Uno de los asuntos tratados con
más insistencia en los foros de paisajismo es la gestión de las plantas invasoras, especies
generalmente deslocalizadas artificialmente
por el hombre, desde un hábitat originario en el que no resultaban
problemáticas, a otro en el que proliferan por la ausencia de sistemas de depredación
que puedan poner coto su sobreabundancia. A lo largo de la historia ha habido
innumerables ejemplos de cómo el comercio y tránsito de semillas dio lugar al
hundimiento de ecosistemas hasta entonces equilibrados, y que con la llegada de
los nuevos huéspedes quedaban trastornados hasta desembocar en situaciones de
ruina ecológica. Lo que caracteriza a la planta invasora es paradójicamente su exceso de éxito: el triunfo de su
adaptación se debe a su exacta adecuación a las condiciones del entorno en el
que se instala, que le ofrece unas condiciones óptimas de supervivencia en
ausencia de factores que sirvan de cortapisa a su propagación.
El concepto de la “planta
invasora” no es concebible más que desde la perspectiva humana de la
sostenibilidad, que concibe la
naturaleza como un sistema que tiende al autoequilibrio, y cuya esencia le
habilita para promover espontáneamente mecanismos de hospedaje, simbiosis,
depredación, parasitismo, etc. que consiguen ecualizar las densidades de unas y
otras poblaciones biológicas ponderándolas para que se conjuguen en un sistema autosuficiente y sostenible en el tiempo.
Sin embargo, ese aparente “equilibrio” al que tendería la biosfera quizás sea
un espejismo, pues la naturaleza es un dominio extremadamente tumultuoso y
mutable en cuyo fundamento está el cambio perpetuo, animado por infinitas “crisis”
y autocombustiones que no son accidentales sino genéticas a los procesos naturales: Gaia no tiende
de suyo a una apacible y estática
quietud cíclica, sino que constantemente autodestruye los equilibrios que
alcanza mediante diferentes formas de catástrofe re-creativa. El ecologismo reaccionario
tiende a olvidar que la natura no es una arcadia de oscilaciones tenues sino un
huracán de sobresaltos, un campo de batalla entre especies en liza y
permanentemente sujeta a esa dinámica cruel e indolente que es la “destrucción creativa”.
Estas cuestiones no se
circunscriben al dominio de la biología, la zoología o la ecosistemática, pues
el estudio de los procesos “naturales” es el argumento fundamental de los
liberales para defender su dramaturgia como “científica”: la desregulación de
lo social y lo económico que proponen Hayek
o Von Mises (y, vuelvo a decirlo, Foucault) es razonada apelando a la
hipotética tendencia de los sistemas complejos a resolver sus tensiones
produciendo por símismos un equilibrio inestable pero insistente, pues el cosmos estaría
secretamente legislado por una impenetrable propensión a la estabilidad según
la cual la mejor manera de resolver los problemas es impedir las injerencias: permitiendo que los sistemas se comporten
libremente, éstos alcanzarán el balance óptimo que distribuya de manera
eficiente la entropía. Según esta metafísica, las ecuánimes dinámicas de
evolución de los bosques o las selvas serían equivalentes a esa “mano invisible del mercado” que, según
la apodíctica (¿!?) capitalista, garantiza el perfecto funcionamiento y reparto
de los flujos de capital. Desde su perspectiva, las “plantas invasoras” de la economía (monopolios, macroempresas, pactos
opacos…) colapsarían por su propio peso, pues el mercado mismo se encargaría de
desarrollar automáticamente los mecanismos inmunológicos que neutralicen su
excesiva pujanza. La confianza en la autopoiesis debe ser juzgad con mucha precaución, pues como digo los equilibrios naturales son siempre precarios, efímeros, frágiles y vulnerables a las invasiones imprevistas.
