Retrofuturismo.
Reversibilidad
entre Desengaño y Nostalgia.
“De
acuerdo con su carácter abierto y su referencia a lo ente en su
totalidad, todo comportarse tiene siempre su manera de errar. El
error se extiende desde la más común de las equivocaciones,
confusiones o errores de cálculo hasta el perderse y extraviarse en
las actitudes y decisiones que son esenciales. Ahora bien, lo que por
lo general y también según las teorías filosóficas se conoce como
error, esto es, la falta de conformidad del juicio y la falsedad del
conocimiento, es sólo uno y hasta el más superficial de los modos
del errar. Ese errar en el que tiene que caminar en cada caso una
humanidad histórica a fin de que su marcha sea errante, se conjuga y
encaja esencialmente con la apertura del Dasein. El errar domina por
completo al hombre en la medida en que lo confunde. En cuanto
confusión, el errar también contribuye a esa posibilidad, que el
hombre es capaz de extraer de la ex-sistencia, de no
dejarse confundir, desde el momento
en que experimenta el propio errar y no deja de ver el misterio del
ser-aquí.”
Martin
Heidegger, “De la esencia de la verdad”
El único tipo de trauma
que creo haber vivido es el desengaño, des-engaño: la
experiencia por la que una certeza paradigmática es substituida por
otra mediante una Revelación, que acontece simultáneamente en la
forma de eclipse y en la de desocultación. Lo que a
priori es vivido como el descubrimiento de una falsedad,
redunda simétricamente en la iluminación de la verdad que aquella
ocultara. Una verdad se desvanece y de su ausencia emerge otra,
fundando un nuevo paradigma para el Mundo y para el Yo. El desengaño
es muerte y resurrección del sentido.
Un buen ejemplo de la
severidad de este tipo de experiencias es el tránsito desde la
creencia “Me quiere” a la de “No me quería, nunca me
ha querido”: lo que se desvanece no es sólo la expectativa (el
sentido) de presente y futuro, sino la solidez misma del pasado, de
lo ya vivido, que retrospectivamente se convierte en un Teatro en el
que ya no nos reconocemos. Los que hayáis vivido algo así
comprenderéis a qué me refiero: la sensación (sensación de
sentido) de que nuestro entendimiento de determinados eventos estaba
viciado por un equívoco falaz, lo que fue certeza se convierte en
presuposición errada, y lo que fue real deja ahora de serlo.
Desengaño equivale a desenmascaramiento, el fin de una mascarada
auto inducida. Cuando alguien experimenta la revelación del Nunca
me ha querido es toda una arquitectura de la experiencia la que
se viene abajo, exigiéndonos reconfigurar la narrativa que sirve de
argamasa a la sustancia de la realidad. Un nuevo paradigma semiótico,
la dislocación del significado y el sentido que atribuíamos a
determinados signos fundamentales, al colapsar cierta generalidad que
los distribuía: en este ejemplo, los signos de amor y toda su
incuantificable red de consecuencias sobre nuestra forma de entender
lo que vivíamos. Como un río desbordado, el desengaño acarrea
consecuencias en territorios memorísticos distantes, todo el suelo
que creíamos pisar puede quedar letalmente empantanado. Si
efectivamente nunca me ha querido, ¿cómo considerar ahora
aquellos besos y caricias, aquellas miradas, aquellos viajes y
desvelos que parecían ser reales?
El desengaño es ante
todo un evento semiótico, una catástrofe del lenguaje, la
conmutación o dislocación del interruptor que distribuye los
significados en los significantes: su violencia para con el
pensamiento y el sentimiento consiste precisamente en evidenciar la
contingencia de nuestra intelección del cosmos, el vértigo de
advertir que todo lo que sabemos es susceptible de resultar falso.
Y letal. El escalofrío que adviene con el desengaño (a veces
decepción, a veces agradable sorpresa) se debe a la constatación de
la fragilidad y precariedad de nuestra capacidad de descifrar signos.
Si el desengañado no es capaz de reconfigurar un nuevo sentido para
la realidad ahora lisiada, corre el riesgo de hundirse en el pozo de
la minusvalía semiótica, dejar de creer en su capacidad de entender
el mundo y recluirse en el relativismo, la indolencia o el
ensimismamiento cobarde. Nunca me ha querido, ¿cómo he podido
estar tan engañado? La asimilación del propio equívoco
dificulta gravemente la posibilidad de volver a creer en algo: quien
es consciente de haber estado profundamente equivocado, recela con
prudencia extrema de la veracidad inmediata de sus percepciones, deja
de tomar en serio su intuición. Desengañarse es la
maduración por antonomasia, la causa de que tantos ancianos sean
escépticos, cínicos y descreídos.
