jueves, 17 de enero de 2013

Estética política #4: El Anillo Único


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Dinero & Poder

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1.
Esbozo de una Lógica del poder

El campo del poder en general es el dominio de las potencias de un sujeto en relación al mundo. Considerado como condición o cualidad propia del individuo al que se le atribuya, “Poder” es la capacidad de realizar o no realizar una acción que repercute en el mundo. Sólo hay ejercicio de poder cuando cabe la posibilidad de su no ejercicio.

El poder es un dominio inmanente y en acto. No requiere de la conciencia, y su ejercicio se realiza por lo general inconscientemente y como síntesis pasiva y objetiva. Dicha síntesis necesita unos límites para poder tener lugar, siendo esos límites los que habilitan, especifican y producen cada poder. La dinámica de tales límites es paralela a un código de poder como instancia representativa, compartible en cuanto normalizada. Los poderes se vuelven conscientes únicamente con la percepción de alguna resistencia que se le oponga: el poder sin resistencia es invisible, imperceptible, y por tanto incuestionable e inalterable. Algunos pensadores (por ejemplo Hegel) radicalizan esta idea y proponen una noción dialéctica del poder determinándolo por el tipo, grado y modo de las resistencias que se le opongan, volviéndolo presente: en la medida en que las potencias humanas más importantes dependen de las decisiones y por tanto de la conciencia, el poder dialéctico sería una construcción o representación ideal que fenomenológicamente se realiza trascendentalmente, sin presencia autónoma pero sí embebido en lo noético y lo noemático, en lo objetivo y lo objetual, en lo general y lo particular, atrayendo al sujeto fuera de sí. En la tradición spinozista que lleva hasta los actuales modelos constructivistas de la cognición, el poder se da como trazado distributivo de lo real, y se confirma en su inflexión sobre los acontecimientos. En el orden de lo actual, el poder acontece como alteración del estado de cosas, pero en cuanto virtualidad funciona también contribuyendo a la perpetuación de un estado, siendo por tanto hábil y capaz incluso como estricta latencia o “amenaza” verosímil.


El poder es paramétrico, típico, local, gradual y diferencial.

El poder es en consecuencia, siempre y necesariamente, un dispositivo de relación: sólo se puede ejercer en función de un objeto u objetos exteriores al sujeto de su ejercicio. No hay posibilidad de solipsismo o autodeterminación en el poder. La relación primaria de poder es la que vincula al sujeto y al objeto de ese poder.

Las relaciones de poder de segundo grado tienen lugar cuando diferentes agentes concursan sobre una misma acción potencial. Pueden ser concurrencias de convergencia (por ejemplo, dos personas empujando una piedra hacia una misma trayectoria) o de divergencia (cuando ambas personas intentan arrastrar la piedra en direcciones dispares). La piedra y la posibilidad de su movimiento es lo que habilita la potencia del poder en primer grado (el propio de cada hombre sobre la piedra), y la concurrencia de ambos lo que instituye el poder de segundo grado, que es el tipo de poder propio de la política, a la que sirve de objeto.

Desde este marco de conceptos, definimos la política como la ética de las relaciones divergentes de poder de segundo grado, relaciones entre agentes de un mismo poder primario.

La sentencia “lo personal es político” invoca la consideración ética de la potencia de realizar los propios poderes como relación de segundo grado con el poder de la colectividad.

Lo político aparece cuando dos poderes divergentes concurren sobre una misma acción potencial y se autoequilibran: la acción estrictamente política es el desanudado de la síntesis pasiva y objetiva subyacente a ese tipo de poder, y el arbitraje de una nueva síntesis que produzca un diferencial de poder en una u otra dirección. Por tanto la gobernanza no es poder, sino demarcación y arbitraje de potenciales diferenciales de poder. Conforme a este marco analítico, gobernar es ejercer un poder de tercer grado: aquel que se ejerce sobre relaciones divergentes de poder (poder de segundo grado).

Así visto, el gobierno, el poder político, no tiene un “contenido” propio, pues sus competencias se reducen a la organización, ordenación o distribución de las relaciones de poder que le subyacen, y a los parámetros de las síntesis pasivas que lo posibilitan y los códigos que identifican sus límites. Por ello consideramos que el dominio estricto y absoluto de las artes políticas es el de la ética: se trata de un poder cuyos límites interiores no pueden ser autodeterminados por las circunstancias que lo producen más que como condición ideal y general, en el perfilado “cultural” de un marco ético consensuado, local a una colectividad que lo reconoce como universal para sí, y contingente (pues lo necesario es anterior e inmune al campo de lo político, que sólo tiene sentido como gestión de contingencias).