La sabiduría campesina, siempre
tan lógica e inmediata, no suele hablar de “plantas invasoras” sino más bien de “maleza”, un concepto ingeniosísimo
porque establece con mucha honestidad el parámetro desde el que se valora la
conveniencia o no de una especie. La “planta
invasora” se define por su origen forastero y su proliferación
objetivamente desproporcionada, mientras que la “maleza” se refiere únicamente a la intromisión en los intereses
humanos. El año pasado, en un simposio sobre especies invasivas, alguien del
público se preguntaba por qué una especie invasora es necesariamente mala, y el
ponente fue incapaz de dar una respuesta precisa y lógica. El campesino en
cambio rápidamente argumentaría la inconveniencia de la maleza: su presencia es un estorbo y compromiso para sus propios
cultivos. No puede haber una definición científica ni ecológica de lo que es
maleza (es más, ¿cómo puede la naturaleza, en su infinita sabiduría, promover especies malas?) pero el concepto sí se
puede acotar desde nuestra relación instrumental, crematística con el entorno:
los ecosistemas humanizados, para rendir sosteniblemente, necesitan un mínimo
de tutelado. De lo contrario, todo es invadido por la maleza.
En cualquier caso, hay un hecho
innegable: la naturaleza tiende a presentar plantas invasoras, y malezas. La
dificultad de gestionar este problema es fundamentalmente paisajística, ahora
que nuestra relación con el medio ha perdido su fundamento rural y agrícola:
hoy en día, se tiende a considerar “maleza” mayormente a todo aquello que hace que nuestro jardín sea
menos bonito, de acuerdo a una concepción de lo estético absolutamente
desvirtuada, inmadura, de producción un “paisaje” no como sentido profundo de
una panorámica, sino como mera transposición gratuita de la “belleza” importada
de imaginarios incompatibles con nuestro habitat. Históricamente, la "fealdad" siempre ha sido un argumento esgrimido para desvirtuar fenómenos que, en el fondo, resultan peligrosos por las consecuencias ideológicas que acarrean y no por su simple ampariencia: habría que recuperar una concepción científica, materialista, de la "maleza", y prescindir del tipo de uso bucólico a lo Casa y Jardín.
“Especies invasoras” y “maleza”
sirven perfectamente como metáforas con las que figurar los más indefendibles
prejuicios del urbanismo y la arquitectura contemporáneos, que en su versión
más zafia perpetúan los esencialismos formales de la modernidad sin una lógica
crítica sólidamente fundada. Uno de los atributos que se le pide a las
ciudades, por su obligada “armonía estética”, es la ausencia de lo que podríamos llamar maleza urbana. ¿Y qué se considera maleza en arquitectura?
Todo aquello que comprometa la integridad objetual de los proyectos, sean mobiliarios,
edilicios, o urbanos en cualquier escala. Maleza es todo aquello que agreda la visibilidad (que no
la operatividad) de un proyecto, o lo que es lo mismo, que desatienda la
esencia e identidad unidireccional que prevemos para un espacio, lo disconforme
con lo proyectado.
Ya he dicho en alguna ocasión que uno de los grandes problemas de los arquitectos en su lectura del espacio existencial es su fetichismo de la univocidad del proyecto como unidad individuante fundamental de lo urbano, cuando la polifonía del cronotopos se presta a percibir la realidad como suma de intensidades y acontecimientos más que de objetos: la maleza es entonces un reiduo, aquello "que no pertenece a ningún proyecto" y por tanto adviene en un limbo de legibilidad, traspuesto a un radical "entrelíneas". La maleza urbana es lo que está en medio, lo bastardo, mestizo, fragmentario, fuera de lugar, descolocado.