El desengañado juega con
ventaja en el ruedo de la cacofonía mediática, a su manera
él maneja una poderosa certeza, un conocimiento muy profundo de la
mascarada primigenia que configura la realidad. El que fue amante
traicionado es el más prudente y dotado detective de la traición, a
la que quizás ya no teme, de la que huye por mero pragmatismo: el
acatarrado crónico no teme resfriarse, pero se cuida mucho de ello
pues sabe de las incomodidades que acarrea la enfermedad. El
desengaño funciona pues como una vacuna, que inmuniza contra la
ingenuidad semiótica, que relativiza la confianza en nuestro
entendimiento. Es difícil engañar al desengañado. A menudo
consideramos que el ánimo colectivo de nuestro tiempo está
presidido por la incertidumbre y la indiscernibilidad de lo real,
pero quizás nuestro zeitgeist esté presidido ante todo por
el desengaño, y en consecuencia, por la desconfianza hacia las
intuiciones colectivas: difícil actuar políticamente en comunidad
sabiendo lo mucho que nos hemos equivocado. Todos los
discursos de la izquierda (de D&G a JB, del neomarxismo al
situacionismo) insisten en presentarnos crudamente las torpezas de
nuestra historia, los innumerables engaños y sortilegios de los que
hemos sido víctimas: todo discurso emancipatorio utópico requiere
una toma de conciencia, para la cual se nos exige la
aceptación del desengaño. Por ello la teoría política es
esencialmente antierótica: el desengaño pasa por la anulación del
erotismo como intuición radical. Pero eso será asunto de otro post.
Después de un desengaño,
y asumida ya la prudencia con la que debemos confiar en nuestras
intuiciones semióticas, hay que seguir viviendo, y seguir
con-viviendo como sujetos políticos: radicalmente pragmático
y realista, el desengañado sólo podría atender a la real
politik, su piel es ahora impermeable a la sedición de las
ideologías. Es más: ha tomado consciencia de que no hay algo así
como una real politik en absoluto, pues toda
dialéctica de convivencia es susceptible de estar construida sobre
grandes y pequeñas mentiras. Sabe que determinar la verdad exige
esclarecer la verdad de las condiciones de esa verdad, y ello
lleva a la pregunta por la verdad de la verdad de la verdad…
en una matrioska infinita que quizás en su punto límite encuentre
una mentira, o más bien un espacio vacío, lo absoluto como
neutralidad que ni afirma ni niega nada, y por tanto in-verificable
e in-negable.
Evitar el engaño
requiere eludir nuestra exposición a él, esquivar las situaciones
que requieran la gestión de indiscernibles, de certezas infalsables.
El pragmatismo de Peirce y James definía la verdad no
como una propiedad del mundo, ni siquiera del lenguaje proposicional,
sino como un estado de la conciencia: lo cierto es un atributo
que la conciencia concede a algunos pensamientos, siendo la certeza
la condición que nos habilita para la acción, en oposición a la
duda, que en su anulación de nuestra capacidad decisional nos
conduciría al inmovilismo. La poética de Heidegger puede
quizás ser leída también como una estetización del desengaño: la
aletheia que según él es propiciada por el arte viene a ser
una suerte de desenmascaramiento de verdades latentes, que el artista
actualiza como presencias fenoménicas… pero siempre susceptibles
de ser dejadas atrás, eclipsada por nuevas verdades capaces de
cometer crímenes cognitivos retroactivamente: el propio Heidi, al
igual que Hegel, consideran indirectamente que es el errar lo
que nos exige pensar.
Quizás toda forma de
conocimiento funcione esencialmente como un desengaño, y la
ignorancia (la experiencia sumisa a la intuición) sea la más servil
forma de participación en la mascarada de lo real. La sabiduría,
entonces, consistiría en el relativismo socrático, pues si la
verdad es finalmente inaccesible (incluso inexistente), la virtud
consiste en sortear con astucia el peligro de dejarse cegar por ideas
equivocadas, que lo son no por inciertas
sino por inconvenientes. Invirtiendo la dialéctica
hegeliana, a lo mejor la única síntesis posible del conocimiento es
el desengaño, y el motor dinámico de la fenomenología no sea la
producción ascendente de nuevas verdades, sino el desmontaje
descendente de sucesivas mentiras: el fin de la historia no sería
entonces la plena realización del espíritu absoluto, sino el
radical desvanecimiento de lo real en la nada, la insustancia que
resulta de la supresión de las sucesivas máscaras que nos la
presentaban.