Como distribución típica de relaciones sociales, lo específico del poder es la coacción de la libertad de acción de un agente en referencia a unos determinados rango y grado, cualificados por el tipo de acción que queda coartada por ese poder. No cabe considerar un poder en general, pues dicha generalización totaliza de manera paradójica potencias de órdenes incomposibles. Es decir, nadie tiene “el poder” porque no hay tal cosa como “el poder”, más que como abstracción insuficiente de una serie de poderes concretos concentrados en (o atribuidos a) un mismo agente: insistimos que un poder es un ejercicio, y por tanto sobreviene localizado en un acontecimiento. La presuposición de que exista por ejemplo un “poder capitalista” carece de sentido porque ni el capitalismo es reductible a un único orden de acciones potenciales, ni el ejercicio de dichas acciones corresponde a un único agente. Dicha idea de “los poderosos” como poseedores en última instancia del poder sobre todos los poderes (incluso el político) vendría a ser un poder de cuarto grado (poder capaz de coartar el poder político, o poder de tercer grado) y sólo puede concebirse como ensoñación mística. Desde esta perspectiva, la figura de “los poderosos” es una proyección ideal colectiva, es decir, ideológica.

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Dicho concepto místico de “los poderosos” es lo que garantiza la continuidad de un orden social cuando una colectividad reconoce en ellos una soberanía irrecusable o irremediable… pero es también el ideograma que mantiene viva la posibilidad de una revolución, cuando esa misma colectividad decide interpretar dicha soberanía como vasallaje, y reconocer su contingencia. Toda civilización se vertebra mediante el compartimiento de un mismo ideal de poder de cuarto orden, o fuerza absoluta reconocida dogmáticamente por dicha colectividad: ese poder supremo es un Anillo Único, la omnipotencia ideal que sienta las condiciones de posibilidad de todas las codificaciones de poder que le subyazcan.

En cuanto concepto dialéctico, la figura de “los poderosos” como generalización se define por oposición a “los súbditos”, o, tal y como es referida en casi todos los populismos antisistema de nuevo cuño, “el pueblo”. La inacción actual de la “clase media” ante la vigente revolución de los managers se debe a la creencia autoinducida de que “los poderosos” son poder de cuarto grado, mientras “el pueblo” es (en el mejor de los casos) poder de tercer grado. Esta asunción es literalmente falsa, metafísica y delirante, pues los poderes institucionales (especialmente el legislativo y el penal) son, en democracia, elegidos por el cuerpo social. El grado en que esa constitución democrática de los poderes institucionales pueda ser legítima o no, sólo puede ser dirimida en forma de narrativa (pues requieren la proposición de axiomas de causalidad de los fenómenos sociales), es decir, de “ideología” o “meta relato” fundamentado y argumentable en posturas metafísicas rígidas que permitan dar cuenta de todas las casuísticas que puedan presentarse. La consideración de la omnipotencia irreversible de “los poderosos” o “la casta” es superchería metafísica.

Toda la arquitectura del poder institucionalizado se desmorona si advertimos que, en cuanto potencia inmanente de acción concreta y local, el único poder real es el poder en primer grado: más allá de ahí todo es reducible a consideraciones éticas, o trascendentes a su ejercicio. La subversión de esos diversos órdenes del primer a cuarto grado es lo que llamamos “revolución” y su realización sólo puede darse tras un ejercicio estético: la refiguración de la síntesis que da lugar a la codificación del poder. Dicha síntesis es resultado de la distribución de lo sensible propia de cada civilización, entendiendo por “civilización” a una comunidad que reconoce una misma síntesis institucional de los poderes de tercer grado, amparándose en un ideal de poder de cuarto grado que lo fija y sirve de constitución.

El poder de cuarto orden desaparece si negamos la univocidad del poder, si bien la problemática de un sincretismo (pluralismo) radical es la incomposibilidad pacífica de un pueblo a su alrededor. El origen metafísico de la univocidad enraíza en la idea platónica de lo Uno, y sobrevive al amparo de la síntesis dialéctica de lo Absoluto, que paradójicamente reconoce la insustancialidad e impotencia del poder cuando se lo indiferencia. Siendo radicalmente constructivistas, hay tantas configuraciones de poder como sujetos de conciencia lo tracen sobre un plano de inmanencia o “realidad”.