Los ejemplos más evidentes de lo
que en urbanística se trata como maleza pueden ser los grafitis, las
edificaciones muy antiguas que no se restauran y supuestamente afean (por demasiado honestas) el decoro urbano,
los solares vacíos, los callejones demasiado angostos, los incumplimientos de normativa,
las medianeras, los tejidos urbanos aislados que sobreviven de planes ya
extintos, los caminos improvisados, los botellones, los picaderos públicos… (y
en casos de intolerancia extrema, hay quien considera “maleza” a las casas
ocupa, el top manta, los espacios de cruising o los locales de menudeo de
hachis). La cultura urbana oficialista del siglo XX, con su concepción todavía
grecolatina de la ciudad como polis democráticamente reglamentada, partía de la
concepción maquínico-ogánica del territorio y todo el régimen dogmático de “la
belleza” objetiva y objetual que de él se deducía (rendido a la metafísica de la "univocidad del ser"), y que venía a promulgar un boato de genealogía
higienista (que la ciudad se vea limpia, legible, ordenada) que orbitaba
fundamentalmente sobre la unicidad formal de cada ciudad. Así, cada plan urbanístico
era el esbozo de una utopía que se proponía para que cada población funcionase
con la autonomía de un mecanismo: un adentro formalmente consistente, y un
afuera con el que negociar mediante infraestructuras. Fue un siglo marcado por
asuntos como los límites de la ciudad (hoy anodino completamente), la identidad
del espacio urbano, o la distribución eficiente de las funciones: con
diferentes parámetros se obtenía el “dibujo” de una ciudad potencialmente futurible y una
serie de normas para su consecución, y a medida que los acontecimientos iban
comprometiendo o contraviniendo dicha previsión muchos fenómenos eran
cercenados de raíz, como si fueran maleza. La ciudad era Una, y más específicamente un régimen normalizado de coherencias.
El urbanismo contemporáneo es una práctica completamente distinta, que opera con variables específicas a la concepción
que hoy en día se tiene de lo urbano: como todos los dominios culturales de
nuestra civilización, el estudio de la ciudad ha sido barrido subterráneamente
por la revolución liberal que, fundamentalmente de la mano de Rem Koolhaas, ha
estallado la legitimidad que todas las disciplinas normalizadotas (en este caso
la planificación del territorio) habían mantenido desde hace milenios. El auge
de la ideología del individualismo ha supuesto un serio revés para todas las
instancias cuya razón de ser sea la colectividad, fundamentalmente porque “Lo
colectivo” ha mutado hasta resultar un campo irreconocible bajo los parámetros
clásicos. Tomo unas palabras de este texto de Lebbeus Woods en el que pone de verano a Koolhaas al hilo de su cínica conformidad con la farisáica dogmática neocon (no lo traduzco para ho hacer el ridículo):
"
One thing for sure, Rem Koolhaas
doesn’t hedge his bets. He also knows how to stick his neck out and not lose
his head. He has perfected the old debating trick of disarming his critics in
advance. Philip Johnson was also a master at this. Before anyone could
criticize the pandering commercialism of his office tower designs, he would
say, “I’m a whore.” Rem Koolhaas gives this tactic a European sophistication, a
rhetorically polished upgrade. He says that he is trying to “find optimism in
the inevitable.” The “inevitable” sounds like fate, something beyond human
control, and has an ominous ring to it. Death, of course, is the ultimate
inevitable, and who could criticize someone who is defiantly optimistic in the
face of that? It’s a heroic position, no doubt, if, that is, the inevitable is
as certain as it is made to seem. The inevitable in Koolhaas’ discourse is the
ultimate world domination by ‘liberal democracy’ and unfettered, free-market,
capitalist economics at the expense of other modes of human exchange. He has
set out to put an optimistic face on this inexorable process.