No hay real politik,
todos lo sabemos, pues somos la generación del desengaño: el
más listo de nosotros es aquel que cree en menos cosas. A ojos del
sabio, las ceremonias rituales de la vida en sociedad se le presentan
teatrales y ficticias, proporcionándole una distancia entre él y el
mundo de la que obtiene un poderosísimo cinismo, la fuerza
invencible del desencantado contra el que nada pueden los
cantos de sirena de los encantamientos. El desilusionado se
hace fuerte en su desafección por las ilusiones, que siempre son
ilusorias. Incluso Tiqqun, Foucault, Baudrillard, Marx, todos los
demás… no son más que ilusiones, máquinas de producción de
esperanzas, dispositivos ilusorios, que habrán de ser
desenmascarados por la historia, de los que nos desengañaremos antes
o después. Incluso el placer es ilusorio, uno llega a desengañarse
de sus placeres: el desengañado, en su fase depresiva, se muestra
desinteresado por cualquier erótica que quiera conmoverlo.
La “mayoría
silenciosa”, la turba ingobernable del hombre-masa, resulta
aterradora a los intelectuales orgánicos porque no su resistencia a
dejarse gobernar por la “cultura”. El ciudadano mediocre es
fundamentalmente alguien desengañado, y de ahí su férrea
resistencia a participar en política, a consumir alta cultura, a
idolatrar los fetiches que le ofrece la academia. Dicen los
intelectuales: ¡Os dejáis engañar por Gran Hermano, en lugar de
salir a la calle a consumar la revolución! Muchos sociólogos
afirman que la inacción de las masas se debe a sus asfixiantes
incertidumbres, pero quizás se trate justamente de lo contrario: el
motivo es el absoluto desengaño, que otorga al pensamiento la más
plena certeza. El sabio en la era del nihilismo siempre da la
respuesta correcta a todas las preguntas, la única que no puede ser
incorrecta: ya no sabe, ya no contesta.
El desengaño implica
cierta muerte del acontecimiento pasado, por cuanto lo vivido
es asesinado, privado de la esencia que le insuflaba significación y
vida. Cuando descubro que Nunca me ha querido, los
acontecimientos que mi memoria construyó alrededor de aquel amor que
creí tan cierto (los signos de amor, la profundidad emotiva de las
miradas, el sentido de lo dicho y escuchado…) se convierten en
cadáveres, o tal vez espectros de eventos que en su día tuvieron
lugar pero retrospectivamente no tuvieron lugar. El
desengaño es en cierta medida la némesis de la nostalgia, pues el
pasado pasa a ser considerado culpabilizadoramente un engaño fruto
de la ignorancia, la inocencia, la estupidez. ¡Qué tonto fui
cuando voté a Rajoy!, dirá el decepcionado que ya no confía en
el que creía su representante legítimo, el desengañado de tantas
promesas incumplidas. Pero, al mismo tiempo, la sensación de
desengaño está empapada de nostalgia: añoranza por la
fiabilidad de aquello en lo que creímos, y en lo que
trágicamente ya no podemos volver a creer. Nostalgia por el tiempo
en el que lo que ahora es ficción, era la realidad.
Pongo como ejemplo el
intercambio simbólico del que estamos debatiendo: tal vez las
civilizaciones salvajes de las auras y el habla plena no sean más
que la ficción retroactiva con la que soñar un tiempo que nunca
tuvo lugar… pero su “no-realidad” no significa en
absoluto su “no conveniencia”: la nostalgia, incluso de
pasados inventados, puede ser un acicate desde el que armar
estrategias de futuro. El steam punk y el
retrofuturismo de la ciencia ficción reciente tal vez puedan servir
como herramientas políticas desde las que instaurar (¿reinstaurar?)
la reversibilidad entre el pasado y el futuro, reversibilidad que
supondría un desafío a la teleología biunívoca de la modernidad.
Del diálogo entre desencanto y nostalgia puede emerger la estrategia
desde la que formular el cómo hacer de la generación del
desengaño: articular el descreimiento del que es ya consciente
de lo que nunca fue verdad, con la nostalgia que nos permita
movernos en la dirección para que, la próxima vez, sí sea
verdad.
El que atraviesa la toma
de conciencia de Nunca me ha querido, pasado el período de
duelo, agarra las riendas de su vida con vigorosa resolución: ahora
es plenamente consciente de cómo quiere que le quieran. Su
utopía personal se articula en la reversibilidad de lo
que nunca fue, y lo que debió haber sido. Lo
futurible con un pie en el desengaño y otro en la nostalgia, diálogo
creativo entre la invocación de un pasado desenmascarado, y la
prefiguración de un futuro así intuido.
