Lino 028 . Regis – Exercise for institutions
André Reszler “Marxismo y cultura”
El techno necesita ser legitimado como bella arte, más allá de las recensiones que desde las sociologías pretenden monopolizarlo como mero ejercicio anecdótico de pintoresquismo fetivo finisecular. Tras su leyenda de ritual herético y comparecencia alienada de cuerpos sin identidad, el mordisco intelecual de este sortilegio tecnológico se sirve del colmillo con el que desgarra y sobresalta la cognición. Techno, Downwards, es ante todo una experiencia del pensamiento.
Uno de los grandes culpables de
la existencia de este blog es Karl O´Connor, obsesión personal que trasciende
en mucho la mera condición de “el mejor productor techno de todos los tiempos”:
él es el Clasicismo techno por excelencia, un canon estético todavía en
construcción y cuyos pasos sientan necesariamente cátedra en una cultura en la
que se le profesa un respeto reverencial. Visionario por excelencia de una
vanguardia felizmente inconclusa, la maestría y autoridad de su trabajo le
sitúan definitivamente en otro status respecto a los demás practicantes de un
palo que no es sino el suyo. Pocas figuras pueden presentar la credencial de
haber inventado (y seguir inventando) un género cuyo pelotón pedalee tan
exhausto tras los pasos del maillot amarillo: Autechre o Basic Channel son
seguramente los otros apóstoles de una Biblia cuya redacción sigue en curso,
marcada por las intuiciones y dogmas impuestos por estas autoridades que lo son
por mérito histórico. Para el que aquí os habla, Regis viene a ser el Ferrán
Adriá de los otros platos. Lo ha
conseguido por el rigor y magisterio de su trabajo: cuando Regis habla, los
demás callan.
Como digo, su sombra será
constante sobre “La industria del placer”, porque su proyecto estético nos
parece el más sobresaliente que pueda haber en el mundo de hoy, por más que aún
no podamos evaluar su calado, cuyo reconocimiento habrá que demorar hasta que
la intelligentsia comprenda por fin
que personajes como él son los últimos
modernos vivos, con lo de simultáneamente anacrónico y riesgoso que la
sentencia pueda sonar. Moderno a la
vieja usanza, de moral heroica y maneras temerarias, y último por su radical contemporaneidad, pero también porque su
estirpe tal vez esté llegando a su fín: cada generación de la modernidad sintió
sobre sus espaldas la responsabilidad de inspirar descendencia, pese a tratarse
de una genealogía indisimuladamente plagada de divas que se cuidaban muy mucho
de favorecer sus manierismos de autoría única y genial. Y los enamorados del
techno tenemos en Regis a nuestra más luminosa diva divina: cumple los tópicos
del narcisista insolente que teatraliza histriónicamente sus berrinches, el del
nerd de poco cuerpo que juega a sentirse peligroso, el del narcisista desdeñoso
que sin embargo se muestra empático con quien le entra bien por el ojo, y por
supuesto el de creador genial bendecido por las estrellas.
De entre su exquisita e
inmaculada discografía, empiezo comentando este aparentemente menor “Exercise
for Institutions”, que quizás sirva para trazar un punto de inflexión en su
carrera: hasta este momento, el trabajo de Regis era radicalmente estricto en
la única producción de monotracks (modulaciones seriales de un mismo motivo
musical) sin más variable que la puntual
alteración de la presentación de las capas de sonido, mientras que a partir de
este 12”
comenzaría a interesarse (quizás fuera de plan) por el formato canción,
sobre el que ha seguido insistiendo hasta hoy. En su trabajo anterior estaba
absolutamente prohibido de raíz cualquier agente narrativo más allá de las
modulaciones de intensidad (subidas y bajadas de filtros) mientras que de ahora
en adelante añadirá constantemente a sus producciones la complejidad derivada
de la disposición
de acontecimientos musicales (discontinuidades)
a lo largo del tiempo: sus
discos posteriores a “Exercise for
Institutions” empezarán a ser canciones, y como tal han de ser escuchadas.
Seguramente eso de “accidentes musicales a lo largo del tiempo”
habrá sonado muy pedante o muy abstracto, pero me parece una definición
bastante correcta de lo que generalmente se considera “música”: una narración
que tensiona el tiempo mediante la melodía, es decir mediante la remisión a un
orden de diferencias discontinuas en el tiempo. Una canción es tiempo
especificado en singularidades predecibles y por tanto esperadas. Un tiempo en
el que el presente sale a buscar el futuro, y donde cada instante aislado
carece de sentido, pues es función del anterior y el subsiguiente: lo melódico
mantiene una compleja relación con el tiempo, pues su expresividad se basa en
la conjunción de diferentes notas que, así, nunca llegan a ser presencia más que diferidas de la cadena
temporal que las dota de sentido. En una canción,
el tiempo es espera.
