, como a interpretaciones más tolerantes que ven en dicho tipo de espacios la oportunidad para desarrollar estrategias de relación social desconocidas, comunidades nuevas y afectos adecuados para los tiempos que corren (o no corren).
Evidentemente, Augè no es tan torpe como para posicionarse respecto a si los no lugares son potencialmente buenos o necesariamente malos: esa decisión queda en manos del espectador, habiendo quien los saluda como saludables dinamizadores de las formas de sociabilidad, y quien ve en ellos la aterradora distopía capitalista. Pero en realidad no es esa decisión lo que anima este post: lo que buscamos es determinar hasta qué punto un “no lugar” es un fenómeno físico, una categoría objetivos de tipificación de los espacios, o más bien un pathos, una forma de mirar. Las imágenes contrapuestas que ilustran este post apuntan en esa dirección: el lugar (Cartier Bresson) y el no lugar (Van der Salm) se diferencian en ellas por la posición del objetivo del fotógrafo, más que por la tipología de los espacios que retratan. El no lugar es resultado no de una geografía, sino de una mirada.
En la charla que adjunto con el post, Augè termina haciendo equivalentes el “mundo turístico” con los “no lugares”, a los que la civilización llegaría por un proceso vagamente dialéctico determinado por la sustitución más o menos fenomenológica de cuatro nociones:

1. itinerario por red,
2. historia por presente (e ideología del presente),
3. símbolo por singularidad,
4. experiencia por consumo,

siendo las palabras en azul las que definen el lugar y las rojas al no lugar. No hay que hacer hermenéutica para advertir el criterio que utiliza para definir ese “cambio” no tiene ninguna congruencia lógica ni lingüística, pues contrapone términos que no pertenecen a una misma serie conceptual y por tanto no manejables en dialéctica, mezclando tocinos con velocidades:
1. un itinerario (tipo de recorrido) puede atravesar una red (tipo de recorrible),
2. la historia se efectúa en el presente (su relación es de causación o promoción continua, no de sucesión discreta: la “historia” de Augè es en realidad su monumentalización, es decir, la conmemoración como génesis de la comunidad),
3. un símbolo debe por fuerza ser una singularidad si su referente es un ente único*,
4. y experiencia refiere al campo del conocimiento, mientras consumo al de la acción (ambas pueden darse simultáneamente).
Las chapuzas en la definición “científica” del no-lugar son constantes, y por ejemplo donde he puesto el asterisco, él mismo tira piedras contra su propio tejado pues no sé cómo demonios puede discriminar singularidad de localidad al respecto de un edificio. Si ni el propio Augè consigue clarificar sin contrasentidos el significado del “No lugar” para que sea aceptable en analíticas lógicas y científicas (como afirman ser la urbanística y la sociológica), queda entonces como una palabra estrictamente “poética” que, efectivamente, consigue definir un tipo de atmósfera. Y esa es la conclusión más interesante que podemos sacar de la intuición de Augè: no hay ni habrá tal cosa como un “no lugar”, pues no se trata de un tipo filológico de espacios, sino una forma relacional de ocuparlos y experimentarlos.


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No antropología

Utilizo la palabra “atmósfera” porque esa “forma de ocuparlos”, conforme a los parámetros que maneja Augè, no se reduce a la realización material del acontecimiento sino también a la actitud que lo acompaña: el “no lugar” es ante todo un pathos, la descripción de cómo Augè vive ciertos lugares, cómo se siente él allí y cómo cree que se sienten los demás, que por otro lado es lo único que hacen la mayoría de los sociólogos por más que luego quieran legitimarse como “ciencia”: descontar la experiencia ajena. El No lugar figura la experiencia de una determinada enajenación de lo social, lo cual hace que deban ser manejado con muchísima prudencia y moderación de los discursos en torno al urbanismo: No Lugar es una forma descarada de injerencia de la ideología en el urbanismo, hecho que queda confirmado por la proliferación de concursos de arquitectura en los que la implantación de algunos proyectos es abordada apelando a la condición de “no lugar” (sobre el que construyen una peligrosísima retórica del “espacio de oportunidad” radicalmente irrespetuosa con lo lugareño real), proyectos que luego inciden en estrategias de “humanización del espacio” que sólo con los años sabremos si no se convierten, como insinuaba el amigo post dos, en los monumentos a la nostalgia con los que el AACCH recordará la ensoñación de una comunidad humana desvanecida (¿o nunca realizada?).
Pese a lo desastroso que resulta como concepto descriptivo de fenómenos físicos urbanos, la gracia del invento “no lugar” es que, como digo, funciona magníficamente para expresar la experiencia cognitiva del desarraigo, que de ninguna manera puede universalizarse en relación a un ámbito espacial: el desarraigo es una forma de relación entre un sujeto de experiencia y la dinámica de su vida en el espacio, un compromiso de su territorialidad. Y es que en la literatura de Augè donde dice “lugar” debería decir territorio, y su antítesis sería entonces desterritorialidad. Y un “lugar”, punto de fuga de muchos territorios, es entonces personal e individual. ¡Que nadie busque un “no lugar” fuera de sí mismo! ¿O no? ¿Puede darse la desterritorialidad simultánea a toda una comunidad? Probablemente no, al menos no respecto a los espacios de los que ella misma se provee, que ella misma se construye. Y aquí vuelvo al debate sobre al significado de “lo social” que pedía al principio del post: el desarraigo del no lugar como espacio colectivo, no sería el monumento a la desterritorialidad social que cree ver Augè, sino la indiferencia hacia los valores de historia, identidad y localidad que él propone para “lo común” y su topos, su lugar. La transfiguración que Augè detecta en la polis es en realidad un sobresalto a su política: el habitante del no lugar es el sujeto apolítico, al menos desde la concepción socialdemócrata de este autor, y las condiciones qué el considera indispensables para el ejercicio de una comunidad.
No hay síntesis posible entre lugar y no lugar pues se trata de una antítesis ficticia, que distribuye en dos términos opuestos un campo que en realidad forma una topografía de la experiencia, como es la territorialidad. Es el topos de lo común lo que deberíamos debatir en una era de plurarismo de afectos, para los que ya no sirve la nostálgica idea heredada del “lugar”. La colectividad que habita el no lugar no ha desmaterializado sus afectos comunes, ni siquiera los ha desubicado: los ha actualizado conforme a la lógica de la polis en la era de la deslocalización trasnacional de la cadena de producción y consumo: un fenómeno que no afecta sólo a aeropuertos y supermercados, sino también a nuestras plazas, nuestras habitaciones y nuestros anfiteatros. Sólo los poetas pueden aclarar si el no mundo de los no lugares es el síntoma de la decadencia de la ciudad humanística, o la latencia de la comunidad que ha de articular el próximo parque no humano. No simplifiquemos la potencia del AACCH para establecer lazos afectivos con el mundo, para inventar formas imposibles e inauditas de comunidad, de arraigo: no hay debate posible, ni marcha atrás, no cabe la nostalgia por un “lugar” ya inviable para una no sociedad que ya no los demanda. El no lugar es el no mundo de nuestra no comunidad para la que quizás necesitemos una no antropología.