La verdad en James no la concede una conciencia como si fuese un atributo ideal, sino que se refiere a la concordancia entre la serie de hechos y la serie de conceptos que acaba en un término que valida o invalida esta experiencia que oscila o entreteje ambas series. Por eso se dice que el concepto conduce la realidad (igual que la corriente eléctrica por un cable), y su conducción consiste en su fidelidad a la verdad; esto es, a la coincidencia operativa entre las dos series. La falsedad es también efecto del mismo tipo de coincidencias, pues se funda en su momento de verdad ontológica en tanto que desencuentro; en es distinto, es otro término del mismo proceso. Claro que esto para entenderlo hay que pensarlo desde la intensidad, desde el ego pirrónico del empirismo radical, y no desde la extensión o la representación. El problema del desengaño es un tipo de crisis propia del idealismo, que da pie a cuestionarse qué es una idea o un concepto además de un nombre. Nos hace ver que el concepto sólo puede dar de sí en la puesta en juego de sus series como distribución extensional de sus intensiones, o denotación de sus connotaciones; eso no es nada abstracto, ocurre en la práctica directa constantemente, es un principio pragmático. Luego ocurre que las tonalidades afectivas son muy variadas, de la euforia a la disforia, y creo que tienen más que ver con el proceso de maduración afectiva de la persona que con el problema filosófico de la verdad. Si queremos seguir existiendo en los relatos ideales como horizonte de sentido, siempre podemos substituir unos significantes por otros, inventar nombres que nos sostengan en el efecto óptico del "sentido" de un porvenir preñado de euforias, vacíos al fin y al cabo.
ResponderEliminarY una aclaración sobre la semiosis... se tiende a interpretarla como un proceso en fases que nos aleja de la experiencia inmediata, esto se hace así para poder explicar el flujo de la semiosis, pero no se propone como realidad mediata de ningún modo; pues nuestra inmediatez se da en una simultaneidad de mezcla (intensional) de afectos, conceptos, perceptos... no como momentos o substancias distintas...
Bueno, disculpas por la verborrea y la falta de rigor... saludines!
Gracias a tí por el aporte! sobre el concepto de verdad en James apenas sé más que los capítulos que leí de una tesis doctoral que circula por ahí, no tengo el link pero se llama me parece "el pragmatismo consecuente", de todos modos ya te voy calando y me doy cuenta de que el pragmatismo te resulta muy inspirador jeje... Respecto a lo que comentas, no creo que el desengaño sea un proceso que afecte específicamente al concepto, sino (al menos desde mi forma de verlo) al sentido, que concibo como un "campo" más que una serie, aunque no conozco el modelo pragmático radical que propones. Lo que me inquieta de los desengaños es su capacidad de alterar el pasado. Respecto a lo que comentas sobre la semiosis al final, lo que dices tiene mucha lógica, pero no sé dónde encajarías ahí un inconsciente con capacidad represiva. Precisamente ayer estuve escuchando el podcast de Partiallyexaminedlife sobre Lacan, muy didáctico como siempre, y encuentro en él una torpeza fundamental como es el recurso a "lo real", que me parece una trampa metafísica completa, aunque quizás no lo entienda bien. En mi desconocimiento siempre he pensado que lo simbólico y lo imaginario son más que suficientes, el recurso a "lo real" (y de ahí a "la realidad" como pacto social) es una manera muy tonta de estirar hasta el final la lógica de lo simbólico y lo imaginario...
EliminarPero bueno me voy por las ramas, lo que quería decir es que el modelo semiótico que propones al final me parece perfecto, pero no sé dónde sitúas los mecanismos represivos (si es que los hay) desde tu planteamiento de la inmediatez. ¿Crees que no hay mediación "narrativa" ya en el momento mismo de la sensación?
buff qué rollo... un saludo y gracias por los aportes
observer
Creo que hay una transducción de los impulsos en fases de transformación desde el estímulo hasta la acción. También que el inconsciente no es ningún drama teatral sino que nos lo figuramos así utilizando recursos retóricos como la prosopopeya. El inconsciente es maquínico (dicho te otro modo, es el nivel molecular del cuerpo), no hay arquetipos ni representación, sólo fuerzas que operan en un nivel molecular como oscilaciones compensatorias en la homeostasis (lógicamente asignificante). Eso compone un campo o un plano de inmanencia, pero un plano que sólo adquiere consistencia en tanto que integrado en un orden macro, en la autonomía relativa de los organismos, sus vidas interiores, etc. Así, aunque choque un poco, podemos decir que los flujos moleculares del inconsciente se territorializan en tanto que consciencia somática, en tanto que sentir o sentirse. Nada nos impide pensar que toda mezcla y transformación (o metamorfosis) supone una mediación, sólo que entonces el concepto de inmediatez es lo dado en mediación. Así que la idea de inmediatez yo diría que es una idea relativa a la pureza absoluta de una observación, pureza que no puede ser tal de ningún modo pues se gesta en una transducción más o menos elaborada. No es lo mismo la transducción de los estímulos en respuestas que tienen lugar en la célula que la transducción en un hominoideo; hay una diferencia en las fases y en los niveles de autonomía, incluso en el acceso a espacios de memoria muy distintos (valga el plano conceptual como ejemplo). Por todo esto, me parece que el nivel macro, la escala antrópica, es el espacio que nos toca pensar como inicio y final. Pero, ¿cuál es su distancia primordial? ¿De qué manera se añaden y sustraen dimensiones a este campo (la dinámica de su dimensionalidad)?
