Portion Reform – The
Supreme Negative Lino020, 1998
Recordamos uno de los más exquisitos albums de la música electrónica de las últimas décadas. A medio camino entre un expresionismo abstracto tan epartano como indolente, y un brutalismo que actualiza la estética de la agitación de la música industrial que le sirve de genealogía, el debut en largo de David Sumner sigue golpeando tímpanos, agitando tobillos e interpelando a las neuronas con la misma contundencia y majestuosidad que en el momento de su aparición.
Los años han confirmado a David
Sumner como uno de los más sólidos operarios de la música serial, campo en el
que ha venido construyéndose una inteligente y valiente discografía que le han
situado en el corazón de los fans como cabeza de serie nivel Champions. Su
carrera ha “explotado” en el último lustro gracias al enorme prestigio obtenido
en el circuito techno por su penúltima encarnación, aquellos Sandwell District
que le catapultaron al ojo del huracán del circuito, pero su versátil
trayectoria cuenta con muchos otros picos que merecen no caer en el olvido.
“The Supreme Negative” fue editado en 1998, año santo del hardtechno
británico y momento cumbre de la música industrial, que tras veinte años en las
catacumbas parecía haber alcanzado su período de gracia a través de la enorme
repercusión que por aquel entonces alcanzaría la electrónica oscura y catatónica
esculpida a base de loops, actualización digital del mórbido espíritu postpunk
que parecía haber encontrado al fín el zeitgeist capaz de comprender sus
fundamentos. Eran los años de ascensión del imperio Downwards, en cuyas filas
entraría por pura afinidad estética (Portion Reform era un neoyorkino grabando
para el sello, legendario pero semifamiliar, de Birmingham), y en cuyas filas
produciría los que quizás aún sean sus mejores trabajos. Sumner tenía ya su
propia plataforma de edición, el exquisito Infrastructure New York desde el que
publicaría magníficos tracks de techno esquelético y rotundo, muy influenciados
por la sensibilidad lúgubre del experimentalismo dark wave británico y alemán, de cuyo legado recogerá el testigo ético y estético para
reformularlo desde las nuevas potencias técnicas y culturales del momento:
hardware y clubs. A través de productores como él, el sentido marcial y
maquinal de la música industrial de los setenta encontrará con naturalidad
nuevo ímpetu en el género al que quizás siempre estuvo abocada: el de la música electrónica para el cuerpo, la
cultura nihilista del baile.
El disco que nos ocupa puede situarse sin
vacilaciones en el olimpo de las obras sagradas del techno, un género que
seguramente no habría poder sido lo que es sin el concurso de trabajos tan epoch-defining como este, soberbio
ejercicio de pura invención cuyos surcos desbordan innumerables caminos que
luego serían cartografiados durante años por los incontables descendientes nacidos
en su estela. Una obra recorrida de principio a fin por una austeridad extrema,
tan escueta y severa en su ascetismo que parece imposible que el responsable de
su factura haya sido un ser humano. Y es que la tradición en la que con mayor
naturalidad podemos inscribir este “The
Supreme Negative” es el de la poética
de la objetividad, que viene a ser la antítesis absoluta del subjetivismo,
romanticismo y personalismo narcisista del rock.