3 comentarios:


  1. Muy bonitos los gifs!

    Si como dicen, la ciencia nace de la filosofía, no me extraña que la quiten de los planes de estudio de colegios e institutos, porque la ciencia se ha demostrado a sí misma como otro puro mito. “El más hermoso mito” eso sí, según dice Antonio Escohotado.

    Pero no sólo el antiguo humano es un animal de costumbres, también lo es el moderno y el postmoderno -como bien nos ilustras-. De modo que yo estoy muy de acuerdo con Baudrillard en que sólo la catástrofe puede hacerle dar un vuelco a este sistema, que ha aprendido cómo mantener el “status quo” aunque se autodestruya lentamente y sin que se note demasiado -como suelen ilustrar en los vídeos esos de la rana que no salta del recipiente de agua calentándose, hasta que ya no puede saltar y termina cociéndose-.

    Sin embargo, hasta que eso ocurra -como “ocurrió” lo de Hirosima, terminando con una era igualmente insoportable de tiranía y desigualdad-, las alternativas del humano IMHO dejarán de ser predominantemente científicas y tecnológicas, para pasar a ser exclusivamente éticas y políticas, porque una nueva especie ingobernable va a sabotear constantemente -consciente e inconscientemente- a un sistema que no atiende a razones. Un sistema altamente axfisiante para un AACCH, pero paradójicamente estimulante para un nuevo tipo de humano aún por sustantivizar.

    La nueva filosofía del Bloom sólo puede aprovisionar a una nueva generación, ya no de razones, sino de los delirios -más que razonables, inteligibles- para terminar de una vez por todas con los antiguos delirios -eufemísticamente envueltos en razones- del AACCH.

    La nueva filosofía sólo puede tener como objetivo hacer disfrutable la descomposición del AACCH y poder hacer así posible una mutación de la especie. Tal y como sucediera en la antigua Grecia con sus antiguos mitos.

    Por eso la filosofía ya no puede ser dialéctica ni analítica. Sólo puede ser algo parecido a la metafísica -pero sin su falsa ingenuidad transcendente, que ya no tiene sentido-, es decir que sólo puede ser patafísica -como bien ejemplifica en sus escritos Baudrillard, quien renegó en cuanto pudo de la filosofía, de la ciencia, de la academia y de la sociología- (algo parecido a lo que también le ocurrió a Deleuze -salvando las distancias-... pero que de la misma manera que Sócrates, han logrado corromper a la juventud -por activa o por pasiva-).



    PD: Ando buscando una “sustantivación filo-trendy” para este nuevo humanoide surgido del Bloom, pero no la encuentro. Si alguien sabe algo o tiene alguna idea al respecto, que lo manifieste en este blog. Gracias :-)

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  2. PD2: Por si alguien no conoce la parábola de la rana:

    http://youtu.be/K0R8hwemod8

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  3. Que loco que te describas a la perfección: "hemos asistido al auge académico de la Sociología como humanidad cool por excelencia, gracias a la habilidad de las grandes estrellas de esta disciplina para seducir al personal mediante el neonato arquetipo del sociólogo babyboomer pero todavía en la onda, que analiza en neolengua la sociedad multimedial, viaja por todo el mundo, es “multidisciplinar” y, en fin, se ha instituido como el único y legítimo antropólogo que sienta cátedra en la era de la globalización. Un éxito que se debe entre otras cosas a la eficiencia con la que también ellos inventan sus nuevas palabras, fascinantes y eufónicas creaciones semánticas que suenan a moderno, tecnológico y metropolitano. “Telepolis”, “glocal”, “transmedial” o “gentrificación” son algunas de las palabras de mayor pegada en la farándula de la sociología académica y sus nutridos alrededores".

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