EliminarEn cuanto a la desilusión, no altera el pasado, sencillamente cambia tu interpretación actual de un recuerdo y añade una nueva sensación que ahora lo acompaña... rabia, frustración... lo que sea. También pasa que al recordar, casi nunca recordamos exactamente lo mismo ni del mismo modo, sólo si lo reducimos a la vacuidad de una palabra creemos encontrarle su identidad incorruptible... que no existe, obviamente.
Saludos!
Veo que el tema de la cognición lo tienes masticadísimo y perfectamente digerido (ya es músculo), los materialistas siempre asombráis por la consistencia lógica de vuestro modelo del pensamiento. No entiendo bien el inconsciente molecular que supuestamente opera con fuerzas abstractas no representativas, no sé hasta qué punto Deleuze desarrolló su modelo pero esa fundación su modelo me parece que es excesivamente fundado en lo fisiológico (aunque él se haya preocupado de buscarle otros nombres para sonar menos ingenuo), al final toda su arquitectura del pensamiento remite a una especie de orden soberano e in-comprensible de la materia, sin el cual todo su sistema se viene abajo. Tal vez es que no he entendido nada, pero esa idea deleuziana de que hay realidades asignificantes, de que el pensamiento tiene un “previo” intensivo sin imagen y demás… al final hay una “trampa” y es la presuposición de un cuerpo, agente proveedor de estímulos como condición de posibilidad de la experiencia, cuya aceptación es un dogma de fe. El recurso a esos niveles pre-significantes o moleculares o como queráis llamarlo de la realidad, me parece demasiado “mágico”.
EliminarInteresantísimas tus reflexiones sobre la inmediatez… de hecho, tal vez lo “inmediato” sea una idea metafísica imposible, un poco por el mismo motivo por el que el tiempo no puede ser descrito como “suma de fotogramas”: el devenir es pura mediación, no hay más inmediatez que como “instante congelado” en el proceso de ser-mediado y ser-mediante, tan inaprensible como el momento “t” en una fórmula física, que localiza instantes despreciando la naturaleza irrefrenable del tiempo. En cualquier caso, aunque ya digo que seguramente no entienda bien la gnoseología de Deleuze, él hablaba de “umbrales” a partir de los cuales las intensidades empezaban a ser otra Cosa… así que lo “inmediato” tal vez sea el estado del flujo semiótico al inicio de cada umbral… aunque no estoy seguro de que según la arquitectura del pensamiento de Deleuze ese “flujo semiótico” vaya siguiendo un recorrido ordenado desde la pura sensación hasta la idea abstracta… No sé si el camino entre ambas es una máquina que “filtra” los estímulos y los va preparando para el orden superior (del estímulo a la impresión, de la impresión a la sensación, de la sensación al concepto… y así sucesivamente) o si más bien la realidad (la experiencia) se da “de golpe”. Personalmente me resulta más convincente el modelo de Hegel, más riguroso, aunque soy un profano total en estos temas. Mencionas en tu comentario la “autonomía relativa de los organismos”… pero la autonomía de la experiencia es de hecho absoluta…
De hecho en tu comentario hablas de “estímulo” y “respuesta” como términos de una oposición binaria muy comprometedora. Determinar precisamente dónde termina el “estímulo” y dónde empieza la “respuesta” exige una localización de la frontera entre Yo y el Mundo que no sé cómo resuelven los materialistas…
Sólo un “pero” a lo que dices: “En cuanto a la desilusión, no altera el pasado, sencillamente cambia tu interpretación actual de UN recuerdo y añade una nueva sensación que ahora lo acompaña”… lo que afirmo del desengaño es que no afecta a un solo recuerdo sino a un “campo de recuerdos” por así decir, y por tanto a la propia identidad del que recuerda, que como sugieres nunca es incorruptible. Por ejemplo un desengaño respecto a una persona altera un montón de recuerdos y a la re-consideración de su causalidad, del valor de los agentes de esos recuerdos, etc. No es sólo “un recuerdo” lo que se transforma, sino una retahíla de conceptos y afectos. De hecho, en algunos casos cambia el conjunto de “la realidad”… el trauma (y su viceversa, la Revelación) me parece un fenómeno semiótico fascinante, precisamente por su compromiso a la “consistencia” de las cosas como conjunto, más que a su nivel molecular… Más a la articulación de lo molecular, que a ese nivel asignificante tan deleuziano.