Desnudando hasta el límite de lo
reconocible el armazón habitual del monotrack para el club, las esqueléticas
composiciones de Portion Reform trabajan sobre el desenmascaramiento
radiográfico de las pautas mínimas del ritmo reducido a su mínima expresión,
construyendo diagramas monosilábicos de absoluta maquinalidad en la que
cualquier concesión a lo humano parece prohibida más allá de la mera propulsión
del movimiento del cuerpo. Bucles ensimismados de percusiones digitales,
timbres que no ocultan su condición de simulacro de lo analógico, estructuras
pasmadas en ciclos que no conducen a ningún lugar… y todo ello propiciando una
atmósfera de extraña solemnidad, de un orden tan presente que termina por
devorar nuestros hábitos de atención y espera: algo así como una apropiación
materialista de los mecanismos fisiológicos del “mantra” oriental, cuya
hipnosis supuestamente mística es aquí reformulada como mero proceso zoológico,
corporal, gélidamente mundano. Se trata de uno de los discos más ferozmente
maquinales de la historia de la electrónica, cuya aproximación cerebral y
“científica” al funk rezuma una peculiarísima violencia: la de enfrentar al
oyente a su condición de golem animal. Este disco busca, sobre todo, violentar
las expectativas del oyente mediante el obsesivo extrañamiento de las normas
que determinan habitualmente “lo musical”,
reinventando un sentido de la belleza que, en su inerte objetividad y
desafección, flirtea con una idea de lo
sublime cercana a los misticismos de Kandinsky y otros brujos de la
vanguardia antigua.
La obsesiva e inmisericorde
repetición de palmas y suspiros de “Suffocate”
y “Burn” consiguen vaciar el espacio
sonoro de todo simbolismo humanizante, reduciéndolo a sus atributos puramente
acústicos, sensoriales, de una sensualidad desvestida de toda significación, en
un difícil equilibrio entre el sonido puro como inmediatez neutra, como
presencia estrictamente denotativa, y el vaciado mesmerizante de todo contenido
de la consciencia como estrategia para el olvido del mundo. Se trata de
construcciones afectivas (ya que no sentimentales) cuyo target exclusivo es el cuerpo, como disolución del pensamiento en
el aturdimiento de las pulsiones fisiológicas. “Shrine” resulta más atrevida en su indisimulado jugueteo con un
exotismo casi humorístico, línea de
trabajo muy habitual en Female como transubstantación mórbida de la reminiscencia, que mediante el método
de vaciado significativo derivado de las repeticiones es reducida a sus
condiciones formales, y por tanto “des-exotizada”.
Una estrategia que alcanzará su cumbre en la irresistible “Screaming the Truth”, cuya refiguración del substrato hipnótico del
blues reduce a éste a una mecánica funcional, privándolo de toda legitimación
sentimental y reduciendo la “música emocional” por excelencia a un
mero artificio matemático programable por un ordenador. Lo más desconcertante
de esta metodología es su impresionante pegada: en su búsqueda de la
desafección pura, se alcanza un territorio extremadamente impactante que,
insisto, puede remitirse a la definición de lo
sublime propuesta por Schopenhauer. Y que, como ilustración de los efectos
narcotizantes del ritmo sobre el cuerpo, anuncia una posible línea de
resistencia biopolítica que
desarrollaremos en otro momento.
“The Supreme Negative” es un ejemplo descarnado de la gestión de la verdad propia del arte moderno: en
su imposible cancelación de la connotación subjetiva del oyente, su
allanamiento de cualquier implicación afectuosa o “personal”, especula con una
“cosa-en-sí” que nunca fue tal. Manipulando los mecanismos cognitivos de
aprehensión de lo acústico, alcanza un páramo absolutamente desolado y vacío de
sentido en el que lo objetivo es un yermo inaccesible al pensamiento, pero al
que el cuerpo parece responder sin necesidad de argumentos. Y lo que se quería
un pedazo inerte de hormigón impermeable a los afectos, termina por servir de
cimientos a una sensibilidad nueva para la que la historia de la música no es
más que un cúmulo de escombros, asignificativos e insignificantes, sobre los
que edificar una topografía de valores original y genuino, cuya realización
exige el trabajo previo de desmantelamiento del sentido. En su matemática
sombría e intimidatoria, en el aplomo con que despliega su inhumana
objetividad, este disco es la refundación de un paradigma del arte biopolítico
exigente con un oyente que, una vez haya entrado en las sutilezas de su
retórica, estará en condiciones de poner a prueba desde el vacío su propia
subjetividad. Blanck Mantra.
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