"
No es muy controvertible afirmar que el
urbanismo contemporáneo tiende cada vez más a formularse conforme a una
metafísica absolutamente deleuziana: la ciudad ha dejado de aspirar a la
optimización de su “organismo” para disolverse en la laxitud de un “cuerpo sin
órganos”, una telaraña rizomática y palpitante sin centro, principio ni final,
inestable, abierta a la singularidad, que florece y languidece en función de
afectos y deseos, y donde por encima de todo prima la soberanía individual. Del
mismo modo que la izquierda ya no apela a la “clase social” marxista sino a la “multitud” de Toni Negri , la vanguardia del urbanismo contemporáneo
opta por las acciones ultra-locales, efímeras, auto-organizadas,
micro-políticas de escala vecinal, y cuya eficacia se mide en muchos casos por el número de
“likes” que obtiene en Internet. Este penúltimo urbanismo de la cirugía y
acupuntura urbanas, las asambleas participativas y los flash mobs para
estudiantes tecno-ecologistas es en muchos sentidos la realización de la utopía
implícita en Foucault y Deleuze, y merece por supuesto toda nuestra admiración.
El paradigma territorial de hoy en día, muy sensible a los problemas bioclimáticos,
ha dejado atrás la concepción de la ciudad como artefacto histórico para primar
su condición de ecosistema, de campo de fluctuaciones vivas y más empático con el rango de fenómenos que denominábamos "maleza".
El problema al que se enfrentan
ese tipo de colectivos (desde Ecosistema Urbano a Paisaje Trasversal y todo lo
que hay en medio; ya sabréis que mis favoritos con diferencia son Ergosfera) es
el mismo que el de todos los colectivos que proliferan al amparo de #occupy: la
dificultad de marcar una posición clara respecto a las instituciones (por un
lado afirman la autogestión participativa, pero en última instancia su
financiación corre a cargo casi exclusivamente del estado o de fundaciones) y
la falta de un argumentario firme con el que lidiar con el modelo “Plan
general”. Tengo muy claro que el urbanismo no es un problema de ideas ni
proyectos sino de leyes, y el legislativo es el campo en el que se distribuyen
los asuntos verdaderamente graves y de mayor calado. Se corre el riesgo de que
muchas de esas fiestas urbanas que se montan para tener una excusa en la que
exhibir sus ocurrencias y diseños terminen como un mero circo endogámico para
gafapastas del que sólo participen los jubilados, dejando en un segundo plano
la marea de fondo que no es otra, insisto, que la revolución liberal. En ese
sentido, los colectivos deberían ser muchísimo más claros y rotundos en su
posicionamiento: ¿liberalizamos el suelo? ¿en qué circunstancias se permiten
los espontaneismos y en cuales no? ¿cuál es el tribunal legítimo para evaluar
los fenómenos que afectan a la ciudad? Algunos saraos participativos de los que se organizan en Madrid en algunos casos se conforman en un exhibicionismo estéril y autojustificativo que provoca recelo por el énfasis que ponen en los gestos de cara a la galería.
Por la exposición que abría el
blog, apuesto a que casi todos los lectores esperaban por mi parte una defensa
romántica de la maleza urbana, de la alegre creatividad de los ciudadanos en su
ocupación desinhibida de la ciudad. Sí y no: evidentemente un graffiti no es
maleza urbana, ni una fábrica ilegalmente utilizada para una rave, ni un solar
en el que jueguen niños, ni una medianera ni una fachada especialmente
grotesca. Pero eso no significa que no haya realmente maleza y especies
invasoras, y muchísimo menos que todos los fenómenos urbanos sean
intrínsecamente interesantes, como si todo experimento fuese necesariamente
legítimo y virtuoso: insisto en que esta gestión del orden y el caos (de lo
común en la era del hiper-individualismo) es universal a todos los dominios de
la acción humana, y si mantiene su urgencia es porque nadie (ni mucho menos yo
mismo) tiene la respuesta sobre cómo conducirlo. Con los años uno se va volviendo cínico e intolerante ante el laissez faire y el "todo vale" fálsamente posmoderno que en muchas ocasiones da alas al libertinaje de los parásitos verdaderamente intimidantes: los capitalistas inmobiliarios. Maleza muy fértil y resistente.