Un saludo y gracias!!!!
observer
"es una manera muy tonta de NO estirar hasta el final la SUFICIENCIA de lo simbólico y lo imaginario...", quise decir
ResponderEliminarEste asunto del desengaño me recuerda la famosa ecuación del deseo menos el tiempo de espera, menos la espectativa ideal frustrada, que dicen que es igual a “la realidad”. Creo que tiene un nombre, pero ahora no lo recuerdo.
ResponderEliminarSe trata de que si María -por ejemplo- ve un precioso jersey de cashmere en un escaparate, y mientras ahorra los doscientos euros que cuesta -y mientras lo ve todos los días de camino a su trabajo- va alimentando su deseo por tenerlo -y acumulando un valor ideal desmesurado-. Pues el día que lo compra y se lo pone, al valor -pongamos 10- que le daba, habría que descontar el tiempo de espera -v 5 por ejemplo-, y el esfuerzo por ahorrar los doscientos euros -v 4 por ejemplo-. Con lo cual quedaría un v 1 de valor “real” -muy por debajo del v 10 ideal que había acumulado-.
Peeeeero... un día que hablaba con alguien del famoso ejemplo de cómo se miden los deseos y las frustraciones, me dijo: ¿y dónde queda valorada la ilusión de María, que al parecer fue muy feliz mientras veía, ahorraba e idealizaba todos los días la futura compra de su “preciado” jersey?
Y reconozco que ahí me pilló. Pero inmediatamente pensé: ¿Y no será que la producción de la ilusión es la finalidad de querer convertirlo todo en valor?
… y afortunadamente años después encontré a Baudrillard, que me lo explicó un poquito mejor, claro:
http://revistas.ucm.es/index.php/CIYC/article/view/CIYC0404110193A
muy interesante el texto deJB, aunque imho queda limitado por centrarse en la fotografía... el tema de la desilusión me resulta muy personal porque soy tendente a ella: caigo hechizado por determinados asuntos que después de un tiempo me resultan aburridos, inocuos e incluso extraños. Son "fiebres" o amores que vienen y van, dejando un regusto a decepción. Por ejemplo en su día fui el fan nº1 de Belle & Sebastian y ahora mismo me da una pereza espantosa escuchar sus discos, digamos que el encanto de su universo se ha desvanecido completamente para mí, como antes o después se desvanecerá la magia de D&G, JB, los blogs, todo lo demás... Tal vez el "sacrificio" neoliberal que nos pedía Almunia sea precisamente aceptar lo efímero de los amores e ilusiones, lanzarnos al nihilismo de que todo en la vida es pasajero y sobre todo los encantamientos. Lo que pasa es que mis "desengaños" me llegan cuando tienen que llegarme, y cuando a la Troika le de la gana de imponerme un cambio. De todos modos os pongáis como os pongáis en el fondo JB es un "realista", incluso cuando su obsesiíón parece ser un desvanecimiento universal de lo real... precisamente esa universalidad del "crimen perfecto" es lo que hace que su concepto deje de ser operativo: como él mismo denunció respecto al Poder en Foucault, su hiper-realidad y sus no-eventos, de tan ubicuos, dejan de resultar interesantes, y de hecho sólo consiguen su identidad por su oposición dialéctica a los tiempos en los que "lo real fue real". No sé. -observer
EliminarJajajaja
EliminarBuena pulla contra JB, pero haciendo causa común con Post2 debo decirte que JB no es "realista" porque hoy lo real ha cambiado de definición. Y justamente todas las empanadas mentales que tenemos se deben a eso (estamos en la era de las "teorías flotantes", igual que en la de los capitales flotantes); y ahí están enfangados tanto el mismo JB como Dolce & Gabbana, Derrida, Foucault, los marxistas de hierro y los veganos del mundo unidos. Lo real es hoy L'Oreal.
Saludos!!
Alucinante y acertadísima deconstrucción que a mí se me ha escapado por completo, pero que casualmente por ahí andaba... "flotando", pues ayer envié un mail a Observer en el que le decía que lo mío no era el "porqueyolovalguismo" de L´oreal.
EliminarL´Oreal es ahora "lo real"... una frase genial perteneciente al Witz, a ese juego inaprensible de los signos que trastornan siempre el sentido, pero que como dice JB, ya están ahí antes de que sucedan.
no me da tiempo a leeros en profundidad ahora, pero un apunte:
Eliminar"Lo real es hoy L'Oreal."
Bravo!!! pero... ¿por qué incluyes el locativo "hoy"? ¿supones que alguna vez fue otra cosa? Esa es la clave por la que digo que JB tiene ese punto nostálgico realista: ¿su L´Oreal es un fenómeno de Hoy, o la esencia misma de lo real? Thankius a todos por participare
- observer
Touché!
