martes, 1 de enero de 2013

Punto impropio

Tristemente, el colosal cambio de rumbo en la concepción, producción y habitación de las ciudades desde 2007 ha dejado a las grandes estrellonas de la arquitectura completamente descolocadas. No soy ni mucho menos un experto en lo que dicen o hacen las vedettes de El Croquis, pero sí me gusta saber a qué anda Rem Koolhaas, en qué piensa, hacia dónde apunta el dedo, porque durante un par de lustros su perspectiva garantizaba, cuando menos, una problematización de las cosas sorprendente, inquietante y desinhibida.

Para un arquitecto español en el 2012, en cambio, el discurso de este antiguo semidións ha perdido casi toda su vitalidad. Sus esfuerzos por mantenerse en la cresta de la ola resultan más esforzados que eficientes, y mucho me temo que probablemente su era ha terminado: el suyo fue un discurso demasiado embebido en la "Tercera vía", en la gestión del suelo durante los años del crédito gratis, el interés real negativo y la globalización planificada desde Davos. La postura cínica en la que logró instalarse y que, a la postre, era la que le convertía en un ideólogo tan seductor (enfangado hasta el culo en los conciliábulos de los grandes poderes, pero desde una aparente distancia crítica exculpadora) se convirtió en un callejón sin salida del que no ha sabido salir. Traigo esta charla de diciembre, y su discurso suena cansino, retórico, carente de carisma, rutinario, y lo que es peor, anclado en un utillaje intelectual que ya no sirve para los desvelos del mundo de hoy.




El problema se presta a un debate más profundo que no me apetece convertir en soliloquio, pero a día de hoy estos discursos typically noughties que hablan del mundo como globalidad, como ente único reductible a las mismas taxonomías (y, en consecuencia, minimizando lo local hasta reducirlo a pintoresquismo) está más en entredicho que nunca: aquella figura del arquitecto nómada y en permanente jetlag que construía en Pekín o en Seattle como, inevitablemente, un turista, suena completamente arcaica para un planeta en el que la potencia de lo local es sin ninguna duda lo más urgente en lo que a gestión territorial se refiere. Koolhaas no ha sabido actualizar su discurso y sigue recurriendo a su circense cocktail de conceptos filo-sociológicos, lo que en su caso resulta letal: en una crisis como la que estamos atravesando, la sociología (el humanismo estatalista, conservador y normalizador por excelencia) no sirve para nada. Y de nuevo este es un asunto a debatir en otros lugares y con más calma.

Al final de su speech plantea un poco el asunto que sin duda va a guiar la teoría arquitectónica en las próximas décadas, pero para la que él no está preparado: el espacio vital, la arquitectura como experiencia. He dicho mil veces que apuesto por un "giro fenomenológico" como única vía para limpiar nuestras ciudades de los destrozos causados por el capitalismo, derivados IMHO de un idealismo que, desde Le Corbusier a Eisenmann, ha alienado completamente el espacio vivido porque, sencillamente, el arquitecto proyecta desde el punto de vista impropio de un demiurgo.

Lo infinito no importa en arquitectura, el arte del aquí y ahora por excelencia.


3 comentarios:

  1. Esta otra charla entre críticos de arquitectura me ha resultado muy jugosa:

    http://www.youtube.com/watch?v=GTUWxCgXGWw

    Se enfrentan dos arquetipos, uno el de Fernández Galiano como crítico de toda la vida, con una idea muy española de lo que es la arquitectura y cierto desinterés por llevar el pensamiento hasta sus últimas consecuencias (vamos, que relativiza muchísimo las posibilidades de los discursos). Y en el lado contrario un par de modernos guapetes y bien vestidos que han leído a Foucault, relativizan la condición construída de la arquitectura y en general apuestan por una crítica mucho más "filofófica" (por llamarla de alguna manera).
    EL caso es que al final tienen una discusión moderadamente acalorada sobre la necesidad de que los discursos sean "claros". Galiano, con ese detestable talento de los intelectuales españoles de volverse populistas cuando les conviene (lo de ganarse el aplauso del público con sentencias reduccionistas), viene a decir que la teoría tiene que ser sencilla porque "las cosas buenas son claras"... El otro chaval antes le metió un corte espectacular cuando le vino a decir "espabila tío, si no entienes mi discurso ponte las pilas y lánzate a debatirlo, no te escudes en la ignorancia".
    Un tercer invitado, típico becario universitario con un pie en cada bando (erudito en lecturas contemporáneas pero todavía al cobijo de los valores antiguos) defiende también la claridad.