Los campesinos, que siempre
pensaban con criterios muy pragmáticos, identificaban muy rápido lo que debía
ser tratado maleza, se apercibían de inmediato de cuándo una nueva especie resultaba especialmente
amenazante: aquellas que dificultasen su vida y su trabajo, directa o
indirectamente. Nada más: nadie puede dar argumentos exclusivamente estéticos
para demonizar un fenómeno urbano como “maleza”, porque las floraciones
verdaderamente agresivas con el ecosistema urbano son otras, seguramente de
presencia menos evidente pero extremadamente dañinas por contraproducentes con
la calidad de vida de los ciudadanos. Cada cual tendrá sus particulares
concepciones de lo que es “maleza” en la ciudad: hay quien detesta los bares de
porretas o las cantinas que huelen a viejo, mientras yo aborrezco las
franquicias de logo americano y manufactura China; hay quien no tolera los
mirones en la playa de la misma manera que yo detesto las terracitas de burócratas MBA;
hay quien sufre los coche tuneados de los gitanos mientras yo hago ascos de las
yogurterías de interiorismo cibernético… La magia de la ciudad consiste en que todas las culturas caben en ella, y uno va eligiendo los itinerarios existenciales que más le convienen en tolerancia hacia lo que no entra en la longitud de onda propia. Hay “malezas” menores,
hojarasca incómoda pero inocua, los saludables disgustos que nos proporciona la ciudad que, por no llover nunca a
gusto de todos, exhibe su esencia plural y controvertible.
Sin embargo, hay
fenómenos mucho más hirientes que sí confirman la objetiva naturaleza lesiva de
aquello que llamamos “maleza”. Por ejemplo, ciertas recalificaciones del suelo
que buscan no más que el pelotazo inmediato de unos pocos a costa de la
depauperación y miseria de muchos otros. Un caso especialmente sangrante es el de los
innumerables macro-centros comerciales ruinoso que proliferan por toda Europa
imponiendo un modelo de mercado absolutamente incompatible con la forma de vida
de los ciudadanos oriundos de los lugares en los que se implantan, y que colateralmente
uniformizan el tipo de productos disponibles en el mercado haciendo que la
revolución liberal, supuestamente plural y multicolor, termine por dar lugar a
un planeta en el que los individuos de cualquier lugar se vistan, consuman e
interpreten la realidad en un monocromatismo más propio de distopías
totalitarias a lo 1984. La sangría económica para el pequeño comercio (y su
implicación en el sustento del tejido urbano histórico) resultante de la invasión de los centros comerciales, tardará años en poder ser
evaluada: para entonces, como con las demás especies invasivas, será ya
demasiado tarde para encontrar la restitución del orden anterior.
El bulbo de este tipo de “maleza” enraíza en el monopolio
financiero sobre el valor del suelo, que con sus corruptelas y sombríos
contubernios consiguen encarecer ciertas zonas antiguamente depauperadas (los
procesos de gentrificación) a costa de los nativos del lugar que, ante los
crecientes gastos inmobiliarios y fiscales, se ven obligados a abandonar sus
hábitats de toda la vida, usurpados por el dinero joven de los grandes grupos
de inversión y su omnipotencia sobre la valoración de los inmuebles. Maleza es
asimismo la sobrecodificación normativa de los parámetros que ha de cumplir un
negocio para obtener su licencia, haciendo inviable la continuidad de pequeños
establecimientos de antiguo que no pueden afrontar las nuevas exigencias
legales para hacer de su forma de vida un trabajo viable: la “maleza” de la que
hablo, curiosamente, no se debe tanto a la picaresca del pequeño empresario o
los espontaneísmos asilvestrados de quien se salta la ley a la torera, sino de
grupos de poder que con la ley en la mano introducen sucesivos “Caballos de
Troya” con los que vampirizar la riqueza variopinta de las formas de vida consolidadas
y sus transacciones económicas paralelas, hasta instaurar un régimen único en
el que el pez grande se come al pequeño con el argumento de “la desregulación
os hará libres”. La legalidad de muchas de estas prácticas me obligan a insistir en que la guerrilla urbanística de resistencia debe ser exquisita en sus debates sobre la legislación, pues es ese el campo a desbrozar con mayor urgencia: aviso a navegantes que el mismísimo Deleuze reconocía que el objetivo original de la filosofía era buscar e inventar leyes, pues son las normas (más o menos institucionalizadas, más o menos explícitas) lo que dota de consistencia a una comunidad.