Hasta ahora, en la historia de la humanidad, el fracaso de lo político ha sido consecuencia de la incapacidad de sistematizar éticamente una distribución de lo sensible compartida por los agentes de poder de segundo grado que concurren en un determinado litigio. Dicha síntesis es lo que permite la convivencia pacífica; su ausencia, al imposibilitar el diálogo, históricamente sólo se ha resuelto por la vía de la guerra. Lo bélico sucede cuando no se reconocen los límites que el poder ajeno propone para sí, y reactivamente se ejerce el propio: algo así como un “diálogo de sordos” entre agentes que figuran sus respectivos poderes de modo mutuamente incompatible.

Las tesis liberales afirman que la desaparición de lo político como dominio específico, garantizaría el autoequilibrio espontáneo de los poderes que le subyacen. Sin embargo su paradigma no tiene en cuenta el poder de cuarto grado, Anillo Único, aquel construido imaginariamente como proyección colectiva de la omnipotencia sentida y vivida como certeza. La indeterminable potencia de esa figura de “los poderosos” que los damnificados construyen para, por oposición, instituirse en pueblo. Es muy desconcertante, en la literatura de un Hayek, cómo se acepta implícitamente que habrá quien tenga a bien darse por vencido en el casino financiero, y aceptará sin resistencia la legitimidad “natural” del poder de los juegos del dinero. Que los perdedores se van a limitar a felicitar al vencedor de los litigios de poder en liza… El liberalismo austriaco prevé que la desaparición del poder de tercer grado supone la desaparición del poder de cuarto grado (del “poder que gobierna a todos los poderes”, de la idealización enajenada de un poder absoluto y natural) lo cual es insostenible si aceptamos que la estructura general que una colectividad imagina para sí es una dimensión de las trazas narrativas que la recorren y constituyen, y que operan incluso sin la demarcación de un dominio autónomo de lo político. Ese poder de cuarto grado (que es el tipo de poder al que se refería Foucault), en su fluidez y capilaridad microscópicas, es inconsciente, pre-humano y muy anterior a la posibilidad misma de la institucionalidad. Cada cosmogonía dispone su Anillo Único, y sin cosmogonía no hay realidad.

El Anillo Único de la analítica liberal es el caos autopoético como poder último e inapelable, a cuyas disposiciones que deben plegarse incluso los que resulten damnificados por ellas.

Recapitulemos los conceptos expuestos:

* Poder en primer grado como relación inmediata de un agente con el objeto de su poder
* Poder de segundo grado como relación convergente de dos agentes de poder sobre un objeto de poder y, en el caso de poderes divergentes, subsidiariamente, relación del agente con diferencial positivo sobre el agente con diferencial negativo
* Poder de tercer grado o poder político como relación de arbitraje de un agente sobre otros agentes que mantienen una relación de poder de segundo grado
* Poder de cuarto grado o poder metafísico (¿meta-poder?), Anillo Único, como el poder ejercido por una instancia ideal imaginaria sobre cualquier otra forma de poder

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2.
Apuntes sobre un hipotético ejercicio crítico de contrapoderes

