jueves, 2 de mayo de 2013

La primera comunión


Project X, Nima Nourizadeh, 2012

El mundo es otro desde que la MTV ya no emite videoclips y su parrilla se ha transformado en un descarado y deslenguado espejo deformante en el que la chavalada recibe una visión completamente falsa de sí misma, a base de desternillantes mockumentaries de estética whatsapp en los que tronistas y supernenas de cerebros cortocircuitados se enzarzan en carnavalescos litigios hormonales rodeados de mancuernas y Margaret Astor. La generación Jersey Shore no se corta un pelo en su exploración de las posibilidades poéticas de la dialéctica malsonante (uno descubre cada día nuevas posibilidades de palabras como “puta” o “joder” en esos programas), un sentido indisimuladamente zafio del erotismo, la radical relajación de la ética familiar (sorprende el modo en que los padres participan de tan disfémicos teatrillos, en inusual complicidad con los desatinos amatorios de sus retoños) y cierta fascinación por el escarnio público: abundan los shows en los que los protagonistas se dan dolorosos tortazos en patinete causando atronadoras risotadas, desnudan sus vergonzantes lorzas en tutoriales sobre cómo perder peso, o lloran en público sus complejos mientras buscan novios en la tele tutelados por mamá. Una deriva colectiva que aparentemente borra del diccionario términos fosilizados como tapujos, decoro, discreción o intimidad, que sucumben ante el megaloscopio panóptico global en el que participamos como observadores y observados, pero cuya supuesta desvergüenza quizás no sea más que un modo de vampirizar nuestra vena contestataria proyectando su energía hacia insolencias en realidad domesticadoras. Pero este post no tiene nada de homilía pro-revolucionaria: el día que los mocosos pajilleros lean manifiestos de Proudhoun en lugar de desfogarse con el cerdas.com, se habrá consumado el finiquito de lo que siempre ha sido el Ser Humano.

De semejante humus estético no podemos esperar que florezcan comedias adolescentes en el fondo tan inocentonas como aquellas Porky´s o Los albóndigas atacan de nuevo de nuestra generación, en su día tibiamente escandalosas por su cochina (y honesta) ilustración de los desvelos más cerdacos de la edad del pavo, y que hoy en día resultarán completamente naive al chaval educado en los desmelenes de la tele¿realidad? post-Jackass. Si para nosotros era una odisea conseguir de contrabando algún VHS de porno americano mainstream, ahora el enano de turno tiene a golpe de un click las mayores aberraciones de torture porn para ver cómodamente mientras finge hacer los deberes. Olvídense de las ya añejas American Pie o Fuga de cerebros (estupenda aportación ibérica a la historia de la procacidad prepúber): lo último en desmadres a la americana es esta aparatosa “Proyecto X”, actual medalla de oro y record del mundo en la presentación de cómo los niñatos quisiesen que fuesen sus juergas, y fabulación engorilada de los valores eternos de la edad mongui: tocar pelo, ponerse ciego, romper cosas y hacer amigos (y que se entere todo el mundo, claro).


El argumento está fusilado de la típica noticia sensacionalista que suele servir para cerrar los telediarios entre el humor y la moralina: un chaval anuncia en su muro de Facebook su fiesta de cumpleaños, y a la convocatoria terminan por acudir hordas de gañanes que arrasan su cortijo en la que es la mayor fiesta de la historia de la humanidad. Como siempre en estos casos, se prescinde de dotar a los protagonistas de ningún tipo de sustancia pensante, pues el motor de los acontecimientos son sus entrepiernas deseantes: el único objetivo es reunir a la mayor cantidad posible de guarras y golfas, acumular una descomunal provisión de alcohol y lo otro, atraer a los machos alfa más carismáticos para que tras su estela vengan más pibas a la juerga, hacer el golfo sin cortapisas de ningún tipo y, en última instancia, quedar redimidos de la condición de panolis oficiales del insti. Este planteamiento es tan viejo como la educación universal y ha dado pie a incontables películas, pero la lógica del capitalismo inflacionario obliga a que cada generación lleve el delirio cinematográfico siempre un paso más allá: los problemas del cuentakilómetros del Ferrari de Todo en un día resultan una broma comparado con los estropicios de esta peli, en la que el coche de papá termina en la piscina bastante antes de la über-catarsis final.



Probablemente esta Proyecto X haya desbancado a Supersalidos en la cúspide del cine cerdo para teenajos, porque la adelanta al prescindir casi completamente de una innecesaria línea argumental sólida: como digo aquí apenas hay personajes o una narración mínimamente articulada, y el metraje se resuelve como una suerte de videclip de hora y media que explota la fisicidad de los culos cimbreándose al ritmo de David Guetta, vomitonas colectivas al ralentí, jamonas bailando el waka waka en tetas subidas a un trampolín / gogotera, y merluzos rompiendo muebles mientras un DJ ambienta la bacanal con el traktor. Pura carnalidad, sus mejores líneas consisten en muletillas del tipo “Oh my God!”, Fucking Insane!”, “Those tits are HOT!” o “This party is tha shit!!”, mientras la cámara de video filma bocas tragando éxtasis, nerds ahogándose en chupitos de tequila, circle jerks en sofás cubiertos de mierda, y culos y tetas, muchos culos y muchas tetas. El obligado y protocolario happy ending deja al espectador con regusto no tanto a nicotina y garrafón, sino más bien a licor de mora con nata montada: la moraleja de siempre es que el único objetivo del maratón orgiástico era la necesidad de sentirse querido y aceptado que sentía el protagonista. Lo cual no es óbice para que, así a lo tonto, quizás los despendoles bruttalistas del cine para canis confirmen que efectivamente existe una incontestable verdad desde el nihilismo, aunque bien opuesta a la que preconiza Ray Brassier: en nuestra civilización la auténtica “primera comunión” liminal (simulacro de un tránsito a la inexistente edad adulta) tiene lugar en nuestra primera cogorza apoteósica; pasan los siglos pero el as en la manga de Dioniso sigue siendo que cuando pica lo de abajo, Apolo se va al carajo.

1 comentarios:

  1. Todo esto que cuentas tiene pinta de ser lo mismo que hacen los Amish en la adolescencia. Lo llaman “rumspringa”. Y dicen en la wiki que “algunas opiniones sostienen que la rebelión adolescente tiende a ser más radical e institucionalizada –y por lo tanto más aceptada- en las comunidades más restrictivas”.

    http://es.wikipedia.org/wiki/Rumspringa


    PD: el estilo de tus críticas te sale “bordado”, por cierto :-)

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