Pero no toda la música tiene por
qué funcionar de esta manera, y viene de lejos la tradición de los que optaban
por liberar la música de su narratividad, prescindiendo del recurso dinámico de
la melodía, para así emancipar lo acústico como fenómeno sensorial capaz de
expresar sin un sentido, trayectoria, significación o espera algunas. Tomo del
“Marxismo y cultura” de Reszler esta asombrosa cita de Christian
Wolfe, que pareciese estar hablando de techno en los años 60:
“La música tiene un carácter estático. No va en ninguna dirección
particular. No se encuentra un interés experimentado por el tiempo como medida
de la distancia, desde un punto dado en el pasado a un punto situado en el
futuro… No se trata de llegar a ningún sitio, o de haber llegado de algún sitio
en particular”.
La alusión al recomendabilísimo
libro de Reszler no es gratuita, pues la tesis fundamental del texto se ajusta
como un guante a la trayectoria de Regis que resumimos en “Exercise for
Institutions” como punto de inflexión: “Marxismo
y cultura” reconstruye la irresuelta escisión, en el corazón del debate
estético marxista, entre una facción “dogmática”, teleológica y pro-histórica, frente a la más radicalmente crítica y
antidogmática, libertaria, antiteleológica
y post-histórica. Una bipolaridad que desde la reflexión sobre el arte
compromete la viabilidad y consistencia del sistema marxista en sus más sólidos
fundamentos, pues esta polémica es
ampliable al conjunto del proyecto emancipador del materialismo histórico, y
esta puja entre el marxismo canónico y el libertario es ampliable a los campos
de lo político, lo sociológico o lo científico. Tal vez haya, como se suele
decir, muchas izquierdas, pero lo que
es seguro es que hay al menos dos. Una dictadura del proletariado necesariamente acompasada
según un código reglado de prácticas, pero paradójicamente argumentada como liberación radical de las conciencias:
el racimo de marxismos no ha resuelto todavía una postura firme frente a la
institución Estado, una sempiterna contienda entre anarco-liberales y comunistas que ha erosionado mucho la
credibilidad del proyecto Izquierda. Una bipolaridad que, como digo, Reszler
detecta muy argumentadamente en el campo de la estética, escindida entre aquellos marxistas dogmáticos para los que el Arte tenía
una función simbólica irrenunciable (defendiendo por tanto formas de expresión
relativamente clásicas) frente a los que
consideraban que lo artístico es por esencia un campo de libertinaje y ruptura
(promoviendo la anti novela, el anti arte, la superación de lo histórico
y la obsolescencia de cualquier narratividad).
El libro recoge con mucha perspicacia
ejemplos de este dualismo, que durante décadas fue causa de encendidísimos
encontronazos entre los popes de cada
una de las tendencias: mientras los pretorianos del
marxismo más canónico apuestan por un arte unificador, fuertemente
significativo, objetivo e inscrito en la historia (paradigma apolíneo de la modernidad cuyo máximo
valedor será Lukács, y su gran estrella Thomas Mann), las vanguardias rupturistas promovían la deshumanización, la
trascendencia de todo simbolismo o significación, la disolución del concepto de
historia como orden predestinado, y la estetización de lo fragmentario, el sinsentido y el azar (el paradigma
anti-teleológico y dionisíaco implícito
en Joyce, Beckett, Schönberg o Kafka). Una izquierda cuya esquizofrenia
entre los polos hegeliano
y nihilista,
entre la historia como orden finalista o
como devenir indomado, sigue hoy en día
imposibilitando el consenso de un proyecto común, y a los hechos me remito (el
15M y #occupy no supieron o no quisieron detectar ni mucho menos resolver esta fractura).