La arquitectura conceptual que acabo de exponer intenta clarificar en un orden lógico de operadores cómo pensar críticamente los problemas derivados de los ejercicios de poder, que por lo general vienen mixtificados desde posturas que en lugar de abrir la puerta al ejercicio de resistencia o sublevación efectivas, conducen o bien a la impotencia romántica ante un “poder” concebido como inevitable, o bien a acciones francamente chapuceras que se conforman con la expresión autoconvincente de la propia indignación (lo cual, a los hechos me remito, tiene una capacidad nula para incidir sobre los acontecimientos políticos severos y reales). En este punto soy muy exigente: yo no quiero por ejemplo expresar mi indignación por la privatización de hospitales; mi único objetivo al respecto es que no se privaticen hospitales. Digo esto ante la repulsión que me provocan muchos “revolucionarios” de salón que me rodean, que parecen vanagloriarse de la condición heroica que creen les proporciona su cacareado inconformismo, sin la bravura y compromiso que exige la lucha por la consecución real del objetivo que dicen tener. Los indignados de tertulia radiofónica deberían o bien cerrar la boca y retirarse a un segundo plano aceptando el fracaso de sus reclamaciones, o remangarse y meterse en harina a seguir produciendo ideas y gestos que hagan realidad las posibilidades que afirman reconocer. Tanta y tanta retórica sobre “mundos posibles”, maximalismos buenrollistas sobre cómo las cosas deberían ser, resulta insultante en la boca de gente perezosa que no se toma la molestia de evaluar y planificar cómo esas posibilidades pueden convertirse en actos, y sólo pueden provocar ofensa y ridículo ante aquellos que tienen problemas más graves que la indignación: problemas como, por ejemplo, tener que buscar comida en la basura.
Dejémonos de filípicas antiprogres y vayamos al grano: ¿qué hacer, respecto a nuestro marco de poderes? Lo fundamental es, de acuerdo con mi sistema analítico, la toma de conciencia de nuestro poder de primer grado, que en el fondo es paralela de esa idea de Marx de que el proletariado comienza a serlo cuando trasciende el “en sí” y su condición de clase alcanza el rango del “para sí”, habilitándose para el pensamiento consciente e instituyéndose en agente en plenitud. Esta cuestión me parece tan primaria e irrenunciable que me molesta especialmente que me critiquen cuando afirmo que el poder de la historia está en manos de los ciudadanos, y que ellos son en última instancia el capital, pues monopolizan el reconocimiento del valor, sustancia única (aunque virtual) del poder contemporáneo.
Como digo, la revolución liberal en curso (pues no nos engañemos: tal es el acontecimiento histórico por excelencia del presente) pretende prescindir del poder en tercer grado (el político) argumentando qie los agentes de segundo grado equilibrarían de manera automática y natural sus diferenciales de poder. Su modelo tiene mucha lógica y se construye sobre decisiones intelectuales muy ingeniosas (leyenda urbana o no, se dice que el propio Foucault recomendaba la lectura de Hayek), pero yerra al no incorporar la figura del poder en cuarto grado y sus condiciones de aparición: y es que el poder que gobierna a todos los demás poderes es siempre una creación colectiva capaz de articular en torno a sí a una colectividad que se instituye como pueblo, y cuya soberanía desborda cualquier estimación materialista, de mera lógica económica, que se pueda esperar de un poder “sensato”. El Anillo Único es una fantasmagoría que desactiva la pretendida omnipotencia y autoresolución de los conflictos económicos: si el Anillo Único no está en paz no hay orden, y cuando comprometemos su estabilidad sobreviene el caos. Pero no el caos de los liberales.
¿Y cómo, dónde y cuándo se efectúa hoy ese super-poder metafísico cuya única fuerza real es la aceptación voluntaria de su soberanía por parte de un pueblo? En este sentido soy muy clásico: el Dios soberano sobre todos los poderes es el capital… pero con matices. Al concepto capitalismo de Smith o Marx, siempre muy materialista y legible en términos de propiedad de los medios de producción de valor, le ha sucedido desde la desaparición del patrón oro y la implementación del sistema de reserva fraccionaria otro tipo de sustancia mucho más abstracta, que es estrictamente la de

el “dinero”.

A pesar de todos los dolorosísimos dramas que ha traído al mundo, el dinero es una de las más increíbles invenciones humanas, y tal es la sutileza de sus potencias que todavía no hay una ciencia capaz de sistematizar y prever los sobresaltos que ocasiona a nuestras vidas, incluso cuando, como digo, es un artefacto creado por la cultura. Impredecible y caprichoso, el dinero pareciese tener vida propia, una invención del hombre que se le ha escapado de las manos y que se mueve dirigido por espasmos de lógica secreta… lo cual es paradójico, porque la lógica de sus espasmos es simétrica a la narración de las afectividades colectivas. Hay algo de muy honesto en el dinero, y si uno sigue sus movimientos y evoluciones llega siempre a la clave de los problemas, pues los meandros de su caudal son los abrevaderos a los que se dirigen las bocas de todos y de cada uno. Si señalo la abolición del patrón oro como un “acontecimiento paradigmático” capaz de transubstanciar al antiguo capital, alterar completamente su sustancia, es porque se ha ya desecho del lastre de su ancestral convertibilidad firme en bienes materiales, para radicalizar su sustancia virtual, indexal, de representación de valor puro. El dinero fiat es el cuerpo de la nada, pleno simulacro, intercambio simbólico de un significante ¿neutro?. Y en su imparcial sinceridad, el dinero da cuenta también de las fuerzas que lo manejan, que quieren monopolizarlo y balancearlo en una dirección que no le sea de natural propia.
La magia del dinero es que es un poder de primer orden (permite comprar cosas) pero sólo en conformidad subsidiaria a su doble naturaleza simultánea de poder de cuarto orden (esa capacidad de compra es metafísica, en sí mismo el dinero no vale nada, y el suyo es un “poder” consensuado por la comunidad que asiente en aceptar papeles tintados a cambio de bienes tangibles). Las relaciones laborales son siempre y universalmente función de ese poder de primer grado que es el dinero: el poder del patrón sobre el empleado es el de administrarle dinero, y por tanto gestionar su poder de primer grado (poder de compra). Conforme al mismo modelo, los estados serían el poder de tercer grado capaces de arbitrar los flujos de dinero / poder y en su caso promoverlos, interrumpirlos o reorganizarlos. El poder legislativo sería el que se encargaría de llevar a cabo ese control arbitral, disponiendo el marco legal al que han de referirse las relaciones secundarias de poder. Pero diche control institucional sobre el dinero no se ejerce solamente en cuando a la dimensión de primer grado (mediante leyes económicas, financieras y fiscales como mediación de la potencia de compra, acompasando oferta y demanda), sino también sobre su dimensión de cuarto orden, al gestionar su componente metafísico (su valor) mediante los bancos centrales. Es un Dios secuestrado, como aquel dios bíblico del que se apropió en su día la curia vaticana como herramienta de poder para sus intereses.