Eliminarayer te mandé un email y veo que has respondido pero NO PUEDO ABRIRLO por culpa del puñetero hotmail que anda en obras y el PC caducado en el que estoy no me deja abrirla... (lo digo por si es algo urgente, hoy por la tarde lo leo en un ciber). por otro lado, me llevo en el usb tu enlace para poder comentarlo. Y me voy "ilusionado" jeje... ¿o acaso la ilusión de María por ese jersey, no es equiparable a la ilusión por una próxima lectura, o un próximo JB? ¡¡ay, qué difícil es el valor!!
ResponderEliminarobserver
Efectivamente!.. efecto-activa-mente :-)
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarDigo "hoy" porque como escribió la Marca de whisky en sus obras, podríamos caracterizar "lo real" como una fase, episteme, modo de producción-repre-
sentación (o como le queramos llamar) que determinó una ontología, un mundo organizado a partir de la matriz valor de cambio-valor de uso/significante-significado, cuya época dorada cubrió más o menos desde el capitalismo del s. XIX hasta el último cuarto del s. XX. La época de las "ideologías", de las teorías con consecuencias, del sujeto y el objeto, de un mundo entendido como la disyunción entre por un lado el signo, los discursos, y por otro el mundo o referente independiente: éste era una realidad profunda que siempre era determinante y que había que saber descubrir (era cuando se "des-cubrían" cosas) más allá de los discursos que la enmascaraban: era el tiempo del primado de la verdad del inconsciente frente al discuso de la conciencia, de la naturaleza frente a las múltiples culturas, de la infraestructura frente a la superestructura. Con la crisis o cambios que podemos ver resumidos, por ejemplo, en La condición postmoderna de Lyotard -crisis del saber, de la legitimidad, de la representación-, el valor de cambio y el signo se "liberan" (el sistema vive de emancipación y liberación de todo, también de lo "revolucionario") y pasan a ser estructurados en lo que JB llama "código" o sistema abstracto de integración o manipulación total que sólo remite a él mismo. Es el nuevo campo definido por la informática, la semiótica, la cibernética, la matemática, la lingüística, etc. Lo real anterior pasa entonces a ser una variable del código, un subcampo que, como podemos experimentar cada día, está vacío de su sustancia o fuerza creadora o generativa anterior: pongamos la "lucha de clases", los "sujetos revolucionarios", el trabajo, la "naturaleza", la "política", etc. De repente los límites y las oposiciones que definían claramente los campos de la existencia se vuelven más difusos, más "líquidos", y pasan a confundirse entre ellos -derecha e izquierda, sujeto y objeto en las ciencias, las identidades sexuales, etc.-, justamente porque en última instancia, cada vez más, no son más que variables conmutables integradas.
Digamos que sería un poco la ampliación de la lógica de la moda -en la que la oposición entre lo bello y lo feo es neutralizada en favor de una combinatoria general de todos los signos- a todo el sistema. De ahí la sensación cada vez mayor de falta de alternativas, de retirada de los grandes referentes o contenidos, de relativismo total. Todo es "una opción": de lo radical a lo banal, de lo crítico y contestatario a lo más vulgar, de lo "mainstream" a lo "alternativo" no son más que variantes en el "estilo de vida". Hoy leía en El periódico que Loquillo dice que "frente a la banalización, el arte debe ser transgresor". No es que considere a Loquillo una lumbrera del pensamiento y por eso lo cite, pero hablar de la transgresión en un periódico mainstream forma parte de la misma lógica que hace que desde hace años permite decir que una compresa es "la revolución" (y no es que haya una transgresión en otro lugar en el que más allá de la música de Loquillo el arte sería "realmente" arte; las transgresiones de los artistas "de verdad" hoy sólo escandalizan a las abuelas, con perdón). Estamos en lo que JB llama la transpolítica, la transeconomía, las teorías flotantes como manifestaciones o subesferas organizadas y comandadas por una nueva forma de organización y control (JB le llama también Ley Estructural del Valor). Claro que pasan cosas, que vivimos en entornos que llamamos "realidad", pero éstos han sido en gran parte -en Occidente sobre todo, claro- por un nuevo estatuto ontológico y epistemológico que sigue interpretándose a la luz de los referentes anteriores, ya que lo nuevo siempre es comprendido a través de las gafas o retrovisores del sistema anterior. Por eso escribió que La guerra del Golfo no ha tenido lugar: la guerra real, la de enfrentarse a sangre y fuego con muertes a saco está controlada -como la definición del ser por el código genético- por los ordenadores, la robótica, los drones y un montón de cacharros más, existe en la distancia del tablero de control y las pantallas (como la música también, p. ej.). Yo en todo esto no veo nostalgia alguna, no es más que un análisis, una "opción teórica más".
