¿Es la razón un parásito... en busca de la simbiosis perdida?
Dice la wiki que la simbiosis es
una forma de interacción biológica que hace referencia a la
relación estrecha y persistente entre organismos de distintas
especies. Y el criterio teórico para asignar las etiquetas de
parasitismo, comensalismo o mutualismo es el efecto neto sobre la
aptitud inclusiva del hospedador.
El parasitismo está profusamente
extendido en la naturaleza, y en algunos casos puede ser el primer
estadio de un proceso continuo que conduciría al mutualismo. En este
estadio, el parásito debe atenuar la virulencia contra su hospedador
y, entre otras adaptaciones, se desprende de una característica
típica de todo organismo, su tendencia a reproducirse
geométricamente auto-regulando esta tendencia; paralelamente, el
hospedador deberá reaccionar neutralizando los efectos deletéreos
de su parásito.
Pero como dice Lynn Margulis:
“En cualquier momento esas asociaciones pueden disolverse, sus
miembros pueden cambiar e incluso destruirse entre sí, o simplemente
perder a su simbionte”. Este primer estadio simbiótico, el más
inestable, se podría prolongar hasta estadios de integración muy
elevados en los que, antes de alcanzar una relación mutualista ya se
podría estar produciendo transferencia de material genético
(simbiogénesis).
“Desde el punto de vista
inmunológico, el parasitismo puede considerarse un éxito si el
parásito se integra en el hospedador de manera que no se le
considere exógeno” dice Sánchez Acedo.
Así que al leer esto le he dado un par de vueltas a la cabeza con
una pregunta del tipo de las que se hace Punset, y me he preguntado:
pero entonces... ¿en qué nos diferenciamos de una nutria
-simbióticamente hablando-?
Y la conclusión a la que he llegado, con la ayuda invisible de
uno de mis psiquiatras “de cabecera” -R.D. Laing-, es que la
nutria no tiene por qué preocuparse de descubrir quién es, a qué
tiene que dedicar su existencia, y con quién tiene que relacionarse
simbióticamente. Es más, entre todos los animales, tan sólo
algunos simios y los seres humanos tardamos algún tiempo en
descubrirlo. Y entre los simios que dedican algún tiempo
considerable a descubrir lo que tienen que hacer, hay una especie
curiosa que tarda más de media vida en aprender a partir nueces con
una roca sin machacarse los dedos. Y ¿cómo lo hacen? Pues por
imitación... como todo bicho viviente.
Sin embargo hay una sutil diferencia entre los simios cascanueces y nosotros los humanos. No todos nosotros tenemos -ni podemos tener- las mismas herramientas, que por otra parte iguala a las demás especies, es decir, los mismos dientes, las mismas patas o las mismas garras.
Entonces ¿por qué seguimos pensando en “nosotros” como miembros de una misma especie? Pues yo supongo que porque todos los humanos utilizamos cosas y palabras. Pero eso ya no es lo que determina a nuestra especie como pasa con el resto de las especies. Lo que la define más específicamente son las herramientas que utiliza, pero sobre todo cómo utiliza esa herramienta a la que llamamos cerebro -que relaciona precisamente las cosas y las palabras- y que es la que nos va indicando a quién debemos o podemos imitar.
El caso es que este asunto, antropológicamente hablando, pudo ser ignorado durante miles de años -quizás millones de años-, pero en el momento en el que un grupo de homínidos se identificó entre sí por medio de un lenguaje oral que no entendían otros grupos de homínidos, las cosas cambiaron por completo, y efectivamente, como dice la Biblia: “el verbo se hizo carne”. Y éste es el “quid” de la cuestión.
El lenguaje oral, el escrito -y todas sus derivaciones matemáticas y científicas-, aparece como un nuevo instrumento, pero tan ajeno al huésped, es decir al homínido, que bien podría considerarse un “parásito”. Parásito que alcanza el grado de mutualismo o simbiosis mientras se servían mutuamente para su supervivencia y desarrollo.
Los seres humanos desarrollaban la “corteza prefrontal”, mientras que el lenguaje se desarrollaba a su sombra bajo el nombre de razón y ciencia matemática, desarrollándose a su vez por las cosas que desarrollaba. Una simbiosis perfecta de estos tres “elementos”. O casi.