El tema del dinero se prestaría a análisis fascinantes por sus relaciones con el valor, verdaderamente complejas y tan circulares que insisto en que parece una bestia que se hubiese liberado de cualquier yugo. ¿Por qué la gente paga lo que paga por las cosas? ¿Cómo ello repercute sobre la constitución de la sociedad, y esto a su vez repercute en el propio valor del dinero? ¿Cuánta gente está estudiando ahora idiomas cegados por la voluntad de poseer al Dios dinero, y cómo ese aprendizaje a su vez repercutirá en nuevas dinámicas sociales? Lo que la gente estudia, a dónde se va de vacaciones, a quién conoce y ama o deja de conocer o amar, de cuánto tiempo dispone, a qué dedica su pensamiento… todo ello es función del dinero porque él es el Anillo Único que reparte el derecho a los distintos placeres que ofrece lo real. Su circularidad es inabarcable: por una parte es el resultado de una proyección colectiva, pero la sombra de lo proyectado a su vez ilumina y organiza a la colectividad que lo contempla. Es a la vez deuda, y sobre todo promesa: el dinero era el salvoconducto la Tierra Prometida de la independencia económica cuando estudiábamos, lo que nos impulsaba a estudiar pensando en el futuro… y eso fue sólo el principio.

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No creo en revoluciones contra políticos, ni banqueros, ni conspiraciones opacas, ni contubernios de un hipotético y abstracto macro-poder planetario… La única revolución efectiva ha de ser contra el poder de todos los poderes, contra el Dios dinero. Basta con reconocer su contingencia, empezar a ver los billetes como simple papel tintado, para neutralizar su poder divino de cuarto grado. Dejar de aceptar su soberanía, ahora que sabemos que ésta está secuestrada por intereses muy particulares. Neutralizar el valor del dinero permite reapropiarnos de nuestro poder de primer grado, del poder único, verdadero y primario: el de realizar acciones, hacer lo que sabemos, podemos y queremos hacer, y el poder de no hacerlo. La teología moderna es el monetarismo, y en su esfera intelectual es donde se habrá de fraguar el nuevo Anillo Único, el poder de todos los poderes. Tal y como está es insostenible: una bestia desbocada a la que o bien hay que domar, o bien asestar un golpe de gracia.


Una nueva cultura del trueque sería técnicamente muy torpe para la era de la globalización: fue la optimización de la lógica del trueque la que llevó a la aparición del dinero, así que matarlo sólo es factible en una atomización de lo económico hacia sistemas de producción de kilómetro cero. Es una opción, pero no la única ni la mejor. Más sensato sería proponer una nueva naturaleza del dinero, que diese lugar por ejemplo a billetes que “caduquen”, monedas de cuño local o incluso casero, autogestión comunal de activos y pasivos, o figuras de ese tipo, capaces de restituir la necesaria paridad entre valor monetario y afectividades colectivas. O lo que es lo mismo: fomentar el usufructo del dinero en función de su calidad y no de su cantidad. Podrían acuñarse monedas específicas con poder de compra restringido a un determinado dominio (por ejemplo, un tipo de dinero para comprar comida, y otro tipo para comprar coches o joyas…) ¿Podría darse tal cosa? No lo sé, la verdad es que me da pereza pensar en los asuntos del dinero.