Desde esta perspectiva, la primera etapa de la trayectoria de Regis (la que
orbita en torno a Downwards) es la más férreamente
nihilista, y la que con más rigor y militancia apuesta por la genealogía
anti teleológica, uno de cuyos grandes objetivos ha sido la destrucción del
orden narrativo tradicional y su sentido implícito de orden necesario. Un
proyecto que, en el campo de la música, opera fundamentalmente soliviantando la
gestión del tiempo. Cito a Reszler:
“Si las obras de un Bach, de un Haydn, de un Wagner o incluso de un
Bartok difieren por determinadas características como el estilo melódico, la textura
y el timbre instrumental, se parecen, no obstante, bajo un ángulo fundamental:
en esta música, las tonalidades se ponen constantemente en relación y se
refieren las unas a las otras. Persiguiendo entonces finalidades que le son
propias, la música teleológica se inscribe en una perspectiva única. Nuestra
experiencia pasada con su gramática nos permite prever su evolución, captar su
estructura y finalidad. La música de vanguardia en cambio no sigue un
itinerario preestablecido. Por consiguiente no provoca esperas, no reserva
sorpresas. Inorgánica, estática, está simplemente ahí. (…) El artista busca
encontrar de nuevo el goce ingenuo, primitivo de los objetos y de las
sensaciones, redescubrir la realidad y la sensualidad de los materiales del
arte como materiales puros, de la existencia como existencia. Su intento por sustraer
el arte a la influencia corruptora de la ideología, corresponde al despertar de
una nueva sensibilidad neo-roussoniana, neoanarquista. La nueva fase “olímpica”
del arte anula el tiempo, la historia y reconcilia al hombre con la naturaleza
mediante el gesto desinteresado y objetivo de un nuevo acto creador”.
No es casual que ese “olimpismo”
del que habla Reszler tenga en el caso de Regis su mejor ejemplo en un disco
titulado, muy apropiadamente, Gymnastics,
el más severo y áspero de su carrera: bucles indeterminados de secuencias
estáticas repetidas desapasionadamente, gélidos timbres sintéticos
incómodamente bellos, monotracks sin principio ni final, sin siquiera
trayectoria: música que pulsa el tiempo normalizándolo en un tempo y dotándolo
así de presencia. Antimúsica objetiva y
seriada, cuya única lógica compositiva es la de propulsar la motricidad de los
cuerpos. Sobrecoge pensar que un planteamiento tan radical y enraizado en los
grandes desafíos de la vanguardia clásica (siempre elitista y aristocrática, y
cuyo populismo nunca encontraría eco real en la sociedad) haya alcanzado tanta
difusión en el folk contemporáneo: los miles y miles de chavales que bailan a
Regis en las catacumbas de Europa quizás ignoran que están haciendo realidad
uno de los rituales más infructuosamente invocados por la modernidad heroica.
Pero como ya he dicho, los dos
temas que componen “Exercise for
Institutions” (título ajustado a nuestra tesis) marcan un punto de
inflexión sin vuelta atrás: aquí el techno abandona su radical
serialidad para abrir la veda de lo
narrativo, mediante la incorporación del
acontecimiento como singularidad que puntúa trayectorias en el tiempo acústico.
A partir de ahora, los tracks ya no serán bucles infinitos, tiempo disuelto y
desestructurado, sino que vienen organizados como secuenciaciones unitarias con
planteamiento, nudo y desenlace. El taboo de la estructura ya había sido
traicionado tímidamente en la monumental “Guiltless”
producida un año antes por Regis junto a Peter Sutton, pero será en este maxi
donde se inicia el nuevo camino sin retorno: el último 12” de Downwards es el primero
en incluir canciones.
Dos canciones soberbias que, sin
embargo, se permiten prescindir del recurso a la melodía: la narratividad del
techno se reduce (por ahora) a la concatenación de loops diferentes, pero el
cambio en la figuralidad del tiempo altera completamente su esencia, su modo de
operar y emocionar: insisto en que aquí el protagonista es la espera del
acontecimiento, se trata de tiempo coartado, en oposición a la inmediatez
intemporal del antiguo monotrack. Ahora tienen lugar discontinuidades,
puntuaciones mediante puntos de inflexión que despliegan una cardinalidad hasta
entonces ausente. Pero no será esa la única novedad que traerá este fundacional
12”: siguiendo los hallazgos de “Againstnature”,
aquí las texturas se licuan formando una única masa sonora pesada, grave,
rocosa, en sfumatto, fuertemente
percusiva pero donde los golpes se disuelven en una atmósfera ilimitada, limitando
su autonomía. Un nuevo lenguaje que encontrará continuación en el subsiguiente
“Penetration” pero muy especialmente
en la escalofriante “Burn your way in”,
canción sagrada en la historia del techno
que daría pistoletazo de salida a los luego legendarios British Murder Boys. “Exercise
for Institutions” es entonces, en su aparente condición menor, una obra clave
en el trabajo del gran valedor del techno como cuerpo cultural: aquí se funda
el tránsito desde
el nihilismo celebrativo hasta una nueva reformulación del sentido. Musical,
vivencial y existencial.
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