    Menudo asunto que me interpela muchísimo porque sé que no escribo con claridad. Si corrijo algo de lo que escribo siempre es en el sentido de "endulzarlo", hacerlo más accesible borrando reflexiones y deducciones y quedándome sólo con lo más mascadito.
    Precisamente esta tarde ví una entrevista con Grahan Harman sobre la Object Oriented Ontology, y él defendía la escritura muy compleja y oscura. De las críticas que nos hacen a los que de vez en cuando nos soltamos con escritos muy pedantes, creo que lo que más nos frustra es la acusación de "hablar sin decir nada", porque el que lo escribe tiene muy claro lo que está diciendo, y su redacción suele ser la colocación palabra por palabra de la secuencia de conceptos que construyen cada argumento. Es una acusación muy recurrente a todo lo que suene a "posmoderno", palabra que ha pasado de aplicarse a un sistema filosófico muy concreto a servir para describir en general una manera de escribir, independientemente del sentido de lo que se escribe.
    "Posmoderno" se viene a usar para el tipo de lenguaje que se usa en papers y blogs chachis, con muchas citas, palabras-fetiche que son las que parecen aportar rigor conceptual (y colateralmente una sonoridad muy acartonada) del tipo "signo, acontecimiento, multitud, prácticas..." que yo mismo utilizo mogollón porque, sinceramente, me parecen "los temas del momento". Pero efectivamente hay un problema de estilo, que supongo es la causa de que nadie nos haga ni caso. Hay gente entre esos modernos de escritura ardua con ideas increíbles, y que si llegasen al gran público resultarían muy inspiradoras. Son asuntos muy divertidos!

    (sigue)

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  2. Pero lo cierto es que el problema de la “accesibilidad” está ahí. Es curioso en realidad, porque muchos libros antiguos son igual de farragosos de leer que el de cualquier posmoderno de relumbrón. Una “Crítica de la razón pura” no es para cualquiera, y la “Fenomenología del espíritu” menos todavía. Incluso la Ética de Spinoza es un rompecabezas de conceptos cruzados muy exigente… no es algo nuevo el hecho de que los pensadores produzcan textos con toda la complejidad de la que son capaces. ¿¿¿Una versión “Clara” de Ser y Tiempo??? ¡¡¡Pero si el hecho de ser “oscuro” es, más que un efecto de lectura, un componente fundamental a su contenido!!! Clarificar lo inclasificable es “POPULISMO” y a mí en estos momentos no me interesa nada.

    El problema es cuando uno escribe “duramente” para comentar una película o un disco, cuando lo que el lector sólo se interesa por : ¿te ha gustado o no?, lo cual es una gilipollez porque las pelis pueden ni gustar ni disgustar y sin embargo resultar interesantes, o todo lo contrario. La Crítica como crítica del gusto me parece la peor que pueda haber, la más vulgar y éticamente insultante. ¡El gusto individual es soberano! (aunque parece renunciar a esa soberanía, porque el público está deseoso de que alguien les explique qué les tiene que gustar, qué está bien y qué estar mal, y así “entender de cine” o lo que corresponda.

    Resumen: lo de la “Claridad” al escribir es en realidad un requisito del discurso fundamentalmente adoctrinante: el que quiere transmitir un ideal ya hecho, que el que expone uno para su evaluación y comentario colectivo. El que de verdad tenga una idea nueva y arriesgada que proponer, a buen seguro la defenderá con toda la ferocidad retórica de la que sea capaz; y muy probablemente si es una idea genuína y brillante, su autor será capaz de redactarla en términos exquisitamente precisos, lógicos y razonados… probablemente opacos. Disfruto las lecturas duras más que las “Claras”, porque el que tenga algo demasiado claro que decir en dos pinceladas, a buen seguro que no ha llegado muy lejos. Bueno a la piltra.

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  3. Diez caracteres... y medio :-)

    Decía Cioran que "el que le decía aquello que quería decirle, no tenía nada que decirle".

    Yo también creo que uno no habla ni escribe solamente para dar "órdenes" -o para alimentar su ego, que viene a ser lo mismo-, sino para descubrir sus errores al intentar explicárselos a otro -pero con su propio estilo-; de esta forma es como los clarifica y corrige: con el diálogo.

    También creo que a estas alturas de la complejidad productora de discursos, lo que menos interesa -y seduce- es el mensaje... mientras que todo nuestro interés está ahora en el medio, es decir, en el estilo. Porque ya no importa lo que se dice -estamos cansados de mentiras-, importa lo que se sugiere -y ya veré luego yo lo que hago con esa verdad, es decir con esa sugerencia sincera que está en tu estilo más que en tu mensaje... porque ni tú mismo sabes hasta donde te puede llevar lo que dices, ya que ahora sabemos que el que diga que lo sabe, miente-.

    Por otro lado creo que los españoles hemos padecido cierto complejo de inferioridad, y así no me extraña que se apele a la jerarquía, una vez que se ha subido un peldaño o quinientos.

    Viendo algunos vídeos de Deleuze en sus clases o algún debate entre Chomsky y Foucault, a mí me parece que lo que principalmente transmiten no es un "mensaje" -eso lo hacen en sus investigaciones y en sus libros-, sino su disposición abierta a escuchar y a saber con pleno conocimiento que sus discursos van a ser superados. Esos tipos no quieren demostrar que superan a nadie, al contrario, ¡ansían ser superados por alguien! No sólo fueron sus textos los que desenmascararon al poder, fue su estilo el que principalmente le desafió. Y en MHO ese fue su mayor logro.


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