Y es que el horizonte revolucionario real no es ni acabar en primer término con “los poderosos”, ni tan siquiera acabar con ese dinero que les proporciona el poder, sino dar por terminada la lógica del valor que ha producido. En su loca proliferación de promesas y deudas, el dinero ha terminado por convertir el cuerpo social en un esclavo inconsciente de la transacción. La esquizofrenia del capital ya no es ni siquiera su culto fetichista a la mercancía, sino de manera mucho más psicótica, a la compraventa, al movimiento del líquido, a su transacción. El trabajo no consiste ya apenas en la producción de bienes (¿quién de los aquí presentes ha producido nunca nada?) sino en animar movimientos de dinero. Comprar, vender, no es ya “usar” ni siquiera “consumir” sino simplemente “mover”, la dinámica loca del dinero es su capacidad inmanente de disponer los cuerpos en movimientos circulares e inútiles, que produzcan y muevan dinero. El monstruo en el armario de cualquier trabajador asalariado es la toma de conciencia de que lo que hace es completamente absurdo, que podría hacerse de otro modo, o no hacerse, o hacerse sin él. El dinero permite que la gente que no tiene que hacer nada, tenga algo que hacer: mover dinero, poner dinero en movimiento. En eso consiste el “día a día” de la ciudad contemporánea.

Esa tonta lógica del dinero como autocombustible de un perpetuum mobile sin finalidad ha perdido el sentido ahora que sabemos que nuestro trabajo colectivo, en realidad, no lleva a un mundo mejor ni siquiera individualmente: cuando se le dice a una generación que va a vivir peor que sus padres se da por muerta la idea de “progreso” como motor de la historia, y se pierde (es cuestión de tiempo) la connivencia del trabajador con un trabajo que, ahora lo sabe, sirve para nada, ni le va a conducir a ningún lugar. Cada cual pensará sobre estos temas en función de sus vivencias personales, pero todo el mundo mantiene en el fondo una relación íntima de amor y odio con el dinero: todos sabemos de su capacidad devastadora, todos hemos comprobado la virulencia de esa bomba de relojería en nuestros bolsillos. Al dinero se le quiere, pero se le odia equivalentemente, su uso conlleva siempre un compromiso moral de libidinalidad equiparable a la del sexo; es un Dios siempre sacrílego y concupiscente, que no necesita desdoblarse en un Satán que administre los tormentos. Celestial y diabólico, promesa y deuda, Smeagol y Gollum, ese es el dinero.

Acabar con el dinero… ¿cómo matar a la bestia? Recordemos que se trata de una entidad metafísica, sin sustancia propia… puede verse a su través, es transparente: la cerradura de las puertas que abre esboza el contorno de un placer. El dinero es una fuente, una fuente de placer. Mi apuesta revolucionaria es conmutar la acción humana orientándola hacia el arte antiguo de los placeres, hacia la sacralización del bienestar como único dios posible para la intersubjetividad de la era del nihilismo pleno. La errata del capitalismo no fue su materialismo, sino el grado en el que fue insuficientemente materialista: cayó hechizado por las artimañas vaporosas de un dinero sin cuerpo que dejó de garantizar deleites. Tan simple como ello, la liberación definitiva de la clase trabajadora es la invención de una nueva industria del placer.

En realidad, no es más que actualizar el motor que impulsó el hippismo (relativizando su consideración mística de “la naturaleza”) y del Mayo del 68 (prescindiendo de su particular ética de la ciudadanía): lo que la generación anterior hizo en sus revoluciones fue proveerse de un “estado del bienestar” cuyo imperio estiraron más allá de lo posible. La abolición del patrón oro fue una pirueta para estirar su propio bienestar (su existencia como régimen de placer) dejando sobre nuestro tejado la pelota de tener que lidiar con sus deudas. Deudas metafísicas, pues se debe sólo dinero, y el dinero no es nada. Pero recuperar una ética del placer es una tarea muyardua para la que no todos están preparados: exige liberar los placeres del monetarismo que los tiene secuestrados, y quién sabe si eso es todavía posible. El Anillo Único ha demacrado nuestros cuerpos de manera quizás irreversible, pero la única esperanza es restituir lo que quede de Smeagol dentro de cada uno de los Gollums en los que nos ha convertido... o cuya identidad nos ha inoculado.



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7 comentarios:

  1. cuanto nos haces aprender cabrón, me flipa lo del dinero con fecha de caducidad!

    creo que uno de los puntos clave es el de la deuda ("money as debt" es un documental muy directo que, como no tengo ni idea, me aclaró muchas cosas...) y el del intercambio de dinero por dinero, deuda por dinero, o dinero por deuda... lo digo porque a mí lo de "restituir la necesaria paridad entre valor monetario y afectividades colectivas" me parece muy complicado si no es a nivel global, de ahí que lo único que se me ocurra para empezar es darse una castaña histórica y cancelar todas las deudas monetarias (por las buenas o por las malas ya es otra cuestión)... y a partir de ahí convertir en deseable que el dinero sólo se intercambie por "bienes y servicios" (por muy venta de humo que sean, pero que al menos haya humo... que es lo que entronca con el tema clave de los placeres mundanos)