Soy consciente de que la lógica que expongo como prevenición contra la
“maleza” es conservadurista: a fín de cuentas, cada día más la
competencia de la izquierda consiste en proteger al ciudadano de la invasión de
los grandes movimientos de capital y su absoluto desinterés por los daños
colaterales de sus dinámicas. Hoy en día ser de izquierdas es pronunciarse, en muchos asuntos, como conservador, al igual que los antiguos campesinos que cada día insistían en defender sus cultivos de
las especies invasoras…En su esencia impura y mixta la ciudad favorece la hojarasca y la frondosidad de apariciones espontaneas y bastardas, que saludablemente brotan y desaparecen con el vitalismo de todo ecosistema; pero es al mismo tiempo un territorio frágil y expuesto a las invasiones (visibles e invisibles) que aspiran a vampirizar su riquísima biodiversidad humana tan precariamente construida durante generaciones. La auténtica sostenibilidad pasa entre otras cosas por salvaguardar las formas de vida legítimas, mantenerse siempre en guardia contra la verdadera y aterradora "maleza". Y contra las especies invasoras, la solución más eficaz es siempre favorecer contrapoderes, mecanismos de depredación que puedan poner coto a esos huéspedes agresivos que, si nada los contiene, llevan a los ecosistemas a la extinción.
de lujo!!! hace un par de meses mandé un "paper" a un sarao de arquitectos en Zagreb y me acaban de mandar la evaluación, les gustó mucho pese a la extensión (típico en mí, excedí la longitud que proponían) y creo que lo publicarán en el catálogo de rigor. Me invitan a ir a Zagreb a dar una charla sobre el paper pero no mencionan quién pagaría los billetes, así que no iré. Me dicen de publicarlo en el catálogo de la expo pero no sé cómo va el tema. El sarao se llama "Think space" por si a alguien le interesa chismorrear.
ResponderEliminarSi tengo tiempo para traducirlo lo colgaré aquí, me quedó bastante bien aunque defiende tesis bastante anti-arquitectos. Al fín una buena noticia!!!
eso sí, es un texto arduo, denso y técnico, sobre el impresionismo en arquitectura, nada que ver con algo tan ligerito, especulativo y periodístico como esto de la maleza
ResponderEliminar
ResponderEliminarVaya! Felicidades!.. Ya dicen que “nadie es profeta en su tierra”. Otra cosa es querer ser profeta... en algún sitio, claro :-)
Sobre lo de las leyes y legislaciones -urbanísticas o de otro tipo- parece que la oposición política quiere “despertar” de su sueño dogmático. No sé si se trata de una treta adaptativa o de un movimiento “natural” al que les está llevando la evidencia, pero hoy he visto este vídeo, y al menos resulta sorprendente, creo:
http://youtu.be/5JMmJCWcbbs
AL PSOE no le queda otra: o remangarse y meterse en la harina de lo que está pasando, o morirse del asco invadidos por la maleza de la Tercera Vía neoliberal que les tenía robado el sentío. No sé si todavía están a tiempo, intuyo que los lazos entre el partido y las grandes empresonas están demasiado consolidados como para aceptar la poda que pide esta gente nueva. En cualquier caso, esperanza.
ResponderEliminarMi profanismo en la materia arriba tratada, me lleva a dejarte esto fuera de cuadrícula, a Miércoles de Ceniza de 2013:
ResponderEliminarhttp://nodata.tv/72532
Por otro lado, menuda sardina que ha parido Ulrich Schnauss después de casi una década: patético, entierro la sardina y ni si quiera dejo el link.