Las palabras interactuaron con las cosas simbióticamente y
viceversa. Y por supuesto las palabras interactuaron más y más con
otras palabras, surgiendo una especie de mundo paralelo. De tal modo
que siempre -desde el principio de los tiempos-, las palabras han
vivido simbióticamente con las cosas. O dicho de otro modo: cada uno
de nosotros somos la “interfaz” de eso que llaman algunos
“inteligencia universal”, pero que no es más que otra
forma de expansión de la materia por el universo. Una forma, como
otra cualquiera, de expansión y contracción universal.
Llegados a este punto tan reduccionista, obvio y hasta ridículo...
entonces ¿a qué se supone que deberíamos de dedicarnos los seres
humanos para vivir armónica y simbióticamente con las palabras y
las cosas?
Pues aquí es donde a mí sólo se me ocurren dos cosas: a) al
éxtasis febril y fabril de la fabricación simbiótica
multiplicadora de artefactos -también conocido como homo faber-,
y b) al éxtasis febril de la destrucción simbiótica reductora de
artefactos -también conocido como homo ludens-.
Ambas respuestas pueden hacerse moviendo cosas o palabras, aunque
ni unas ni otras podemos hacerlas ya por separado. Son dos
posibilidades que viajan juntas e inseparables con nosotros, pero que
viajan en paralelo, ya que los tres somos simbiontes. Sus fuerzas se
extraen de sus contrarios, es decir que gracias a sus contrarios
desarrollan una energía creadora, que no es más que un forzarse
mutuamente para “alimentarse”, o lo que es lo mismo, para poder
existir como “otro”. Pero en ningún caso por hacerle
desaparecer, aunque esto no siempre resulte tan evidente, claro.
Sin embargo Fernando Savater en su
libro “Nihilismo y acción” dice -matizando una frase de
Schopenhauer- que “afirmar que todo saber verdaderamente tal debe
ser científico, se transforma de inmediato en teodicea y apología”.
Unas pocas líneas después especifica
que “no es pues la ciencia lo rechazado, sino las pretensiones de
saber total que la ciencia se atribuye, porque bloquean el camino
hacia posturas críticas y negativas de quienes han despertado de los
sueños dogmáticos”. Y acto seguido recuerda unas palabras de
Octavio Paz: “Quizá la metafísica de mañana, si el hombre
venidero siente la necesidad del pensamiento metafísico, se iniciará
como una crítica de la ciencia tal como en la antigüedad principió
como crítica de los dioses”.
Pero si en su expansión, la inteligencia encarnada se come todo
lo que pilla a su paso. En su contracción hace la digestión:
simplifica y desmenuza lo adquirido para poder volver a expandirse...
como cosa, como palabra o como su “huesped-interfaz” necesario
-el humano-. Por eso -desgraciada o afortunadamente- no deberíamos
de preocuparnos demasiado, puesto que virus, bacterias y demás
parásitos antediluvianos, lejos de desaparecer, se multiplicaron por
este mundo, y muy probablemente por otros. Para ello tan sólo
ofrecieron a su huésped algo similar a lo que su huésped les había
ofrecido a ellos en un principio... y ésa es su principal
“moraleja”. Fácil de comprender pero complejísima de
desarrollar, por cierto.
De modo que mi pregunta inicial ahora se ha transformado; y
cuestionando a Pascal ahora me pregunto: ¿realmente todo nuestro
racionamiento consiste en ceder a nuestro sentimiento?.. ¿o más
bien ha ocurrido lo contrario? La respuesta es indiscernible.
Sin embargo yo diría que la respuesta la tienen “las cosas”.
La seducción de su ambiguo y casi perfecto camuflaje ético-estético.
Su indiferencia radical para absorber energía -aunque no niego que
también nos la da, claro-. En fin, esas “cosas” a quienes tanto
la razón como la emoción deberían de dar un gran “toque”... de
atención, como de hecho, y desde muchos ámbitos, ya estamos
haciendo, supongo :-)
gran post, post dos, y además viene bárbaro con los temas que estamos comentando porque el próximo observer va un poco en el mismo campo...
ResponderEliminarme sé de una que viene así de serie :-)
ResponderEliminarhttp://vimeo.com/53464059
-x-
ResponderEliminarBonita síntesis la de data viral, ideal y “acogedora”.
Por cierto, encontré un vídeo muy elocuente sobre cómo empezó todo este asunto:
http://youtu.be/9-5F3MT6Tkc