    por otro lado, también me intriga muchísimo el tema de cómo perder la fé, pues contamos con muchas limitaciones como especie sólo abordables mediante el pensamiento y la fé, pero con pocas herramientas para auto-provocarnos "crisis de fé"... ¿será está una tarea sólo posible en compañía? (no sé si esto me hace sentirme más perdido o no, pero no tengo ni idea de por donde empezar...) y por otra parte, ¿se puede perder la fé en cualquier cosa incuestionable -religión, dinero, familia, etc.- o sólo podemos sustituir unas por otras? a mi póngame un poco de placer para bocadillo que tengo ganas de dejar de creer... abrazo!

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    1. Muy interesante eso de auto-provocarnos crisis de fe. Yo me he puesto siempre más contento cuando alguien me ha hecho ver que estoy equivocado que cuando tengo la razón de mi parte. Sin embargo en muchos casos luego me han querido vender “la moto” o más bien “su moto”. Y ahí es donde empiezo a “sospechar” que es difícil montar un juego donde el que pierde gana. Pero hace poco vi un programa de televisión donde el que pierde gana -“lo sabe, no lo sabe” creo que se titula-. Así que parece que esta idea empieza a ensayar sus “formas” de institucionalizarse, supongo.

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  2. Ok, tu discurso es complejo pero el concepto se entiende. Muy bonito lo del Gollum y el Smeagol, por cierto. Sin embargo yo creo que existe algo más filosófico, o psicológico si quieres, en torno a este tema del dinero. Algo que va más allá del dinero como proyección abstracta de aquello por lo que estamos dispuestos a dar la vida, puesto que para vivir algo con pasión -“elan vital” lo llamaba Bergson- hay que desconocer su finalidad. Pero el ser humano ya descubrió hace mucho su finalidad, es decir, la muerte. Por eso yo creo que proyectó su vida en el dinero, ese ente metafísico que puede significar cualquier cosa que se desee. Es decir, algo sin finalidad.

    Sin embargo para fabricar un deseo apasionado hay que anular la razón lógica. ¿Cómo hacer esto entonces sin anular totalmente la razón y desaparecer físicamente a la primera contrariedad de turno, es decir, sin morir en el intento? Pues la naturaleza lo ha hecho hasta ahora bastante bien, creo; haciendo del impulso sexual la trampa de su reproducción -y su posterior mantenimiento y defensa, claro-. Y el dinero sigue en esto los mismos pasos que la naturaleza, siendo capaz de anular la razón lógica en beneficio de la pasión libidinal y también sin finalidad conocida, es decir, sin muerte -y también con su posterior mantenimiento y defensa, claro-. Y en eso el dinero funciona muy bien, consiguiendo que vivamos olvidando la muerte de tan atareados que estamos haciendo funcionar al dinero. Tanto como los padres la olvidan de tan atareados que están protegiendo a sus hijos. Pero por mucho que intentemos ignorarla, la muerte sigue ahí. E incluso si pudiera erradicarse físicamente, la muerte seguiría existiendo como concepto existencial, puesto que la vida exige nuestra actualización constante en la cultura, mientras que esto no ocurre en las demás especies.





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  3. Sobre el poder, la guerra y esos asuntos tan “concretos” que involucran al dinero, yo opino que son equivalentes los tres. Y tal y como decía Mao que “la política es hacer la guerra por otros medios”, yo diría que la economía es hacer la guerra por otros medios. De modo que la finalidad es exterminar toda otra cultura que amenaza la existencia de alguna en determinado, sólo que en este caso sería la del dinero, es decir: una cultura con una escala de valores indeterminada, porque ese ente abstracto llamado dinero puede conseguir cualquier deseo -o eso es lo que hasta la fecha ha hecho que creamos -y no por maldad, conspiración, ni voluntad de poder-, sino por nuestra propia salud mental y hasta existencial-.

    Sin embargo creo que estamos asistiendo al desmoronamiento de esa idea -aunque todavía no de sus efectos, claro-. Pero no va a ser porque el capital no pueda reproducirse hasta el infinito, sino porque -como señala Baudrillard- pretende excluir a la muerte de su “lógico” sistema de reproducción. Y eso no ha podido realizarlo ni siquiera la naturaleza en sus millones de años de autocorrección. Y el capital no va a ser una excepción. De modo que si pretende continuar como proyección de la vida, se autocorregirá también. Sin embargo, sobre el fondo de la cuestión, supongo que es la soberbia humana y su impotencia ante la muerte la que ha de autocorregirse, porque ya no podrá seguir eludiéndose con el “cuento” del inconsciente. Y que es esa soberbia y esa impotencia de donde procede su empecinada negación de la muerte, proyectada en un artefacto tan complejo como es el dinero... intentando así escurrir el bulto. ¡Y vaya si ha logrado escurrirle! Hasta ahora, claro.