V
Gracias Vic, a ver si te animas a escribir algo más para el blog, sugerencias de discos o grupos nuevos y demás!!! no he escuchado al ulrich schnauss... no sabía lo de slowdive que comentabas, espero me avises cuando salga su disco (hay que confiar en su talento,me huelo que va a estar bien, ellos no eran unos giligaitas como kevin shields). a ver con qué pintas vuelve la cantanta del grupo, ya ha de estar en modo MILF!!!
ResponderEliminarRachel Goswell estuvo publicando discos en solitario. El último en 4AD en el 2005, fuera de la línea de Mojave3, más en la de Slowdive.
ResponderEliminarY...Sí: está hecha toda una MILF: tiene un hijo. Te dejo una foto de su twitter, con el primogénito y su machacante:
http://twitter.com/RachelAGoswell/status/286542636733587457/photo/1
Nunca entendí el giro de Neil con Mojave3.
Precisamente Neil fue el que habló en agosto de una posible reunión de Slowdive, es sólo un rumor pero al venir de Neil, que era el más reticente a la reunión, tiene fundamento:
http://stereogum.com/1139112/neil-halstead-talks-slowdive-reunion/news/
De momento, es sólo eso: la posibilidad de una gira de reunión. No obstante, la mayoría de las porras del foro del PS sobre su cartel, daban por hecha su presencia: el cartel está cerrado y no estarán, pero apuesto a que se reunirán próximamente. No suelen equivocarse: Acertaron otros años con Reuniones inverosímiles: MBV, Pavement, este año JAMC... El año pasado apostaban por The Chameleons mucho antes de abrir la primera confirmación del cartel y aparecieron:
http://www.youtube.com/watch?v=HGK6OSzJS4E
Te dejo el .torrent de Ulrich: Creo que se le ha ido la pinza demasiado con el shoegaze: Para mi gusto, es todavía más decepcionante, si cabe, que MBV:
http://thepiratebay.se/torrent/8059479/Ulrich_Schnauss_-_A_Long_Way_To_Fall_(2013)
Aunque parezca una verdulera: olvidé comentarte que el hijo de Rachel nació sordo y tiene problemas cardiacos.
ResponderEliminarNeil, tocó en la Iguana en Vigo el 2 de Febrero. Ni siquiera intenté acercarme: el sonido folkie en plan mojave3, no es lo mío:
http://www.youtube.com/watch?v=W9Xbk_FeEWw
Y siguiendo con mis paridas a pulsos, comentarte, que el cartel del FIV de Vilalba ya está cerrado: Ya sabes que estás invitado y nos gustaría que vinieses a practicar la contemplación, la vergüenza ajena y la ingestión de absenta para aturar el elenco.
ResponderEliminarTe dejo el cartel: si quieres venir, avisa pronto, ya que quedan pocas . Musicalmente, Ise y yo sólo estamos interesados en "Hola A Todo El Mundo" y "Amable". "Postergel" son el grupo de mi cuñado:
http://www.fivdevilalba.com/horarios.html
pues no está tan mal!!! el problema es que todavía falta mucho y no sé dónde andaré por esas fechas, pero sí que molaba sobre todo por pasar por Vilalba que hace ya tiempo que no paso... hace mil años que no voy a un concierto (anteayer pinchaba angel molina en coruña y no estaba), si vais avisa porque seguramente me apunto!!
ResponderEliminarfalamos estos días... seguro que se agotan las entradas??? tan pronto???
El límite son 5000 creo, el año pasado se agotaron: vienen teens de toda España, hay camping y todo: Anticipada son 20 euros los dos días, pero repito que creo que este año se agotan.
ResponderEliminarMira, te la pillo para la semana y si no vienes ya la puliré por aquí.