Eliminarhttp://avnvalero.blogspot.com.es/2013/04/la-crisis-la-dominacion-y-las-formas-de.html
Un placer poder charlar en este blog.
Saludos y perdón por el rollo!!
EliminarOk en lo que dices... pero yo creo que ya no estamos en una sociedad “líquida” como dice Bauman, sino que estamos pasando a un estado gaseoso, o más bien plasmático todavía, ya que según la wiki, el plasma todavía “responde a interacciones electromagnéticas”. Cosa que los gases no hacen.
Sin embargo, si te fijas en cómo representan los gases y el plasma, ambos requieren un tapón de contención -que es “el código”, en mi opinión-, pero que cuanto más gaseoso -o acelerado- se vuelva todo el sistema “social” -o más se agite la botella, si se prefiere decir así-, más difícil va a ser que el tapón aguante la presión. En fin, es pura especulación, claro:
http://www.saberespractico.com/estudios/diferencias-entre-gases-liquidos-y-solidos/
Saludos!.. y perdón si es demasiada “divagación” :-)
Completamente de acuerdo. A mí en lo de "líquido" me parece que Bauman siempre ha ido tras la estela del pensamiento de JB. Pero además de la tesis de la explosión, podría pensarse también en un enfriamiento de los gases. Esto toma tintes gástricos...
Eliminarok, por lo que veo jb era estrictamente un epistemólogo, lo cual sin un buen modelo gnoseológico se reduce a un "moralista", sin ningún sentido peyorativo para esa palabra. Creo que lo que él llama "realidad" se refiere entonces a la realidad consensuada, pero no a la realidad convivida. Hay una realidad profunda, en ese sentio me resulta infinitamente más trágico, profundo, necesario y arriesgado el pensamiento de Hegel, Heidegger o Deleuze, que no se rendían al relativismo ni a la crítica epistémica y se atrevían a proponer Teorías Generales de el ser, el espíritu, la realidad o llamadlo como queráis. Ya he dicho alguna vez que lo que me interesa de la filosofía es en última instancia comprender los atributos de Dios, y por eso un Zubiri me afecta de un modo mucho más íntimo que Bau. El mundo descrito por JB es fácilmente reversible, además basta con pasar hambre o estar solo para darse de bruces con la gravedad de los hechos inmanentes, y que toda "hiper-realidad" se desvanezca como un capricho de ricos.
ResponderEliminarMi apuesta sobre el futuro no es lo gaseoso ni lo líquido ni lo plasmático, sino lo sólido. Al menos ese es el rumbo que he decidido para mí.
Si te parece seguimos comentando en tu blog. Estos días no tengo internet pero en cuanto pueda me paso por los comentarios a dar un poco de guerra y agitar ideas. Un abrazo a todos, y gracias.
- observer
http://www.youtube.com/watch?v=PCVLZEHGgmU
De todos modos proponer que la realidad tiene una historia, que aparece y desaparece no deja de ser una teoría general, al igual que las diferentes formas de creación de vínculo colectivo -simbólico y social-, los cambios en el estatuto de los signos, las propuestas de las diferentes epistemes... Y matizaría que pasar hambre no da acceso a verdad superior alguna ni tiene por qué querer decir que el marco en el que tal desgracia ocurre no dependa de un sistema mucho más general que lo engloba, imho. Lamentablemente la fuerza del hambre, de la crisis, de la desesperación pueden impedir su comprensión dentro de perspectivas más amplias de análisis o interpretación. De todos modos, cada cual debe seguir su camino, of course; al fin y al cabo el mundo siempre termina por ser más largo que nosotros... Gracias por dedicarle un rato a mi blog, te lo agradezco mucho (y también a Post2).
EliminarSaludos!!
ResponderEliminarHipnótico tema... el de Mulero; tks!
Tan hipnótico como la carátula de su hiperreal "disco", en la que aparece un bebé con la palabra “odio” tatuada en los nudillos de su mano izquierda... tan hipnótico que estoy por apostar a que en su mano derecha tiene tatuada la palabra “amor”. Aunque tal vez sólo sea que yo estoy demasiado influenciado por las películas, no sé :-)
Por otro lado estoy completamente de acuerdo contigo en que vivimos en una hiper-realidad que es un “capricho de los ricos”, pero creo que hace muchísimos siglos que vivimos en la realidad de “los ricos”, y ni siquiera la 2ww ni Hirosima les ha hecho “darse de bruces con la gravedad de los hechos inmanentes”. Aunque tal vez sea que los ricos no pueden “concienciarse” y tengan que darse de bruces. O que todos seamos así, no sé.