    De modo que -desde mi punto de vista- la pregunta ahora sería: ¿será capaz esta nueva religión hippie, de introducir en su programa un intercambio simbólico con la muerte sin sacrificar el placer, como dicen los antropólogos que hicieron nuestros antepasados más antepasados?.. ¿o continuará el intento sofronizador de conciencias apelando al sacrificio con cualquier tipo de mito-manía?

    http://youtu.be/WfGMYdalClU


    PD: esto se me ha ocurrido en una primera lectura de tu texto, tal vez en una segunda lectura se me ocurra cambiar el enfoque... la luz, el diafragma, la velocidad o cualquier otra cosa, pero esa “toma de conciencia” de la que hablas, desde mi punto de vista siempre se convierte en religión, y ahí es donde de nuevo la toma de conciencia vuelve a perderse, creo.

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  4. Sobre el poder, la guerra y esos asuntos tan “concretos” que involucran al dinero, yo opino que son equivalentes los tres. Y tal y como decía Mao que “la política es hacer la guerra por otros medios”, yo diría que la economía es hacer la guerra por otros medios. De modo que la finalidad es exterminar toda otra cultura que amenaza la existencia de alguna en determinado, sólo que en este caso sería la del dinero, es decir: una cultura con una escala de valores indeterminada, porque ese ente abstracto llamado dinero puede conseguir cualquier deseo -o eso es lo que hasta la fecha ha hecho que creamos -y no por maldad, conspiración, ni voluntad de poder-, sino por nuestra propia salud mental y hasta existencial-.

    Sin embargo creo que estamos asistiendo al desmoronamiento de esa idea -aunque todavía no de sus efectos, claro-. Pero no va a ser porque el capital no pueda reproducirse hasta el infinito, sino porque -como señala Baudrillard- pretende excluir a la muerte de su “lógico” sistema de reproducción. Y eso no ha podido realizarlo ni siquiera la naturaleza en sus millones de años de autocorrección. Y el capital no va a ser una excepción. De modo que si pretende continuar como proyección de la vida, se autocorregirá también. Sin embargo, sobre el fondo de la cuestión, supongo que es la soberbia humana y su impotencia ante la muerte la que ha de autocorregirse, porque ya no podrá seguir eludiéndose con el “cuento” del inconsciente. Y que es esa soberbia y esa impotencia de donde procede su empecinada negación de la muerte, proyectada en un artefacto tan complejo como es el dinero... intentando así escurrir el bulto. ¡Y vaya si ha logrado escurrirle! Hasta ahora, claro.

    De modo que -desde mi punto de vista- la pregunta ahora sería: ¿será capaz esta nueva religión hippie, de introducir en su programa un intercambio simbólico con la muerte sin sacrificar el placer, como dicen los antropólogos que hicieron nuestros antepasados más antepasados?.. ¿o continuará el intento sofronizador de conciencias apelando al sacrificio con cualquier tipo de mito-manía?

    http://youtu.be/WfGMYdalClU


    PD: esto se me ha ocurrido en una primera lectura de tu texto, tal vez en una segunda lectura se me ocurra cambiar el enfoque... la luz, el diafragma, la velocidad o cualquier otra cosa, pero esa “toma de conciencia” de la que hablas, desde mi punto de vista siempre se convierte en religión, y ahí es donde de nuevo la toma de conciencia vuelve a perderse, creo.


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  5. Vaya! La tecnología blogger no se aclara. Borra el anterior comentario que es calcado al anterior. Le dí dos veces porque decía que me pasaba en extensión. Pero blogger estaba equivocado, así que creo que se autocorrigió :-)

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  6. qué bien cuántos comentarios para leer!!! este finde os comento vuestros comentarios pues ahora estoy ocupadete. Así a vuelapluma veo la palabra "Muerte" por ahí... un tema que hasta ahora no he tratado en el blog por miedo a sonar demasiado... ¿¿demasiado poco bloguero?? pero es un tema que ocupa gran parte de mi pensamiento y que, claro, está en el horizonte de cualquier discurso. Esta tarde empezaré "El intercambio simbólico y la nmuerte", esta semana he estado revisando "de la seducción" y sus referencias a la femineidad son, de nuevo, muy macarras... seguimos para bingo compañeros, gracias por participar!

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